Sonia y Erika son
docentes del norte y este cordobés que desde hace años sufren
problemas para dar clases. Pero lo hacen a pesar de todo. Buscan a
los chicos en sus propios autos, consiguen lugares alternativos para
poder instalarlos y aguardan que alguien descubra que existen.
por Favio Re
Cada día se
levantan mirando al cielo a la espera de que el color celeste domine
el paisaje. Pero si eso no ocurre, se trasladarán con la
incertidumbre de que una lluvia, por mínima que sea, puede provocar
que la escuela no esté en condiciones para dar clases. En muchos
casos usarán sus propios vehículos para ir a buscar y llevar a sus
alumnos, en medio de caminos convertidos en pantanos; y terminarán
llevando a cabo las actividades curriculares en sus hogares o casas
prestadas.
Son Sonia Foco y
Erika del Franco, dos mujeres que comparten su pasión por la
docencia y su desempeño en establecimientos rurales. Pero también
las dificultades de los últimos años para desarrollar esta
vocación.
Aunque están a
200 kilómetros de distancia, sus historias son casi “gemelas”,
vinculadas con un problema crónico en muchas zonas de Córdoba: las
inundaciones. Sus testimonios ponen en escena los problemas de
numerosos niños para acceder a educación básica en condiciones
normales.
“Escuela
ambulante”
Sonia es docente
de la escuela Olegario Víctor Andrade, de Colonia El Florentino, al
norte del departamento Unión, cerca de las localidades de San
Antonio de Litín y Alicia, en el límite este de la provincia. Esa
zona es una de las que más vienen sufriendo los excesos hídricos en
los últimos años.
Según comenta a
La Voz, por problemas edilicios como humedad y revoques salidos, el
edificio escolar fue declarado en emergencia en el año 2014 y se
ordenó desalojarlo: en teoría, durante 2015 y 2016 se realizarían
las obras para ponerlo en valor, pero asegura que hay un cruce de
opiniones entre la Provincia, que asegura que ya giró el millón de
pesos necesarios para ejecutar los trabajos, y la intendencia de
Litín, que niega haber recibido ese dinero.
Así, Sonia dice
que actualmente “la escuela está tapada de yuyos, abandonada, no
se reinician las obras. La verdad, que no dan ganas de seguir así,
no quiero mostrarles esto a los chicos”.
El cansancio se
nota en la voz de Sonia, quien cuenta que en estos años convirtió
su auto y la casa que sus padres tienen en un campo cercano en el
“nuevo” colegio. “Después de que declararon la emergencia,
llevé los libros de la biblioteca a lo de mis padres para que no se
echaran a perder por la humedad. Como no podía dejar a los chicos
sin clases, comencé a ir a sus casas, pero tampoco eran condiciones
dignas; entonces comencé a recogerlos con mi auto y a llevarlos a la
casa de mis papás”, describe.
Sonia calcula que
llegó a hacer 150 kilómetros por día por caminos deteriorados, con
el consecuente daño para su auto. Y, además de darles clases, les
brindó alimentos y a muchos les compró hasta la carpeta y los
útiles, porque son de familias muy humildes. “Mi auto fue una
escuela ambulante, los chicos se me dormían en el viaje”, grafica.
El año pasado, los que finalizaron el ciclo lectivo fueron 16: ocho
de primaria y ocho de nivel inicial.
(Para ver el
infográfico de forma completa, hacé click en el siguiente enlace)
“Clases por
teléfono”
Erika trabaja en
la escuela Sargento Cabral, de Puesto de Pucheta, un paraje del norte
del departamento Río Primero. Los continuos desbordes de los ríos
Jesús María y Pinto la dejan recurrentemente bajo el agua, como
sucedió a principios de enero.
Su historia es
similar a la de Sonia. “Hemos tenido clases en dos estancias que
nos prestaron los patrones de los padres de los alumnos. Y el año
pasado también en otra escuela”, señala. Erika también ha ido a
buscarlos muchas veces con su auto, y hasta en algunas oportunidades
los bomberos han trasladado a los niños.
Como a veces los
caminos permanecen intransitables varios días, cuando lograba
reunirse con sus alumnos tenían una jornada extendida de ocho horas,
para poder cumplir con el ciclo lectivo completo. En otras ocasiones,
brindó las clases por teléfono. “Les preparaba cuadernillos con
actividades. Si no entendían algo, me mandaban un mensajito y los
llamaba, o me sacaban una foto de la tarea y me la pasaban por
WhatsApp”, indica.
Para este año,
la escuela tiene 12 inscriptos. Erika confía en que se cumplan las
promesas de obras tanto en los caminos como en la escuela, y que
puedan iniciar las clases en el edificio propio. “Estos niños
tienen el mismo derecho de aprender que los de las ciudades”,
remarca. Y concluye: “Realmente, en este tiempo fue una odisea
llegar a la escuela: era salir mirando el cielo y evaluar si iba o no
a llegar. Pero es nuestra vocación: nadie haría las cosas que
hacemos los maestros rurales”.
Fuente:
Favio Re, La odisea de enseñar entre el agua, 12/02/17, La Voz del Interior. Consultado 13/02/17.
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