Pekín y otras
ciudades registran concentraciones de partículas PM2,5 de 500
microgramos por metro cúbico, el máximo que alcanzan los medidores.En China se habla
de 'refugiados de la contaminación' en alusión a los millones de
huidos de las urbes más castigadas.
por Adrián
Foncillas
Esos seis
segundos servirían de tráiler para cualquier superproducción de
catástrofes: una inquietante nube negruzca se acerca hasta engullir
los arrogantes rascacielos y el tráfico de una gran urbe. Ocurre en
Pekín y es real. El norte de China ha recibido el 2017 tan castigado
por la contaminación como despidió el 2016.
La crisis afecta
a Pekín y otras 24 ciudades septentrionales sobre las que el
Gobierno ha establecido la alarma roja, la más alta de una escala de
cuatro. En ese área viven 460 millones de personas, tantas como la
población conjunta de Estados Unidos, Canadá y México.
Muchas ciudades
han registrado concentraciones de partículas PM2,5 de 500
microgramos por metro cúbico. Son las más pequeñas y dañinas,
capaces de alcanzar los pulmones y el riego sanguíneo. En 500 acaba
la capacidad soportada por los medidores, así que la gravedad exacta
del cuadro se desconoce. La Organización Mundial de la Salud
considera perjudicial para la salud cualquier nivel superior a 25.
'Airpocalypse'
La población ya
maneja con soltura la abstrusa jerga científica y suma términos
coloquiales con rapidez: 'airpocalypse' (por la contracción de aire
y apocalipsis en inglés), 'cielos APEC' (esos días inusualmente
azules que acompañan a las cumbres internacionales en la capital) o
el más reciente de 'refugiados de la contaminación'. Son los que
huyen a la carrera por tierra, mar o aire cuando llegan las
previsiones más oscuras. Las agencias de viajes han confirmado un
aumento significativo de movimientos en las dos últimas semanas a
pesar de que China carece de vacaciones de Navidad. Pero la escapada
es complicada. Un centenar de vuelos han sido cancelados en Pekín y
otros 300 en la ciudad vecina de Tianjin en los dos últimos días
por la nula visibilidad. También se han cortado las principales
autopistas de salida de la capital.
En las crisis más
graves se cierran escuelas y se recomienda no salir de casa si no hay
más remedio, se restringe la circulación de vehículos privados y
de camiones y se paralizan las fábricas y las obras de construcción.
La última empezó el 20 de diciembre y, con un breve respiro de un
par de días, se alargará hasta el 5 de enero.
Cuesta sostenerlo
hoy, pero el cuadro general ha mejorado desde que Pekín declaró
formalmente la guerra a la contaminación dos años atrás. Los días
azules han aumentado en la capital y el último verano fue limpio con
pocas excepciones. Ocurre que todos los esfuerzos gubernamentales
fracasan cuando en invierno confluyen el aumento de la quema del
carbón para la calefacción y la falta de viento. Los pequineses
suspiran por la llegada de las frías corrientes de aire de Mongolia
que en media hora convierten el cielo negro en azul. La mascarilla en
la calle y el purificador de aire en casa son mientras tanto
imprescindibles.
Efectos
devastadores en la salud
La contaminación
está detrás de casi un tercio de las muertes en China, según un
estudio de la Universidad de Nanjing. Otro de la Academia Nacional
estadounidense revelaba que los habitantes del frío norte viven una
media de 5,5 años menos que los del cálido sur por el carbón
utilizado en invierno. Los efectos devastadores de la contaminación
para el planeta y la salud humana son bien conocidos por Pekín.
El doble proceso
de industrialización y urbanización que ha sacado a 400 millones de
chinos de la pobreza en tres décadas también ha destrozado su
medioambiente. Hace años que Pekín defiende un crecimiento
económico científico, racional, sostenido o cualquier otro
eufemismo que aclare que ya no vale todo. Sus esfuerzos son
innegables. Miles de fábricas de acero y carbón han sido cerradas a
pesar del castigo que supone para la economía nacional y el doloroso
aumento de desempleados. China invierte ya más que Estados Unidos y
Europa juntos en energías limpias. Ocurre que la transición de un
sistema productivo basado en el carbón a otro que confía en las
nuevas energías en un país de la magnitud china equivale a empujar
a un paquidermo. El manto negro que cubre estos días el norte de
China recuerda que el camino es largo y pedregoso.
Fuente:
Adrián Foncillas, La contaminación china rompe los límites de medición, 03/01/17, El Periódico. Consultado 04/01/17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario