Una investigación
relaciona el origen de los bienes del comercio global con la
extinción de especies.
por Javier Salas
Los humanos
comenzamos a asumir que somos como un meteorito que va a provocar la nueva megaextinción de especies que vivirá el planeta Tierra. Pero
todavía nos falta mucha información sobre el tamaño de ese
meteorito que formamos entre todos y el alcance de la devastación
que vamos a causar. Por ejemplo, sabemos que la explotación masiva
de los recursos naturales es uno de los grandes factores con los que
aplastamos la biodiversidad, pero hace falta más datos para conectar
ese fenómeno con nuestro desmesurado consumo.
Hoy se publica un
estudio pionero que muestra la gran responsabilidad del comercio
global en la pérdida masiva de especies en todo el planeta,
conectando claramente la cesta de la compra de los países más
consumidores con las salvajes presiones que arrasan los tesoros
naturales. El cafelito que alguien toma en Estados Unidos está conectado con la deforestación de Centroamérica -donde se cultiva ese café-
que tiene en la picota al mono araña, el más amenazado del planeta.
"Al menos un
tercio de las amenazas a la biodiversidad en todo el mundo están
vinculadas a la producción para el comercio internacional",
explican los autores de este estudio que aparece en Nature Ecology &
Evolution. En este trabajo se localizaron los puntos clave del
planeta en los que hay casi 7.000 especies amenazadas y se trazó su
conexión con la cadena de consumo de la UE, Estados Unidos, China y Japón.
De este modo, se puede ver fácilmente cómo los animales en peligro
de determinados puntos del planeta sufren con la demanda de bienes
por parte de los grandes consumidores.
Por ejemplo, el
lince y docenas de otras especies sufren en la península Ibérica
por la presión de la agricultura con la que se están abasteciendo
los mercados europeos y norteamericanos. "Es digna de mención
la importante huella de Estados Unidos en la biodiversidad del sur de España
y Portugal, ligada a los impactos en una serie de especies amenazadas
de peces y aves, dado que estos países rara vez son percibidos como
puntos de amenaza", explican en su estudio.
"Lo que este
trabajo nos muestra es que los humanos estamos asaltando el planeta",
resume David Nogués-Bravo, especialista en macroecología de la
Universidad de Copenhague. Nogués-Bravo, que no ha participado en el
estudio, asegura que los impactos humanos en la naturaleza se pueden
representar como un remolino que engulle la diversidad de formas del
planeta. "Este vórtice está constituido por tres nodos: poder,
comida y dinero. La capacidad de nuestra especie para succionar
energía y recursos en el planeta es casi ilimitada y es lo que está provocando la sexta extinción masiva de la historia del planeta",
denuncia este ecólogo.
Desde su
perspectiva, tanto el enfoque como los resultados son muy pertinentes
porque ponen en relación las pérdidas de biodiversidad,
principalmente en países en vías de desarrollo en los trópicos,
con los flujos de demanda que se originan en los países más ricos e
industrializados del planeta.
"El planeta
entero se ha convertido en una granja, todo está al servicio de
proveer más y más bienes", critica Juan Carlos del Olmo,
secretario general en España de la organización conservacionista
WWF. "El mayor vector de destrucción de biodiversidad es la
producción de alimentos a una escala brutal", señala Del Olmo.
Por ejemplo, los autores del estudio señalan su sorpresa al
comprobar que el principal foco de amenaza a los tesoros naturales de
Brasil no se da en el Amazonas. "A pesar de la gran atención
prestada a la selva amazónica, la huella estadounidense en Brasil es
mayor en el sur, en la meseta brasileña, donde se practica la
agricultura y la ganadería extensivas", resalta el trabajo.
"Y la huella
ecológica no para de crecer", añade Del Olmo, "pero
reducir esa huella no es fácil; no podemos fomentar un consumo
responsable si luego vamos a tirar el 25 % de lo que se produce".
¿Cómo cambiar la influencia negativa de estos flujos? "Con
este enfoque, de la huella de arriba abajo, examinamos todas las
especies amenazadas y la actividad económica en conjunto, por lo que
puede ser difícil sacar vínculos claros de consumo, comercio e
impacto", reconoce a Materia uno de los autores del estudio,
Keiichiro Kanemoto, de la Universidad de Shinshu.
"Tenemos que
mirar de dónde importamos y dónde están las especies amenazadas.
Nuestro mapa puede ayudar a las empresas a hacer una cuidadosa
selección de sus insumos y aliviar así los impactos en la
biodiversidad", explica Kanemoto. Según este investigador, si
las empresas proporcionan información en sus productos sobre las
amenazas a especies en las cadenas de suministro, los consumidores
pueden elegir productos favorables a la biodiversidad en su vida
diaria.
Las fresas que
ahogan al lince
"Esperamos
que las compañías comparen nuestros mapas y sus lugares de
adquisición y luego reconsideren sus cadenas de suministro, y
trabajar con ellos para empezar a tomar medidas reales", asegura
Kanemoto. En este sentido, Del Olmo explica que el trabajo de WWF se
viene centrando precisamente en este foco desde hace tiempo:
conseguir que todos los sujetos de la cadena conozcan el impacto en
la biodiversidad para que industria, proveedores y consumidores
eviten los bienes que más daño hacen en el origen. Qué café pone
en riesgo al mono araña, cómo el aceite de palma amenaza al
orangután en Indonesia.
El estudio de
Kanemoto resalta como inesperada la aparición de España como una
región con grandes problemas de biodiversidad por culpa del consumo
de bienes fuera de sus fronteras. Señalan específicamente al lince,
que reina en Doñana, y que llegó a ser el felino más amenazado de
la Tierra entre otros motivos por la pérdida de hábitat. "Desde
el punto de vista de la biodiversidad, España es el Borneo de
Europa. En las grandes especies se está peleando, pero la
biodiversidad pequeña, anfibios, aves y peces, está desapareciendo
a una velocidad bestial", lamenta Del Olmo.
El responsable de
WWF en España pone como ejemplo las fresas: el agua que daba de
beber a la marisma de Doñana se usa en las miles de hectáreas de
cultivo de fresas y fresones. En esa área se producen el 60 % de las
de todo el país, y la mitad del agua que se usa viene de pozos
ilegales que secan el entorno. "El uso brutal del agua y del
territorio, el impacto de la agricultura para exportar productos a
todo el mundo, deja los acuíferos secos. No lo percibimos, pero el
impacto es bestial", zanja Del Olmo. Y añade: "Por eso le
decimos a las grandes superficies: no compres a quien usa pozos
ilegales y está destruyendo la biodiversidad. Premia al que lo hace
bien".
Fuente:
Javier Salas, Así arrasa la sociedad de consumo con la biodiversidad del planeta, 04/01/17, El País. Consultado 05/01/17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario