Con exacta
puntualidad, como si correspondiera a una fuerza inexorable, la
Barrick Gold ha festejado el primer aniversario de su derrame de
cianuro sobre los ríos sanjuaninos con un nuevo derrame de cianuro.
Esto sólo puede
ser posible por la inconcebible negligencia de quienes deberían
cuidar la salud pública y prefieren actuar más en los medios de
comunicación que en los ecosistemas.
El cianuro tiene
mala prensa y con razón: es uno de los peores venenos que se
conocen. Sin embargo, no es el peor riesgo ambiental de este tipo de
minería. Sucede que el cianuro se degrada al contacto con el aire en
pocos meses. El problema mayor son los tóxicos que no se degradan,
como algunos químicos y metales pesados.
Un emprendimiento
como Veladero (y varios más) está autorizado a no tratar sus
residuos peligrosos sino que los pueden acumular en un enorme lago de
barros tóxicos, llamado dique de colas. Estamos hablando de un
volumen de decenas de hectómetros cúbicos (es decir, que equivale
al volumen de muchos cubos de 100 metros de lado).
Lo más grave no
son los accidentes que puedan ocurrir ahora, mientras está la
empresa allí y, mal o bien, hará algo ante una emergencia. Pero
¿qué pasará cuando la empresa se vaya, se lleve el oro y nos deje
ese inmenso depósito de tóxicos que no se degradan nunca, y que
están en zonas sísmicas). Esto representa un riesgo de desastre, no
sólo hoy o mañana, sino mientras exista vida sobre la tierra.
La pregunta es
por qué nuestra sociedad aceptó convivir con una actividad que
tiene ese nivel de peligrosidad.
Tal vez incida la
creencia generalizada de alguien debe estar ocupándose de cuidarnos,
aunque en realidad no lo haga nadie. Pero también incide la fantasía
de que el funcionamiento de la naturaleza puede ser reemplazado por
medios tecnológicos. Si mucha gente cree que eso es posible, no se
movilizará contra los abusos de quienes destruyen el medio natural
que nos sustenta.
Por eso mi
insistencia en recordar cada trimestre los ritmos de la naturaleza a
la que pertenecemos y que no pude ser sacrificada al interés
comercial.
En esta entrega
ustedes reciben:
Un texto de Federico García Lorca, de su obra “Impresiones y paisajes”, publicada en 1918, en la que describe su percepción sensual de Granada.
El recordatorio de mi libro “La Ecología en la Biblia y tras creencias religiosas" y el contacto con el editor para quienes tengan interés en adquirirlo.
La obra de arte que acompaña esta entrega es un cuadro de la pintora inglesa Eleanor Fortescue-Brickdale (1871-1945). Se titula “Ellas no trabajan ni hilan” y alude a un momento del Sermón de la Montaña, en el que Jesús le pide a la multitud que piense en los lirios del campo, a los que Dios cubre de tanta belleza “que ni Salomón en toda su gloria se vistió como ellos”.
Con esta
invitación al encuentro con la maravilla del mundo natural, quiero
saludarlos en el comienzo de la primavera (y del otoño para los
amigos del Hemisferio Norte).
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
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El viajero sin
problemas, lleno de sonrisas y gritos de locomotoras, va a las fallas
de Valencia. El báquico, a la Semana Santa de Sevilla. El quemado
por un ansia de desnudos, a Málaga. El melancólico y el
contemplativo, a Granada, a estar solo en el aire de albahaca, musgo
en sombra y trino de ruiseñor que manan las viejas colinas junto a
la hoguera de azafranes, grises profundos y rosa de papel secante que
son los muros de la Alhambra. A estar solo. En la contemplación de
un ambiente lleno de voces difíciles, en un aire que a fuerza de
belleza es casi pensamiento, en un punto neurálgico de España donde
la poesía de meseta de San Juan de la Cruz se llena de cedros, de
cinamomos, de fuentes, y se hace posible en la mística española ese
aire oriental, ese ciervo vulnerado que asoma, herido de amor, por el
otero.
A estar solo, con
la soledad que se desea tener en Florencia; a comprender cómo el
juego de agua no es allí juego como en Versalles, sino pasión de
agua, agonía de agua.
O para estar
amorosamente acompañado y ver cómo la primavera vibra por dentro de
los árboles, por la piel de las delicadas columnas de mármoles, y
cómo suben por las cañadas arrojando a la nieve, que huye asustada,
las bolas amarillas de los limones.
El que quiera
sentir junto al aliento exterior del toro ese dulce tictac de la
sangre en los labios, vaya al tumulto barroco de la universal
Sevilla; el que quiera estar en una tertulia de fantasmas y hallar
quizá un vieja sortija maravillosa por los paseíllos de su corazón,
vaya a la interior, a la oculta Granada.
Granada debe
conservar para ella y para el viajero su Semana Santa interior; tan
interior y tan silenciosa, que yo recuerdo que el aire de la vega
entraba, asombrado, por la calle de la Gracia y llegaba sin encontrar
ruido ni canto hasta la fuente de la plaza Nueva.
Porque así será
perfecta su primavera de nieve y podrá el viajero inteligente, con
la comunicación que da la fiesta, entablar conversación con sus
tipos clásicos. Con el hombre océano de Ganivet, cuyos ojos están
en los secretos lirios del Darro; con el espectador de crepúsculos
que sube con ansias a la azotea; con el enamorado de la sierra como
forma sin que jamás se acerque a ella; con la hermosísima morena
ansiosa de amor que se sienta con su madre en los jardinillos; con
todo un pueblo admirable de contemplativos, que, rodeados de una
belleza natural única, no esperan nada y sólo saben sonreír.
Todo eso debe
mirar el viajero que visite Granada, que se viste en este momento el
largo traje de la primavera. Para las grandes caravanas de turistas
alborotadores y amigos de cabarets y grandes hoteles, esos grupos
frívolos que las gentes del Albaicín llaman "los tíos
turistas", para ésos no está abierta el alma de la ciudad.
Federico García
Loca: “Semana Santa en Granada”
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Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza y los de la contaminación, 20/09/16, Defensoría Ecológica. Consultado 23/09/16.
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