sábado, 5 de diciembre de 2015

Medio siglo de la bomba del Zar, 3.800 veces más potente que la de Hiroshima

El 30 de octubre de 1961 la Unión Soviética detonaba el arma nuclear más grande de la historia. Una demostración de fuerza que resulta empequeñecida ante el poder de la naturaleza.

por Sergio Ferrer

El 30 de octubre de 1961 el comandante Andrei Durnovtsev pasó a la historia, aunque hoy nadie recuerde su nombre. Este piloto soviético ostenta el dudoso honor de haber lanzado la mayor bomba nuclear jamás creada, que provocó la explosión más grande conseguida por la Humanidad. Una demostración fútil de poder que también sirve para comprender la insignificancia del ser humano.

Quien opine que las armas nucleares son más políticas que militares encontrará en la bomba de hidrógeno AN602 el mejor argumento. Más conocida como bomba del Zar, este gigante soviético pesaba 27 toneladas y medía ocho metros de largo. Un tamaño tan exagerado que hubo que adaptar el avión de Durnovtsev (un Túpolev Tu-95) para que pudiera con semejante carga.

Lanzada en paracaídas para dar tiempo a que el piloto se alejara lo suficiente, el emperador de las bombas liberó una potencia de más de 50 megatones (Mt) que rompió ventanas a 800 kilómetros y levantó un hongo nuclear de 64 km de altura. El destello fue visible a 1.000 km de distancia del sitio de pruebas de Nueva Zembla donde impactó. Por suerte, no se mantuvo la idea inicial de alcanzar una explosión de 100 Mt, que no habría podido garantizar la supervivencia de Durnovtsev.

Cada megatón representa la energía liberada por un millón de toneladas de trinitrotolueno (TNT), una potencia sólo comprensible para la mente humana a través de comparaciones. La bomba del Zar fue 3.800 veces más poderosa que la 'Little Boy' detonada en Hiroshima, de 'tan sólo' 15 kilotones y que mató en el acto a 66.000 personas.

La razón de una diferencia tan enorme se encuentra en algo tan diminuto como el núcleo de los átomos. Mientras que las de Hiroshima y Nagasaki fueron bombas de fisión, la bomba del Zar fue una bomba de hidrógeno. Es decir, de fusión nuclear. “Son principios científicos que puedes usar para matar gente o para encender bombillas, la decisión es tuya”, explica a Teknautas el experto en Física Nuclear Manuel Fernández.

En el caso de la fisión nuclear, Fernández explica sus fundamentos: “Coges un núcleo muy pesado de uranio-235 o plutonio-239 y lo rompes en dos”. Al partirlo, "la masa de las partes es inferior a la del núcleo original”. ¿Acaso esa masa ha desaparecido? No, porque la diferencia, "según la famosa fórmula de Einstein, se transforma en energía”.

Este proceso se emplea en las centrales nucleares de todo el mundo, pero bajo ciertas condiciones puede ser explosivo. “Se cogen unos cuantos kilos de uranio, se colocan en forma esférica como un balón de fútbol y se rodean de explosivos”, comenta el físico. “Al detonarlos, la pelota se comprime por todos los lados al mismo tiempo, haciéndose más pequeña e iniciando una reacción en cadena. Cada uno de los miles y miles de millones de núcleos se fisiona a la vez, liberando en suma una gran cantidad de energía”.

La fusión nuclear que hizo posible la bomba del Zar es completamente opuesta. “Juntas dos núcleos muy ligeros en uno más grande que pesa menos de lo que pesaría la suma de los dos por separado”, asegura el experto. Nuevamente, las cuentas se cuadran mediante una liberación de energía. Es el mecanismo de las estrellas como el Sol, que son reactores nucleares de fusión naturales. En el caso del arma soviética, eso sí, toda la energía se libera de repente.

En realidad, una bomba como la del Zar es mucho más que eso: “Está formada por tres bombas de fisión junto a otra de hidrógeno. La primera de fisión que detonas arranca la bomba, y la radiación y energía liberadas inician la segunda, que comprime la de fusión, que a su vez tiene otra de plutonio en su interior”. Esto hace que el hidrógeno se encuentre como en casa (el interior de las estrellas), se caliente a varios millones de grados y pueda fusionarse. La madre de todas las reacciones en cadena.

Un rasguño para el planeta
La potencia máxima de una bomba de fisión está limitada por las leyes de la física, pues llega un punto en que el uranio no se puede comprimir más por mucho que se añada. No sucede lo mismo con las de hidrógeno: “Cuantos más kilos de hidrógeno pongas, más energía se liberará”, aclara Fernández. Además, un kilo de hidrógeno genera 10 veces más energía que uno de uranio.

A pesar de eso, hoy no tiene sentido fabricar armas nucleares tan grandes, ya que ahora se mandan con misiles a miles de kilómetros de distancia en lugar de dejarlas caer desde aviones. La bomba del Zar tampoco tuvo mucha lógica en su momento y su objetivo consistió más en demostrar el poder de la URSS durante la Guerra Fría que en fabricar algo eficiente.

La bomba del Zar fue la mayor explosión de origen humano, pero queda empequeñecida al compararla con el poder de la naturaleza. La erupción del volcán Krakatoa en 1883 es quizá la mayor explosión que ha visto la Tierra en los últimos siglos. Su índice de explosividad volcánica (VEI, por sus siglas en inglés), la escala con la que se mide la magnitud de estos fenómenos, alcanzó el grado 6. Traducido, esto representa una potencia de unos 200 megatones, cuatro veces más que el arma soviética.

En peor lugar queda la bomba rusa si la ponemos al lado del asteroide Chicxulub, responsable de la desaparición de los dinosaurios y que dejó como prueba un cráter de 180 km de diámetro en el actual México. Ni siquiera esta catástrofe, responsable de una extinción masiva, pudo acabar con la vida en la Tierra, que renació de sus cenizas y dio paso al reinado de los mamíferos, con cierta especie de primate a la cabeza. Semejante bólido de 10 km de diámetro impactó con una potencia de 100 teratones, casi cuatro millones de veces superior a la mayor explosión jamás generada por la Humanidad.

El ser humano puede usar la energía de las estrellas para la destrucción, pero es incapaz de lograr lo que la naturaleza difícilmente podría conseguir: extinguir la vida en la Tierra. En el peor de los escenarios acabará consigo mismo (y con millones de especies de propina) para luego caer en el olvido. En ese caso, el planeta se lamerá las heridas y con tiempo suficiente todo volvería a empezar. Esa es la lección que deja Durnovtsev.

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