sábado, 17 de octubre de 2015

La escuela que tiene un solo alumno

Luciano es el único estudiante, este año, de un colegio rural serrano. Un docente y una portera lo acompañan cada día.

por Carina Mongi

Amboy. Luciano tiene un maestro, una portera y una escuela sólo para él. Añora tener compañeros, como hasta el año pasado. El niño, de 7 años, es el único alumno de la escuela rural Bernardino Rivadavia, del paraje San Roque, en el valle de Calamuchita.

El colegio llegó a tener 70 estudiantes décadas atrás, cuando habitaba un edificio que quedó sepultado 60 metros debajo del agua del último dique hecho en Córdoba. La construcción de la represa del río Grande, que formó el embalse Cerro Pelado, torció la historia del lugar.

No fue sólo eso: sobre todo medió el proceso de despoblamiento rural de las sierras. Como en toda la provincia y el país, los habitantes en zonas rurales son cada vez menos.

A fines de los ‘80, había unos 24 niños en esta escuela. En 2001, eran diez. Hoy, sólo uno.

La entonces empresa estatal Agua y Energía, encargada de la obra del dique, construyó otro colegio para reubicar el que quedó bajo agua.

“Antes con la escuela teníamos policía y dispensario; no quedó nada”, cuenta Mercedes González (59), cocinera desde hace un cuarto de siglo del colegio, del que también fue alumna en la década de 1960.

En el paraje San Roque sólo quedó la escuela, que sigue siendo el centro social de unas diez familias de la zona que continúan con la cría de animales a baja escala en el bonito lugar, con el lago Cerro Pelado como marco.

“La gente se tuvo que ir porque el agua tapó las casas. Nos dieron otra en el pueblo de Villa Amancay, pero allá estaban las parcelas de campo que teníamos y perdimos”, recordó Mercedes, que se ocupa de la limpieza y la comida de la escuela, y si hace falta se calza el rol de enfermera. “La obra del dique a algunos benefició y a otros perjudicó”, resumió.

El maestro
Juan González (40) es el docente desde hace siete años. Pasó por varias escuelas rurales: Cerro Colorado, Lutti, Vallecitos, El Espinillo, Cerro Pelado y Champaquí, entre otras. Dice que ama la docencia en zonas rurales, donde “el maestro no sólo se dedica a dar clases”.

Juan vive en la escuela, y cuando termina con Luciano siempre quedan tareas por hacer: levantar una pirca para la huerta es la prioridad de estos días. Tiene planes de construir un pequeño salón multiuso y hacer una cancha de vóley. Lo que no figura en sus planes es que todo sea para un solo alumno. O ninguno.

Con optimismo, asegura que es apenas circunstancial la presencia de un único estudiante. El año pasado eran cinco, pero cuatro egresaron. “El número irá aumentando. Se van a radicar familias para trabajar en la zona, por los pinares. Hice un censo y la proyección es alentadora”, anticipó confiado.

Valoró el trabajo de “agrupamiento” que realizan con otras escuelas rurales serranas, que permite encuentros periódicos y jornadas para intercambiar experiencias.

En el predio escolar, Juan está a punto de comenzar con una plantación de nogales y almendros, en los que involucrará a la comunidad del paraje.

Solito
“Peón: avanza siempre, de uno para adelante”. El pizarrón color verde, con letra muy prolija, contiene las indicaciones para jugar al ajedrez, para un solo destinatario. El aula, amplia, muestra un abecedario que la cruza, números, mapas y banderas que adornan sus paredes, y muchos libros.

“Yo me siento en el banco que quiero”, ironiza Luciano. Es nieto de Mercedes, la portera, y vive con ella. Cada día, recorren juntos el camino hacia la escuela. Después de clase, almuerzan junto al maestro Juan.

El niño se muestra inquieto y despierto. “El otro día saqué 14 pejerreyes en el lago”, cuenta orgulloso. Insiste que le gustaría volver a tener compañeros, “como antes”. Juega con dinosaurios y un Barth Simpson de goma, pero también con casas de horneros de barro y cuernos de algún animal de campo.

Cuando termine el primario, Luciano deberá imaginar un secundario en algún pueblo cercano. Para entonces, espera no haber sido el último alumno de la escuelita Rivadavia. Lo mismo que esperan Juan y Mercedes, en una zona que se ha quedado -hace años- con muy pocos lugareños viviendo. Algo no muy diferente de lo que viene sucediendo en la mayoría de las regiones rurales.

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Con energía solar y caminos mal mantenidos

San Roque es un paraje ubicado frente al paredón del Complejo Hidroeléctrico Río Grande, en Calamuchita.

El pueblo más cercano es Amboy. No es un sitio turístico, no cuenta con energía eléctrica ni puestos asistenciales. La escuelita se nutre de energía solar. La telefonía celular mejoró la comunicación, inexistente hasta hace pocos años.

A San Roque se puede acceder desde Amboy, desde Santa Rosa o desde Villa Yacanto. Cada tanto, se renuevan los reclamos para que los caminos de acceso, de tierra, sean al menos mantenidos. El docente Juan González llega en moto hasta el colegio.

Mercedes, la portera y cocinera, vive junto a su marido, una hija y dos nietos en una casa cerca de la escuela. Debe cruzar un par de alambrados y campos para llegar cada día junto a Luciano, su nieto y único alumno.

Mercedes cuenta que a diferencia de sus diez hermanos y sus padres, nunca dejó San Roque. Los demás se fueron, después de que su pequeño campito serrano quedara bajo agua al llenarse el dique de Cerro Pelado, tres décadas atrás. “Yo no cambio esto por nada”, asegura la mujer.

Mercedes comenta que si consiguiera una computadora, su nieto mayor, de 16 años, podría estudiar desde su casa. Ahora se ocupa de ayudar con los animales en su pequeña propiedad. Como otros en similares condiciones, al secundario no llega. Por más que la ley diga lo contrario.

La versión cordobesa del éxodo rural

Las escuelas rurales muestran evidencias de ese fenómeno. Hay menos que décadas atrás, pero sobre todo se percibe que hay muchos menos alumnos.

por Fernando Colautti

El éxodo de las zonas rurales a las urbanas no es un fenómeno nuevo ni local. Ocurre en el mundo, desde hace más de un siglo. En Argentina, se acentuó desde las décadas de 1940 y 1950, junto a su proceso de industrialización que llevó gente del campo a las ciudades. Pero nunca se detuvo, ni en el llano ni en las sierras.

Las escuelas rurales muestran evidencias de ese fenómeno. Hay menos que décadas atrás, pero sobre todo se percibe que hay muchos menos alumnos.

Según estadísticas oficiales, sólo entre 2003 y 2011, bajó un 17 por ciento más la matrícula en escuelas rurales de Córdoba. En ese período reciente, la cantidad de colegios de campo se mantuvo, pero mientras tanto en áreas urbanas, el número creció.

Sobran ejemplos, en sierra y llano, de escuelas rurales que pasaron de 50 a 10 alumnos, o de 20 a dos o tres.

Según el último censo -de 2010-, habita en zonas rurales el 5,1 por ciento de los cordobeses. Hace 20 años era el doble. Si la comparación es con varias décadas atrás, la diferencia se acentúa mucho más.

El despoblamiento rural reconoce diferentes causas. En el llano, más agropecuario, el cambio en la modalidad de explotación y las nuevas tecnologías redujeron la mano de obra rural: hay menos peones y menos propietarios viviendo en los campos.

En las Sierras, actividades que generaban ocupación como la minería y la ganadería de subsistencia se redujeron notoriamente hace ya décadas. Los lugareños fueron entonces bajando hacia el llano. Luego, aumentó la explotación turística, que hizo crecer economías y poblaciones de varias zonas serranas, pero sin impacto sobre sus pobladores rurales. Es más: el fenómeno turístico hizo variar la propiedad de la región serrana, que fue cambiando de manos. Tanto, que hoy puede decirse que las Sierras ya no son de los serranos que las habitaban.

Fuentes:
Carina Mongi, La escuela que tiene un solo alumno, 16/10/15, La Voz del Interior. Consultado 16/10/15.
Con energía solar y caminos mal mantenidos, 16/10/15, La Voz del Interior. Consultado 16/10/15.
Fernando Colautti, La versión cordobesa del éxodo rural, 16/10/15, La Voz del Interior. Consultado 16/10/15.

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