jueves, 15 de enero de 2015

No más niños envenenados

por Valeria Girard


La noticia se conoció el sábado 27 de diciembre de 2014 y tuvo, lamentablemente, bastante poca repercusión. Joan Franco, un niño de 2 años y medio oriundo de San Salvador, falleció en el hospital Garrahan de Buenos Aires afectado por los agroquímicos.

Joan había nacido en Jubileo y sus padres vivían en una casa destinada a peones “lindera al cableado de alta tensión y a una antena de telefonía celular”, indicó la revista Mu en abril. Allí nació “en un combo perfecto del progreso que se completa con las fumigaciones del arroz y la soja. En enero le extirparon un tumor medular”, contó.

En ese momento Manuela, su madre, decía: “Yo digo lo que vivo y lo que veo. Acá fumigan y la verdad es que no tenemos a dónde irnos. No van a dejar de hacerlo porque mi hijo esté enfermo. No sé qué hacer. Cada 28 días le dan quimio por vena en Buenos Aires y acá todos los días por boca. Hay un 50 % de probabilidades de que el tumor vuelva”. “Joan vivía en el barrio envenenado de San Salvador, cerca de la cuadra donde vivió Leila que no cumplió los 15, o Pablo que apenas sintió los 18. Joan murió en el Garrahan, lejos de su casa y de su cuadra en el barrio Centenario de San Salvador”, recordó Silvana Melo en Pelota de Trapo. La muerte duele, sobre todo si es la de un niño que recién asoma a la vida. Dolió hasta las entrañas la muerte de Juan Manuel Martínez Zurbano, alumno de 1º grado de la escuela Del Centenario de Paraná atropellado por un conductor ebrio y drogado en un automóvil fuera de control; angustia la muerte de Néstor Femenía, el niño qom de 7 años víctima de la desnutrición y la tuberculosis y también duele la partida del pequeño Joan, infectado por los pesticidas. Duelen e increpan, sobre todo porque son muertes evitables.

Sin embargo, nada cambia. El 80 % de las escuelas rurales entrerrianas padecen las fumigaciones con agrotóxicos, según indicó Jorge Bevacqua, integrante de la Asamblea Ambiental de Concepción del Uruguay en diálogo con El Día.

Picazón en los ojos, vómitos, dolor de garganta, erupciones en la piel y mareos son los primeros síntomas en los chicos, sin duda los más leves, porque los productos que se utilizan para fumigar los van envenenando por dentro. Las empresas muy pocas veces respetan los 50 metros de distancia y no cumplen con el preaviso del fumigador 48 horas antes.

Peor aún es la situación de las familias como la de Joan, que deben convivir con el veneno porque forma parte de su trabajo, tienen incluso que manipularlo y probablemente nadie les haya dicho qué recaudos deben tomar.

En Entre Ríos, las producciones alternativas como ganadería, tambo e incluso siembra de otros cereales fueron discontinuadas para producir soja, porque hoy es más rentable. Es imprescindible pensar cómo lograr que un productor abandone la práctica de fumigaciones de cultivos que le resultan económicamente muy rentables.

“A partir de febrero (de 2015) se retomarán el trabajo en comisión para tratar de aprobar una nueva ley que regule el uso de agroquímicos”, prometió el senador Oscar Arlettaz tras el fallido intento en 2014. Los días, los meses, los años pasan, la gente se sigue envenenando y el monstruo de la leucemia apaga vidas frágiles e incipientes.

La agricultura basada en el uso de productos químicos continúa dando enormes réditos a los pooles de siembra, al Estado nacional, a las multinacionales que proveen las semillas transgénicas y el herbicida, o que monopolizan las exportaciones; como Monsanto y Cargill. Mientras se sigue subestimando el impacto de la exposición a agroquímicos sobre la salud: ¿Cómo hacen los padres de Joan para seguir adelante, para superar el dolor de esa camita vacía y de esa vida truncada, para no mirar con miedo y hasta con culpa por no poder ofrecerles otro futuro al resto de sus hijos? Como sociedad tenemos que involucrarnos, en memoria de Joan, Leila, Pablo y por la salud de nuestros niños, debemos.

Fuente:
Valeria Girard, No más niños envenenados, 13/01/15, Uno Entre Ríos.

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