jueves, 25 de abril de 2013

Viaje a la zona maldita de Chernóbil


Álvaro Colomer, uno de los pocos españoles que ha visitado esta parte de Ucrania, describe su viaje para ABC.

por Manuel P. Villatoro

Son muchas las palabras que, sin saber por qué, tienen la lacra de portar consigo un aura de terror. Sin embargo, 27 años después del desastre nuclear que cambió la historia de Ucrania, hay una que se sigue alzando sobre las demás: Chernóbil. Hoy en día, por el contrario, no son pocos los investigadores y curiosos que se desplazan hasta esta zona olvidada con la intención de revivir lo que allí sucedió el 26 de abril de 1986.

Y es que, aquella fatídica mañana, el reactor 4 de la central nuclear soviética explotó expulsando a la atmósfera una nube radioactiva cuyos efectos, a día de hoy, se siguen sin conocer. A su vez, este gigante de hormigón también decidió llevarse consigo los cientos de miles de vidas de aquellos que, espoleados por su sentido del deber, sacrificaron su existencia y acudieron a la zona siniestrada para contener la radiación.

Se me ocurrió viajar a Chernóbil cuando me planteé llevar a cabo un libro de lugares marcados por hechos históricos. La intención de esta obra, que al final salió publicada con el nombre de “Guardianes de la memoria”, era explicar como es la vida en esos territorios hoy y cómo el suceso alteró la evolución de esa zona, explica, en declaraciones a ABC, el escritor Álvaro Colomer, uno de los pocos españoles que ha pisado esta parte del planeta.

Preparando la expedición
En contra de lo que puede parecer, y según explica el aventurero, no fue tan dificultoso como pensaba llevar a cabo las gestiones para viajar hasta una zona radioactiva. Los trámites son bastante complicados, pero no por el hecho de viajar a Chernóbil, sino porque el gobierno ucraniano no tiene una infraestructura que facilite la obtención de permisos periodísticos para ir a hacer reportajes a su territorio, determina.

Según Colomer, el primer paso para llegar hasta esta parte del mundo es contactar con el Ministerio de Emergencias ucraniano, el encargado de expedir los permisos para entrar en la zona de exclusión de Chernóbil. Esta, abarca un total de 30 kilómetros de radio desde la central.

No te ponen dificultades por ir a Chernóbil, lo que te encuentras son problemas derivados del mal funcionamiento del Ministerio de Emergencias. De hecho, ellos están acostumbrados a recibir visitas en la zona, sobre todo de científicos especializados en radioactividad y oncología que acuden allí para hacer todo tipo de investigaciones, explica el escritor.

Nos hemos formado una imagen de Chernóbil en base a la televisión”.

La idea que tienen allí es que, si hay gente que quiere ir, que lo haga bajo su responsabilidad. Al principio es cierto que se cerró la zona a todo tipo de tráfico humano, pero hubo un punto en el que había tantos científicos, periodistas, nativos y curiosos que querían ir que decidieron abrir el territorio, añade.

Así, y en palabras del español, lo único que hay que hacer antes de tomar el avión es buscar un traductor y un lugar en el que alojarse, aunque, en este punto, el gobierno extranjero ofrece una curiosa opción a los investigadores. En el pueblo de Chernóbil hay un hotel donde te puedes hospedar y en el que viven científicos. En nuestro caso no lo usamos, porque una cosa es cometer la estupidez de ir a Prípiat, que es una zona contaminada, y otra bien distinta es comer, ducharte y dormir allí, eso es meterte en la boca del lobo.

Una vez que bajó del avión, el primer paso de Colomer fue contratar a un guía y acudir a una de las entradas oficiales que el ejército ha abierto para acceder a la zona de exclusión. “Todo el territorio está vallado y tiene varias entradas oficiales, aunque también hay un montón de entradas ilegales que son usadas por todo tipo de gente que acude al lugar para cazar animales contaminados, señala.

Llegada a la zona
En el control, le esperaban pacientemente varios militares con decenas de normas para evitar, aunque fuera mínimamente, que acabara intoxicado por radiación. “Entre otras cosas, te recomiendan por ejemplo que toda la ropa que uses durante tu viaje la tires allí al salir. Esto sucede porque, en cualquier momento, puedes llevarte sin darte cuenta una mota de polvo radioactivo enganchada en tu jersey.

Entre esas recomendaciones se encontraban también las de no comer ni beber nada que encontraran en las inmediaciones del lugar ni que hubiera sido cultivado allí. Esta simple precisión, según el escritor, fue imposible de cumplir cuando visitó a las personas que aún viven cerca de la central nuclear.

Los tomates del huerto de un retornado tenían el corazón negro”.

Cuando vas a la aldea de los “retornados”, que viven en extrema pobreza, y te ofrecen algo, es una ofensa muy grande no tomarlo. Realmente puedes ser descortés, pero la educación te lo impide. Allí por ejemplo, beber es como un ritual, y no puedes rechazarles un vodka, el cual hacen de agua contaminada, porque es como si a un español le rechazas la mano cuando te la tiende, completa.

En este sentido, y según cuenta, el clima de tranquilidad que transmiten las personas que viven y trabajan cerca de la central hace que el visitante que viene de fuera se termine relajando. “Al final acabas haciendo cosas que no deberías hacer, pero no por inconsciencia, sino porque todo es más normal de lo que la gente te cuenta. Realmente nos hemos formado una imagen de Chernóbil en base a la televisión, donde sólo importan las cosas malas. Además, cuando estás delante de una persona que lleva 50 años bebiendo el mismo vodka y está como una rosa, acabas diciendo… me lo tomo y que sea lo que dios quiera, sentencia.

A pesar de ello, no puede negar que notó un leve atisbo de temor cuando un lugareño le contó las curiosas propiedades de las verduras de su huerta: “Uno de los retornados me comentó que los tomates que crecían en su huerto tenían el corazón negro, pero que él y su mujer los habían probado y no eran malos.

Prípiat, la ciudad maldita
Sin embargo, de entre todo lo que pudo ver en su viaje, lo que más impactó a este español fue el desolador paisaje de Prípiat. Esta ciudad soviética, ubicada a pocos kilómetros de la central nuclear, tuvo que ser evacuada después de la explosión para evitar la intoxicación de sus habitantes. “Prípiat era una ciudad que tenía en su momento 45.000 habitantes y que fue construida a la vez que la central nuclear para sus trabajadores. De hecho, salvo los servicios básicos de la ciudad y los niños, todos los demás estaban empleados en la central, ultima el escritor.

Así, miles de niños, mujeres y hombres fueron sacados de sus viviendas bajo la promesa de que, en sólo 3 días, volverían a la ciudad. Desgraciadamente, el juramento no podría ser cumplido pues, según las autoridades, habrá que esperar 25.000 años hasta que la radiación abandone el enclave.

Es impresionante entrar en una ciudad totalmente abandonada en la que la naturaleza está intentando recuperar el territorio que se le ha robado, da una gran sensación de desolación. Recuerdo que en los escalones de la entrada la biblioteca municipal veías como los árboles empezaban a crecer entre el hormigón. Es una imagen que te recuerda la fuerza inconmensurable de la naturaleza y la pequeñez del ser humano, que, por más que construya y edifique, no puede luchar contra ella, sentencia Colomer.

Es impresionante entrar en una ciudad totalmente abandonada”.

En cambio, y a pesar de que este aventurero califica Prípiat cómo el lugar más impresionante que ha visto nunca, también ha podido comprobar por sí mismo las exageraciones que han promovido algunos medios de comunicación con respecto a una de las partes más emblemáticas de la ciudad: el parque de atracciones.

Aunque es la foto típica de Prypiat, el parque de atracciones no tiene más que una noria que en la actualidad nos haría reír (es muy bajita) y una pequeña zona de autos de choque. Lo que si es verdad es que para un fotógrafo este lugar es un sueño hecho realidad. Pero, más allá del impacto visual, creo que es de lo menos importante de Prypiat. No obstante, entiendo que sea lo que los medios de comunicación más hayan difundido, pues una noria evoca a los niños y, para dar dramatismo al suceso, es bueno apuntar a los niños, que venden más que los adultos, finaliza.

Seis preguntas a Álvaro Colomer

¿Cómo es estar frente al reactor 4?
Bueno, tú sabes que estás delante de él pero no lo ves como tal. De hecho hay un 75 % del reactor al que hoy en día es imposible acceder debido a su peligrosidad. Sólo tienes acceso al 25 % de la central, que es básicamente el control. Una vez allí te muestran el sarcófago de hormigón donde está metido el reactor, del que tú sólo ves un muro. Es impresionante pensar que ahí dentro está el núcleo todavía incandescente y emanando radioactividad.

¿Qué diría a las personas que, movidas por la historia del lugar, quieran ir a Chernóbil?
No puedo decirle a nadie que no vaya porque yo he viajado hasta allí, pero tampoco seré yo el que recomiende ir, porque es una zona contaminada. Yo no volvería por dos cosas: porque ya he estado y porque ese punto de inconsciencia que tienes que tener para ir a un lugar como Chernóbil se pierde con el paso de los años. Además, yo en aquel momento tenía novia y ahora tengo una esposa, las cosas cambian.

¿Cuál es la actitud de las autoridades ucranianas con respecto a Chernóbil?
Es clara, intentan quitar importancia al desastre. Yo he hablado con gente del Gobierno que me decía que había comido animales cazados en Chernóbil y no le había pasado nada, pero ese es parte de su trabajo, intentar aminorar las consecuencias de la catástrofe y convencer a la sociedad de que Ucrania es un lugar sano. Esto lo hacen, entre otras cosas, porque el río Prípiat -al lado del que se sitúa la central- es un afluente del Dníéper, y si este se infectó, toda la población de Ucrania está bebiendo agua contaminada desde el 86. Al final, como esto provocaría un pánico tremendo, las autoridades dejan que la vida continúe.

¿Cuáles son las condiciones de los retornados?
Es gente que quiere que se sepa la verdad de lo sucedido para poder recibir todas las ayudas gubernamentales que les deben. El problema es que el gobierno moscovita les prometió indemnizaciones por el sufrimiento causado pero, como se disolvió la U.R.S.S., las autoridades se lavaron las manos. Lo mismo sucedió con Ucrania, que dijo que no pensaba pagar el error de Chernóbil. Sobre todo destacan sus condiciones psicológicas, y es que el dinero ya no es sólo para vivir, sino también para ir al psicólogo. Cuando has perdido a tus amigos, te han desarraigado de tu tierra y te han metido en un barrio de mala muerte de Kiev, lo normal es que, si no recibes ayuda, acabes alcohólico, deprimido, y con un temor tremendo a que tu hijo acabe con un cáncer.

¿Cómo consiguen vivir mentalmente sanos los retornados?
Tienen totalmente relativizado el asunto y no le dan tanta importancia, es casi como una barrera mental para que no estar atormentados todo el día. El guía nuestro, por ejemplo, estaba siempre riéndose a carcajadas. Me acuerdo de un día en que nos gastó una broma cuando íbamos en el coche. De repente, le dijo al conductor que parara encima de una placa y nos indicó que en ese punto la radioactividad superaba con mucho el máximo permitido. En ese momento se empezó a reír y comentó: “los que quisierais tener hijos olvidaros, ya no es posible”.

¿Cómo describiría, en términos generales, Prípiat?
Prípiat es el gran museo del comunismo. Si alguien quiere saber como vivían los soviéticos en el 86 no tiene más que viajar allí. Todo se quedó exactamente igual a como realmente era, se quedó congelado en el tiempo. En los colegios, por ejemplo, hay multitud de retratos de Stalin que, junto con las imágenes que se podían ver en los cuadernos de los niños, dejaban entrever el gran adoctrinamiento que sufrían.

Fuente:
Manuel P. Villatoro, Viaje a la zona maldita de Chernóbil, 25/04/13, ABC.

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