Declaración
de investigadores del Conicet. La megaminería tiene consecuencias
negativas sobre la salud de las poblaciones aledañas a las
explotaciones, no contribuye significativamente al desarrollo
económico local y puede afectar el crecimiento de otras actividades
no contaminantes.
por
Matías Blaustein, Federico Giovannetti, Florencia Aranciba, Nicolás
Fernández Larrosa, Juan Wahren y Cecilia Rikap
Los
últimos días de diciembre, el pueblo mendocino salió a la calle
contra la modificación de la Ley 7722. Esta prohíbe la utilización
de cianuro, mercurio, ácido sulfúrico y otras sustancias tóxicas
en explotaciones mineras y también protege el agua. Esto significó
un nuevo hito en un largo proceso de conflictividad sobre la
actividad minera y sus implicancias socioambientales.
El
eje del debate giró en torno a un tipo particular de explotación y
no cualquier tipo de minería: la megaminería o minería metalífera
a cielo abierto. Esta, a diferencia de la minería tradicional, está
prohibida en muchos lugares del mundo por sus ya comprobados
irreversibles efectos debido al uso de tóxicos como el cianuro. En
Argentina, la megaminería se practica desde los años ‘90 y sólo
siete provincias la permiten. En otras siete, la actividad fue
prohibida gracias a la resistencia de los pueblos afectados.
En
un renovado intento por ampliar la frontera de estas explotaciones,
se procuró forzar su habilitación en provincias donde el rechazo
social ya había logrado plasmarse en resguardo jurídico. Sin
embargo, a pesar del freno logrado a la modificación de la ley
mendocina, los intentos para cambiar la ley y permitir la megaminería
continúan en Mendoza, Chubut (ley 5001) y en todo el país (como la
embestida contra la Ley Nacional de Glaciares, que prohíbe la
megaminería en zona glaciar y periglaciar).
En
este contexto, circulan en medios diversos argumentos que generan
confusión y pueden favorecer una nueva avanzada de la megaminería.
No creemos que exista una intención de buscar una minería
alternativa y “sustentable”, sino de hacer pasar a la megaminería
como lo que no es. Como respuesta, hemos escrito, junto a otros
científicas/os e investigadores del CONICET y Universidades, una
declaración que refuta estos argumentos y expresa una fuerte
preocupación por las consecuencias que la megaminería tiene sobre
nuestra salud y nuestros territorios.
“La
megaminería ‘bien hecha’ puede no tener efectos dañinos en el
medio ambiente y la salud pública”. Falso. Las técnicas
utilizadas tienen un alto impacto socio-ambiental. Mediante la
utilización de explosivos se producen voladuras de montañas que
permiten remover grandes volúmenes de roca donde se encuentra el
mineral de interés. Se aplican tratamientos químicos que separan
los minerales de la roca y los desechos se descartan en diques de
cola, extensos cuerpos de agua artificiales dónde se depositan los
millones de litros de agua con químicos tóxicos. El drenaje ácido,
las filtraciones de los diques de cola en las napas y los ríos, así
como otras formas de contaminación, son efectos comprobados, tal
como sucedió con los derrames tóxicos en San Juan, Minas Gerais
(Brasil) y Mar de Cortés (México).
Esto
conlleva: 1) La degradación del paisaje y del suelo de forma
permanente, la presencia de partículas en el aire y contaminación
sonora. 2) La utilización y contaminación de grandes cantidades de
agua en zonas en las que generalmente hay escasez de esta. 3) La
exposición prolongada en el tiempo de las poblaciones aledañas a
las sustancias químicas utilizadas, que implica mayor riesgo de
enfermedades crónicas respiratorias, cáncer de pulmón,
enfermedades renales, de la sangre y de la piel, entre otras. A la
exposición crónica se suma la exposición aguda, producto de
"accidentes" como derrames, accidentes de transporte,
rotura de caños, o emisiones de los diques de cola, que producen
trastornos cardiovasculares, respiratorios y del sistema nervioso
central, entre otros.
“La
megaminería genera desarrollo, empleo y diversificación de la
economía regional”. Falso. En los últimos 22 años (OEDE, 2018),
la minería ha generado solamente el 1,15 por ciento del empleo total
(en comparación con el 5,9 por ciento de la ganadería, agricultura
y silvicultura). La megaminería también tiende a destruir el empleo
al tener un impacto negativo en otras actividades locales, aumentando
también los niveles de pobreza. A su vez, las explotaciones de minas
y canteras aportaron sólo el 2,95 por ciento del Valor Bruto de
Producción total en Argentina desde el 2004 hasta el 2018 y, dentro
de estas, la megaminería incidió en solo 0,49 por ciento (en
comparación con el 6,95 por ciento que aportó la ganadería,
agricultura, caza y silvicultura; según los informes del INDEC,
2019).
“Quienes
critican a la megaminería no plantean alternativas de desarrollo
local”. Falso. Se han ido construyendo diferentes alternativas de
desarrollo local de acuerdo a las particularidades de cada región.
Un ejemplo es la promoción de actividades preexistentes (como la
vitivinicultura, olivicultura, fruticultura, turismo, etc.) con una
perspectiva agroecológica o en consonancia con el ambiente y las
necesidades de las comunidades locales. Estas actividades tienen una
alta potencialidad para desarrollarse en los territorios y contribuir
a su diversificación productiva. Lo mismo ha ocurrido con la
propuesta de las energías renovables, por parte de poblaciones que
se enfrentan al fracking, o la agroecología, que se impulsa en
simultáneo a las luchas contra los impactos socioambientales del
agronegocio.
En
síntesis, las experiencias históricas y las evidencias científicas
disponibles llevan a la conclusión inequívoca de que la megaminería
(al igual que otras actividades extractivas) atenta gravemente contra
la salud y el ambiente de las sociedades donde se instala. Por esto,
el objeto del debate no debería ser el modo de habilitar la
megaminería allí donde está prohibida, sino la necesidad de
extender la salvaguarda de la prohibición de esta explotación a
todo país. Para esto, es fundamental involucrar al conjunto de
nuestro pueblo en las decisiones políticas relativas tanto al
desarrollo de la megaminería como de cualquier otra actividad
contaminante.
Matías Blaustein, Dr. en Biología. iB3-Dpto. de Fisiología y Biología Molecular y Celular-UBA, Investigador de CONICET
Federico Giovannetti, Lic. en Psicología. Unidad de Neurobiología Aplicada, CEMIC, Becario de CONICET
Florencia Aranciba, Dr en Sociología. CENIT-UNSAM, Investigadora de CONICET
Nicolás Fernández Larrosa, Dr en Biología. Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias-UBA,Investigador de CONICET
Juan Wahren, Dr. en Cs. Sociales. Instituto de Investigaciones Gino Germani-UBA, Investigador de CONICET
Cecilia Rikap, Dra. en Economía. IICE-UBA. Investigadora de CONICET
Fuentes:
Matías Blaustein, Federico Giovannetti, Florencia Aranciba, Nicolás Fernández Larrosa, Juan Wahren, Cecilia Rikap, No es posible una megaminería sustentable, 23 febrero 2020, Página/12.
Dibujo por Chelo Candia, de la serie Un dibujo por día contra la megaminería, el saqueo y la contaminación.
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