En Estados Unidos se debate el sentido de conservar toda la fauna en peligro de extinción. El Tema puede tener eco en nuestro país.
Un insólito
beneficiado de la crisis y el ajuste por los que está pasando el
país podría ser el macá tobiano. Esta ave no vive en otro lugar
del mundo que no sea la Patagonia. Y sólo quedan 800 individuos.
En invierno
visitan el estuario del río Santa Cruz, pero podrían desaparecer si
se terminan de construir las dos represas proyectadas para este curso
de agua. Estas monumentales obras fueron anunciadas por la gestión
kirchnerista, pero el gobierno de Mauricio Macri está evaluando si
continúa con los proyectos.
En este caso, el
“ajuste” decidió por nosotros, pero muchas veces los gobiernos y
la sociedad son los que debemos elegir entre proteger una especie en
peligro de extinción o avanzar con una obra que puede traer una
mejora en la calidad de vida de las personas.
Un ejemplo más
reciente es el de la lagartija Liolaemus cuyumhue, que figura como
críticamente amenazada en la lista roja de la Unión Internacional
para la Conservación (UICN). Esta especie habita el Bajo de Añelo
(Neuquén), el mismo territorio donde se encuentra el yacimiento de
combustibles no convencionales Vaca Muerta.
Su presencia,
detectada recientemente, puede significar que organismos
internacionales les nieguen financiamiento a las empresas de energía
que quieran invertir allí, si no aseguran su protección.
Casos como estos
plantean un debate sobre si, como humanidad, estamos obligados a
proteger toda la biodiversidad. ¿Deberíamos actuar como Noé, que
se aseguró de que todas las especies subieran a su arca? ¿A qué
precio?
La ley nacional
de conservación de la fauna (22.421) dice en el artículo 20° que,
en caso de que “una especie de la fauna silvestre autóctona se
halle en peligro de extinción o en grave retroceso numérico, el
Poder Ejecutivo Nacional deberá adoptar medidas de emergencia a fin
de asegurar su repoblación y perpetuación”.
En Estados
Unidos, la normativa es aún más estricta y siempre ha sido
criticada. Pero, en tiempos de Donald Trump, los ataques están
cobrando más fuerza y han encendido las alarmas de muchos
ecologistas.
El argumento es
que la conservación requiere un gasto muy alto que no se compara con
los pocos beneficios de su preservación. El problema es vidrioso, ya
que es difícil asignarle un valor a una especie desde una
perspectiva económica.
Hay que
estudiarla desde muchos ángulos, como su valor cultural (belleza,
simbolismo), su diversidad genética y su “utilidad”
(polinizadores de cultivos, etcétera), por citar algunos.
Y, si decidimos
proteger una especie, debemos garantizar que su población crezca
para que deje de estar en peligro. Esa tarea a veces parece imposible
y sólo se consigue conservándolas en cautiverio.
El 99 por ciento
de las especies categorizadas como en peligro de extinción desde la
década de 1970 en Estados Unidos siguen en la misma situación a
pesar de los esfuerzos de conservación.
Emma Marris,
reconocida escritora sobre naturaleza, lo compara con un paciente en
estado terminal al que nunca se le desconecta el respirador
artificial. ¿Tiene sentido?
Salvar a cada una
de las especies suena a algo irreal, pero tampoco deberíamos
renunciar por completo a ello.
Buena parte de
nuestra supervivencia está atada a la biodiversidad de formas que
todavía no comprendemos, y quizá sólo nos demos cuenta cuando
estas especies ya se hayan ido para siempre.
Fuente:
¿Debemos proteger todas las especies en peligro?, 23/07/18, La Voz del Interior.
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