por
Sergio Federovisky
Pese
a que habían pasado apenas 25 años de Chernobyl, para la industria
nuclear habían transcurrido siglos: aquel accidente era parte del
ocaso y el atraso soviéticos. En el capitalismo triunfante no podría
ocurrir semejante aberración atómica. Un terremoto de escala 9 y su
posterior tsunami con olas de 38 metros hicieron del 11 de marzo de
2011 el día en que la potencia tecnológica más potente del planeta
más se pareció a un país del tercer mundo. Una serie de
explosiones, la triple fusión del núcleo de tres reactores y la
fuga de material radiactivo convirtieron al mayor complejo atómico
del mundo en la sede del segundo accidente más grave de la historia.
Fukushima, tan grave como Chernobyl.
El
Japón futurista nadaba en la desesperación y el caos mientras se
sucedía la catástrofe. Se contaron veinte mil muertos y un número
aún desconocido de afectados. Dos años y medio después del
desastre, un cable de Europa Press indicaba que "cada día
aparece una nueva víctima".
La
zona que otrora ocupaba el símbolo de la avanzada tecnológica quedó
para siempre cercada: 45.000 personas jamás podrán volver al
espacio delimitado a diez kilómetros alrededor de lo que era la
central atómica. La fuga radiactiva fue impensada. Una grieta en la
estructura llevó la contaminación al mar, que hasta entonces
refrigeraba los reactores. Los niveles de yodo en las aguas del mar
de Japón llegaron a ser siete millones y medio de veces más alta
que lo permitido. Todavía, los peces de Fukushima no se integran al
mercado japonés. Hasta en San Francisco, del otro lado del Pacífico,
se observaban cuatro años después valores de radiación elevados.
Pasada
la conmoción aparecieron las conclusiones: el violento terremoto no
alcanzaba para explicar la magnitud del desastre. La seguridad y la
prevención habían fallado. "Cuando los negocios pesan más que
el bien público, la seguridad escasea", dijo un experto que
analizó lo ocurrido en Fukushima.
Quien
había sido responsable de descontaminar Chernobyl tras la explosión
de 1986 acusó al organismo internacional de energía atómica de ser
"demasiado cercano" a los intereses de la industria
nuclear. Como Chernobyl 25 años antes, Fukushima despertó
nuevamente la resistencia contra la energía nuclear de parte de una
sociedad mundial que no entiende el costo-beneficio medido en cientos
de miles de muertes. Así, el desastre japonés obligó a desmantelar
el plan nuclear en Alemania y España, y guió en Italia el segundo
plebiscito que en tres décadas rechazó abrumadoramente el uso de la
energía atómica.
Fukushima
condujo a volver a pensar si semejantes costos justifican un modo de
hacer energía caro y riesgoso. Los fanáticos, con alta dosis de
cinismo, insisten en que hay pocos accidentes nucleares. El
Massachussets Institute of Technology -MIT-, insospechado de ser
antinuclear, estimó que estadísticamente la tendencia es a un
accidente grave cada veinte años.
La
incertidumbre es: ¿Vale la pena?
Fuente:
Centrales nucleares: ¿sinónimo de progreso o retroceso?, 26/05/17, Infobae.
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