martes, 18 de abril de 2017

Inundaciones y heridas que no cierran


por Héctor Zajac

La repetición de la imagen de una parte del país bajo el agua nos vuelve a interpelar: es un ritual conocido que suele durar hasta poco más allá de lo que tardan las aguas en bajar. En el ojo de la tormenta, un modelo productivo que produce algunos beneficios a cuenta de un desproporcionado empobrecimiento territorial a escala nacional. Pueblos enteros “tragados” por “flash-floods”, una arista novedosa de la tragedia. A la crecida lenta de las aguas se suman ahora inundaciones que no dan tiempo para evacuaciones, sembrando calamidades en sitios no preparados, por su extrema aridez, para diluvios que convierten el suelo no forestado en un tembladeral. Como en Comodoro o Lamadrid.

La actividad extractiva y la expansión sojera en regiones extrapampeanas se llevan puesto masas de bosque y monte natural, que como esponjas ralentizan la furia del agua, y absorben el aire cálido que hoy sub-tropicaliza al país. La pampeanización asociada, o exportación de un paquete técnico concebido para la región pampeana a ecosistemas frágiles del NOA y NEA, destruye el suelo, no es intensiva en el uso de mano de obra y precariza la poca que utiliza. Desplazados, protagonistas desesperados de años de urbanización informal en áreas bajas, diluyen la tenue brecha que en los países en desarrollo separa el riesgo del desastre.

En el interior, las tierras inundables son objeto de ocupación; al ser públicas y con grado de zonificación que prohíbe loteos, aseguran la permanencia que dan los conflictos legales con el Estado. Peor aún es un mercado legal que modificando -con la venia de autoridades- o violando zonificaciones vigentes, vende lotes baratos en áreas anegadizas. Una parte significativa del excedente se transforma en desarrollos “para pocos” que no satisfacen la necesidad estructural de vivienda creada por la pauta expulsiva del modelo, y devora humedales, la última línea de defensa contra el agua.

Lo extraordinario, o un fatalismo que suena a provocación en los oídos de los que sufren, suele ser la explicación de la política frente a los desastres cuando se gobierna. Pero en la oposición, se vuelve “experta” en ciencia y tecnología. Para asuntos socio -naturales, no hay soluciones en sentido positivista, hay prácticas de gestión del riesgo que resultan en mejoras cualitativas de la relaciones entre la sociedad y el ambiente. Las inundaciones llegaron para quedarse, la acción orientada a suprimirlas causa la frustración de lo quijotesco. Pensar en términos de aceptación y adaptación no es atraso si el objetivo es la minimización del impacto: alertas meteorológicos, instrucción de protocolos de acción frente al hecho, coordinación entre organismos y jurisdicciones pertinentes. El largo plazo obliga no sólo a obras, sino a repensar el rol de las regiones, en un proyecto de Nación con eje en su integración: lejos de “premiar” con el levantamiento de retenciones al extractivismo y al monocultivo, cerca de la ley de bosques y la planificación territorial.

La lluvia borra la maldad, y lava todas las heridas del alma”, dice Spinetta. Acaso lo primero sea tan real como la inmensa solidaridad, marca registrada, nuestra, que floreció allí donde arrasó el temporal. Las heridas de los que lo padecen, las de los últimos años, las de ahora, aún no cierran.

Héctor Zajac es geógrafo (UBA-UNY)

Fuentes:
Héctor Zajac, Inundaciones y heridas que no cierran, 17/04/17, Clarín.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Inundación en el barrio de Juanito" de Antonio Berni.

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