La
repetición de la imagen de una parte del país bajo el agua nos
vuelve a interpelar: es un ritual conocido que suele durar hasta poco
más allá de lo que tardan las aguas en bajar. En el ojo de la
tormenta, un modelo productivo que produce algunos beneficios a
cuenta de un desproporcionado empobrecimiento territorial a escala
nacional. Pueblos enteros “tragados” por “flash-floods”, una
arista novedosa de la tragedia. A la crecida lenta de las aguas se
suman ahora inundaciones que no dan tiempo para evacuaciones,
sembrando calamidades en sitios no preparados, por su extrema aridez,
para diluvios que convierten el suelo no forestado en un tembladeral.
Como en Comodoro o Lamadrid.
La
actividad extractiva y la expansión sojera en regiones
extrapampeanas se llevan puesto masas de bosque y monte natural, que
como esponjas ralentizan la furia del agua, y absorben el aire cálido
que hoy sub-tropicaliza al país. La pampeanización asociada, o
exportación de un paquete técnico concebido para la región
pampeana a ecosistemas frágiles del NOA y NEA, destruye el suelo, no
es intensiva en el uso de mano de obra y precariza la poca que
utiliza. Desplazados, protagonistas desesperados de años de
urbanización informal en áreas bajas, diluyen la tenue brecha que
en los países en desarrollo separa el riesgo del desastre.
En el
interior, las tierras inundables son objeto de ocupación; al ser
públicas y con grado de zonificación que prohíbe loteos, aseguran
la permanencia que dan los conflictos legales con el Estado. Peor aún
es un mercado legal que modificando -con la venia de autoridades- o
violando zonificaciones vigentes, vende lotes baratos en áreas
anegadizas. Una parte significativa del excedente se transforma en
desarrollos “para pocos” que no satisfacen la necesidad
estructural de vivienda creada por la pauta expulsiva del modelo, y
devora humedales, la última línea de defensa contra el agua.
Lo
extraordinario, o un fatalismo que suena a provocación en los oídos
de los que sufren, suele ser la explicación de la política frente a
los desastres cuando se gobierna. Pero en la oposición, se vuelve
“experta” en ciencia y tecnología. Para asuntos socio
-naturales, no hay soluciones en sentido positivista, hay prácticas
de gestión del riesgo que resultan en mejoras cualitativas de la
relaciones entre la sociedad y el ambiente. Las inundaciones llegaron
para quedarse, la acción orientada a suprimirlas causa la
frustración de lo quijotesco. Pensar en términos de aceptación y
adaptación no es atraso si el objetivo es la minimización del
impacto: alertas meteorológicos, instrucción de protocolos de
acción frente al hecho, coordinación entre organismos y
jurisdicciones pertinentes. El largo plazo obliga no sólo a obras,
sino a repensar el rol de las regiones, en un proyecto de Nación con
eje en su integración: lejos de “premiar” con el levantamiento
de retenciones al extractivismo y al monocultivo, cerca de la ley de
bosques y la planificación territorial.
“La
lluvia borra la maldad, y lava todas las heridas del alma”, dice
Spinetta. Acaso lo primero sea tan real como la inmensa solidaridad,
marca registrada, nuestra, que floreció allí donde arrasó el
temporal. Las heridas de los que lo padecen, las de los últimos
años, las de ahora, aún no cierran.
Héctor
Zajac es geógrafo (UBA-UNY)
Fuentes:
Héctor Zajac, Inundaciones y heridas que no cierran, 17/04/17, Clarín.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Inundación en el barrio de Juanito" de Antonio Berni.

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