Foto: Pablo Piovano |
Las poblaciones cercanas a los campos de cultivo argentinos tienen una tasa de tumores mayor que la media, según un estudio de la Universidad de Rosario. El uso del herbicida "probablemente cancerígeno" según la OMS, se ha disparado en el país: el comercio de agroquímicos creció un 49 % entre 2002 y 2008. Fabián Tomasi cargaba los aviones fumigadores y hoy sufre los efectos de los agrotóxicos: "Llegábamos a casa y la cara nos ardía. Estar vivo es un milagro".
por Alberto Ortiz
Una mirada
oscura, con medio rostro cubierto por una mascarilla, desafía a la
cámara. A su lado, un niño se tapa el frío con los brazos: trata
de ocultar una piel que ha sustituido el vello por manchas negras y
pequeñas verrugas. La mano de Alfredo Cedrán, con las uñas
disueltas, desvela las primeras consecuencias de la exposición a los
elementos químicos que desprende el glifosato, el herbicida más
utilizado en los campos de cultivo argentinos.
Son imágenes que
capturó Pablo Piovano, fotógrafo del diario argentino Página/12,
después de un viaje de unos 15.000 kilómetros por el norte rural
argentino. La serie se expuso el verano pasado en España y fue
galardonada como segunda finalista del premio Luis Valtueña de fotografía humanitaria.
En las provincias
de Chaco, Misiones y Entre Ríos, Piovano se encontró con lo él que
califica de "catástrofe sanitaria": casos de cáncer,
trastornos, malformaciones y abortos espontáneos. Cientos de
localidades de esas provincias, así como de Santa Fe o Córdoba,
tienen dos denominadores comunes: unas tasas de enfermedad
desorbitadas y la proximidad a las zonas de cultivo intensivo que se
extienden a lo largo de unos 30 millones de hectáreas por todo el
país.
Fabián Tomasi
sufre desde hace años una polineuropatía tóxica severa que ataca a
su sistema nervioso periférico. Sus brazos cuelgan sin fuerza de un
torso enclenque, desvencijado, privado de carne y nervio. Desde joven
se había dedicado al mantenimiento de aviones fumigadores en una
sucursal de la empresa agrícola Molina y Compañía S.L.R. en la
localidad de Basavilbaso, en Entre Ríos.
Cada día llenaba
los tanques de herbicida de las aeronaves que luego fumigaban los
campos de la zona desde el aire. "Cargábamos los aviones con
veneno. Abríamos los tanques de 20 litros y al sacar las tapas se te
pegaba todo el veneno en las manos. Comíamos debajo de las alas de
los aviones, donde el veneno goteaba. Llegábamos a casa y la cara
nos ardía. Si me pongo a pensar, estar vivo es un milagro",
relata a eldiario.es.
Los efectos
adversos del glifosato
En Argentina, el
uso del glifosato y de otros pesticidas no paró de crecer durante la
década pasada. Según un estudio realizado en 2014 por el Ministerio
de Salud argentino, el comercio de productos fitosanitarios -plaguicidas y fertilizantes- aumentó un 48,7 % entre 2002 y
2008. Ese año, se comercializaron un total de 225 millones de litros
de estos químicos, de los cuales cerca de un 75 % fueron herbicidas.
Las empresas
comercializadoras de este tipo de productos (Monsanto, Syngenta, Dow
AgroSciences, Bayer y Atanor) aseguran que sus estudios demuestran
que el glifosato no es perjudicial para la salud humana basándose en
lo que llaman " abrumadora evidencia científica". Sin
embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) introdujo el
pasado año ese principio activo dentro de las sustancias calificadas
como "probablemente cancerígenas". Meses más tarde, una
reunión conjunta de la OMS y la Organización de la Naciones Unidas
para la Alimentación (FAO) emitió un comunicado que decía que "no
es probable [que este herbicida] suponga un riesgo para la salud
humana mediante la dieta".
Esta decisión
llegó seis años después de que el fallecido investigador argentino
Andrés Carrasco publicara en la revista Chemical Research in
Toxicology un artículo en el que demostraba los efectos adversos del
glifosato en vertebrados. Por este estudio, Carrasco recibió
amenazas acompañadas del descrédito público del actual ministro de
Ciencia de Argentina, Lino Barañao.
En 2011,
WikiLeaks publicó un cable diplomático de la embajada
estadounidense en el país austral en el que se evidenciaba que el
científico había sido investigado por sus estudios sobre el
compuesto químico.
"Yo puedo
afirmar que hay evidencia científica que demuestra la relación
entre la exposición a la química y el daño a los organismos
biológicos en distintos grados y en distintas características. Lo
que no puedo decir es que solamente por esa química se producen
estos problemas de salud", sostiene Damián Verzeñassi,
director del Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad
Nacional de Rosario.
Verzeñassi
comenzó en 2010 una novedosa experiencia con los estudiantes del
último año de Medicina: cinco días de investigación de campo en
poblaciones rurales con menos de 10.000 habitantes. Durante ese
lapso, los alumnos toman muestras del estado de salud de los vecinos,
definen diferentes diagnósticos e introducen todos esos datos en un
sistema estadístico.
"Cuando
empezamos a ver los datos nos dimos cuenta de que el resultado de las
encuestas era muy similar en localidades de diferentes provincias,
alejadas entre sí, y muy diferentes del perfil de Argentina",
cuenta el médico. Mientras que en Argentina la principal causa de
muerte son los problemas cardiovasculares -los infartos-, en las
comunidades investigadas, la enfermedad más mortífera era el
cáncer. Además, se daban muchos trastornos endocrinos, como el
hipotiroidismo.
"En busca de
una respuesta que aclarase esta desviación del perfil nacional, los
investigadores comprendieron que 23 de las 26 comunidades estudiadas, -el 80 % de un universo de 87.382 personas-, se encontraban a
menos de 1.000 metros de campos de fumigación", relata.
Según los datos
publicados por los alumnos de Verzeñassi, si se suman los casos de
cáncer diagnosticados desde el 2000 hasta el 2015 en estas
localidades, la mitad ocurre en los últimos cinco años. "¿Esto
significa que pasó algo en el 2010? No, significa que 10 o 15 años
atrás tiene que haber pasado algo. Ese algo se evidencia diez años
más tarde, que es más o menos el tiempo que tarda un cáncer en
desarrollarse", explica el profesor.
Un cambio de
modelo productivo
El principal
cambio en el modelo productivo de la Argentina rural se dio en 1996,
cuando el Gobierno aprobó la utilización de cultivos transgénicos
capaces de sobrevivir a potentes agroquímicos, especialmente la soja
Roundup Ready (RR) -del inglés 'lista para el roundup', un
herbicida cuyo principal activo es el glifosato-. Todas las
localidades del interior del país fueron quedando rodeadas de campos
extensivos de soja, aunque también de maíz y trigo, con semillas
transgénicas.
Lo curioso, según
Verzeñassi, es que en los años 80 la OMS había calificado el
glifosato como elemento de riesgo 2A -"probablemente
cancerígeno"- y a principios de los 90 rebajó su
peligrosidad hasta un nivel 4 -"inocuo para la salud humana"-, poco antes de que la multinacional Monsanto lanzase la patente
de la soja RR y comercializase el roundup como el herbicida más
eficaz.
A partir de 1994,
la compañía radicada en Sant Louis comenzó a vender licencias a
las principales empresas de semillas del país, como Nidera o Don
Mario, para que pudieran distribuir su soja transgénica, tal y como
explica Marie-Monique Robin, la autora del documental El mundo según Monsanto, en su libro del mismo título.
Dos años
después, la soja RR se expandió por todo el territorio. Si en 1971
los cultivos leguminosos ocupaban 37.000 hectáreas, en 2007
representaban el 60 % del territorio cultivable del país con 16
millones de hectáreas. Actualmente, Argentina es el tercer
exportador mundial de soja, después de Estados Unidos y Brasil.
Unos diez años
después, se ven efectos en la salud en las zonas colindantes con las
área de cultivos en la que se desarralló el sistema de producción
a base de los productos del gigante de los agroquímicos. Según el
Instituto Nacional de Cáncer argentino, en 2012 hubo 217 casos de
cáncer por cada 100.000 habitantes. En los pueblos analizados por el
proyecto de Verzeñassi, ese número asciende a los 397,4, cerca de
un 48,7 % más, una ratio que se mantiene estable desde el comienzo
del estudio.
Un periodista
francés expuso todos estos datos a Patrick Moore, un lobista
defensor de Monsanto, durante una entrevista para un documental de
Canal +. Para Moore, quien en su pasado formó parte de Greenpeace,
el trabajo de Verzeñassi no existía en la medida en que no estaba
publicado en ningún artículo científico. Ante esta respuesta, el
periodista ofrece al defensor del glifosato beberse un vaso de ese
líquido, dada su supuesta inocuidad. "No soy estúpido",
contesta.
"¿Cuánto
cuesta nuestra salud?"
El Gobierno
argentino, quien todavía mantiene la clasificación del glifosato en
nivel 4 contradiciendo a la calificación más reciente de la OMS,
habla de "buenas prácticas". En la página de la Cámara
Argentina de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (Casafe) hay una
guía que muestra el equipamiento que deben llevar quienes trabajan
en la fumigación de los campos: un traje similar al que usan los
médicos que tratan el ébola. Para Verzeñassi, la contradicción es
clara: "Si el producto es inocuo, ¿por qué es necesaria tanta
protección?".
A Tomasi su
empresa nunca le proporcionó esa protección. Aun así, rechaza la
idea: "No hay manera de esparcir bien 300 millones de litros de
veneno". Los estudios de la Universidad de Rosario le dan la
razón: ni siquiera es necesario tener un contacto directo con el
material. Las partículas quedan en suspensión tras ser rociadas
desde el avión y el aire las transporta. De hecho, la fumigación
aérea está prohibida en la Unión Europea por una directiva de 2009
salvo en situaciones excepcionales que requieren solicitud y
aprobación expresas.
"¿Cuánto
crecimiento de PIB de un país justifica la leucemia de un niño? Que
me respondan eso. ¿Cuánto crecimiento justifica un niño nacido con
malformación, el desarrollo de cáncer, de hipotiroidismo en una
persona? ¿Cuánto cuesta nuestra salud? ¿Quién y cuándo decidió
que la vida se puede medir en términos económicos?". Las
preguntas de Verzeñassi se quedan en el aire, sin respuesta.
Antes de colgar
el teléfono, Tomasi llama a su madre para que lo ayude a acostarse.
"Sé que es discutible, pero yo te puedo asegurar que, en países
como el nuestro, siendo pobres se muere más fácil: esa es mi
experiencia", lamenta.
Fuente:
Alberto Ortiz, Los efectos del herbicida glifosato en Argentina: "¿Cuánto crecimiento del PIB justifica el cáncer?", 06/03/17, eldiario.es.
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