lunes, 20 de abril de 2015

Lucha contra la radiación en el corazón de la catástrofe


El material radioactivo tardará cuarenta años en ser retirado de la central nuclear siniestrada en 2011.

por Pablo M. Díez

Pertrechados con máscaras antigás y trajes especiales, una legión de fantasmas se mueve bajo la fina lluvia que cae de un cielo plomizo entre una jungla de grúas, andamios, tuberías, máquinas excavadoras y camiones. Cuatro años después del tsunami de Japón, que arrasó la costa nororiental y golpeó a la central nuclear de Fukushima, 7.000 operarios de la empresa eléctrica Tepco se siguen afanando cada día por controlar la planta, donde se fundieron tres de sus seis reactores por una serie de explosiones que provocaron importantes fugas radiactivas. Como heroicos kamikazes, luchan contra un enemigo que ni se ve ni se siente, pero que está ahí y amenaza su salud: la radiación.

El pasado martes, ABC logró entrar en la central de Fukushima 1, escenario del peor desastre atómico desde la catástrofe en la planta ucraniana de Chernóbil en 1986. Acompañando a un grupo de políticos locales, este corresponsal pudo presenciar sobre el terreno los trabajos para descontaminar y desmantelar la planta, que costarán 2,1 billones de yenes (16.388 millones de euros) y aún durarán unos 40 años.

Una pesadilla interminable, porque los núcleos de los reactores 1, 2 y 3 se fundieron debido al aumento de las temperaturas por el fallo de los sistemas de refrigeración, ya que una ola de 15 metros inundó la central y la dejó sin electricidad, dañando además sus tuberías. En los días posteriores al tsunami, la alta presión provocó varias explosiones de hidrógeno que agrietaron las vasijas de contención que recubren los reactores, reventaron los muros de los edificios y expusieron sus núcleos al aire libre, que dejaron escapar gran cantidad de yodo y cesio tóxicos a la atmósfera. Desde entonces, su combustible radiactivo permanece fundido en el fondo de dichas vasijas entre el amasijo de escombros que causaron las explosiones, que destruyeron buena parte de sus edificios.

En su interior, la radiactividad es tan alta que ningún ser humano puede entrar en ellos porque moriría en poco tiempo. "Frente a la radiación natural que existe en la atmósfera, que es de 0,02 microsieverts por hora, en el reactor 3 hemos llegado a detectar 550", explica el guía de la visita, Masahiko Katori. Con dichos niveles, se alcanzaría en solo dos horas el límite anual de radiación recomendado por las autoridades sanitarias internacionales, que es de 1.000 microsieverts, mientras que al cabo de una semana se rebasarían los 100.000 microsieverts a partir de los cuales aumentan las posibilidades de sufrir un cáncer.

Un desafío inédito
El reto al que se enfrenta Fukushima es inédito, ya que no existe aún la tecnología adecuada para retirar de forma segura el combustible radiactivo fundido. A la espera de que se invente "algo" en los próximos años, lo único que puede hacer la eléctrica que gestiona la planta es cubrir los edificios de los reactores. Protegiéndonos con mascarillas quirúrgicas, guantes y fundas en los zapatos, así se ve desde el autobús con el que recorremos la central, del que está prohibido bajarse por la alta radiación en el exterior.

Rodeados de grúas y andamios, los edificios de los reactores 1 y 3, cuyas cúpulas volaron por las explosiones, han sido sellados con planchas de acero y hormigón para confinar en su interior sus elevados niveles de radiactividad. En el número 2, que sigue conservando su pintura azul con manchas blancas, se ha instalado el panel de su fachada que salió despedido con otra explosión. Y la torre del 4, cuyas paredes quedaron en ruinas por otra explosión, está cubierta por una estructura tubular con la que se han retirado las barras de combustible radiactivo sumergidas en la piscina de su reactor. Al estar parado por una revisión técnica en el momento del tsunami, al igual que el 5 y el 6, ninguno de estos reactores llegó a fundirse. "Para que no se contaminara, construimos la cubierta fuera de la planta con 4.200 toneladas de material antiterremoto y luego la ensamblamos sobre el edificio del reactor 4. Utilizando robots manejados por control remoto, retiramos después los escombros y las barras de combustible radiactivo", desgrana Katori una operación tan compleja y arriesgada que empezó en noviembre de 2013 y terminó el pasado mes de diciembre.

Además de sellar los edificios de los reactores fundidos, los técnicos de la central deben enfriarlos con el fin de limitar la radiactividad que siguen liberando. Para ello, cada día se bombean en su interior 300 toneladas de agua subterránea, que mantiene la temperatura entre 16 y 30 grados. El problema es que esta agua se contamina y ha de ser almacenada en tanques para filtrarle después sus partículas tóxicas, como cesio, estroncio y otras 62 sustancias radiactivas. "A pesar de los sofisticados sistemas de desalinización y filtrado, todavía hay un componente radiactivo que no se puede eliminar, el tritio, lo que impide que sea vertida al mar", admite el guía de la visita.

En enormes depósitos con capacidad para 1.000 toneladas de agua, que se llenan en tres días, en la central se almacenan ya más de 350.000 metros cúbicos y Tepco tendrá que seguir instalando más tanques. Para evitar fugas de agua radiactiva como las detectadas en los dos últimos años, que empañaron aún más su maltrecha reputación, la compañía ha aumentado los controles en los depósitos.

"Con 1.500 tuberías, estamos intentando construir además una barrera de hielo subterránea para impedir que el agua radiactiva se filtre al subsuelo y acabe en el mar, pero de momento solo hemos podido formar planchas de diez metros cuadrados", reconoce Katori.

"La situación no va demasiado bien, porque necesitamos más personal y nos estamos quedando sin espacio para los depósitos", desvelaba recientemente a ABC el ingeniero Yoshiyuki Monma, responsable de los aparatos de refrigeración y filtrado del agua radiactiva. Durante los días posteriores al terremoto de magnitud 9 que desencadenó el tsunami el 11 de marzo de 2011, que le pilló revisando el reactor número 4, Monma fue uno de los "héroes de Fukushima" que permanecieron en la central tratando de controlar sus fugas radiactivas. A su juicio, "no se sabe realmente lo que ocurre, porque nadie ha podido entrar en los tres reactores fundidos por su alta radiactividad, por lo que solo podemos mantenerlos fríos".

El robot solo duró tres horas
Para conocer la situación, Tepco envió por primera vez el viernes de la semana pasada un robot dentro del reactor número 1. Controlado a distancia mediante cables y capaz de cambiar de forma para adaptarse al terreno, plagado de escombros, se suponía que dicho robot podía aguantar la altísima radiación durante diez horas, pero se quedó parado al cabo de tres. "A pesar de la avería, envió imágenes y lecturas de la temperatura y la radiactividad en la vasija de contención del reactor", indica el guía Katori.

A la espera de determinar las causas de su fallo, los ingenieros de Tepco suspendieron el envío de otro robot previsto para el pasado lunes. Pero, al menos, descubrieron un pasaje limpio de escombros por el que podrán mandar más adelante otros artefactos similares. Antes de dejar de funcionar, el robot había completado dos tercios de su misión y llegado a 14 de los 18 lugares que debía cubrir para detectar los escombros más radiactivos.

Con esta máquina, los ingenieros pretenden localizar el combustible de los núcleos fundidos para luego retirarlo a un lugar seguro mediante otros robots. Aunque el Gobierno japonés y Tepco pensaban que en 2020 podrían retirar dicho material nuclear, los niveles de radiación son tan altos que no se ven capaces de hacerlo hasta 2025, cuando dispongan de los medios adecuados para llevar a cabo tan peligrosa operación.

Pese a todos estos contratiempos, Katori destaca que en los dos últimos años ha habido avances significativos, como la descontaminación de numerosas áreas de la central donde ya no hace falta vestir un traje especial antirradiación. En el perímetro de 20 kilómetros evacuado alrededor de la planta, de donde tuvieron que huir a la carrera unos 80.000 vecinos, también se han reducido considerablemente los niveles de radiactividad en algunos lugares. Para no dar un rodeo a la costa, ha sido abierta una carretera que atraviesa esta "zona muerta" de pueblos fantasma y casas abandonadas, pero los conductores no pueden pararse salvo en los sitios donde las autoridades están permitiendo el regreso de sus residentes.

Lentamente, la vida está volviendo en ciertos barrios a este escenario apocalíptico de edificios en ruinas por el terremoto, calles desiertas y cortadas al tráfico por vallas vigiladas por guardianes y tiendas donde los artículos de sus estanterías, ajados por el tiempo, siguen acumulando polvo radiactivo.

Nuevas instalaciones
Además de construir un nuevo edificio de oficinas donde 200 personas controlan la planta, Tepco terminará próximamente las obras de un complejo donde podrán descansar unos 1.200 operarios sin tener que salir del recinto. Para los que trabajan en las zonas con mayor radiactividad, los turnos están limitados a cuatro horas con el fin de evitar una exposición excesiva.

Entre ellos figuran los que, protegidos además con chalecos de tungsteno sobre sus fantasmagóricos trajes blancos, pululaban a la sombra de los siniestros reactores bajo la fina lluvia que caía el martes de un cielo plomizo. Respirando trabajosamente detrás de sus máscaras, conectaban tuberías, armaban estructuras metálicas y transportaban bloques de cemento en grúas elevadoras ajenos a los cerezos que, como cada primavera, ya han florecido. Este año están más radiactivamente bellos que nunca en Fukushima, la catástrofe interminable.


Fuentes:
Pablo M. Díez, ABC entra en Fukushima: Lucha contra la radiación en el corazón de la catástrofe, 20/04/15, ABC España. Consultado 20/04/15.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Nuclear Disaster in Japan", del artista Wim Carrette.

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