viernes, 12 de septiembre de 2014

Una mujer

Sofía Gatica


Desde el año 2002 sostiene una batalla contra los agrotóxicos. Hoy es emblema del No a Monsanto. Retrato de otra madre que se convirtió en símbolo político y social.

Incómoda y resistente a cualquier etiqueta, Sofía Gatica es hoy un símbolo. ¿De qué? Los cordobeses me resuelven la incógnita cuando subimos al colectivo, la saludan y murmuran: “Es la señora Monsanto”. Sofía sonríe ante esa síntesis, pero acepta la ironía de que la reconozcan por haberse casado con la batalla que lleva el apellido de una multinacional, forzada por una inmensidad política, social y económica que ella nunca simplifica. “Luchamos por la vida”, dice y en esa síntesis reside, justamente, lo inmenso.

El colectivo nos lleva desde la salita sanitaria donde trabaja -de 8 a 12- hasta la terminal, donde tomamos otro micro hacia el acampe que la asamblea de Malvinas Argentinas sostiene frente a la planta que Monsanto pretendió construir sin autorización, consulta ni trámite. Si se sincronizan los planetas y los micros, el trayecto insume hora y media. Sofía hace ese mismo recorrido cotidianamente. A veces regresa a su casa familiar, distante a dos horas y otras, al departamento de su hija, en el centro de Córdoba. Allí estamos ahora: dos ambientes a los que se llega luego de tres pisos por escalera.

Cajoncitos blancos
Nació en San Luis y creció en una familia con 12 hijos que cultivaba viñedos, hasta que los expulsó un desvío arbitrario del caudal de agua que favoreció a los terratenientes de la zona y los dejó secos. Así llegaron a Córdoba donde la falta de trabajo los obligó a dividir: “No alcanzaba para darles de comer a todos, así que mi mamá metió a 3 en un colegio de monjas, mandó a uno a la Marina, le dio otro a mi abuela y nos quedamos con ella los 6 más chicos”. Estudió en un colegio católico y privado hasta tercer año. “Repetí y mi mamá la cortó en seco. Me pasó a un público, donde conocí a mi marido. Cuando terminé la secundaria nos casamos y nos fuimos a vivir al barrio Ituzaingó Anexo. Cuatro hijos tuve. Ahora tengo tres”.

Nandy llamó a la bebé nacida el 11 de abril de 1997. Murió a los 3 meses, por una malformación en el riñón. “Nunca dije que mi hija murió por culpa de los agroquímicos sencillamente porque no lo sé: nadie le hizo un análisis y en aquel momento no lo relacioné. Recién empecé a darme cuenta de que algo pasaba cuando, a los pocos meses, tuve que correr al hospital con mi hijo mayor en brazos porque se le paralizaban las piernas. Y cuando llegué al hospital me encontré con todos los vecinos”.

Es entonces cuando Sofía resume toda su lucha en una imagen: “Cuando se te muere un bebé te dan un cajoncito blanco.

No lo lleva un auto: te lo dan en la mano y cargás vos con tu hijo muerto. Salís abrazada al cajoncito blanco, lo llevás así hasta el cementerio y lo dejás ahí: te lo arrancan de los brazos. Cuando volví del hospital empecé a hablar con las vecinas. A Susana le había pasado lo mismo, a Verónica también, y a la de al lado y a la de al lado. En la misma cuadra éramos seis madres que habíamos cargado el cajoncito blanco”.

Así parieron a las Madres de Ituzaingó.

Las pruebas
La palabra mágica fue “juntémonos”. La primera reunión se hizo en casa de Sofía. El marido de una vecina -único varón que asistió- dibujó un mapa donde ubicó los datos que cada una iba aportando. En total, sumaron 200 enfermos. Y la mayoría estaban ubicados al lado de la extensión fumigada con agroquímicos. Ahí les cayó la ficha. “Cuando vimos el mapa nos quedó clarito”.


Sofía se presentó ante las autoridades del Ministerio de Salud provincial con las pruebas recogidas caseramente: “Investiguen por qué nos estamos muriendo”. No hubo respuesta. Recién cuando se presentó ante la prensa, el ministro de Salud de entonces, Roberto Chuit, les concedió una entrevista y aceptó financiar estudios. Sofía sospechaba del agua y le pidió que empezara por ahí. La cantidad máxima de arsénico que se encontró en el sedimento del agua del barrio Ituzaingó Anexo fue de 44 partes por millón. En Argentina se permite 0.05 partes por millón, aunque la Organización Mundial de Salud recomienda solo el 00.1. La persistencia de las Madres obligó, también, a que el gobierno provincial realizara en marzo de 2006 un análisis para determinar el grado de toxicidad en sangre de 30 niños: “La totalidad de las muestras tenía pesticidas. De los 30, había 23 con niveles más altos de lo permitido”, cuenta Sofía. Entre ellos, sus tres hijos.

Los datos oficiales surgidos de estos análisis tienen también su historia. “Cuando vio la noticia en el diario, la Presidenta sacó un decreto para el barrio Ituzaingó y mandó a la ministra (Graciela) Ocaña. Se reunió con los vecinos y nos contó que la Presidenta había mandado un millón de pesos para investigar por qué nos moríamos. Un millón de pesos era mucha plata. La agarró la Municipalidad de Córdoba y con eso dicen que financiaron los análisis de los 30 chicos. Pero los mismos médicos del dispensario del barrio hicieron los informes, que aseguran que el 33 % del barrio muere por tumores, cuando la media nacional es del 16 %. Por la misma fecha en la que se difunde este informe del barrio Ituzaingó Anexo, el Conicet forma una comisión que asegura, más o menos, que el glifosato es agua bendita”.

Vecinos vs científicos
Evaluación de la información científica vinculada al glifosato en su incidencia sobre la salud y el ambiente” es el título del informe firmado por el Consejo Científico Interdisciplinario del Conicet. Seis capítulos y 130 carillas. Lo central: relativiza los posibles efectos cancerígenos del glifosato. Lo importante: recorta la problemática y equipara estudios de Monsanto con trabajos de científicos independientes. Un ejemplo: cita 32 veces un estudio financiado por la multinacional. Estamos en septiembre de 2009 y esto significa que esta batalla que ya cumplía ocho años y que parecía ganada, estaba, una vez más, perdida. “Nosotros sabíamos que teníamos razón porque lo vivíamos. No teníamos que investigar nada: lo veíamos. Cortábamos la ruta para que provean a los hospitales de medicamentos oncológicos porque la demanda era tan grande que nada alcanzaba. Teníamos que organizar la ida al hospital en camiones. Una cosa de locos. Yo vi morir a Ezequiel, un chico de 26 años. Tenía 23 tumores, tres en la cabeza. Y después a su hermana: 3 tumores. Y ahora está enferma la mamá, doña Yola: 3 tumores. Y así en todo el barrio. Una cosa es contarlo y otra vivirlo. Cuando ves que pasan las mujeres con pañuelos en la cabeza, cuando vas a la parada del colectivo y están los chicos con barbijo, cuando te acostumbrás a ver los enfermos, y nos acostumbramos todos a vernos así... Hasta que hacés click: ahí reaccionás y se rompe todo”.

¿Qué se rompe?

Fumigar es delito
En agosto de 2012 la Cámara del Crimen N° 1 de Córdoba, tras dos meses de juicio oral, condenó a tres años de prisión a un productor agropecuario y a un aerofumigador por el delito de contaminar y afectar la salud de la población del barrio Ituzaingó Anexo. “El juicio es histórico. Ahora fumigar es delito, antes no. Vos podías fumigar tranquilamente, cerca de una escuela, cerca de los ríos, y nadie te podía decir nada. Ahora podés denunciarlo directamente en tribunales con el fiscal de turno. Y el que fumiga puede ir preso, porque ya está este precedente. Claro que fue un triunfo nuestro, pero no nos sirve. Muchos ya tenemos nuestros hijos enfermos, muchos nos tuvimos que ir del barrio para que no se enfermaran más, muchos ya murieron. ¿Y qué hizo el gobierno mientras tanto? Mandar subsidios: el barrio está todo subsidiado. Los que tienen leucemia, malformaciones, cáncer están subsidiados. Está bien, es una ayuda, peor es nada; pero si ellos hubieran prevenido y no hubieran hecho todos estos negociados a escondidas de la salud de la gente, no tendríamos que hablar de subsidios, ni hacer juicios”.

La batalla judicial tiene, en el próximo mes, un nuevo capítulo: el juicio oral a los seis ingenieros agrónomos responsables del cóctel de agroquímicos que utilizaron los condenados en 2012. Sofía dice que luego habrá que librar el tercer round: el que lleve al banquillo a funcionarios y empresarios.

Perder y ganar
En el viaje en colectivo Sofía me cuenta que la idea se le ocurrió el mismo día que escuchó a la Presidenta anunciar la instalación de Monsanto en Malvinas Argentinas. El anuncio coincidió con la sentencia que criminalizó las fumigaciones así que imagínense el contexto: estaban festejando una batalla y, al instante, estaban pensando en la siguiente. La idea de Sofía era ocupar el predio, pero me cuenta que fue el doctor Andrés Carrasco quien la disuadió: “Si entrás, salís presa”, le dijo. “Entonces bloqueamos”, le respondió ella. “Eso puede funcionar, pero si se sostiene. Y va a ser bravo”, le advirtió Carrasco.

Lo fue. Lo es. Pero el bloqueo se mantiene con un acampe que ya soportó varias represiones y que en unos días festeja su primer año. “Me hicieron cagar varias veces”, sintetiza Sofía con prosa cordobesa para describir los golpes que recibió en esa gesta. Le pregunto cómo soportó los palos, cómo se animó a acostarse delante de semejante fila de camiones para cortarles el paso, cómo esta pequeña mujer se atrevió una y otra vez a exponer el cuerpo a los golpes, las críticas, las acusaciones, las amenazas.

Sofía contesta después de pensarlo un rato. “¿Sabés qué? La verdad es que no sé. A veces me preocupa haber perdido el miedo. Se me hace que lo perdí ahí, en el predio, porque había que dormir en la carpa, ir a la letrina a la madrugada en la oscuridad total… Al principio, sabés, cuando nos reuníamos con funcionarios, lloraba. Les rogaba: ayúdennos, nos estamos muriendo. Ahora pienso que los golpes me hicieron madurar, me hicieron más fuerte. Esto nació de una pérdida y nadie te prepara para eso. Nos pasó como a las Madres de Plaza de Mayo. Ellas no sabían quiénes y nosotras no sabíamos qué cosa se llevaba a nuestros hijos. Y buscamos lo mismo: que no haya impunidad, que las multinacionales no produzcan genocidios, que dejen a nuestros hijos crecer tranquilos. Lo que aprendí es que estamos peleando contra una injusticia. Y en el camino perdí el miedo y gané la convicción de que vamos a ganar. No sé a qué precio, pero pero vamos a ganar. De eso estoy segura”.


Fuente:
MU El periódico de lavaca, agosto 2014, año 8, número 79

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