por Norma Giarracca
El concepto de Estado-nación supone en las ciencias
políticas convencionales que existe una sola Nación o Pueblo (en las
tradiciones indígenas), en un territorio y una forma de gobierno o unidad
política que garantiza la “paz interior” y “defensa” así como derechos y
deberes de los ciudadanos. La idea de “monopolio de la fuerza pública”
garantizaría tanto “la paz interior” como la “defensa de la amenaza externa”.
La creación del Estado-nación moderno de nuestro país estuvo
atravesada justamente por ese uso represivo de ese supuesto monopolio de la
fuerza pública que fueron las fuerzas armadas (junto a las fuerzas policiales).
El acto fundacional fue un genocidio de Pueblos o Naciones preexistentes que de
ningún modo podían integrarse como tales en el Estado fundante; había que
exterminarlos, esclavizarlos y subordinar, “racializar” a los que quedaran
vivos. Muchas veces hemos sostenido que esa alborada nacional constituye un
acto ominoso que como un trauma colectivo insiste en aparecer más allá de
nuestros deseos e intenciones democratizadores.
Después del último genocidio (1976-1983) prometimos con un
mayoritario, colectivo y sentido “Nunca más” permitir que cualquier fuerza del
orden se volcara a la represión y asesinato de los pobladores de este
territorio, de esta “comunidad imaginada” que denominamos Argentina. Pero una y
otra vez esa promesa se escapa de las manos, a veces sola por propia dinámica
institucional pero -y esto es lo alarmante- otras, por decisiones políticas de
quienes gobiernan. Dos situaciones deben ser revisadas si no deseamos
desbarrancarnos una vez más en el trauma de nuestra historia: la ley
antiterrorista de la que mucho se ha discutido (de las muchas reflexiones véase
la entrevista al ministro de la Corte Suprema doctor Zaffaroni de Página/12,
27/11/11) y la creación de cuerpos especiales de las policías nacionales y
provinciales para enfrentar a los ciudadanos en protestas. Algunos de estos
cuerpos especiales fueron mencionados varias veces con preocupación en los
informes anuales de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
También alertamos sobre ellos quienes seguimos las protestas en el interior del
país y muchos abogados, así como organismos de derechos humanos. Son grupos con
entrenamientos especiales para reprimir las protestas internas, con vestimentas
escalofriantes y armas de mucha potencia dañina; a esta altura ya son visibles
en todos lados, desde la represión en el Hospital Borda en la Ciudad de Buenos Aires
hasta la última del sábado 11 de mayo en Famatina, provincia de La Rioja.
En esta última provincia nos volvió a tomar de sorpresa;
hasta ahora los que amenazaban a las poblaciones que resisten la entrada de la
minería devastadora y contaminadora fueron los cuerpos provinciales y hasta
locales. Eso garantizaba el conocimiento entre las poblaciones de uno y otro
lado así como el límite lógico que debe existir entre seres humanos que
conviven en un territorio sin ataques de agresión enfermiza. En una ocasión el
policía a cargo de la operación contra el corte minero se encontró con su
propia progenitora y su sobrina del otro lado; esa madre, por supuesto, lo
enfrentó y neutralizó cualquier peligro porque en esas protestas no sólo hay
mujeres mayores sino niños en tanto se trata de “puebladas” (hasta con su cura
párroco e intendente). Pero ahora aparecieron los disfrazados de
“contrainsurgencia” con escudos defensivos, en un número ridículo para una
población como Famatina de 7000 habitantes e hicieron daño, lastimaron los
cuerpos, que es el primer paso para cebarse y terminar en lo que aún, es
evidente, no podemos superar y que insiste, como trauma, en recordarnos un
pasado que nos avergüenza. Cuando la violencia policial no se controla no vamos
por buen camino y en estos tiempos cualquier protesta social que comparta el
clima de época, sabe que su límite de acción es el respeto a los cuerpos
enfrentados (como indica la tradición gandhiana).
La responsabilidad del accionar de estos cuerpos especiales
policiales, aunque sean provinciales, recae en la Nación , desde sus más altas
autoridades; tanto las ocurridas en la
CABA como en La
Rioja. El fomento de estas situaciones con políticas públicas
daría por tierra todo lo que podamos haber avanzado en el juzgamiento del
genocidio de los años de la última dictadura militar. Podría constituir un
aceleramiento del motor de la tenebrosa calesita de nuestra trágica historia.
Norma Giarracca es socióloga del Instituto Gino Germani
Fuente:
Norma Giarracca, La represión que alarma, 25/05/13, Página/12. Consultado 25/05/13.
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