domingo, 21 de marzo de 2010

El desastre de San Carlos Minas


A cualquier persona que pase por San Carlos Minas y cruce el puente sobre el arroyo Noguinet le puede resultar muy difícil imaginarse lo que ocurrió en ese lugar.

Esa pequeña corriente, que en algunas épocas suele quedar reducida a un hilo de agua, en la madrugada del 6 de enero de 1992 creció hasta transformarse en una muralla de 300 metros de frente y ocho metros de altura, que arrasó con buena parte del pueblo y se llevó con ella 35 vidas.

Fue la hora en que los chicos del pueblo comenzaban a despertarse para ver los regalos que les habían dejado los Reyes Magos. Pero esa madrugada había llovido como nunca en el siglo. Estudios posteriores del Gobierno de la Provincia de Córdoba determinaron que una crecida así tiene un tiempo de recurrencia de cinco mil años.

La crecida comenzó a avanzar por el cauce del arroyo arrasando árboles y arrastrando piedras y barro. Cuando llegó a la curva que hacía alrededor del pueblo, la masa de agua chocó el viejo puente, encajonado con troncos y piedras, y se lanzó sobre lo que era su viejo cauce. En esa zona San Carlos Minas había levantado buena parte de sus construcciones en las décadas anteriores.

El aluvión destruyó el puente y arrasó 100 casas. A algunas las arrancó con sus cimientos completos. Otras 72 viviendas resultaron dañadas. Junto con el agua, un mar de lodo se lanzó hacia el centro del pueblo, levantando el pavimento alrededor de la plaza. La Municipalidad, la Policía y la iglesia fueron ocupadas por un metro de barro.

Un barrio estatal, construido sobre terrenos inundables, fue uno de los más castigados. El desastre se produjo en menos de dos horas.

Algunos cuerpos fueron arrastrados hasta el dique Pichanas y otros no aparecieron jamás. Al intendente del pueblo, Alberto Carreras, la creciente le arrebató de las manos a su pequeña hija, quien fue una de las víctimas.

El pueblo quedó sin luz, sin agua potable y sin teléfono, mientras el resto de la provincia todavía no tenía noticias de la tragedia.

La ayuda se demoró en llegar y durante meses el pueblo siguió mostrando las postales del desastre. Se aguzaron algunas internas políticas y hubo denuncias de corrupción que retrasaron más la reconstrucción. La mayor obra que realizó el Gobierno para brindar seguridad a los habitantes fue la construcción de un canal enorme y costoso excavado en la roca con capacidad de evacuar crecientes gigantescas como la ocurrida en 1992.

Cuando aquella madrugada del 6 de enero de 1992 un alud asoló a San Carlos Minas, un joven sacerdote de 32 años, Raúl Martínez, fue el primero en comenzar a organizar al pueblo, recuerda: “La noche anterior habíamos estado tomando una cerveza en la plaza del pueblo con gente del municipio. Después de la medianoche nos corrió la lluvia y nos fuimos a dormir. En la mañana me desperté temprano y salí con un amigo en una renoleta a ver cómo venía el río. No estaba crecido pero el arroyo Noguinet, sí. Después, en otra recorrida en una camioneta de la Policía, cuando volvemos a cruzar el arroyo el chofer alcanza a ver que se viene el agua y pega un volantazo. Yo pensé que nos dábamos vuelta. Rápidamente volvimos a entrar al pueblo. Fui a la iglesia y me prendí de las campanas, las toqué hasta cansarme. Era un lunes, en época de vacaciones, Día de Reyes, y mucha gente seguía durmiendo...

Que ese día a esa hora sonaran las campanas era muy inusual y gracias a Dios eso llamó la atención de mucha gente que se levantó, miró por la ventana y vio la llegada del agua. Eso les permitió a varias familias subirse a los techos. Cuando suelto las campanas, salgo de la iglesia y ya el agua me llegaba casi a la cintura, corría muy fuerte, era un torrente. Unas 20 ó 30 personas se habían juntado en el templo y como los bancos comenzaron a flotar, trabajamos para cerrar las puertas. Igual ya había un metro y medio de agua barrosa. Atamos los bancos a la pila bautismal, que estaba fija y no se movía y en ese momento vimos pasar una heladera flotando por la calle de la plaza. Después el confesionario, que venía flotando, me aprisionó contra una puerta y me estaba comenzando a asfixiar cuando un amigo, Lito, me salvó. Después comenzó a llegar más gente que venía de los diferentes puntos del pueblo y ahí comenzó el shock, cuando empezaron a enterarse de las personas que faltaban. Con un grupo empezamos a limpiar el templo porque vimos que iba a ser el único lugar disponible para trabajar, para servir de depósito y como centro de salud. La Policía y la Municipalidad estaban tapadas de barro. Empecé a caminar, encontré a un señor con sus hijos subidos en la cabina de un camión con acoplado que estaba cargado y que pese a eso el agua arrastró una cuadra y media y le dobló el guinche como si fuera de goma. Les dije que se quedaran dentro, que era lo más seguro. Volví a mi pieza y cuando paso por la cocina noto que falta algo. Recién ahí me doy cuenta de que la heladera que habíamos visto pasar flotando por la calle era la de la parroquia. Un fotógrafo me dio dos rollos para la cámara, salí y empecé a sacar fotos de lo que veía, por los lugares donde el agua permitía moverse”. Al día siguiente Martínez tuvo una tarea penosa: organizar las brigadas que se dividieron para buscar a las personas que faltaban: “Encontramos 17 cuerpos”.

Fuente:
La Voz del Interior, 07/01/2077, "La mayor tragedia natural en la historia de Córdoba".
La Voz del Interior, 07/01/2007, "El sacerdote que despertó el pueblo a campanazos"por Sergio Carreras.

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