por Miguel Bonasso
"No vamos a tirar un solo árbol. Los árboles son
sagrados, no se tocan. Por lo menos acá en El Calafate, sobre mi cadáver",
dijo sin ruborizarse la
Presidenta Cristina Fernández en uno de sus duelos verbales
con su adversario-socio Mauricio Macri.
¿Pero qué importa la realidad en el reino del revés?. Las
palabras están definitivamente divorciadas de los hechos. Un ejemplo entre
cientos: Julio De Vido declaró enfáticamente que este verano no se repetirían
los clásicos apagones de todos los años. Lo releí ayer, a la luz de las velas,
en uno de los proverbiales apagones que nos obsequia Edesur para que
reconstruyamos el ambiente tórrido y tenebroso en que trabajaban los padres de la Patria. Un homenaje más
al Bicentenario.
Las mentiras del poder podrían causar gracia, si no fuera
porque acarrean desgracia. En el caso de los bosques nativos, hay que enfatizar
-como lo hice hace poco en una columna de opinión reproducida en este facebook-
que el desmonte de las forestas no sólo elimina para siempre árboles autóctonos
y añosos; afecta decisivamente la biodiversidad y favorece a señores feudales
del Norte argentino que no vacilan en asesinar a campesinos para expulsarlos de
sus tierras y sus bosques. (Ver especialmente los casos de Salta, Santiago del
Estero, Chaco, Formosa y Misiones).
La contracara presupuestaria de la canción de gesta
presidencial es elocuente: la Ley
26.331 de Presupuestos Mínimos para la Protección de los Bosques Nativos ha sido
sistemáticamente violada por el Poder Ejecutivo en los diversos presupuestos
desde que fue sancionada, en 2007.
Pero la ley no sólo ha sido violada por el Ejecutivo,
también ha sido malversada con la impudicia que caracteriza a esta gente en
materia de fondos públicos. En 2010, el entonces Jefe de Gabinete Aníbal
Fernández le sacó al presupuesto de bosques nativos 144 millones de pesos para
pasárselos al más vistoso Fútbol para Todos.
El desprecio presidencial por los árboles quedó demostrado
desde la misma sanción hace seis años: la norma tardó 14 meses en ser
reglamentada por el Poder Ejecutivo. La Presidenta recién la reglamentó horas después del
trágico alud de Tartagal, causado precisamente por la deforestación. Nuestro
país, ya lo dijimos hasta el cansancio, se encuentra en emergencia forestal. En
los últimos setenta años perdimos el 70 por ciento de nuestras selvas
originales.
¿Cuántos árboles más perderemos al calor de los intereses de
Monsanto, cuidadosamente mimados por el proyecto "nacional y
popular"? ¿Qué restará de nuestras selvas originarias si seguimos
deforestando a razón de 200 mil hectáreas por año? ¿Qué destino tendrán las comunidades
campesinas y las especies en extinción si la frontera agropecuaria sigue
expandiéndose hacia el Norte?
Para qué
pensar de verdad una respuesta si basta con twitear una frase de opereta desde
El Calafate. Si escribiera en estos días, el dramaturgo republicano español
Alejandro Casona debería reformar el título de su obra más famosa, porque ya
hace mucho tiempo que los árboles no mueren de pie.
Fuente:
Los árboles ya no mueren de pie, 18/02/13, El Mal. Consultado 18/02/13.
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