por Daniel Gatti
Las explicaciones dadas por la Agencia Europea de
Seguridad Alimentaria (EFSA) para declarar “insuficiente” el estudio de los
biólogos franceses que denuncia la alta toxicidad del maíz transgénico NK 603
de Monsanto hablan más de la controvertida integración de ese tipo de
organismos que de la propia investigación.
El fin de semana pasado se conoció el “fallo” de la EFSA sobre el estudio de los
científicos de la universidad de Caen dirigidos por el biólogo molecular Gilles
Eric Seralini: un previsible “aquí no pasó nada”.
Los argumentos de la
EFSA son básicamente los mismos que ya habían adelantado
otros científicos, algunos de ellos integrantes de los equipos que hicieron las
evaluaciones financiadas por la propia Monsanto y que concluyeron, como también
era previsible, que entre maíz transgénico y maíz “convencional” no hay
diferencias mayores y que por tanto el NK 603 es inocuo para los humanos.
Esos argumentos son esencialmente dos: que las ratas
escogidas por los universitarios del laboratorio de Caen eran de una especie
propensa a contraer tumores, y que su cantidad era menor a la estipulada por
los protocolos científicos vigentes en los países de la OCDE para este tipo de
evaluaciones.
Seralini respondió como ya lo había hecho a sus colegas
detractores: que tomó la misma especie de ratas y la misma cantidad de
especímenes que las utilizadas por quienes hicieron las evaluaciones anteriores
favorables a la transnacional.
El biólogo reconoce que la cantidad de cobayos era bastante
menor que la fijada por el “protocolo OCDE” (armó grupos de 20, en vez de los
50 que exige el organismo de países industrializados), pero dice que ese
protocolo es aplicable a estudios de cancerogénesis y no de toxicología, como
fue el suyo.
Observa además que de haber pensado que iba a descubrir la
hecatombe que descubrió, es decir la aparición de malformaciones cancerígenas
en las ratas alimentadas con el NK 603 (él esperaba que hubiera alteraciones en
riñones e hígado, pero no tumores del tamaño de una pelota de ping pong como
los que constató) hubiera variado algunos de los parámetros de la experiencia,
pero que se limitó a lo aplicable a los estudios de toxicología, como lo habían
hecho anteriormente sus colegas detractores cuyos análisis fueron refrendados
por la EFSA.
El semanario francés Le Nouvel Observateur, la publicación
de gran tiraje que reveló el estudio del equipo de Caen, se pregunta en su
última edición por qué diantres la
EFSA objeta a Seralini lo que no le objetó a los estudios
anteriores que ella misma validó, y por qué no tomó en cuenta el hecho que la
investigación de Seralini presentaba una característica que no tenían sus
predecesoras: que era la primera realizada a lo largo de toda la vida de los
animales analizados (dos años) y no durante apenas tres meses, la duración
promedio de los estudios favorables a Monsanto.
La revista se pregunta también por qué la EFSA , que ni siquiera aceptó
recibir a Seralini, no encarga estudios de largo plazo con la cantidad de ratas
que le parezca adecuada.
Demasiados “misterios” en ese comportamiento, que pueden
encontrar respuestas si se tiene en cuenta la composición del equipo de la EFSA que evaluó la
experiencia de Caen, sugiere la publicación.
Tan grosera había sido la postura de Geslain-Laneelle que
finalmente la propia EFSA decidió cambiar la integración del panel.
Pero Le Nouvel Observateur reveló el 5 de octubre que “uno
de los dos científicos (“peer reviewers”) consultados por la agencia para
redactar el informe que asesinó a Seralini” fue un británico, Andrew Chesson,
que había participado en la elaboración del borrador del documento que llevó a la EFSA a autorizar la
comercialización en Europa del NK 603.
Otra publicación parisina, el semanario satírico y de
investigación Le Canard Enchainé, puso a su vez al descubierto que los
científicos más críticos con el trabajo de la universidad de Caen tienen
“intereses cruzados” (vínculos con empresas, por ejemplo) en este asunto.
“Hay demasiadas dudas” sobre la independencia de un
organismo “encargado de velar por la salud de 300 millones de europeos”, del
cual “se esperarían procedimientos por encima de toda sospecha, señala Le
Nouvel Observateur.
Lo mismo opinan unas 130 ONG francesas de todo tipo que el
pasado fin de semana emitieron una declaración común en la que piden la
suspensión provisoria de las autorizaciones otorgadas por la UE al maíz NK 603 y al
herbicida Roundup.
Las asociaciones, entre ellas Amigos de la Tierra , exigen además la
divulgación de los “datos brutos” de los
estudios de evaluación que llevaron a los organismos de la Unión Europea a
autorizar la comercialización de los OGM (no sólo la variedad NK 603, sino
también otras semillas OGM de ese cereal y de soja) y agrotóxicos como el
Roundup.
Mientras tanto, Seralini y los suyos esperan con confianza
ser evaluados por la ANSES ,
la autoridad de seguridad alimentaria francesa cuya independencia no ponen en
duda. Las conclusiones de ese organismo serían divulgadas el 20 de octubre.
Si te interesó esta entrada tal vez te interese:
Monsanto, sus OGM y la investigación de los biólogos franceses. Una bomba de fragmentaciónFuente:
Daniel Gatti, El caso del maíz NK 603 y la investigación francesa, El doble rasero de una cuestionada agencia de contralor, 12/10/12, Rel-UITA.
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