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Interna por la catástrofe. Desde 1946 hasta 1955, todas las disputas por el futuro de San Juan se dieron dentro del PJ |
Un investigador alemán, que vivió en Argentina y está
radicado en Estados Unidos, al estudiar la reconstrucción de San Juan tras el
terremoto de 1944, sostiene, en contra de la interpretación histórica
dominante, que el peronismo se formó en el interior del país y que la política
obrera, como rasgo definitorio de su identidad, es el resultado de su fracaso
en el caso sanjuanino.
por Rogelio Demarchi
El 15 de enero de 1944, cerca de las 9 de la noche, un
terremoto que marcó 7.4 grados en la escala de Richter derrumbó la ciudad de
San Juan casi por completo. Casas particulares, hospitales, escuelas, oficinas
públicas, la Catedral
y casi todas las iglesias, etcétera. Más de 100 mil personas perdieron sus
viviendas; hubo unos 10 mil muertos; más de mil niños quedaron huérfanos; se
cortaron las comunicaciones y la ciudad quedó a oscuras; en las plazas se
improvisaron hospitales de campaña, iluminados por algunos autos, y por
voluntad y bajo la “administración” de los sobrevivientes, quienes tendían a
concentrarse y a trasladar a los heridos hacia los espacios abiertos por miedo
a las réplicas, que se hicieron sentir durante toda la noche y a lo largo de las
siguientes semanas.
Ningún estamento de gobierno (municipal, provincial, nacional) tenía un protocolo que indicara cómo actuar ante semejante catástrofe. El Gobierno nacional organizó una visita del presidente Pedro Ramírez para un par de días después y se unió al plan de la iglesia de realizar misas en todo el país, donde se exhortaría a la sociedad a arrepentirse del pecado de haber apoyado al liberalismo y a reconocer la necesidad de volver al catolicismo y al proyecto nacional. Al día siguiente de la visita de Ramírez, se ordenó la evacuación por miedo a los disturbios y a las enfermedades: salían por día cinco trenes de 20 vagones cada uno; el pasaje era gratis.
Ningún estamento de gobierno (municipal, provincial, nacional) tenía un protocolo que indicara cómo actuar ante semejante catástrofe. El Gobierno nacional organizó una visita del presidente Pedro Ramírez para un par de días después y se unió al plan de la iglesia de realizar misas en todo el país, donde se exhortaría a la sociedad a arrepentirse del pecado de haber apoyado al liberalismo y a reconocer la necesidad de volver al catolicismo y al proyecto nacional. Al día siguiente de la visita de Ramírez, se ordenó la evacuación por miedo a los disturbios y a las enfermedades: salían por día cinco trenes de 20 vagones cada uno; el pasaje era gratis.
En otro sentido, y de inmediato, el coronel Juan Perón,
secretario de Trabajo y Previsión, se animó a organizar una colecta y a
movilizar a distintos sectores sociales y económicos. Entendió que había que
generar fondos disponibles para atender primero a las víctimas y proceder luego
a la reconstrucción de la ciudad.
La diferencia de estrategia no puede ser mayor, pero hasta
aquí los historiadores no le habían prestado la atención que merecía. En El
peronismo entre las ruinas (Siglo XXI, 2012), Mark Healey, doctor en Historia
Latinoamericana y profesor de la
Universidad de Connecticut, se atreve a hacerlo y el
resultado es sorprendente: el peronismo se habría convertido en lo que fue
porque su primera opción fracasó en San Juan.
Nace un líder. La famosa colecta hizo que Perón dejara de
ser una figura secundaria del régimen militar y saltara al primer plano. “En la
primera semana, la campaña recolectó 28 millones de pesos” en dinero y
mercadería. Una comparación sencilla: el presupuesto provincial para 1943 había
sido de sólo 12.4 millones. Al cabo de esa primera semana, Perón, en el famoso
festival a beneficio en el Luna Park, el 22 de enero, conoció a Eva Duarte. En
los tres meses siguientes, la colecta recaudó “42 millones de pesos en efectivo
y 30 millones de pesos en mercadería”.
Healey da muchos ejemplos para que se entienda que Perón no
esperó sentado a que llegaran las donaciones, sino que salió a buscarlas de
todas las maneras imaginables: por un lado, consiguió que estrellas de la radio
y el cine recorrieran las calles de Buenos Aires con alcancías, y las acompañó,
por supuesto; por el otro, logró acuerdos para que la lotería, las carreras de
caballos y los cines donasen sus ingresos completos de un día; finalmente, los
diarios informaban en cada edición el listado de las entidades sociales,
bancarias, industriales, que habían hecho su donación el día anterior, lo que
tenía su lógico efecto multiplicador.
El presidente Ramírez quiso quitarle la administración de la
colecta apenas comprendió que se había puesto en movimiento sin consultarlo y
que el éxito alcanzado catapultaba hacia adelante a su creador, al tiempo que
lo eclipsaba a él. Le salió el tiro por la culata: perdió su cargo a fines de
febrero –en su lugar asumió la presidencia el general Edelmiro Farrell–, lo que
le otorgó más poder a Perón.
Del triunfo al fracaso. A pesar de ello, la reconstrucción,
que empezó desde las márgenes de la ciudad hacia el centro, y sobre la base de
barrios de emergencia, fue criticada por todos los sectores y con argumentos
bien diferentes: por los problemas que ocasionaba el hormigón (casas frías en
invierno y calientes en verano), usado en reemplazo del adobe (a quien se le
echó la culpa de la terrible cantidad de muertos), pasando por las demoras y la
rápida saturación de la módica infraestructura barrial, hasta por el supuesto
“sufrimiento moral” que padecían los ricos que tenían que convivir allí con los
pobres. Conclusión, por distintas vías los distintos sectores de la elite
provincial, cada vez más dividida, se las ingeniaron para trabar todas las
opciones que resultaban contrarias a sus intereses.
Para las elecciones de 1946, a dos años del
terremoto, “San Juan había pasado de constituir un ejemplo del compromiso del
gobierno con la justicia social a ser una imagen de la supuesta incompetencia
oficial”. Por lo tanto, nadie se sorprendió demasiado cuando el presidente
Perón dejó de lado el plan que se había intentado poner en marcha hasta ese
momento, que implicaba una reformulación radical de la ciudad (incluida su
reubicación) y de la región, y asumió que el gobierno provincial debía negociar
con las elites conservadoras un proyecto menos ambicioso, pero viable.
Con todo, un sector importante de la elite apostó por el
peronismo, no en su contra: “Desde 1946 hasta 1955, a pesar de los
esfuerzos de las elites económicas y la oposición política, todas las disputas
sobre el futuro de San Juan se llevaron a cabo dentro del peronismo. Esto no
significa que fueran de poco alcance sino que el peronismo local se amplió e
incorporó prácticamente a todo el espectro político. Las frustraciones y
errores de la reconstrucción no hicieron más que profundizar esa dinámica”.
Del fracaso al “Plan B”. Aquel primer peronismo pudo cobijar
a dirigentes de la
Acción Católica junto a conservadores, radicales, laboristas,
militares y sindicalistas porque, como afirma Healey, “era todavía un proyecto,
no un partido consolidado”. Por eso también es lógico que estuviesen todos
contra todos y que les resultase tan difícil ponerse de acuerdo como fácil
impedir que el adversario llevase a la práctica sus ideas. En lo único que coincidían
era en reconocer el liderazgo de Perón, dato que, según Healey, explicaría la
legitimación del verticalismo.
De todas maneras, la pelea de las bases no podía no generar
consecuencias nefastas: el gobernador Alvarado, elegido en las elecciones de
1946, no duró un año en el cargo y renunció ante la inminencia de un juicio
político; asumió el vicegobernador, Ruperto Godoy, un hombre que demostró que
había entendido hacia dónde iba finalmente el peronismo y que, en consecuencia,
“supo controlar al díscolo movimiento obrero con una combinación acertada de
inclusión y represión”.
Aquí es donde Healey toma distancia de la interpretación
histórica dominante sobre el peronismo. Se ha dicho, y hay consenso al
respecto, que el peronismo se formó en el centro del país, más específicamente
en Buenos Aires, y de a poco se fue irradiando hacia los cuatro puntos
cardinales, de modo que a algunas provincias o regiones llegó tarde y débil; y
el principal argumento para defender esta posición es hablar de la fuerza sindical:
los gremios eran más fuertes y estaban más movilizados y más identificados con
el ideario de Perón en Buenos Aires que en el resto del país.
Healey, por el contrario, sostiene que el peronismo nace en
San Juan o, si se quiere, en el interior, que fue “el detonante para la acción
y el desafío político y material que había que enfrentar. Para el peronismo,
este reto fue fundacional, y el movimiento empezó con un intento de transformar
la periferia y de hacer de su visión para San Juan una posición para toda la
nación. No fue algo que llegó más tarde a la periferia, comenzó en ella”.
Al mismo tiempo, San Juan le sirve a Healey para demostrar
que “si el peronismo no cumplió del todo su promesa de transformar el interior,
fue porque sufrió una derrota” en el mismo lugar “donde se lanzó el proyecto
utópico de formar una Nueva Argentina, trasladando la ciudad y rehaciendo toda
una región”, algo que no pudo cumplir (por más que el eslogan ya señalase el
siempre recordado “Perón cumple”).
Esto lo habría llevado a diseñar un “Plan B” para ocultar el
traspié y mantener el poder: “El hecho de que la política obrera con eje en las
grandes ciudades llegara a convertirse en el rasgo definitorio del peronismo
está, en mi opinión, vinculado de manera muy estrecha al abandono de objetivos
más integrales y ambiciosos en la periferia. En otras palabras, el balance
entre el tono más conciliador que terminó adoptando el peronismo en el interior
y la estrategia más polarizante y desafiante que siguió en las zonas centrales
no debe interpretarse como algo dado, sino más bien como el resultado de una
derrota en un lugar, un triunfo parcial en otro y una adaptación al equilibrio
de fuerzas resultantes”.
La devastada sociedad sanjuanina habría sido entonces el
lugar donde el peronismo conoció sus limitaciones, a poco de nacer, y tuvo que
ingeniárselas para que nadie se percatase de que eso debilitaba en grado
extremo su propuesta de transformar la realidad
social.
El peronismo entre las ruinas
El terremoto y la reconstrucción de San Juan. Mark Healey.
Siglo XXI. 384 páginas.
El autor
Mark Healey nació en Alemania en 1968, se crió en Estados
Unidos y, durante unos años, también en Argentina. Es doctor en Historia
Latinoamericana y profesor en la
Universidad de Connecticut. Ha publicado artículos en
revistas especializadas de México, Brasil, Argentina y Estados Unidos.
Fuente:
¿El peronismo es el resultado de su fracaso?, 29/07/12, La Voz del Interior.
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