miércoles, 16 de febrero de 2011

El agua de la vida y la sombra de la muerte (tercera parte)

Salubridad e hidráulica en la Córdoba del siglo XIX.

El dique o azud nivelador de Mal Paso, fue construido bajo la dirección de los ingenieros Carlos Casaffousth y Esteban Dumesnil. Se llamó así porque se levantó en un lugar donde el río Suquía hacía un paso peligroso, a unos 4 kilómetros del centro de La Calera. Junto con el dique se realizaron dos canales maestros, al norte y sur del río, para llevar el agua a los alrededores de Córdoba.

Cercado desde temprano por la muerte -la de su padre, la de sus hijos- el ingeniero Casaffousth dio a luz el dique que hasta hoy brinda agua a los cordobeses. Su trayectoria pública y sus obras fueron fuente de polémicas y estigmas. Al punto que protagonizó un proceso judicial muy comprometido, que dejó marcada su imagen.

por Doralice Lusardi

El ingeniero Casaffousth, en 1889
¿En qué andaba Carlos Casaffousth durante aquel año de 1889, mientras la enfermedad y la muerte ganaban terreno en su hogar?

Córdoba y el país vivían una época de auge económico, reflejado en múltiples inversiones, crecimiento de la producción agropecuaria, el comercio, el transporte, la construcción y aún algunas industrias de sencillo equipamiento tecnológico. Francisco Latzina evocaba así esos tiempos febriles: "Recuerdo todavía, como si fuera hoy, esos famosos tres años de 1887, 1888, 1889, época en que no se hablaba sino de millones ganados en ocho días; época en que brotaban diariamente por docenas las Sociedades Anónimas más estrafalarias y en que, por consiguiente, nadie se habría echado a reír si se hubiese procedido a la formación de una Compañía para explotar una mina de macarrones; época en que todo el mundo, los abogados, médicos, ingenieros, changadores y hasta las mujeres- ómnibus, abandonaban sus tareas para ir a jugar a la bolsa o a especular en terrenos. En estos tres años californianos se derrochaba a manos llenas los empréstitos y las emisiones, y se satirizaba las voces de alarma que la gente bien intencionada lanzaba de vez en cuando para refrenar los desbordes de la codicia". (5)

Trepado a la locomotora que conducía ese vertiginoso tren hacia el soñado progreso indefinido, nuestro ingeniero trabajaba por entonces en los últimos detalles para poner en funcionamiento las recién terminadas obras de riego de los Altos de Córdoba. Casaffousth fue proyectista y director de estas obras, colosal emprendimiento del cual el dique San Roque fue sólo una parte, ya que incluía también el dique nivelador de Mal Paso, los canales maestros Norte y Sur y una extensa red de canales menores, con los que se aspiraba regar unas 30.000 hectáreas de tierras polvorientas, convirtiéndolas en terreno fértil para colonizar con fines productivos.

En ese año, precisamente, tuvo la satisfacción de comunicar al gobierno que todo estaba concluido en el dique. Debió además realizar complejos informes, recibir las obras en nombre de la provincia, atender quejas por el desborde del Canal Maestro Norte, denunciar a algunos vecinos por no permitir el paso de operarios y materiales para terminar con la construcción de los canales, establecer los recaudos que debían cumplir los particulares que quisieran trazar otros por su cuenta e interceder en un conflicto entre la empresa constructora y la compañía ferroviaria inglesa que operaba en la zona. El tema de la conservación de los canales desveló a Casaffousth durante todo ese año, pues la depredación era constante, y a ello se sumaban los agentes climáticos para contribuir a su deterioro.

Según su compañero de realizaciones y desgracias, el empresario Juan Bialet Massé, constructor de las Obras: "El estaba en todas partes y a cada momento, el teléfono no le bastaba, le era preciso ver, palpar, hacer por sí mismo. Cuando una tempestad se armaba en las regiones del gobierno, cuando momentos de flaqueza hacían vacilar la continuación de las obras, aquel hombre se convertía en dos; uno enérgico, duro, que combatía; el otro el ingeniero que con fe inquebrantable seguía adelante; dejaba la pluma con que había contestado alguno de aquellos atroces disparates que contra las obras se dijeron oficialmente, para trazar con el compás un detalle de construcción que había que dar al día siguiente a un jefe de campamento y, sin intervalo de tiempo, de día o de noche, con buen o mal tiempo, iba abuscarme donde me encontraba, para organizar un trabajo o replantear una obra. Los diez o doce ingenieros que yo tenía a sus órdenes, no eran bastantes para ejecutar lo que aquella cabeza producía".

Al mismo tiempo, como profesor -"maestro cariñoso, de palabra fácil y ardiente"- y Decano de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas, al tiempo que conducía esta casa de estudios, realizaba nombramientos, llevaba una detallada cuenta de ingresos y egresos y dictaba clases. Defendía con pasión la carrera de ingeniería y se preocupaba por dotarla de un gabinete que -en sus propias palabras- "sirviera a los alumnos para hacer la práctica de sus teorías", adquiriendo "modelos de máquinas y otros aparatos que tienen aplicación diariamente en la vida del ingeniero. Modelos de locomotoras, de vagones, de vías férreas y cambios y muchos otros en yeso que creo inútil por ahora enumerar, servirán para que el alumno conozca a la perfección todas las maquinarias, cuyas delicadas combinaciones estudian y que llegado el momento de la práctica encuentran dificultades en sus aplicaciones".

Combatía a los profesores absentistas y protagonizaba en la Facultad durísimos enfrentamientos con un grupo de colegas y miembros de la Academia de Ciencias debido a diferencias de criterios en la formación de ternas para designar docentes. También renunciaría al Decanato y a algunas de sus cátedras en el transcurso de ese mismo año.

Seguramente Casaffousth siguió con extremada atención las alternativas legislativas que rodeaban la aprobación del llamado "Proyecto Huergo", apasionante desafío que a partir del dique y las obras de riego que de él derivaban, aspiraba a comunicar Córdoba con el río Paraná a través de un canal navegable, emprendimiento cuyas consecuencias podrían llegar a cambiar el eje mismo por donde transcurría la historia de nuestro país.

Mientras tanto Casaffousth acrecentaba su familia, pues tres niñas y dos varones nacieron de su matrimonio con Eduarda Lazo durante los años que vivieron en Córdoba; como vimos, 1889 vio nacer a dos de ellas y morir a otros dos.

El ingeniero también incursionaba por esa época en operaciones inmobiliarias. Había comprado tierras en zonas suburbanas de la ciudad de Córdoba que luego se verían beneficiadas por las obras de riego y que se abrían entonces a la urbanización. Hacia 1889 parecía estar recogiendo los beneficios de su inversión, vendiendo lotes en las actuales zonas de Alto Arberdi, Villa Revol y San Carlos, y obteniendo importantes ganancias debido a la valorización que habían logrado gracias al riego posibilitado por las obras. A estas ventas, que en algunos casos llegaron a triplicar en beneficios el monto de la inversión realizada, se sumaron otras de viviendas que hizo construir en algunos de esos terrenos, de las que también obtuvo buenas ganancias.

En consonancia con esta urbanización, presentó a la Municipalidad de Córdoba un proyecto para construir una línea de tranvías de 8.500 metros desde la bajada Pucará, cruzando Villa Revol y llegando hasta el Centro Agrícola Industrial San Carlos -donde él mismo poseía una casa confortable y un ambiciosos establecimiento agropecuario-. Este proyecto le fue aprobado precisamente en 1889.

También había adquirido tierras -unas cuatrocientas hectáreas- en la zona de Cosquín, donde organizó un establecimiento agrícola que fue elogiado como modelo en su género, al que agregará luego otra fracción de unas dos manzanas para facilitar el acceso a la ruta.

Aunque lo que antecede es sólo un apretado resumen, resulta igualmente difícil concebir tanta actividad en un solo año de la vida de una persona. A ritmo febril, entrelazando realizaciones concretas, aspiraciones de prestigio profesional y acrecentamiento de su patrimonio, apostando al progreso de Córdoba y a su propio progreso. Casaffousth proyectaba, trabajaba e invertía, compartiendo con muchos de sus contemporáneos una vertiginosa espiral ascendente que parecía no tener techo.

Eduarda y Fenia
Eduarda Lazo, la hermosa mujer de Casaffousth, pertenecía a una rica y tradicional familia de Gualeguay, donde la conoció el ingeniero en oportunidad de estar realizando allí unos trabajos para el gobierno nacional.

Su casamiento y posterior radicación en Córdoba estuvieron acompañados al principio por inmejorables expectativas, pero al ir concluyendo la década de 1880 comenzaron a sucederse los golpes. A partir de allí, los sinsabores profesionales de su marido, las pérdidas en su patrimonio, la temprana muerte de cuatro de sus cinco pequeños hijos la fueron marcando para siempre.

Con el transcurrir de los años, tras el fallecimiento de Casaffousth y lejos ya de Córdoba, la bella mujer que Eduarda había sido se transformó en una enorme matrona, que necesitaba de una silla hecha a medida para poder sentarse. Dicen que desarrolló un carácter temible, y cuenta la tradición familiar que siempre atribuyó a los sectores clericales cordobeses la responsabilidad de la destructiva campaña contra el dique que tanto daño hizo a su familia, por lo que decidió jamás volver a comulgar en su vida, promesa que cumplió por completo.

Su única hija sobreviviente, María Eugenia, llamada familiarmente Fenia, habían nacido en Córdoba -junto a su gemela- en 1889, año pródigo en inmejorables expectativas para su padre, aunque un ojo atento podía avizorar ya las señales de la tormenta que se avecinaba.

Su madre, agobiada por el temor de perderla también a ella, la crió en medio de extremados cuidados. Al mismo tiempo, le transmitió el odio hacia Córdoba en la que tanto habían sufrido: se cuenta que en cierta oportunidad en que llegó a Gualeguay un grupo de caballeros cordobeses -con intención de visitar al ingeniero Casaffousth y, en cierto modo, desagraviarlo por los sinsabores vividos- Fenia, que era todavía una niña, tomó un cuchillo de la cocina e intentó atacar a los espantados visitantes.

Cuando su padre murió, María Eugenia tenía once años, y mantuvo por largo tiempo su rechazo hacia Córdoba y hacia el dique al que atribuía la desgracia de su famila. Algo similar ocurriría con las hijas de Bialet Maccé, que durante años evitaron pasar por el dique San Roque.

Mucho después, ya mujer madura, visitó el paredón con su esposo, el médico y empresario italiano Aldo Delbue, con el que se había casado en 1915 y con quien tuvo cinco hijos: Carlos Adolfo, Eduardo, Alberto, Eugenia y Alfredo.

Allí se fotografiaron junto a la obra que inmortalizó al ingeniero Casaffousth. Y allí, tal vez, Fenia se reconcilió al fin con su pasado.

CONTINUARÁ...

(5) Latzina Francisco, Diccionario Geográfico Argentino, Espasa Editores, Buenos Aires, 1891.
Fuente:
Doralice Lusardi, El agua de la vida y la sombra de la muerte, Todo es Historia Nº 450, enero 2005.

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