Salubridad e hidráulica en la Córdoba del siglo XIX.
Cercado desde temprano por la muerte -la de su padre, la de sus hijos- el ingeniero Casaffousth dio a luz el dique que hasta hoy brinda agua a los cordobeses. Su trayectoria pública y sus obras fueron fuente de polémicas y estigmas. Al punto que protagonizó un proceso judicial muy comprometido, que dejó marcada su imagen.
Cercado desde temprano por la muerte -la de su padre, la de sus hijos- el ingeniero Casaffousth dio a luz el dique que hasta hoy brinda agua a los cordobeses. Su trayectoria pública y sus obras fueron fuente de polémicas y estigmas. Al punto que protagonizó un proceso judicial muy comprometido, que dejó marcada su imagen.
por
Doralice Lusardi
El
ingeniero Casaffousth, en 1889
¿En
qué andaba Carlos Casaffousth durante aquel año de 1889, mientras
la enfermedad y la muerte ganaban terreno en su hogar?
Córdoba
y el país vivían una época de auge económico, reflejado en
múltiples inversiones, crecimiento de la producción agropecuaria,
el comercio, el transporte, la construcción y aún algunas
industrias de sencillo equipamiento tecnológico. Francisco Latzina
evocaba así esos tiempos febriles: "Recuerdo todavía, como si
fuera hoy, esos famosos tres años de 1887, 1888, 1889, época en que
no se hablaba sino de millones ganados en ocho días; época en que
brotaban diariamente por docenas las Sociedades Anónimas más
estrafalarias y en que, por consiguiente, nadie se habría echado a
reír si se hubiese procedido a la formación de una Compañía para
explotar una mina de macarrones; época en que todo el mundo, los
abogados, médicos, ingenieros, changadores y hasta las mujeres-
ómnibus, abandonaban sus tareas para ir a jugar a la bolsa o a
especular en terrenos. En estos tres años californianos se
derrochaba a manos llenas los empréstitos y las emisiones, y se
satirizaba las voces de alarma que la gente bien intencionada lanzaba
de vez en cuando para refrenar los desbordes de la codicia". (5)
Trepado
a la locomotora que conducía ese vertiginoso tren hacia el soñado
progreso indefinido, nuestro ingeniero trabajaba por entonces en los
últimos detalles para poner en funcionamiento las recién terminadas
obras de riego de los Altos de Córdoba. Casaffousth fue proyectista
y director de estas obras, colosal emprendimiento del cual el dique
San Roque fue sólo una parte, ya que incluía también el dique
nivelador de Mal Paso, los canales maestros Norte y Sur y una extensa
red de canales menores, con los que se aspiraba regar unas 30.000
hectáreas de tierras polvorientas, convirtiéndolas en terreno
fértil para colonizar con fines productivos.
En
ese año, precisamente, tuvo la satisfacción de comunicar al
gobierno que todo estaba concluido en el dique. Debió además
realizar complejos informes, recibir las obras en nombre de la
provincia, atender quejas por el desborde del Canal Maestro Norte,
denunciar a algunos vecinos por no permitir el paso de operarios y
materiales para terminar con la construcción de los canales,
establecer los recaudos que debían cumplir los particulares que
quisieran trazar otros por su cuenta e interceder en un conflicto
entre la empresa constructora y la compañía ferroviaria inglesa que
operaba en la zona. El tema de la conservación de los canales
desveló a Casaffousth durante todo ese año, pues la depredación
era constante, y a ello se sumaban los agentes climáticos para
contribuir a su deterioro.
Según
su compañero de realizaciones y desgracias, el empresario Juan
Bialet Massé, constructor de las Obras: "El estaba en todas
partes y a cada momento, el teléfono no le bastaba, le era preciso
ver, palpar, hacer por sí mismo. Cuando una tempestad se armaba en
las regiones del gobierno, cuando momentos de flaqueza hacían
vacilar la continuación de las obras, aquel hombre se convertía en
dos; uno enérgico, duro, que combatía; el otro el ingeniero que con
fe inquebrantable seguía adelante; dejaba la pluma con que había
contestado alguno de aquellos atroces disparates que contra las obras
se dijeron oficialmente, para trazar con el compás un detalle de
construcción que había que dar al día siguiente a un jefe de
campamento y, sin intervalo de tiempo, de día o de noche, con buen o
mal tiempo, iba abuscarme donde me encontraba, para organizar un
trabajo o replantear una obra. Los diez o doce ingenieros que yo
tenía a sus órdenes, no eran bastantes para ejecutar lo que aquella
cabeza producía".
Al
mismo tiempo, como profesor -"maestro cariñoso, de palabra
fácil y ardiente"- y Decano de la Facultad de Ciencias Físico
Matemáticas, al tiempo que conducía esta casa de estudios,
realizaba nombramientos, llevaba una detallada cuenta de ingresos y
egresos y dictaba clases. Defendía con pasión la carrera de
ingeniería y se preocupaba por dotarla de un gabinete que -en sus
propias palabras- "sirviera a los alumnos para hacer la práctica
de sus teorías", adquiriendo "modelos de máquinas y otros
aparatos que tienen aplicación diariamente en la vida del ingeniero.
Modelos de locomotoras, de vagones, de vías férreas y cambios y
muchos otros en yeso que creo inútil por ahora enumerar, servirán
para que el alumno conozca a la perfección todas las maquinarias,
cuyas delicadas combinaciones estudian y que llegado el momento de la
práctica encuentran dificultades en sus aplicaciones".
Combatía
a los profesores absentistas y protagonizaba en la Facultad durísimos
enfrentamientos con un grupo de colegas y miembros de la Academia de
Ciencias debido a diferencias de criterios en la formación de ternas
para designar docentes. También renunciaría al Decanato y a algunas
de sus cátedras en el transcurso de ese mismo año.
Seguramente
Casaffousth siguió con extremada atención las alternativas
legislativas que rodeaban la aprobación del llamado "Proyecto
Huergo", apasionante desafío que a partir del dique y las obras
de riego que de él derivaban, aspiraba a comunicar Córdoba con el
río Paraná a través de un canal navegable, emprendimiento cuyas
consecuencias podrían llegar a cambiar el eje mismo por donde
transcurría la historia de nuestro país.
Mientras
tanto Casaffousth acrecentaba su familia, pues tres niñas y dos
varones nacieron de su matrimonio con Eduarda Lazo durante los años
que vivieron en Córdoba; como vimos, 1889 vio nacer a dos de ellas y
morir a otros dos.
El
ingeniero también incursionaba por esa época en operaciones
inmobiliarias. Había comprado tierras en zonas suburbanas de la
ciudad de Córdoba que luego se verían beneficiadas por las obras de
riego y que se abrían entonces a la urbanización. Hacia 1889
parecía estar recogiendo los beneficios de su inversión, vendiendo
lotes en las actuales zonas de Alto Arberdi, Villa Revol y San
Carlos, y obteniendo importantes ganancias debido a la valorización
que habían logrado gracias al riego posibilitado por las obras. A
estas ventas, que en algunos casos llegaron a triplicar en beneficios
el monto de la inversión realizada, se sumaron otras de viviendas
que hizo construir en algunos de esos terrenos, de las que también
obtuvo buenas ganancias.
En
consonancia con esta urbanización, presentó a la Municipalidad de
Córdoba un proyecto para construir una línea de tranvías de 8.500
metros desde la bajada Pucará, cruzando Villa Revol y llegando hasta
el Centro Agrícola Industrial San Carlos -donde él mismo poseía
una casa confortable y un ambiciosos establecimiento agropecuario-.
Este proyecto le fue aprobado precisamente en 1889.
También
había adquirido tierras -unas cuatrocientas hectáreas- en la zona
de Cosquín, donde organizó un establecimiento agrícola que fue
elogiado como modelo en su género, al que agregará luego otra
fracción de unas dos manzanas para facilitar el acceso a la ruta.
Aunque
lo que antecede es sólo un apretado resumen, resulta igualmente
difícil concebir tanta actividad en un solo año de la vida de una
persona. A ritmo febril, entrelazando realizaciones concretas,
aspiraciones de prestigio profesional y acrecentamiento de su
patrimonio, apostando al progreso de Córdoba y a su propio progreso.
Casaffousth proyectaba, trabajaba e invertía, compartiendo con
muchos de sus contemporáneos una vertiginosa espiral ascendente que
parecía no tener techo.
Eduarda
y Fenia
Eduarda
Lazo, la hermosa mujer de Casaffousth, pertenecía a una rica y
tradicional familia de Gualeguay, donde la conoció el ingeniero en
oportunidad de estar realizando allí unos trabajos para el gobierno
nacional.
Su
casamiento y posterior radicación en Córdoba estuvieron acompañados
al principio por inmejorables expectativas, pero al ir concluyendo la
década de 1880 comenzaron a sucederse los golpes. A partir de allí,
los sinsabores profesionales de su marido, las pérdidas en su
patrimonio, la temprana muerte de cuatro de sus cinco pequeños hijos
la fueron marcando para siempre.
Con
el transcurrir de los años, tras el fallecimiento de Casaffousth y
lejos ya de Córdoba, la bella mujer que Eduarda había sido se
transformó en una enorme matrona, que necesitaba de una silla hecha
a medida para poder sentarse. Dicen que desarrolló un carácter
temible, y cuenta la tradición familiar que siempre atribuyó a los
sectores clericales cordobeses la responsabilidad de la destructiva
campaña contra el dique que tanto daño hizo a su familia, por lo
que decidió jamás volver a comulgar en su vida, promesa que cumplió
por completo.
Su
única hija sobreviviente, María Eugenia, llamada familiarmente
Fenia, habían nacido en Córdoba -junto a su gemela- en 1889, año
pródigo en inmejorables expectativas para su padre, aunque un ojo
atento podía avizorar ya las señales de la tormenta que se
avecinaba.
Su
madre, agobiada por el temor de perderla también a ella, la crió en
medio de extremados cuidados. Al mismo tiempo, le transmitió el odio
hacia Córdoba en la que tanto habían sufrido: se cuenta que en
cierta oportunidad en que llegó a Gualeguay un grupo de caballeros
cordobeses -con intención de visitar al ingeniero Casaffousth y, en
cierto modo, desagraviarlo por los sinsabores vividos- Fenia, que era
todavía una niña, tomó un cuchillo de la cocina e intentó atacar
a los espantados visitantes.
Cuando
su padre murió, María Eugenia tenía once años, y mantuvo por
largo tiempo su rechazo hacia Córdoba y hacia el dique al que
atribuía la desgracia de su famila. Algo similar ocurriría con las
hijas de Bialet Maccé, que durante años evitaron pasar por el dique
San Roque.
Mucho
después, ya mujer madura, visitó el paredón con su esposo, el
médico y empresario italiano Aldo Delbue, con el que se había
casado en 1915 y con quien tuvo cinco hijos: Carlos Adolfo, Eduardo,
Alberto, Eugenia y Alfredo.
Allí
se fotografiaron junto a la obra que inmortalizó al ingeniero
Casaffousth. Y allí, tal vez, Fenia se reconcilió al fin con su
pasado.
CONTINUARÁ...
(5)
Latzina Francisco, Diccionario Geográfico Argentino, Espasa
Editores, Buenos Aires, 1891.
Fuente:
Doralice Lusardi, El agua de la vida y la sombra de la muerte, Todo es Historia Nº 450, enero 2005.
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