Un
problema esencial de la energía nuclear, el de los residuos, implica
la gestión de cientos de miles de toneladas producidas anualmente y
que seguirán siendo radioactivas durante cientos de miles de años.
Esta realidad nos obliga a considerar las dificultades insalvables de
librarnos de esta imposición a las generaciones futuras, algo
escondido por los principales medios de comunicación y portavoces de
la industria nuclear.
por
Francisco Javier González Bayón
Continúan
apareciendo con cierta periodicidad artículos en prensa con el único
fin de justificar lo injustificable: la existencia y mantenimiento de
las centrales nucleares (CN).
De
todos es sabido que el principal problema de esa forma tan complicada
de hervir agua para producir electricidad (famosa frase de Einstein)
son los residuos de alta actividad. Es decir, el combustible gastado
de las CN, principalmente. Se trata de núcleos radiactivos que
desaparecieron de la Tierra antes de que apareciese la vida y que
nunca debieron volver a existir en las enormes cantidades que
existen, por culpa de los reactores nucleares. Lo que intentan los
artículos mencionados no es más que una nueva suerte de
negacionismo, enfocado al mantenimiento de la industria nuclear.
No
es casual que esa industria deje un legado mortal para la eternidad,
ya que nació con el objetivo de abaratar el coste de fabricación de
la bomba atómica. Para fabricar armamento nuclear en grandes
cantidades es necesario todo un proceso industrial, desde la minería
hasta el enriquecimiento, que hubiera sido absolutamente inviable
desde el punto de vista económico por sí solo. Para eso se
concibieron las CN, para utilizar el producto final del proceso en la
producción de electricidad y, con los beneficios de esta, financiar
los gastos. Era la forma de hacer rentable la fabricación a escala
de bombas de uranio-235, como la de Hiroshima. Además se obtenía un
beneficio añadido: la obtención de plutonio-239 suficiente para la
fabricación de bombas de Pu-239, como la de Nagasaki. Este es
precisamente el residuo que se extrae del reactor cuando el
combustible se ha gastado.
El
problema añadido, como si la propia existencia de esas armas no
fuera suficiente, es que en el interior de los reactores en
funcionamiento se produce muchísimo más plutonio del “necesario”.
Estamos hablando de cientos de miles de toneladas repartidas por todo
el mundo y almacenadas, principalmente, en las piscinas de
combustible gastado anexas a cada una de las más de cuatrocientas CN
existentes. El plutonio-239 es un isótopo cuyo núcleo tiene un
periodo de semidesintegración de 24.100 años. Es decir, después de
24.100 años se ha desintegrado la mitad. Pero es que la mitad sigue
siendo demasiado. Tras otros 24.100 años se reduce otra vez a la
mitad, es decir quedaría “solo” la cuarta parte, y así
sucesivamente. Después de unos cien mil años se habrá reducido a
la dieciseisava parte. Haciendo números, como después del final de
la vida de todas las CN del mundo habrá unas 400.000 toneladas de
combustible gastado, quedarán aún 25.000 toneladas dentro de
100.000 años. Y no hay solución.
No
es un problema de conocimiento. Por supuesto, hace muchos años que
se sabe cómo romper el núcleo de plutonio para convertirlo en otros
núcleos cuya vida media sea menor, evitando así un problema “into
eternity”. El problema es hacer eso con 400.000 toneladas. Para
dividir núcleos de plutonio de forma controlada, que es de lo que se
trata, hay que bombardearlos con neutrones. Para ello es necesario un
acelerador de partículas que bombardee con protones de suficiente
energía una superficie (generalmente de plomo, el blanco útil más
barato) que a su vez emita los neutrones con la energía adecuada
como para penetrar en el núcleo y provocar su fisión.
Se
trata de un proceso llamado Espalación de Neutrones, conocido desde
1937 y utilizado en la época por Glen T. Seaborg e Irene
Joliot-Curie, ambos ganadores del Nobel de Química. No es algo
nuevo. Sí, es posible utilizar energías del orden de megawatios en
un laboratorio para conseguir dividir algunos gramos. Incluso se
utilizan pequeños reactores para conseguir mediante fisión nuclear
controlada isótopos radiactivos necesarios para la medicina o la
industria. Un par de estos reactores, uno en Canadá y otro en
Bélgica, cien veces menos potentes que cualquiera de los utilizados
para producir electricidad, son los que producen prácticamente todos
los radioisótopos que se utilizan en el mundo.
Pero
es imposible manejar la energía necesaria para dividir 400.000
toneladas. Por eso la única solución viable que se plantean los
gobiernos que han permitido la existencia de reactores nucleares en
su territorio es enterrar los residuos de alta actividad.
Barrer
bajo la alfombra sigue siendo la única solución realista.
Fuente:
Francisco Javier González Bayón, Los residuos nucleares no tienen solución, ni la tendrán, 30 marzo 2020, El Salto Diario. Consultado 31 marzo 2020.
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