por
Jorge Riechmann Fernández
MADRID,
27 mar 2020 (IPS) - La naturaleza nos está enviando un mensaje con
la pandemia de coronavirus (que no deberíamos ver sino como uno de
los elementos de la crisis ecosocial sistémica en curso), según el
responsable de medio ambiente de Naciones Unidas, Inger Andersen.
Andersen
ha declarado que la humanidad está ejerciendo demasiadas presiones
sobre el mundo natural con consecuencias dañinas, y advierte de que
no cuidar la naturaleza significa no cuidarnos a nosotros mismos.
No
ser capaces de responder adecuadamente a crisis como esta remite a
nuestro problema de negacionismo. Sobre ello ha insistido con acierto
George Monbiot:
“Hemos
estado viviendo dentro de una burbuja, una burbuja de confort falso y
denegación. En las naciones ricas, habíamos comenzado a creer que
hemos trascendido el mundo material. La riqueza acumulada, a menudo a
expensas de otros, nos ha protegido de la realidad. Viviendo detrás
de las pantallas, pasando de una cápsula a otra –nuestras casas,
coches, oficinas y centros comerciales–, nos convencimos de que la
contingencia se había retirado, de que habíamos llegado al punto
que todas las civilizaciones buscan: aislamiento de los peligros
naturales”.
La
crisis sanitaria causada por el coronavirus nos devuelve bruscamente
a la realidad.
Somos
organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera
donde “todo está conectado con todo lo demás” –según la
célebre primera ley de la ecología de Barry Commoner– y donde los
virus son fuente de variabilidad y motor de la evolución biológica.
También
Santiago Alba Rico ha llamado la atención sobre este carácter de
vuelta a la realidad de la pandemia.
Y
Eva Borreguero realiza una valiosa reflexión sobre el coste del
negacionismo a partir de la pandemia de covid-19:
“En
la actual crisis epidemiológica encontramos un anticipo de lo que
nos espera si no nos tomamos en serio el cambio climático. Los dos
fenómenos comparten, además del negacionismo, otras
particularidades; un modus operandi –una amenaza abstracta y difusa
que en un giro sorpresivo adquiere una tangibilidad íntima y
material brutal–; o la aproximación al coste de modular los
efectos”.
Movilizarse
a destiempo puede convertir las crisis en catástrofes terminales.
Los
negacionismos humanos
La
cultura dominante padece un problema muy básico de negacionismo.
Pero no en el que era el sentido más habitual de negacionismo hace
20 años (referido al Holocausto, la Shoah), el que podríamos llamar
nivel cero. Ni tampoco al más corriente hoy, el negacionismo
climático, nivel uno.
El
nivel dos es un negacionismo más amplio: el negacionismo que rechaza
que somos seres corporales, finitos y vulnerables, seres que han
puesto en marcha procesos destructivos sistémicos de magnitud
planetaria, y que hemos desbordado los límites biofísicos del
planeta Tierra.
Me
refiero al negacionismo que rechaza la finitud humana, nuestra
animalidad, nuestra corporalidad, nuestra mortalidad, y esos límites
biofísicos que visibiliza, por ejemplo, la famosa investigación
(sobre nine planetary boundaries) de Johan Röckstrom y sus colegas
en el Instituto de Resiliencia de Estocolmo.
Y
habría, más allá de esto, un tercer nivel de negacionismo: el que
rechaza la gravedad real de la situación y confía en poder hallar
todavía soluciones dentro del sistema, sin desafiar al capitalismo.
Por
desgracia (porque esto complica aún más nuestra situación), ya no es así.
Dejamos
pasar demasiado tiempo sin actuar. Ojalá existiesen esos espacios de
acción, pero eso equivale en buena medida a decir: ojalá
estuviésemos en 1980, en 1990, en vez de en 2020. Ojalá 350 ppm
(partes por millón) de dióxido de carbono en la atmósfera, en vez
de 415 (y creciendo rápidamente).
Los
bienintencionados Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones
Unidas, por ejemplo, llegan con decenios de retraso.
El
ecomodernismo –con versiones de izquierdas y de derechas– asume
que una transformación ecosocialista decrecentista es imposible, y
que solo habría salvación posible acelerando todavía más nuestra
huida prometeica hacia adelante: buscando un futuro de alta energía
y alta tecnología. Pero esto queda dentro del negacionismo de tercer
nivel.
Negacionismo,
capitalismo y límites biofísicos: este es el tema de nuestro
tiempo.
El
problema viene de lejos. De hecho, los debates y las opciones
decisivas tuvieron lugar sobre todo en los años 1970, con 1972 como
fecha clave (Cumbre de Estocolmo sobre Medio Humano e informe Los límites del Crecimiento).
Desde
entonces sabemos con certidumbre científica que la civilización que
Europa propuso al mundo entero a partir del siglo XVI (expansiva,
colonial, patriarcal y capitalista) no tiene ningún futuro.
Cuanto
más tardemos en transitar a alguna clase de poscapitalismo, peor
será la devastación. Pero por desgracia, en los años 1970-1980,
junto con el neoliberalismo, se impuso el negacionismo.
¿Aprenderemos
de la actual crisis?
Hemos
hablado con cierta frecuencia de aprendizaje por shock.
El
shock lo tenemos aquí, en forma de SARS-CoV-2: un virus zoonótico
(procedente de un animal) frente al que no tenemos inmunidad previa y
que está poniendo patas arriba el mundo entero. El shock está aquí,
y se trata solo de uno entre los que venimos padeciendo y vamos a
padecer.
Pero
¿seremos capaces de un aprendizaje colectivo?
Monbiot
nos amonesta:
“La
tentación, cuando esta pandemia haya pasado, será encontrar otra
burbuja. No podemos permitirnos sucumbir a eso. De ahora en adelante,
debemos exponer nuestras mentes a las realidades dolorosas que hemos
negado durante demasiado tiempo”.
Tiene
toda la razón. La crisis originada por esta pandemia es poca cosa al
lado de lo que se avecina a causa de la catástrofe climática, la
crisis energética y la Sexta Gran Extinción.
¿Nos
sobrepondremos al tercer nivel de nuestro negacionismo para ser
capaces de afrontar las transformaciones sistémicas,
revolucionarias, que necesitamos desesperadamente?
Este
artículo fue publicado originalmente por The Conversation.
RV:
EG
Fuente:
Jorge Riechmann Fernández, La crisis del coronavirus y nuestros tres niveles de negacionismo, 27 marzo 2020, Inter Press Service.
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