Burbujas
atrapadas en el hielo señalan que los combustibles fósiles liberan
una mayor cantidad de metano, gas de efecto invernadero.
por
Miguel Ángel Criado
Burbujas
de aire atrapadas en hielo hace casi tres siglos señalan que las
emisiones de metano provocadas por los humanos son mayores de lo que
se pensaba. Este gas de efecto invernadero llega a la atmósfera
desde muchas fuentes, tanto naturales como antropogénicas. Ahora, un
estudio de cilindros helados ha permitido repartir la responsabilidad
con un mayor acierto. El trabajo reduce la aportación natural de
origen geológico y eleva las emisiones que proceden de la extracción
y quema de los combustibles fósiles.
El
metano es uno de los gases de efecto invernadero más potentes.
Formado por moléculas de cuatro átomos de hidrógeno y uno de
carbono (CH4) retiene hasta 28 veces más radiación solar que el
dióxido de carbono (CO2) en un lapso de 100 años. Por fortuna, su
concentración es decenas de veces menor y su vida media en la
atmósfera apenas es de nueve años, frente a las décadas que
permanece el CO2. Por eso, su reducción tendría un efecto casi
inmediato en el calentamiento global en curso. El problema es que aún
sabiendo la cantidad de metano que hay en la atmósfera, la ciencia
aún no ha repartido bien las culpas entre las distintas fuentes del
gas.
Ahora,
un amplio grupo de científicos ha recurrido a núcleos de hielo
extraídos en Groenlandia y la Antártida para saber cómo era la
atmósfera del pasado. Como anillos de árboles, el hielo se acumula
en capas anuales y dentro de cada capa quedan atrapadas pequeñas
burbujas de aire. Su análisis ha permitido conocer la concentración
de metano. Las muestras más antiguas que han usado se remontan a
1750, es decir, décadas antes de que el carbón (y después el gas y
el petróleo) alimentara las máquinas de la Revolución Industrial.
De esta manera, pudieron determinar el origen de gas que había y,
sobre esa base, estimar mejor la aportación humana posterior. Desde
entonces, la presencia de CH4 en el aire se ha multiplicado en un 150
%.
Según
publican en Nature, las emisiones actuales de metano procedentes de
la extracción, transporte y quema de los distintos combustibles
fósiles (carbón, gas y petróleo) rondarían los 177 millones de
toneladas anuales, con un margen de 37 millones arriba o abajo. Eso
supondría elevar la aportación de estos hidrocarburos al total
hasta en un 55 %. La incertidumbre procede de lo complicado que es
determinar el origen de cada gramo de metano que hay hoy en la
atmósfera.
La
principal fuente natural del gas es la descomposición de la materia
orgánica que se da en entornos húmedos con poco oxígeno. De hecho,
al metano también se le conoce como el gas de los pantanos. Otras
fuentes naturales serían la digestión de los rumiantes y los
incendios forestales. Una tercera serían los escapes geológicos,
como los procedentes de lodos volcánicos o las filtraciones de
depósitos naturales, como el permafrost o los hidratos de metano que
hay en el fondo del mar. Este metano geológico o fósil y el
orgánico se distinguen porque el carbono que contienen tiene una
composición atómica diferente (ver apoyo).
Hasta
ahora la estimación de emisiones naturales de metano geológico
rondaba entre los 40 y los 60 millones de toneladas anuales,
alrededor del 10 % del total del gas que llega cada año a la atmósfera. Sin embargo, el estudio del aire de hace tres siglos
rebaja la cifra hasta entre un mínimo de 1,6 millones y un máximo
de 5,4 millones de toneladas, es decir, un 1 % como mucho del total.
Así que el resto habría que endosárselo a la extracción y quema
de los combustibles fósiles por los humanos. El último informe del
Global Carbon Project calculó que, desde 2012, cada año llegan a la
atmósfera unos 560 millones de toneladas de metano. Se estimaba que,
antes del estudio de estos núcleos de hielo, entre la mitad y dos
tercios de estas emisiones eran provocadas por actividades humanas.
"Nuestros
datos indican que las emisiones antropogénicas son mucho mayores,
cercanas al 75 %", dice en un correo el autor principal del
artículo, el investigador de la Universidad de Rochester Benjamin
Hmiel. "Quiero pensar que son buenas noticias", añade.
"Como nuestros resultados indican que el componente
antropogénico es mayor, esto coloca más emisiones bajo el control
humano. Así que, en la práctica, tenemos más capacidad para
mitigar el calentamiento global en curso de lo que se creía hasta
ahora si reducimos estas emisiones en el futuro".
El
director del Global Carbon Project, el catalán Pep Canadell, aclara:
"En la atmósfera hay el mismo metano, lo que cambia es la
atribución". Este investigador del CSIRO, agencia de
investigación científica del gobierno australiano, lleva años
estudiando las emisiones de CO2 y CH4. "Lo que significa este
estudio [en el que no ha intervenido] es que las emisiones de los
combustibles fósiles son mucho más grandes de lo que pensábamos",
añade. "Estos nuevos datos son relevantes para planificar
estrategias de mitigación", concluye un Canadell que también
es uno de los coordinadores del próximo informe del Panel
Intergubernamental del Cambio Climático, el AR6, que se publicará
en 2021 y marcará la pelea a corto plazo contra el cambio climático.
El
'permafrost' no será la temida bomba de metano
M.Á.C
Los
mismos investigadores que han analizado el metano atrapado en el
hielo hace tres siglos han hecho lo mismo con burbujas de aire de
hace entre 15.000 y 8.000 años.
Con
una docena de cilindros de hielo recuperados de la Antártida y
Groenlandia, los científicos buscaban en el pasado la respuesta a
una de las preguntas que más preocupa a la ciencia: ¿Qué pasará
con las ingentes cantidades de gases atrapados en las tierras
permanentemente heladas de la taiga siberiana, la meseta del Tibet o
el norte de Canadá, conocidas como permafrost? ¿Qué impacto tendrá
el aumento de la temperatura en el frágil equilibrio entre presión
y temperatura que mantiene toneladas y toneladas de metano atrapadas
por el agua casi helada de las profundidades marinas?
"Hemos
demostrado que cuando el permafrost se derritió en el pasado, no se
produjo mucho metano, por lo que es poco probable que el permafrost
actual genere tampoco mucho", dice en un correo el investigador
de la Universidad de Rochester y principal autor de este segundo
estudio Michael Dyonisius.
El
trabajo, publicado en Science, se remonta al final de la última
glaciación, un deshielo que se produjo durante varios milenios, con
la retirada del hielo de la mayor parte del hemisferio norte hasta
sus fronteras actuales. Se estima que la temperatura media global
subió unos 4º, una subida similar a la que dibujan algunos
escenarios del cambio climático en curso, aunque más paulatina.
El
análisis del hielo desvela que se produjo un aumento significativo
de metano en la atmósfera, pero "nuestro estudio muestra que
este incremento de las emisiones no se debió a fuentes fósiles
[permafrost e hidratos de metano], debía de proceder de fuentes
contemporáneas", explica Dyonisius. Por contemporáneas se
refiere a las de origen natural, como pantanos o quema de biomasa.
Para
diferenciar un metano de otro después de miles de años, los
científicos se apoyaron en el carbono 14. Este isótopo del carbono
es radiactivo y es el mejor reloj que tienen a mano los arqueólogos.
El 14C tiene un periodo de semidesintegración conocido, de 5.730
años. Como la última glaciación duró más de 100.000 años, el
metano de origen fósil ya no podía contener carbono 14. Así
comprobaron que ni el permafrost ni los hidratos de metano aportaron
mucho metano en aquel calentamiento. Y, por eso, según concluyen
estos investigadores, el deshielo del permafrost actual no será la
bomba de metano que temían muchos.
Fuente:
Miguel Ángel Criado, La humanidad es la principal responsable del metano que envenena el aire, 20 febrero 2020, El País.
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