Miles
de afectados dependen de los refugios para vivir mientras afrontan el
trauma de haberlo perdido todo.
por
Pablo Guimón
La
nueva vida empieza, por ejemplo, aquí. En este hangar de un
aeropuerto llamado Odisea, en la isla de Nueva Providencia, donde
aterrizan muchos de los aviones que evacuan a los residentes de Gran
Bahama y las islas Ábaco, arrasadas hace ya dos semanas por el huracán Dorian, el más brutal que ha sacudido esta parte del mundo
desde que existen registros.
Los
cooperantes y soldados vienen y van, las hélices y los reactores
cubren todo de un denso ruido, y los supervivientes sacian el hambre
en los puestos de comida. Los niños pueden esperar en un humilde
recinto con juguetes, mientras los adultos guardan cola para
registrarse en algunas de las mesas atendidas por voluntarios.
Francelus
Junius, 36 años. Residente en la isla de Gran Ábaco. Esposa y dos
hijos. Pertenencias: lo puesto. Ningún familiar ni amigo que pueda
hacerse cargo de ellos.
Una
vez registrada, la familia pasa una revisión médica. Si su estado
lo requiere, son enviados a los hospitales. A Junius le aplican allí
mismo cuatro puntos de sutura en un corte que tiene en la nuca y le
limpian las heridas de la espalda. Se les asigna el refugio de Fox
Hill, al sur de la capital. Es ya de noche. En un microbús, junto a
un puñado de desconocidos que serán sus compañeros de habitación
por tiempo indefinido, se les traslada a su nuevo hogar.
En
una catástrofe de esta naturaleza, “las necesidades no van
bajando, se van diversificando”, explica Laurent Duvillier, de la
oficina de UNICEF para América Latina y el Caribe. “Ha habido
mucha solidaridad en los primeros días, y eso es muy bueno. Pero hay
que pensar en la sostenibilidad. No solo se trata de la supervivencia
en la primera semana, sino de meses hasta que se pueda recuperar la
vida. Muchas familias lo han perdido todo. Pero también hay otras
que, aunque sus casas sigan en pie, se han quedado sin empleo. Los
negocios están cerrados. Muchos viven del turismo, pero las
infraestructuras están destruidas, ¿y quién va a ir de vacaciones
a esas islas en los próximos seis meses? Sin ingresos, miles de
familias no podrán reconstruir sus casas ni sus vidas”.
Vientos de hasta 300 kilómetros por hora y lluvias torrenciales, golpeando
durante 48 horas, borraron del mapa poblaciones enteras del norte del
archipiélago. Hay 52 muertos oficiales, una cifra que todos saben
que engordará con algunas de las 1.300 personas que siguen
desaparecidas. Hasta 70.000 personas resultaron afectadas por el
huracán. Un total de 15.000, según la Agencia de Gestión de
Emergencias del Caribe, siguen necesitando refugio o comida. Cerca de
4.000 se han ido a Estados Unidos. Y más de 5.000, a la isla de
Nueva Providencia. De ellos, 2.000 han sido trasladados a alguno de
los seis refugios que se han habilitado en la capital, Nasáu.
En
el exterior del refugio de Fox Hill, Francelus Junius mata la cuarta
mañana de su nueva vida charlando con otros hombres a la sombra de
un árbol. Como los miles de turistas en los hoteles de todo incluido
sembrados por las playas de arena blanca de esta misma isla, Junius
luce en su muñeca una pulsera. La suya es de color blanco, que le
identifica como uno de los 230 evacuados que residen en el refugio.
“Cada mañana espero que sea mi último día aquí”, asegura. “No
es solo el vivir aquí todos hacinados, es que no tienes nada que
hacer. Comes lo que te dan, vistes lo que te dan. Es humillante”.
“Agradecemos mucho esto, pero no nos podemos quedar. Tenemos que
salir de aquí”, añade, a su lado, Kenel Dieujuste, de 58 años.
En
el refugio, explica la diputada Shonel Ferguson, que coordina la
asistencia en el centro, se trata de “envolver a los evacuados en
un capullo de amor y apoyo”. Un centenar de voluntarios del barrio,
identificados con pulseras rojas, se encargan por turnos de asistir a
los evacuados en este chalé pintado de azul claro, que normalmente
funciona como centro comunitario. Cinco mujeres preparan la comida en
la cocina, otras ordenan la ropa donada por los vecinos, friegan el
suelo o atienden la enfermería o las mesas de información. En un
gran espacio diáfano, dos centenares de colchones, camastros y cunas
donde duermen los evacuados, uno al lado del otro. Hay amor, hay
apoyo, pero poca intimidad.
El
elefante en la habitación, claro, es el trauma que cada uno lleva
dentro y que apenas se comparte. En Fox Hill se habla más del
incierto futuro que del pasado. Pero, inevitablemente, circulan
historias. Como la de un joven haitiano que acaba de abandonar el
refugio para volar de vuelta su país. Hace unas semanas, tras años
de trabajar y ahorrar en la isla de Gran Ábaco, había logrado al
fin traerse a vivir con él a su hijo, que permanecía con sus
abuelos en Haití. Pero llegó el huracán y se llevó la vida de su
pequeño. “Ahora el sentimiento de culpa le atormentaba”, explica
Ferguson.
“Todos
han pasado un enorme trauma, pero no les pedimos que lo cuenten.
Normalmente, podemos ver en sus miradas cuando experimentan demasiada
angustia. Tenemos psicólogos para hablar con ellos”, explica el
también diputado Michael Foulkes, que esta mañana supervisa el
trabajo en el refugio.
Para
recuperar la normalidad, una prioridad son los niños. En este
refugio hay 55, que van de los pocos meses a los 17 años. En total,
según estimaciones de UNICEF a partir de datos del Gobierno, cerca
de 18.000 niños han estado expuestos al impacto del huracán en todo
el país. “En los refugios hay niños con experiencias
extremadamente traumáticas”, explica Duvillier, de UNICEF.
“Hablamos de destrucción total, de ver a familiares fallecidos o
ahogados. Viven con eso dentro y ahora hay que tratar de sacárselo”.
A
la entrada del refugio, un espigado niño de ocho años empuja una
torre de sillas para sentarse a comer en la calle con sus nuevos
amigos. Preguntado por cómo es su nueva vida, responde que “50-50”.
“Aquí se está bien, hay mucha gente y hay juegos”, explica.
“Bueno, yo prefería mi casa de antes, pero la vi caer. Creo que ya
no queda nada”.
“Hay
que ayudar a los niños a superar la pérdida”
Este
jueves, se llevó a cabo una jornada de matriculación escolar masiva
de los 10.000 estudiantes que, según el Ministerio de Educación, se
han visto desplazados por el Dorian. A todos se les proporcionará
una plaza en un colegio, libros y uniformes, para que puedan volver a
las aulas la semana que viene. Previamente, UNICEF realizó talleres
de formación con los educadores, para darles herramientas con las
que ayudar a los niños a superar su trauma.
Michal
Bar, de IsraAid, es una de las profesionales que impartieron estos
talleres. “El objetivo es facilitar a los niños, en la medida de
los posible, que expresen sus sentimientos de maneras menos
verbales”, explica. “Con sus padres no pueden hablar, porque
ellos mismos también están traumatizados. No queremos hurgar
directamente en las heridas, sino fortalecer sus habilidades para
expresarse”.
“Si
un niño está traumatizado, ¿cuánto va a aprender en el colegio?”,
se pregunta Jacqueline, una educadora local que asistió a los
talleres. “Los niños desplazados necesitan adaptarse a su nuevo
entorno. Empezar una nueva vida. Muchos siguen afligidos, y hay que
ayudarlos a manejar la pérdida. No hay una solución rápida”.
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Fuente:
Pablo Guimón, 15.000 personas buscan casa y comida en Bahamas dos semanas después del huracán Dorian, 14 septiembre 2019, El País. Consultado 14 septiembre 2019.
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