Central nuclear de Flamaville, Francia. |
La industria nuclear es más segura desde Fukushima; ahora el problema es el coste de la tecnología.
por
Thiago Ferrer Morini
Parecía
una oportunidad de oro, una tormenta perfecta. Ante la urgencia del
cambio climático, el mundo necesitaba una tecnología capaz de
sustituir a la, por ahora, insuperable capacidad de los combustibles
fósiles de producir electricidad a coste bajo y durante las 24 horas
del día. Y esa tecnología estaba ahí desde hacía décadas: la
energía nuclear. Al fin y al cabo, es la segunda fuente de
electricidad baja en dióxido de carbono del planeta (y la primera en
la OCDE). Las lecciones del accidente nuclear de Chernóbil, en 1986,
en lo que hoy es Ucrania, estaban, en teoría, aprendidas.
Pero
el 11 de marzo de 2011, en la prefectura japonesa de Fukushima, lo único que faltó fue una tormenta perfecta. Un terremoto hizo ceder
las torres de alta tensión que abastecían de energía a los
sistemas de refrigeración del reactor de la central de Fukushima I y
el posterior tsunami inundó e inutilizó los generadores de
emergencia. El resultado fue el segundo peor desastre nuclear civil
de la historia, que ocho años más tarde impide volver a sus hogares
a más de 52.000 personas.
Las
consecuencias de Fukushima fueron más allá de las meramente
ecológicas. No solo redobló las sospechas políticas y ciudadanas
sobre la energía nuclear; sobre todo, obligó a la industria a tomar
medidas adicionales de seguridad que, según un estudio de 2016 de la
consultora Platts, costaron 47.000 millones de dólares (42.000
millones de euros). Y ha servido. "Lo que más ha cambiado en
estos últimos años ha sido el refuerzo de la seguridad",
explica Eduardo Gallego, de la Universidad Politécnica de Madrid.
"Mientras que los sistemas tradicionales necesitan electricidad
para funcionar (que fue el problema que pasó en Fukushima), la
última generación se basa en principios intrínsecamente seguros.
Por ejemplo, tienen tanques de agua en altura, por lo que, si hay una
necesidad de presión adicional por alguna pérdida, puede obtenerse
por gravedad".
La
industria sigue defendiendo su importancia para lograr los objetivos
definidos en París en 2016. "Para alcanzar un sector plenamente
descarbonizado para 2050, la Unión Europea necesita de un mix
energético por lo menos de una cuarta parte nuclear", apunta un
documento de la patronal europea Foratom. Esta cifra es similar a la
proporción actual (según la IEA, es del 25,7 %). Para la industria,
sin embargo, los problemas son otros. En estos años, el universo de
la energía ha cambiado por completo. En cinco años, la producción
de energía geotérmica ha crecido un 20 %, la eólica se ha duplicado
y la fotovoltaica se ha multiplicado por cuatro. Todo esto impulsado
por una fortísima reducción de costes en las tecnologías
renovables que se retroalimenta en un círculo virtuoso.
Ante
este cambio radical, la gran esperanza de la industria europea es el
llamado reactor a presión europeo (EPR, en sus siglas en inglés).
La primera operación comercial de la nueva tecnología, la llamada
tercera generación plus de reactores, iba a estar instalada en la
península de Olkiluoto, en Finlandia; el primer reactor construido
en Europa Occidental en 15 años. Sin embargo, una sucesión de problemas (pugnas dentro del consorcio de construcción primero, los
cambios en el proyecto obligados por Fukushima después) han
retrasado al menos 10 años la puesta en marcha del proyecto.
Tres
veces más caro
Pero
más que el tiempo, el problema principal son los costes.
Originalmente, la construcción de Olkiluoto iba a costar 3.200
millones de euros; la última estimación, de 2012, preveía algo más
de 8.500 millones; Électricité de France estima que edificar una
planta similar en Francia saldría por más de 10.000 millones. "La
seguridad no es barata", indica Gallego. "Eso significa que
mucho éxito no van a tener".
Países
emergentes como China o India, donde la urgencia por abandonar el
carbón y el petróleo es mucho mayor, no necesitan escatimar en
gastos. Uno de cada cinco gigavatios de potencia instalada en
construcción está en China, donde el Gobierno de Xi Jinping quiere triplicar la potencia nuclear instalada (y esta cifra es menor que la
inicialmente prevista y revisada tras Fukushima). India también
tiene importantes ambiciones, pero basadas en una tecnología que aún
no posee: reactores que, en vez de uranio (que casi no hay en India),
utilicen torio (del que tiene las mayores reservas del mundo).
En
Europa, no obstante, la escala de estas inversiones no encaja con el
nuevo mapa de la electricidad. Con el desarrollo de las smart grids y
de los edificios inteligentes, poco a poco se está orientando en una
producción a pequeña escala que requiere poca inversión para
correr a la par de unos avances tecnológicos que van más rápido de
lo que han ido en un siglo. "Una central nuclear no se puede
apagar en momentos de baja demanda", explica Javier Andaluz, de
Ecologistas en Acción.
No
es que la industria no esté desarrollando alternativas. "En el
Reino Unido se están planteando muy en serio optar por reactores
modulares, que en lugar de 1.400 megavatios de potencia tienen entre
30 a 300", apunta Gallego. "Su principal ventaja es que se
construirían en fábricas y no tendrían que edificarse in situ".
Pero
nada de esto está en marcha, y el mercado no está muy por la labor
de invertir. "Con el declive generalizado de la tecnología, la
investigación no va a seguir extendiéndose", sentencia un
informe de Deloitte. "Varios reactores destinados a ello han
cumplido con su propósito original y ahora esperan a ser
desmantelados". Y para energías como la de fusión siguen
faltando décadas. "El problema es que si la energía nuclear
quiere tener algún efecto en la lucha contra el cambio climático,
las tecnologías tendrían que estar en marcha ya; no mañana, sino
ya", considera el consultor Mycle Schneider.
¿Cuánto
CO₂ emite realmente?
Un
estudio del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático
(IPCC, en sus siglas en inglés) habla de que, aunque las emisiones
medianas de la energía nuclear están entre las menores (de 12
gramos por kilovatio hora, por debajo de la solar, la geotérmica y
la eólica marina), en algunos casos pueden llegar a 110 gramos.
"Toda la discusión acerca del papel de la energía nuclear
debería estar centrado en una cosa", señala el consultor Mycle
Schneider. "Si vamos a invertir un euro en la generación de
energía, cuánta deducción en emisiones de dióxido de carbono
vamos a conseguir".
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