miércoles, 11 de julio de 2018

Javier Rodríguez Pardo: “Hay que pasar de la resistencia a la rebelión”


El 10 de julio de 2015 falleció una figura legendaria del activismo ecologista de Argentina: Javier Rodríguez Pardo. Lo recordamos con una entrevista que le realizó Pamela Sioya y fue publicada por ComAmbiental el 6 de marzo de 2011.

Conversar con Javier Rodríguez Pardo, fundador del Movimiento Antinuclear del Chubut, es recorrer la historia ambiental de la Argentina de los últimos 30 años. Probablemente el capítulo más importante para comprender los movimientos socioambientales que vibran hoy en el país.

Quienes lo conocen lo definen en mayúsculas como "investigador autodidacta", "amigo incansable", "el referente de las movilizaciones sociales" y aún así no alcanzan las palabras. ComAmbiental lo visitó, café de por medio, para conocer el “detrás de los telones” de los hechos que marcaron gran parte del ambientalismo en la Argentina y reflexionar sobre las elecciones 2011 y más allá en el futuro.

Su acento español sigue como marca indeleble de su origen gallego, pero su vida está unida a la gente de la Argentina que fue su casa desde los 12 años de edad. Su formación está cimentada en una carrera de Filosofía y Letras truncada por los gobiernos de facto de Onganía y Lanusse (1966-1973), el título de Periodista del Grafotécnico y su pasión por el cine que le dio el sustento desde el rol de crítico, fundador de cineclubes, creador de una sala de arte y trabajador dedicado en la emblemática Sala Lorraine.

El golpe de estado de 1976 no lo obligó al exilio pero sí al perfil bajo. “Uno se convierte en una cara conocida y recibía amenazas telefónicas”, rememoró Javier Rodríguez Pardo. Entonces se fue a la Patagonia donde abrió un bazar aunque “no podía dejar de responder a esos chispazos que hay dentro de uno, cuando ve una injusticia, algo que hay que combatir o producir un cambio”. Y así empezó.

JRP: En La Patagonia de Pie contamos 14 experiencias de movimientos sociales triunfantes, como las acciones que llevábamos a cabo en contra de explotaciones de lenga, una represa con fines non santos que iba a inundar una comunidad entera, o a favor de la protección de pingüinos de Magallanes que los querían faenar para obtener un fármaco y utilizar su piel para hacer guantes de golf. Esos 14 movimientos sociales los perdimos todos en la justicia porque el poder político era más fuerte pero los ganamos en la calle y nunca pudieron llevarse a cabo.

CA: ¿Qué caso se podría decir que marcó su militancia socio-ambiental?
JRP: Los años más significativos son los de la lucha contra la instalación de un basurero nuclear: el repositorio de desechos radiactivos de alta actividad en Gastre. Tuve que aprender para poder discutir con la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Fueron 15 años ininterrumpidos (1981-1996) donde dejé prácticamente gran parte de mi vida e incluso puse en riesgo comercialmente el futuro de mi familia. No existía internet así que era más difícil todo, por carta, teléfono o personalmente. Recorrí la Patagonia toda. No hubo escuela sin visitar. Los detalles de la epopeya están en el libro En la Patagonia No.

CA: El plebiscito que dijo NO a la Mina en Esquel (2003) también es un caso en el que participó, emblemático sobre todo para los movimientos contra la megaminería a cielo abierto.
JRP: En 2002, el geólogo Aldo Ferro tuvo la buena idea de hacer una asamblea con referentes ambientalistas de la Patagonia para que dieran una charla sobre cómo y por qué se entronca la explotación inminente de oro anunciada en Esquel con todas las luchas que se dieron en defensa de los ecosistemas.

En muchas ocasiones paisanos nos dijeron “para qué te metés en esto, si ya está entregado, ya está arreglado, ya es un hecho”. Y contesté: “me dijiste lo mismo con Gastre y lo paramos, con la explotación de bosque nativo de lenga y lo paramos”.

CA: ¿Tuvieron represión o judicialización de la protesta?
JRP: En Esquel sí. Están en la justicia. A mí me rompieron el auto para sacar disquetes y papeles, sin robar las cámaras de filmar por ejemplo. A veces aparecían pegados papelitos con “Te estamos siguiendo”. Con Gastre tuve amenazas de muerte hacia mí o mi familia. En estos pueblos pequeños nos conocemos todos. A un juez federal amigo le conté todo esto por si me pasaba algo pero que no hiciera nada para no darle estado público. Hoy en día tampoco lo comento. El tipo que te quiere limpiar no te va a avisar, lo sé.

CA: ¿Cómo evalúa el panorama electoral para Chubut?
JRP: Los partidos políticos patagónicos no dejan de ser lo que hemos combatido siempre desde nuestra visión. El gobierno de Das Neves es igual, quizá tiene la prudencia de respetar la ley de Minería de Chubut pero no tiene vergüenza de crear zonas de sacrificio que ya hizo Santa Cruz, para ser explotadas y dejar por ahora la cordillera de los Andes de la ruta 40 para arriba y ganar tiempo para que la minería siga existiendo en Cerro Vanguardia o la que quieren hacer ahora en Proyecto Navidad. Es más, ningún candidato a presidente de la nación tiene un proyecto político que defienda los intereses del pueblo. No pasa por aceptar la soja transgénica o la minería de uranio. Todos los gobiernos son continuistas.

CA: ¿Cómo es su relación con la política?
JRP: A los políticos tradicionales los tengo acá [señala la garganta], me saturo con ellos. No hay partido político en el país que no me haya ofrecido función desde gobernador para abajo y todos los he rechazado. No me nacionalicé justamente para que no haya suspicacias con respecto a la tarea que hago.

CA: ¿Ningún partido político lo representa o no cree en el sistema político como está ahora?
JRP: Creo que son necesarios Bonasso, Pino, Lozano, todos con los que hemos metido la Ley de Glaciares, pero no me comprometo con ellos porque tienen cosas que no comparto. A los partidos de la izquierda tradicional los veo oportunistas totalmente, ni tienen idea de los movimientos ecosociales, intervienen ahora cuando ven los movimientos de masa que producen los pueblos movilizados en torno a una cuestión ambiental. Y los que no piensan de esa manera no lo tienen en claro. Pueden tener buenas intenciones pero creo que es necesario discutir muchas cosas como cuál es la matriz energética que quiere el país, qué país queremos.

CA: ¿Eso tiene que ver con el libro que está terminando Las vías del saqueo?
JRP: Hay un plan general gestado por las corporaciones transnacionales que es el IIRSA (Iniciativa con Infraestructura Regional SurAmericana) que es la herramienta práctica. La herramienta política es el UNASUR. Los gobiernos entre comillas progresistas vienen a ser el elemento principal de las transnacionales porque frenan los levantamientos populares, gestan la legislación que piden las transnacionales a cambio de mano de obra ocupada generalmente cautiva. Desde nuestros pueblos les estamos pagando para que nos saqueen los bienes comunes, con la represión que hay en los lugares y la asociación con los feudos provinciales.

CA: ¿Cómo se puede resistir a ese megaplan?
JRP: Propongo no usar más el término resistencia. Tenemos que pasar a la rebelión o revolución social porque es indignante lo que hacen las corporaciones transnacionales y los países del norte. Con el tiempo fui entendiendo que la forma de que se produzcan cambios es evidentemente a través de socializar el conocimiento, de que las poblaciones tiendan a conocer y hablar todos el mismo lenguaje de realidad social y de necesidades sociales.

CA: ¿Existe otra forma de construir democracia, de hacer política?
JRP: Creo que se va a imponer una mayor participación de los colectivos que parten de una militancia en las bases y que las bases son las que definen las políticas de las estructuras. Hoy cada vez se les hace más difícil a los partidos tradicionales, digitar un candidato porque están siendo escrachados por internet, las movilizaciones, los debates populares, los jóvenes.

Ahora viene la otra parte, ¿cómo hacemos para que la opinión del pueblo ejerza el gobierno? Y ahí francamente ni los intelectuales de ecosocialismo tienen una bola de cristal. Sí quiero imaginar de que los gobiernos de América Latina hoy están en tránsito, no son el objetivo. Y por otro lado, nuestras comunidades deben evaluar si esos gobiernos desarrollistas no son un instrumento de las transnacionales. Del sistema.

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