El trabajo plantea la necesidad de un tratamiento multidisciplinario de las cuestiones vinculadas con el agua y el ambiente. Esto incluye ciencias naturales y sociales y disciplinas artísticas. Reclama que el servicio público de agua y saneamiento sea declarado como un Derecho Humano.
por Antonio Elio
Brailovsky
El tema de este
número de la revista es, con toda probabilidad, el más importante
que llegue a publicar, aunque es posible que sus lectores y editores
no lo vean de esta manera. Tal vez el tema ambiental sea uno de los
que más requiere de actitudes colectivas y el rol de los de los que
trabajamos con el conocimiento es promoverlas. Vivimos en una
sociedad que pone el acento en reforzar las diferencias entre unos y
otros. Sin embargo, los buenos y los malos, los generosos y los
violentos, Hitler y Gandhi, Mozart y Jack el Destripador, tienen
todos la misma fisiología, los envenenan los mismos tóxicos de la
misma manera, y tienen todos la misma necesidad de agua limpia y
confiable. Además de los humanos, los seres vivos somos diferentes
pero la vida en sí misma, es continua. Uno de los vínculos que
establecen esta continuidad de la vida es el agua. “Si el hombre
está vivo, el agua es la vida”, dice el poeta Joan Manuel Serrat.
El agua no es un recurso natural más, sino el eje en torno del cual
se organiza la vida sobre la Tierra. Estamos en el único lugar del
Universo conocido en el que existe agua en estado líquido.
Innumerables textos de ciencia-ficción chocan contra la evidencia:
sólo encontraremos un poco de hielo en Marte y un poco de vapor de
agua en Venus. Estas condiciones impiden cualquier forma de vida
semejante a la que conocemos. El agua forma nuestros cuerpos. Somos
agua en un 70 por ciento de nuestro ser. Yo mismo estoy compuesto por
unos 50 litros de agua y algo de las demás sustancias. Soy
principalmente agua del Río de La Plata, y soy consciente de que lo
que le pase al Río de La Plata va a pasarme también a mi.
La proporción se
eleva aún más, si nos pensamos formados por agua de mar, ya que
llevamos en la sangre las mismas sales que el gran Océano, y en las
mismas proporciones. La vida se originó en el mar, y quizás aún no
haya salido de allí, ya que nuestros órganos forman un complejo y
sutil mecanismo destinado a impedir que se disperse el agua marina
que nos constituye. La mayor parte del oxígeno que respiramos lo
producen las algas microscópicas que constituyen el fitoplancton
marino, las que, por supuesto, sólo pueden vivir en aguas limpias.
Una vez conocida esta relación, ¿dejaremos de ser indiferentes a la
creciente contaminación de los mares? ¿O seguiremos creyendo que
esas sustancias tóxicas sólo están asfixiando a los peces? El aire
del mundo depende, entonces, de que los mares no se contaminen. Pero
también hay una relación recíproca: una de las principales
reservas mundiales de agua dulce está en los hielos de los
glaciares. En tanto ese agua permanezca congelada, seguirá siendo
dulce. Si, por el contrario, seguimos contaminando el aire al punto
tal de profundizar el cambio climático global, esos hielos se
derretirán. Esto no sólo inundará las áreas costeras de todo el
planeta, sino que salinizará esas reservas de agua, que ya no
podremos utilizar, al menos a un costo accesible. El uso del agua
puede ser la causa de algunas de las próximas guerras en tierras de
fuerte sequedad, como el Medio Oriente. Recordemos, sin embargo, que
la escasez de agua en esa zona es, en buena medida, artificial. La
deforestación de las nacientes de los arroyos los ha secado: el
saqueo de los romanos y de los asirios, el hacha de los fenicios y la
de Salomón, son las causas lejanísimas de las guerras de mañana.
Por ser de agua, el destino de los humanos será el mismo que el que
sufra el agua de la Tierra. Esto explica la necesidad de una conducta
solidaria. El agua es un organizador temático, que vincula la
geología con la política internacional, la economía con la
biología, la ingeniería con la guerra. La aproximación al tema del
agua y las reflexiones que nos despierta requieren necesariamente de
una forma de pensamiento transdisiciplinaria. No hay ninguna ciencia
que pueda abarcar por sí sola las infinitas facetas de esta
cuestión, que no es académica, sino que hace a nuestra propia
supervivencia como especie. La preocupación ambiental intenta
cambiar nuestra relación con el mundo. Y una de las formas de
hacerlo es volver a pensar la ciencia de otra manera. Sucede que
nuestra manera de pensar, de aprender, de investigar y de enseñar,
divide el mundo en pequeños pedazos conceptuales, que son los que
forman las carreras y las disciplinas.
La concepción
ambiental pone en cuestión una cierta idea de lo que es la ciencia,
entendida como un conjunto de disciplinas separadas unas de las
otras. El químico estudia el comportamiento de unas sustancias en el
agua. El sociólogo estudia la conducta de ciertos grupos humanos.
Pero, la contaminación, ¿es un problema químico o un problema
social? ¿Podría llegar a ser las dos cosas? ¿Qué decimos cuando
vemos que en toda sociedad los más contaminados son invariablemente
los más pobres? A esta altura, algunos científicos empiezan a
ponerse nerviosos ante la dificultad para ubicar ciertos
conocimientos en una disciplina o en otra. Pero, ¿qué significa -o
qué esconde- esta voluntad de catalogar el conocimiento? Esto va en
el cajón de la izquierda, aquello en el estante de arriba. O si lo
preferimos: ¿a qué responden los límites actuales de las
disciplinas en las que hemos fragmentado el mundo, y que se expresan
en las diferentes asignaturas de los colegios o de las facultades?
La historia
comienza a fines del siglo XVIII, con la Revolución Industrial. El
auge del maquinismo impuso la división social del trabajo. Los
antiguos artesanos, capaces de hacer por sí solos un producto
entero, fueron reemplazados por obreros que hacen partes cada vez más
pequeñas de un objeto que sienten cada vez más ajeno. Autores con
enfoques tan distintos como Adam Smith y Karl Marx nos han dejado
brillantes testimonios de cómo el viejo maestro relojero fue dejando
paso al obrero que pinta las letras de los cuadrantes, al que coloca
los ejes o al que ajusta las manecillas. Decenas de personas hacen
con mayor rapidez y eficiencia el trabajo que antes realizaba una
sola. Allá arriba, alguien distinto de ellos y más poderoso velará
por el sentido del producto terminado. En el origen de la división
social del trabajo está el tema del poder. No es lo mismo haber
hecho una tuerca o una rueda que haber terminado un automóvil. A
medida que el poder económico y político se concentra en pocas
manos, más se acentúa la división social del trabajo. La varita
mágica del gran capital transforma a los hombres en engranajes cada
vez más pequeños. A veces, apoyando la oreja para sentir el rítmico
latido de un reloj, uno podría preguntarse si esos circuitos
electrónicos recuerdan en todo momento que hay alguien que tiene el
poder de cambiarle la pila, adelantarlo, atrasarlo, o finalmente
cambiarlo por otro que le guste más. Lo que ocurría en la fábrica
era tan evidente y tenía tantas implicancias sociales que a menudo
olvidamos que con la ciencia pasó lo mismo. La división social del
trabajo científico significó cortar el conocimiento en
multiplicidad de pedazos, cada vez más pequeños. El hombre
ilustrado del siglo diecinueve era “poseedor de una vasta cultura”,
es decir, era propietario de una amplia franja del conocimiento. Al organizarse la
ciencia como una fábrica, el hombre culto es reemplazado por el
especialista. El argumento era seductor: hoy la ciencia es tan
compleja que nadie puede repetir la proeza de Dédalo o de Leonardo
da Vinci, de abarcar por sí solo todos los campos del saber humano.
Pintar Madonnas, diseñar máquinas para volar, construir fortalezas
o excavar canales sería, en el futuro, obra de distintas personas.
Así, la respuesta de la ciencia ante la complejidad del mundo fue
compartimentarse en disciplinas cada vez más aisladas unas de otras.
De este modo se formaron los especialistas, definidos a veces como
“aquellos que saben casi todo acerca de casi nada”, ya que para
profundizar sus conocimientos tienen que reducir cada vez más su
campo de acción. Y, generalmente, sin tener ni la menor idea de lo
que estaban haciendo los que se ocupaban de otros campos del
conocimiento.
¿Qué ganamos y qué perdimos con la especialización? Ganamos una tecnología, capaz de realizar los productos más sofisticados: satélites artificiales, computadoras, productos de ingeniería genética. Y lo que perdimos es la visión del mundo. Porque el mundo no es un amontonamiento casi infinito de pequeños espacios investigables, sino que es una totalidad. La concepción ambiental procura recuperar esa totalidad. Por eso no es incumbencia de una disciplina sino de todas. Digo disciplina y no ciencia, porque nuestro sistema académico ha dejado afuera a las disciplinas artísticas, con el argumento de que no eran necesarias para producir los conocimientos que sirven para hacer dinero. Pero así como el mundo es una totalidad integrada, los humanos también lo somos. Una mirada sobre las disciplinas artísticas nos mostrará el lugar que el agua ocupa en la cultura, completamente distinto de lo que podría representar un recurso natural. Leemos en La Ilíada que durante el sitio de Troya, Aquiles mata tantos troyanos que sus cadáveres contaminan el río Escamandro. El dios del río se enfurece y lucha con el héroe en defensa de la pureza de sus aguas y le envía una crecida para ahogarlo. No es una excepción: en todas las culturas antiguas, el agua está asociada a divinidades de protección y a actitudes espirituales.
¿Qué ganamos y qué perdimos con la especialización? Ganamos una tecnología, capaz de realizar los productos más sofisticados: satélites artificiales, computadoras, productos de ingeniería genética. Y lo que perdimos es la visión del mundo. Porque el mundo no es un amontonamiento casi infinito de pequeños espacios investigables, sino que es una totalidad. La concepción ambiental procura recuperar esa totalidad. Por eso no es incumbencia de una disciplina sino de todas. Digo disciplina y no ciencia, porque nuestro sistema académico ha dejado afuera a las disciplinas artísticas, con el argumento de que no eran necesarias para producir los conocimientos que sirven para hacer dinero. Pero así como el mundo es una totalidad integrada, los humanos también lo somos. Una mirada sobre las disciplinas artísticas nos mostrará el lugar que el agua ocupa en la cultura, completamente distinto de lo que podría representar un recurso natural. Leemos en La Ilíada que durante el sitio de Troya, Aquiles mata tantos troyanos que sus cadáveres contaminan el río Escamandro. El dios del río se enfurece y lucha con el héroe en defensa de la pureza de sus aguas y le envía una crecida para ahogarlo. No es una excepción: en todas las culturas antiguas, el agua está asociada a divinidades de protección y a actitudes espirituales.
El momento
culminante de los Evangelios no es el Nacimiento ni la Crucifixión,
sino el Bautismo de Cristo. Cuando Juan bautiza a Jesús, el contacto
con el agua del río Jordán es el momento de una revelación, en la
cual comprende cuál será su destino en el mundo. Con el bautismo,
Jesús comienza a ser un líder espiritual. Por esa razón, las
personas que ingresan al cristianismo, lo hacen a través del agua.
El judaísmo reclama baños antes de una serie de ceremonias y los
musulmanes se lavan (física y simbólicamente) antes de ingresar a
una mezquita. Simétricamente, en el budismo y el hinduismo, las
personas dejan el mundo a través del agua, que es un componente
esencial de los ritos funerarios. El agua está en todos los mitos de
la Creación, desde el Génesis judeocristiano hasta el Popol Vuh de
los mayas y las leyendas de los pueblos amazónicos. El Ganges y el
Jordán, el Eufrates y el Paraná fueron sagrados para los habitantes
de sus orillas. La nuestra es la única cultura que esconde las obras
hidráulicas en caños subterráneos. Los acueductos romanos eran
formidables obras estéticas para mostrar el orgullo de la conducción
de las aguas hacia los usuarios. No estaría mal recordar que en la
antigua Roma el emperador bebía la misma agua que el último de los
esclavos. Y que el agua era gratis para todos. En Constantinopla (hoy
Estambul), los bizantinos construyeron una inmensa cisterna para
abastecer de agua la ciudad. Uno de sus nombres es Basiliké, por
estar junto a la basílica de Santa Sofía. Tiene una superficie de
una hectárea y el techo está sostenido por cientos de columnas
tomadas de templos paganos. Transmite la sensación de una Mezquita
de Córdoba inundada. El que una cisterna (que debería ser apenas un
depósito de agua) nos genere los mismos sentimientos que un espacio
religioso, debería ayudarnos a reflexionar sobre lo que significa el
agua para nosotros.
No es casual que
hayan sido los Papas los que llenaron la Roma del Renacimiento y del
Barroco con grandes fuentes decoradas con los grandes artistas de la
época.
Las huertas
flotantes y canales del México azteca causaron admiración en los
conquistadores. Y en Perú, Bolivia y Ecuador aún pueden verse en
las montañas los complejos sistemas de irrigación que precedieron a
los incas. Nos toca pensar en las intrincadas relaciones que vinculan
todo con todo y que nos obligan a reclamar acciones mucho más
responsables de las que estamos haciendo. Tampoco es casual que haya
sido un Papa (Francisco) el que sostuviera que el agua no puede estar
sujeta a criterios de rentabilidad empresaria. Existe en el mundo
actual una continua presión política de las empresas
multinacionales que plantean la necesidad de privatizar los servicios
públicos de agua y saneamiento. En los países en los que se entregó
este servicio a las empresas privadas se produjeron importantes
crisis sanitarias cuando las empresas les cortaron el agua a las
familias que no podían pagarla. En muchas ocasiones, el servicio
medido no llevó a un uso más eficiente del recurso, sino a que los
pobres consumieran la cantidad mínima de agua que podían pagar, no
la que realmente necesitaban. En Argentina el servicio se privatizó
en la década de 1990 y se mantiene de la misma manera. En su primer
etapa estuvo a cargo de Aguas Argentinas, una filial de la
multinacional Suez. Actualmente está a cargo de Agua y Saneamientos
Argentinos S.A., una empresa privada cuyo accionista mayoritario es,
por ahora, el Estado Nacional, pero que puede cambiar de manos en
cualquier momento.
Uruguay fue el
primer país del mundo en declarar en su Constitución que el agua es
un derecho humano fundamental, mediante la reforma del Artículo 47
con el plebiscito de octubre de 2004. Ese texto constitucional otorgó
al Estado la responsabilidad exclusiva de la gestión del agua y del
saneamiento. En 2005 los movimientos sociales de Colombia reclamaron
una declaratoria equivalente, realizando acciones masivas en ese
sentido. En 2009 Bolivia incorpora ese derecho a su Constitución y
logra una declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas
(no vinculante) que invita los países a hacerlo. Ecuador, Nicaragua
y México hicieron también reformas constitucionales para incorporar
el Derecho Humano al Agua. En 2015 el Papa Francisco emitió la
Encíclica Laudato Si ́, en la que sostiene que “el acceso al agua
potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y
universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por
lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos
humanos”. Como sucede en la mayor parte de los temas ambientales,
Argentina tiene un notable retraso en esta discusión. El tema fue
borrado de la última reforma al Código Civil sin que eso generara
la misma protesta social que ocurre cuando se habla de cuestiones de
dinero. La idea de que la salud y la vida de las personas esté
sujeta a criterios de rentabilidad nos genera un profundo rechazo. Es
decir que somos muchos los que pensamos que es necesario poner
límites a la voracidad empresaria. Declarar al agua como Derecho
Humano no es solamente algo formal. Significa, por lo menos:
Establecer el monopolio estatal del servicio público. La privatización de un servicio no significa solamente que se entrega su operación a una empresa particular. Dada la enorme complejidad del sistema, la única manera de conocerlo es estar operándolo. El resultado es que se privatizaron de hecho las decisiones políticas sobre el servicio y se aceptó que fuera el concesionario quien le dictara al Estado las instrucciones que debía darle.
Asegurar un determinado abastecimiento de agua de calidad a toda la población. Hasta ahora se ha identificado agua corriente con agua potable y se ha considerado suficiente otorgar un cierto caudal a quienes no pueden pagarlo. El problema es la calidad del agua de red. En Argentina hay cientos de miles (tal vez millones) de personas que reciben en la red pública agua que no es potable por sus elevados contenidos de arsénico. Agua que era potable cuando se inició el servicio y que ya no lo es. Esta declaratoria obligaría a que el Estado encontrara la manera de distribuir agua realmente potable (y no fingidamente potable) a todas la población del país.
Ordenar los criterios de inversión pública, poniendo en primer lugar las obras de agua y saneamiento. En Argentina, la cantidad de personas con saneamiento básico es la mitad de las que tienen acceso a pavimentos. Es clara la prioridad del automóvil por sobre la salud en las políticas públicas de todos los Gobiernos.
Establecer leyes imprescriptibles de delito ecológico. Actualmente contaminar el agua es una conducta que las leyes tratan como una infracción menor, que se salva con una pequeña multa que las empresas nunca pagan. Pero si se declara al agua como un Derecho Humano, su contaminación es la violación de ese derecho.
Desgravar el servicio domiciliario de agua y saneamiento. Entre nosotros, la factura de agua viene con un cargo por el Impuesto al Valor Agregado (IVA), como podemos ver en la factura que llega a nuestra casa. Del mismo modo que los colegios privados no pagan impuestos por el derecho humano a la educación, el agua debería tener el mismo tratamiento.
Soy consciente de
que el enfoque de este artículo puede parecer inusual. Y es que no
estamos acostumbrados a fundamentar las propuestas políticas y
económicas con argumentos culturales. La cultura ha quedado fuera de
nuestro sistema de toma de decisiones y no notamos su ausencia. Tal
vez eso ayude a comprender la deshumanización del poder, al menos en
nuestra sociedad.
Fuentes:
Fuentes:
Antonio Elio Brailovsky, El agua, eje de la vida, abril 2018, Elemental Watson La Revista.
La obra de arte que ilustra esta entrada representa un acueducto romano ubicado en el sur de Francia (El Pont du Gard), pintado por el artista del período rococó Robert Hubert en 1767.
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