Militares observan la prueba nuclear Able, en Bikini el 1 de julio de 1946. Foto: NHHC |
Cómo la
actividad humana está modificando el planeta hasta provocar
profundos cambios.
por Miguel Ángel
Criado
En la cala de
Tunelboka, en Getxo (Bizkaia), hay unas rocas que han atrapado el
ingenio humano. De reciente formación, entre la arena cementada
incluyen materiales de desecho del pasado industrial de Bilbao, como
escorias del mineral de hierro o trozos del ladrillo usado en los
altos hornos. Son rocas naturales, sí, pero también verdaderos
tecnofósiles de una época que está comenzando, el Antropoceno,
donde los humanos están dando forma a su destino y al de todo el
planeta.
"Estas rocas
son un destacable ejemplo del Antropoceno, que se caracteriza por la
radical transformación de los ecosistemas terrestres por la
actividad humana", dice la investigadora de la Universidad de
Queensland (Australia) Nikole Arrieta. Desde 2008, y como parte de su
doctorado, Arrieta ha estudiado este tipo de rocas, conocidas como
beachrocks, primero en España, ahora en Australia. Aunque lo más
probable es que la erosión acabe disolviéndolas, una Nikole Arrieta
del futuro las estudiaría "como cualquier otro yacimiento
geológico y utilizaría las evidencias materiales ahí encontradas
para reconstruir la actividad humana de dicha época, que son muchas
y no únicamente industriales: hemos encontrado antiguas botellas de
cerveza, envases lácteos y de lejía, neumáticos, calzado, redes y
un sinfín de materiales más", añade la científica vasca.
Las rocas de
Tunelboka son sólo una minúscula parte de los datos, hechos y
fenómenos que atestiguan la llegada del Antropoceno. En unos siglos,
las actividades humanas han creado dos centenares de nuevos minerales, algo para lo que la naturaleza habría necesitado millones
de años. En Europa, hay cemento o asfalto a menos de 1,5 kilómetros
de cualquier parte. En el mundo, la agricultura, la minería o la
urbanización han transformado ya el 75 % de la superficie terrestre.
Sobre ella, está en marcha la sexta gran extinción (la quinta fue
la de los dinosaurios), con un ritmo de desaparición de especies 100
veces mayor desde el siglo XX. En el aire, la concentración de CO2,
principal agente del calentamiento global, va camino de doblarse
desde la Revolución Industrial. En el agua, el plástico y los
desechos que generan humanos han llegado hasta los polos o lo más profundo de la fosa de las Marianas.
Para muchos
científicos, el problema no es el cuánto, sino cuándo comenzó la
nueva época. "Se han propuesto diferentes fechas de inicio para
el Antropoceno, en buena medida porque han surgido distintos
conceptos, a veces que se solapan, desde distintos grupos del mundo
académico de diferentes disciplinas", dice el profesor Jan
Zalasiewicz, del departamento de geología de la Universidad de
Leicester (Reino Unido). Zalasiewicz es también miembro del Grupo de
Trabajo sobre el Antropoceno (GTA), al que la Comisión Internacional
de Estratigrafía ha encargado determinar (en una primera fase) si el
impacto humano sobre el planeta se merece que le pongan su nombre
(Anthropos, humano en griego) a la porción de la cronología
terrestre que parece estar comenzando.
Mediados del
siglo XX
"En el GTA
estamos trabajando en lo que podríamos llamar el Antropoceno
geológico como una unidad distintiva de la historia de la Tierra",
comenta Zalasiewicz. Una en la que el foco está en "las pruebas
de un cambio a gran escala, más o menos sincrónico, respecto de las
condiciones del Holoceno [la época geológica previa, iniciada hace
unos 11.700 años, tras la última glaciación]. Un cambio que haya
quedado grabado en los estratos más recientes por medio de diversos
marcadores físicos, químicos y biológicos, como los plásticos o
la radiactividad".
La decisión
final y formal sobre el nuevo periodo de la historia tendrá que
tomarla la Comisión Internacional de Estratigrafía, dependiente de
la Unión Internacional de Ciencias Geológicas. Y de la misma forma
que su objeto de estudio abarca miles o millones de años, estos
científicos necesitan su tiempo. Sobre esa base, el GTA propuso en
2016 que el momento que separa el Holoceno del Antropoceno, el pasado
del futuro, podría situarse a mediados del siglo XX. Es entonces
cuando se precipita la llamada gran aceleración: el crecimiento de
la población humana explota, las altas tasas de urbanización de los
países ricos se extienden a los pobres, el comercio mundial se
intensifica, aparece el turismo de masas... Todo eso dejará una
marca directa o indirecta en el estrato. Pero la señal definitiva,
la estaca dorada, como la llaman los geólogos, del nuevo tiempo
podrían ser los isótopos radiactivos procedentes de los ensayos de
las bombas nucleares, cuyo rastro durará unos 4.500 millones de
años, tantos como tiene la Tierra. Así que el Antropoceno debió de
empezar el 16 de julio de 1945, cuando Estados Unidos hizo explotar la primera
bomba, Trinity, en Alamogordo, Nuevo México.
"Si pensamos
en términos simbólicos o políticos, todo pudo empezar con el
cambio climático, la Revolución Industrial o incluso el intercambio
colombino, pero personalmente me quedo con los isótopos", dice
el profesor de la Universidad de Málaga Manuel Arias. La
desintegración de la materia, su dominio por parte humana, es para
Arias una especie de culmen "de un proceso de avance tecnológico
iniciado con la Revolución Industrial, de una relación de los
humanos con lo natural que siempre ha sido agresiva". El
profesor Arias no es geólogo, geógrafo o ecólogo, da clases de
ciencia política. Hace unos meses publicó el libro Antropoceno. La
política en la era humana (editado por Taurus). La mera publicación
de un libro con ese título por un politólogo, por alguien ajeno a
las ciencias de la naturaleza, muestra la relevancia que está
alcanzando esa idea, aún informal, de que los humanos están
entrando en una nueva época de la que son, al mismo tiempo, sus
creadores, sus protagonistas y, para los más pesimistas, sus
víctimas.
Los rasgos que
mejor definen el nuevo tiempo son el abanico y la escala de impactos
y transformaciones que ha sufrido y está sufriendo el planeta y la
naturaleza que le da vida. Es cierto que los humanos llevan
modificando la Tierra desde el mismo instante en el que aprendieron a
cultivar los primeros cereales y legumbres en la tierra, al inicio
del Holoceno. Pero esas alteraciones locales son hoy globales y
probablemente ya no tengan vuelta atrás. El traspaso de esa puerta o
umbral sería también otra prueba más de la llegada e
irreversibilidad del Antropoceno.
A comienzos de
semana, la revista científica PNAS publicaba un estudio sobre la
biomasa, la parte orgánica, que tiene vida, existente en el planeta.
Casi ningún dato es nuevo, pero leídos todos juntos apabullan:
aunque los humanos vamos camino de la cifra de los 8.000 millones de
personas, apenas suponemos el 0,01 % de la biomasa terrestre. Aun así,
algo tan minúsculo ha provocado que, desde el despertar de las
primeras civilizaciones humanas, hace solo unos milenios, hayan
desaparecido el 83 % de los animales salvajes, el 80 % de los mamíferos
marinos, la mitad de las plantas del edén original o el 15 % de los
peces. El drama cobra todo su sentido humano al repasar los datos de
la vida que queda: el 70 % de las aves del planeta son de granja y el
60 % de los mamíferos se crían en establos. Sólo el 4 % de estos
últimos viven en estado salvaje, el resto es vida domesticada; el
porcentaje que falta es el que le corresponde a los humanos. El
principal autor del estudio, el profesor Ron Milo, del Instituto
Weizmann de Ciencias (Israel), decía al diario británico The
Guardian: "Espero que todo esto muestre a la gente una
perspectiva sobre el papel tan dominante que la humanidad juega ahora
en el planeta".
Esta intromisión
y modificación humana de la naturaleza ha acabado con la tradicional
separación entre lo natural y lo social. La naturaleza entendida
como la veían los exploradores románticos del XIX, remota, exótica,
limpia de las inmundicias, salvaje..., ha dado paso a una naturaleza
híbrida que empieza en los parques urbanos y acaba en la reserva de
la biosfera más valiosa. ¿Qué hay más híbrido, más perturbador,
que el hecho de que las escasas regiones del planeta relativamente
prístinas lo sean precisamente porque los humanos han decidido
conservarlas? Para el ecólogo mexicano Gerardo Ceballos, director
del Laboratorio de Ecología y Conservación de Fauna Silvestre de la
UNAM, "el impacto de los humanos sobre la vida salvaje en los
últimos 100 años es tan grande que hemos perdido la mayoría de los
mamíferos que sobrevivieron a la transición del Pleistoceno al
Holoceno". En este sentido, los humanos están teniendo el
efecto que en el pasado tuvieron cataclismos como las glaciaciones o
algún que otro meteorito.
Sin embargo, hay
quienes consideran que el nuevo tiempo, el de los humanos (el sufijo
-ceno viene del griego nuevo), aún no ha llegado. A muchos
científicos les parece pretencioso denominar un periodo geológico
con el nombre de uno de los seres que lo viven por muy humano que
sea. Otros reconocen el papel central de nuestra especie, pero,
añaden, es un rol que los humanos llevan ejerciendo al menos desde
que las benignas condiciones climáticas que iniciaron el Holoceno
favorecieron la expansión humana. Es decir, este nuevo tiempo habría
empezado tras la última glaciación y no con la primera bomba
atómica.
Esa es la tesis
del geólogo estadounidense George Klein, fallecido
recientemente. Ya en el título de uno de sus últimos escritos lo
deja claro: Antropoceno. ¿Cuál es su utilidad geológica?
(Respuesta: ninguna). En este texto, Klein reconoce los impactos
humanos, pero duda de que sean realmente globales y menos aún
perdurables en el tiempo. "¿Cuál es el potencial de
conservación a largo plazo de cualquiera de los criterios que
definirían el llamado Antropoceno? Probablemente sea pequeño ya que
la mayoría de los estudios que recogen pruebas de las alteraciones
humanas se han hecho en áreas geomórficas que son en su mayoría
erosionables". Pero que rocas como las de Tunelboka desaparezcan
sin dejar rastro no hará que se borre el impacto de los altos
hornos, de los trabajadores que los hacían funcionar, del capital
amasado con aquella industria, de toda la historia humana y natural
que hay detrás de ellas.
A otros
científicos, en su mayoría sociales, lo que les incomoda es el
nombre y lo que pueda esconder detrás. La profesora de historia de
la Universidad de Stanford (Estados Unidos) Gabrielle Hecht publicó en
febrero un ensayo en el que, partiendo de la realidad africana, del
verdadero papel de los africanos en los cambios globales, se
preguntaba por los protagonistas o causantes del Antropoceno. "Lo
que critico es una noción del Antropoceno que atribuye el cambio
ecológico a toda la humanidad, sin tener en cuenta la geopolítica o
las dinámicas de poder de la desigualdad".
Como sucede con el cambio climático (quizá la prueba definitiva de la nueva época), buena parte de la comunidad científica insiste en que el reparto de responsabilidades ha de ser desigual puesto que, tanto en el calentamiento como en los perfiles más duros del Antropoceno, las sociedades occidentales y su progreso tienen más que ver que las comunidades tradicionales de África, Asia o América. "Creo que esta versión del Antropoceno sirve para perpetuar la idea de que bastarán unas soluciones tecnológicas para remediar la situación actual del planeta, parches que a menudo son ideados y diseñados por científicos e ingenieros del norte y ofrecidos al conjunto del sur como la solución sin tener en cuenta el conocimiento, necesidades y medio ambiente locales", sostiene Hecht.
Cambio climático
Como sucede con el cambio climático (quizá la prueba definitiva de la nueva época), buena parte de la comunidad científica insiste en que el reparto de responsabilidades ha de ser desigual puesto que, tanto en el calentamiento como en los perfiles más duros del Antropoceno, las sociedades occidentales y su progreso tienen más que ver que las comunidades tradicionales de África, Asia o América. "Creo que esta versión del Antropoceno sirve para perpetuar la idea de que bastarán unas soluciones tecnológicas para remediar la situación actual del planeta, parches que a menudo son ideados y diseñados por científicos e ingenieros del norte y ofrecidos al conjunto del sur como la solución sin tener en cuenta el conocimiento, necesidades y medio ambiente locales", sostiene Hecht.
Sin embargo, la
tecnología aparece como una de las soluciones a los problemas de la
nueva era. En su libro, el profesor Arias recoge los dos caminos
alternativos que tienen los humanos ante sí. Por un lado, acelerar,
aprovechar la inventiva humana, la ciencia y la tecnología para
salir del atolladero. Por el otro, todo lo contrario, echar el freno,
reducir el ritmo de crecimiento económico y rebajar así el abuso de
los recursos naturales y, si es necesario, jubilar el capitalismo.
Pero el decrecimiento no parece una idea atractiva. Arias recoge un
fragmento de un libro escrito por el profesor de la Universidad de
Leeds (Reino Unido) Jeremy Davies. En The Birth of the Anthropocene,
Davies escribía: "Terminado el Holoceno, si queremos preservar
los derechos y placeres civilizados de los que hemos disfrutado
durante aquel, no digamos extenderlos generosamente a más personas,
será necesario adaptarlos a unas condiciones ecológicas
radicalmente alteradas. He aquí el problema político del
Antropoceno".
La necesaria
adaptación tendrá que partir de la disolución de la dicotomía
tradicional entre lo público y lo privado. Arias lo expresa así:
"Acciones consideradas tradicionalmente como privadas -ducharse,
comer, conducir, tener hijos- generan ahora consecuencias públicas,
en la medida que contribuyen a la disrupción de unos sistemas
planetarios de los que depende la vida de todos". Para resolver
este problema, el filósofo y profesor de la Universidad de Nueva
York Dale Jamieson cree necesaria una nueva ética. "En un mundo
en el que conducir para recoger a tu hija del partido de fútbol
contribuye al cambio climático, tenemos que afrontar el hecho de que
la distinción liberal entre esfera pública propia para la acción
del Estado y una esfera privada donde puedo hacer lo que quiera ya no
se mantiene. O rehacemos la distinción o la abandonamos en favor de
alguna otra que preserve los valores de libertad". Es tan fácil,
según él, como "alinear nuestras acciones con nuestros
valores".
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Fuente:
Miguel Ángel Criado, Antropoceno, la era en la que destruimos el planeta, 27/05/18, El País. Consultado 29/05/18.
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