Desde hace años, los países latinoamericanos invierten grandes sumas en la producción de energía hidráulica. Pero el Sol y el viento están por protagonizar un boom en la región como fuentes renovables de electricidad.
por Tim Schauenberg
Los reportes
anuales de consumo energético en América Latina y el Caribe son
alentadores. En Brasil, la mayor economía de la región, el 81 por
ciento de la electricidad es producida a partir de energías
renovables. En Paraguay, Uruguay y Costa Rica, esa proporción llega
casi al 100 por ciento. Y en muchos otros países vecinos más de la
mitad del consumo eléctrico es atribuible a las energías limpias.
En comparación, Alemania, "la nación de las energías verdes",
sólo genera el 29 por ciento de su electricidad a partir de fuentes
renovables.
"La nuestra
es la zona del mundo con la mayor proporción de energías renovables
en su mezcla de electricidad", sostiene Alfonso Blanco Bonilla,
director de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE),
agregando que el aprovechamiento de la fuerza del agua en el
subcontinente tiene una larga tradición: "Por sí sola, la
energía hidráulica provee el 44 por ciento de la electricidad en la
región". No obstante, cabe destacar que la electricidad sólo
representa aproximadamente el 20 por ciento de la mezcla de energía
de un país.
Los pecados de la
energía hidráulica
La energía
generada por el petróleo y el gas también juegan un rol importante
en los países latinoamericanos. Por otro lado, también es necesario
considerar las críticas de las que es objeto la celebrada
sustentabilidad de la energía hidráulica: las gigantescas represas
que la producen desplazan a pueblos enteros de sus territorios -incluidos los de los habitantes originarios del continente-,
alteran el curso de los ríos y perjudican no uno, sino varios
ecosistemas simultáneamente. La presunta "neutralidad
climática" de esos diques está en entredicho.
Los reproches del
movimiento ambientalista parecen caer en oídos sordos. Son sobre
todo los países pequeños con economías débiles los que han
invertido en la producción de energía hidráulica. La razón: la
abundante disponibilidad de recursos acuíferos les permite
independizarse en términos energéticos. Por su parte, Estados con
finanzas más fuertes –como Chile, Argentina y México– se habían
negado, hasta ahora, a subvencionar el desarrollo de las nuevas
tecnologías necesarias para producir electricidad con base en el
viento o la luz solar.
Compitiendo con
el carbón y el gas
Según Bonilla
Blanco, algunos Gobiernos latinoamericanos y caribeños prefirieron
esperar a que los precios del mercado fueran lo suficientemente
atractivos como para que los inversionistas privados llevaran los
progresos tecnológicos a sus respectivos países. Este fenómeno ya
se ha registrado en varios países. "La innovación debe dar
frutos económicos. Si no lo hace, es muy difícil que en la región
tenga lugar un cambio de mentalidad de cara a la tecnología",
explica el director de OLADE, subrayando que ha habido movimiento
últimamente.
En América
Latina y el Caribe, el precio promedio del megavatio/hora producido
con energía solar se acerca al del carbón y el gas; y en algunos
países ya está por debajo de esa marca. Las inversiones en la
industria fotovoltaica crecen año tras año; SolarPower Europe, la
federación europea de las empresas de ese sector, estima que sus
capacidades se cuadriplicarán en 2018, en comparación con el
desempeño exhibido dos años antes. Adnan Z. Amin, jefe de la
Agencia Internacional de Energía Renovable (IRENA), secunda ese
augurio.
Los obstáculos:
la excesiva burocracia y la inestabilidad estatal
"Las
capacidades instaladas -sin considerar la energía hidráulica-
se han multiplicado entre los años 2006 y 2015, de 10 gigavatios a
36 gigavatios. En cifras absolutas, el aumento más grande se ha
registrado en los ámbitos de energía eólica y de biomasa",
señala Amin. Sin embargo, el golpe de timón es bastante lento en
países tan disímiles como Bolivia, Colombia, Venezuela y ciertos
Estados insulares del Caribe. El fomento de las tecnologías y las
inversiones depende muchas veces de la burocracia y de la estabilidad
estatal.
En ese sentido,
advierte Bonilla Blanco, algunos países siguen mostrando déficits.
En otros Estados, la situación es más esperanzadora. Como muestra,
Argentina: ya en 2016 se planeaba invertir 2.000 millones de dólares
en energía eólica, solar y de biomasa hasta 2025. Eso le permitiría
a la nación sudamericana ahorrarse cerca de 300 millones de dólares
en importación de petróleo y evitar la emisión de 2 millones de
toneladas de dióxido de carbono. Chile también piensa sacarle
provecho al potencial fotovoltaico de su desierto de Atacama.
México, por su
parte, tiene previsto redoblar la producción de energía renovable
en el curso de la próxima década, sin incluir el desarrollo de
energía hidráulica.
Tim Schauenberg
(ERC/VT)
Fuentes:
Tim Schauenberg, América Latina, sostenibilidad a la vista, 03/04/18, Deutsche Welle.
La obra de arte que ilustra esta entrada es una versión del famoso cuadro "La noche estrellada" de Vincent van Gogh, con la incorporación de un parque eólico. Fue realizada por alumnos del colegio australiano Tregantle House.
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