sábado, 3 de marzo de 2018

Se acerca el día en el que en Ciudad del Cabo de los grifos no saldrá ni gota

Lo nuestro es darlo todo por hecho hasta que algo falle.

por John William Wilkinson

Se puede vivir sin luz eléctrica, gas, calefacción o aire acondicionado. Incluso se puede vivir perfectamente sin la gran mayoría de las cosas que erróneamente consideramos imprescindibles. Hasta se puede vivir sin ropa o dinero, utensilios o cobijo de cualquier tipo. La única cosa de la que no podemos prescindir es del agua. El agua es vida; el agua es riqueza.

Nadie tenía que explicarles a nuestros antepasados semejante obviedad, puesto que ellos nunca conocieron los adelantos tecnológicos de los que disfrutamos sin tan siquiera cuestionarlos. Lo nuestro es darlo todo por hecho. Hasta que algo falle.

En los anos setenta y ochenta del último siglo se producían cada dos por tres apagones que más que nada fastidiaban a los afectados, pero sin causar prejuicios insalvables. Algo similar ocurre ahora con los virus cibernéticos.

Una larga cola
Ahora bien, otra cosa es abrir el grifo y que no te salga nada. Estés en Etiopía o Estepona, lo único que puedes hacer en un caso tan extremo es acudir a la fuente o el pozo más cercano, donde guardarás cola largo tiempo a fin de conseguir llenar algún recipiente con el apreciado líquido. Y si por mucho que reces a los dioses para que llueva siguen pasando de largo las nubes, irte a otra parte.

Siempre ha habido sequías, algunas muy prolongadas. Con el cambio climático, empero, seguramente habrá más y en sitios insospechados. Hace ya algún tiempo que se habla de que las guerras del petróleo darán paso en el siglo XXI a las del agua.

Hace ya algún tiempo que se habla de que las guerras del petróleo darán paso en el siglo XXI a las del agua

España tuvo la suerte de contar tanto con los acueductos romanos como con los sistemas de regadío árabes. La desértica Almería era antes de la reconquista un auténtico vergel. Hoy, los hiperproductivos invernaderos de El Ejido no existirían sin asesoramiento israelí, pueblo que se ha volcado en investigar maneras de convertir el desierto en un huerto.

Pero ni romanos, ni árabes ni israelíes contaban con la explosión demográfica, el turismo de masas o el alcance del cambio climático. Queda cada vez más patente que el clima mediterráneo, siempre proclive a sufrir esporádicas sequías, no da para tan desmesurada demanda.

El azote de la sequía
Relata J.G. Frazer en “La rama dorada”(1911-1915) el caso de un pueblo siciliano asolado por una prolongada sequía. Tras comprobar que eran inútiles sus rezos para que lloviera a una serie de santos y vírgenes, los desesperados habitantes del pueblo azotaron sus estatuas sin piedad. Viendo que ni así llovía, las arrojaron al mar.

La primavera del 2008 dio la vuelta al mundo la imagen de un buque cisterna entrando en el puerto de Barcelona con agua para los sedientos barceloneses. Fue un momento tan crítico que el conceller de Medio Ambiente, Francesc Baltasar, agnóstico confeso, no vio otra salida que la de rogarle a la virgen de Montserrat que lloviera. Y llovió.

Si no llueve y mucho antes, se calcula que a partir del 11 de mayo de los grifos no saldrá ni gota de agua

Este episodio causó un considerable revuelo a lo largo y lo ancho del Mediterráneo. Un par de años más tarde, se produjo en Malta, en pleno verano, un apagón que duró lo suficiente como para que los malteses se diesen cuenta de que, de prolongarse el apagón más allá de tres días, se quedarían sin agua potable, por estar paradas, por falta de corriente, las imprescindibles plantas desalinizadoras.

Desde el 1 de febrero el límite de consumo de agua en Ciudad del Cabo es de 50 litros por persona y día. Si no llueve y mucho antes, se calcula que a partir del 11 de mayo de los grifos no saldrá ni gota de agua. La gente tendrá que hacer cola en uno de los 180 puntos de distribución para recibir 25 litros al día. O sea, ni para empezar. Al menos no dentro de las pautas de derroche al que estamos (mal)acostumbrados.

Éxodo urbano
Se prevé que, sólo en los próximos meses, un millón de personas -un cuarto de la población- dejará la ciudad. El hasta ahora boyante sector turístico se verá interrumpido. Aún queda por ver cómo se las apañarán los que se queden.

Por mucho que el Gobierno local diga que hace lo que puede para aliviar la situación, no puede esconder la endémica mala planificación. Las infraestructuras son inadecuadas o obsoletas; se calcula que las fugas son de casi el 40 % del agua que tendría que llegar a la inmensa área metropolitana muerta de sed.

La falta de inversiones se refleja en el auge de corrupción, el crimen organizado y la burbuja inmobiliaria.

La falta de inversiones se refleja en el auge de corrupción, el crimen organizado y la burbuja inmobiliaria, que no sólo han servido para que Ciudad del Cabo esté a punto de convertirse en la primer urbe del mundo sin agua, sino también en la escalofriante tasa de pobreza extrema que promete disparase en los próximos meses.

Quizá pueda hacer algo para aliviar la sed de los capenses el nuevo presiente sudafricano Cyril Ramaphosa, que a buen seguro lo hará mejor que su antecesor, el inefable Jacob Zuma. Sea como sea, es de esperar que entre ahora y el 11 de mayo les llegue del cielo a los capenses la salvación, en forma de lluvia.

Fuente:
John William Wilkinson, Se acerca el día en el que en Ciudad del Cabo de los grifos no saldrá ni gota, 03/03/18, La Vanguardia. Consultado 03/03/18.

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