Mariano Sironi
(48) es Doctor en Biología, director científico y socio fundador
del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) desde el año 1996.
por Daniel Díaz
Romero
Este científico,
es reconocido a nivel mundial como uno de los mayores especialistas
en estudios de la Ballena Franca Austral y cuenta que “desde chico
me gustaban dos cosas: el mar y los animales y, a pesar de que vivía
en Córdoba, o porque justamente era de una región mediterránea,
sentía fascinación por la vida en todas sus formas y por los
animales en particular”. Desde niño, al por entonces Marianito,
estos gigantescos cetáceos siempre le llamaron la atención: “decía
¡Huau!, las ballenas son inmensas. Entonces, me decidí a estudiar
Ciencias Biológicas sabiendo que quería aprender sobre estos
mamíferos, los más grandes del mundo, porque para mí eran la
esencia del mar”, señala el experto.
Mariano Sironi,
afirma que las ballenas son la esencia del mar “porque lo utilizan
en toda su extensión: van desde la superficie hasta la grandes
profundidades, algunas están en el mar abierto a grandes distancias
del continente, otras aprovechan el plancton como alimento o se
alimentan de grandes vertebrados y viven desde los Trópicos y el
Ecuador hasta los Polos Norte y Sur, migrando a lo largo de miles de
kilómetros cada año, es decir que su hogar es el mar entero y por
eso, para mí, representan la esencia del mar”.
El primer
avistaje
“En 1988,
cuando ingresé en la carrera de Biología viajé a Puerto Madryn y a
Península Valdés. Sabía que al fin vería una ballena por primera
vez”, recuerda el especialista y comienza una vívida narración de
su encuentro con ellas: “Mi primer contacto fue sonoro, sin que las
viera porque mientras estábamos juntando caracolitos en la playa y
mirando para abajo, de golpe escuchamos: ¡Pum!… ¡Pum!… ¡Pum!…un
gran estruendo a la distancia y no sabíamos de qué se trataba.
Mirábamos al mar, porque de allí venía pero no veíamos nada,
entonces seguíamos juntando cositas y de nuevo, esos estruendos y
volvíamos a mirar pero nada se veía. La cuarta vez, alguien de
repente gritó: ¡Dos ballenas saltando! Ahí me di cuenta, recuerda
Sironi, que el salto de estos gigantescos mamíferos marinos es uno
de los comportamientos más espectaculares que uno puede ver: Salta
la ballena, cae al agua y produce una gran batahola y aunque estés a
una gran distancia, igual escuchás ese ruido algunos segundos
después. Eso era lo que pasaba; escuchábamos el sonido luego que
las ballenas hubiesen desaparecido, por eso no las veíamos y sólo
las oíamos hasta que las vimos saltar. Cuando las vi dije: ¡Sí! A
esto me quiero dedicar el resto de mi vida”.
El salto de la
ballena
Acerca de la
razón por la que las ballenas saltan, Sironi explica que “hay
muchas hipótesis que buscan explicarlo y probablemente todas sean
ciertas: comunicación acústica por el estruendo porque, aunque no
viaja a grandes distancias, ese tipo de sonido recorre algunos
kilómetros y la ballena que salta aquí puede ser escuchada por otra
que está a 8 km de distancia. También, quizás sea una estrategia
de dominancia entre animales o una manera de liberarse de parásitos
llamados Ciámidos (piojos de las ballenas) que son los que les dan
el color blanquecino a las callosidades de la cabeza de las Ballenas
Francas. Siempre que una ballena salta queda flotando piel muerta
-como a nosotros se nos desprende la epidermis cuando nos quemamos
con el sol- entonces se desprenden de esa forma esos trozos de piel
que quizás le sean molestos cuando están nadando. Además, saltar
probablemente sea divertido y saltan porque es una manera de jugar
como nosotros jugamos y hacemos cosas solamente porque nos
divierten”.
El Dr. Sironi se
formó en la Universidad Nacional de Córdoba y tras obtener su
título de biólogo, se lanzó a viajar por el mundo recorriendo
países y formándose: “En Canadá, conocí a Moira Brown que es
una investigadora canadiense que trabaja con ballenas francas del
Atlántico Norte”, refiere Sironi. Un año después, volvió a
nuestro país y ocupó un cargo en una Cátedra en la carrera de
Ciencias Biológicas al obtener el “Premio Universidad”, por
haber conseguido el promedio más alto de la Facultad de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales. A partir de recomendaciones de
colegas, en 1995 comenzó a trabajar con ballenas. Mariano, empezaba
a cumplir su sueño. Tres años después, obtuvo una beca Fulbright
para realizar su Doctorado en Estados Unidos estudiando las Ballenas
Francas de Península Valdés. En 2004 volvió a la Argentina y,
desde entonces, se desempeña como Director Científico del Instituto
de Conservación de Ballenas (ICB). “En el exterior muchas veces
hay mejores ofertas para trabajar -dice Sironi- pero acá nací e
hice toda mi vida, aquí está mi familia, mis amigos y, si planeaba
dedicarle décadas de trabajo a la conservación y tenía que elegir
algún lugar, quería que fuera mi país, por eso volví”.
Un coro de
ensueño bajo el mar
¿Por qué hay
que conservar las ballenas?
“Motivos
sobran. Hay razones ecológicas y científicas de por qué hay que
conservarlas: su rol es muy importante en los ecosistemas marinos ya
que éstos dependen en buena medida de los nutrientes que las
ballenas producen. Migran todos los años hacia las zonas de
alimentación y las Ballenas Francas, por ejemplo, se trasladan desde
las islas Georgias del Sur, donde se alimentan en el verano, a
Península Valdés donde se reproducen en invierno. Las madres
alimentan a sus crías con leche y las crías también defecan. Si
multiplicamos las heces de cada individuo por la cantidad de ballenas
que vienen a Península Valdés, entonces estamos hablando de
toneladas de nutrientes que estos mamíferos marinos transportan
desde las Georgias hacia esta área de cría. También, cuando
mueren, los cuerpos aportan cantidades tremendas de alimento para
muchas especies marinas, incluyendo peces, aves, e invertebrados.
Las ballenas son
la especie animal más grande del universo conocido, razón
suficiente para decir que vale la pena conservarlas y protegerlas.
Son mamíferos excepcionales: las Ballenas Jorobadas producen los
cantos más largos que existen en la naturaleza, que pueden durar
hasta 25 minutos, y son verdaderas canciones: tienen un comienzo, una
parte intermedia, un final y muchas poseen rima. Si se quiere, ésta
es otra buena razón para protegerlas, simplemente porque cantan y
nos llenan el espíritu de cosas hermosas cuando las escuchamos
cantar”.
Las ballenas,
como otros mamíferos, deben estar cerca de la superficie para
respirar. Muchos cetáceos se alimentan a 2000 o 3000 metros de
profundidad: especies como el Zifio de Cuvier o los Cachalotes bajan
a esas profundidades para alimentarse de calamares y otros
invertebrados y luego suben a la superficie donde respiran y pasan la
mayor parte del tiempo. Así, aportan materia orgánica, con
elementos como el hierro, que combinado con la luz del sol, generan
una productividad en la superficie marina que de otra manera no
ocurriría si no existieran las ballenas. De esa manera, favorecen el
desarrollo del fitoplancton que luego es aprovechado por el
zooplancton como el kril, pequeños crustáceos y muchos otros que
son el alimento de los cetáceos, los peces, las aves y muchos otros
animales de la cadena alimentaria.
Mientras más
ballenas hay, más productivo es el mar. Por eso es importante
conservarlas, pero también es substancial por cuestiones culturales,
espirituales y por su valor intrínseco como forma de vida
excepcional”.
¿Cuántas
ballenas van a la Patagonia?
“La población
de ballenas oscila entre 5000 y 6000 ejemplares. Cada año,
aproximadamente un tercio de esa población migra hacia Península
Valdés y el resto se queda en diferentes zonas de alimentación del
Atlántico Sur. Las que migran son, especialmente, hembras preñadas
que vienen a tener sus crías en los golfos protegidos de la
Península. En promedio, tienen una cría cada 3 años”.
¿Cómo es su
ciclo de vida?
“A partir de
que una hembra da a luz a su cría, ésta va a permanecer con su
madre durante todo un año, lo amamantará durante ese tiempo para
luego destetarlo como todo mamífero y allí, comienza la vida
independiente de esa ballenita de 1 año. La mamá ballena, pasará
un nuevo año recuperando reservas de grasa, alimentándose y
recobrándose de la lactancia que es muy costosa en términos de
energía. El ballenato va a aumentar miles de kilos a expensas de la
grasa de su madre transformada en leche. La hembra, luego de ese año
de recuperación estará lista para copular nuevamente y quedar
preñada y, al final del tercer año, volverá a tener una cría”.
¿Cuántos años
vive una ballena?
“Cuando se la
vio por última vez, la Ballena Franca más longeva tenía 70 años
por lo menos, y habitaba el Atlántico Norte. Ese registro se logró
debido a que con una buena fotografía se puede identificar a cada
individuo, y se encontraron fotos históricas de esa ballena en
particular. Esa es la base de nuestro programa de investigación, en
el cual a través de fotografías de las cabezas o de manchas
particulares, identificamos individuos a lo largo de sus vidas.
Conocemos algunas ballenas de Península de Valdés desde 1970, y
continuamos viéndolas hasta la actualidad”.
Las ballenas y el
cambio climático
¿El cambio
climático afecta a la población de Ballenas?
“Sí,
definitivamente. En la población de ballenas de Argentina se
encontró la primera evidencia clara de los efectos del calentamiento
global en la tasa reproductiva de los cetáceos. En el marco de uno
de nuestros programas de investigación tenemos registrados datos
poblacionales de los últimos 50 años. Un análisis de los datos de
los primeros 30 años determinó cómo las oscilaciones del fenómeno
climático de “El Niño” afectan el éxito reproductivo de las
ballenas.
“El Niño”
genera un aumento de la temperatura superficial del mar en el
hemisferio sur. Ese aumento se puede considerar un ensayo a gran
escala de lo que produce el calentamiento global. Analizando tres
oscilaciones de este fenómeno climático que se produjeron entre
1971 y 2000 pudimos correlacionar cambios de temperatura con el éxito
reproductivo de las ballenas de Península Valdés: en los años que
siguieron a estas fuertes oscilaciones bajó la tasa de natalidad.
Interpretamos que sucedió porque hubo una baja en la productividad
de kril, que hiberna debajo del hielo antártico. Entonces, las
ballenas, las focas, los lobos marinos, los pingüinos, los petreles
y los albatros, tienen baja productividad en los nacimientos y más
muertes debido a la reducción de la disponibilidad de alimentos. Ese
es un efecto directo del cambio climático”.
¿Cuáles son las
líneas de Investigación del ICB, hoy?
“Trabajamos en
múltiples proyectos, entre ellos, la dinámica poblacional, es
decir, saber cuántas ballenas hay, si la población aumenta o
disminuye y en dónde están, junto a otras variables. Para eso, cada
año en septiembre hacemos un relevamiento aéreo actualizando
nuestro catálogo de foto-identificación y la base de datos
asociadas. También, realizamos estudios científicos sobre
genética, comportamiento, nutrición, estado sanitario,
contaminantes y migración”.
¿Cómo
desarrollan esas tareas de seguimiento?
“Gracias al
aporte de quienes hacen donaciones para nuestro trabajo, tenemos un
bote semi-rígido que nos permite acercarnos a las ballenas para
obtener pequeñas muestras de piel y grasa que luego derivamos a
laboratorios para diferentes estudios. Sobrevolamos toda la costa de
la península para tomar fotografías para la fotoidentificación.
También, seguimos la ruta migratoria mediante dispositivos
satelitales en colaboración con varias instituciones y hacemos
observaciones desde la costa, sentados sobre los acantilados con un
telescopio apoyado en un trípode, mirando lo que hacen las ballenas
y registrando su comportamiento”.
¿Cuando ve una
ballena muerta cuáles son las sensaciones?
“He visto
ballenas que murieron por tajos provocados por la hélice de un
barco, y hay casos en los que mueren de hambre por tener su boca
enredada en una red de pesca. Estas muertes son intolerables.
Casi todas las
ballenas que mueren en la península son crías de pocas semanas que
van de los 4 a 8 metros de largo. En algunos casos, se trata de
juveniles o adultos que pueden llegar a medir 16 metros. Impacta ver
un animal de estas dimensiones muerto en la playa. Si las muertes son
por causas naturales, entonces es parte del ciclo normal de las
cosas. Lo frustrante y triste es pensar en las ballenas que mueren
por las acciones del hombre”.
El harpón
sangriento de Japón
Todos los años
se reúne en distintos países el Comité Científico de la Comisión
Ballenera Internacional (C.B.I), al cual Sironi asiste anualmente.
Allí, investigadores conservacionistas buscan desarrollar políticas
globales de protección de las ballenas. Por ejemplo, trabajan en
conjunto en contra de la cacería comercial -bajo la excusa de
investigación científica- que lleva adelante Japón, o la cacería
comercial de Noruega, países que las cazan a gran escala. Al
respecto, el Dr. Sironi es tajante: “En términos de conservación
marina el rol de Japón es horrible y vergonzoso”.
Muchas veces
escuchamos como una de las justificaciones que la matanza de ballenas
por parte de Japón es una cuestión cultural…
“Podemos seguir
diciendo en el siglo XXI que es una cuestión cultural si queremos
hacerlo. También podemos decir que es una cuestión cultural
utilizar esclavos. Bueno, cambiemos la cultura. Lo de estos países
es solo interés lucrativo, practican una cacería comercial
disfrazada de ciencia y ese es el discurso oficial de Japón hoy, que
tiene que ver con la apropiación de los recursos marinos, no solo
matando ballenas, sino manteniendo una presencia constante de su
flota explotadora de recursos marinos en el Mar Austral.
Este es un tema
muy complejo. Por ejemplo, dentro del Mar Argentino no cazan, pero sí
lo hacen en los Santuarios de Ballenas, que son áreas del Mar
Austral protegidas por la C.B.I de la cual Japón es miembro. Se
declaran determinadas áreas de los océanos en donde no se puede
cazar con ningún fin, bajo ninguna excusa. Sin embargo, Japón
realiza cacerías dentro de los santuarios también.
Nuestro país
tiene un rol destacado en políticas de conservación de ballenas,
como política de Estado junto a muchos países latinoamericanos que
integran un bloque de naciones conservacionistas llamado “Grupo de
Buenos Aires”. Por ejemplo, Brasil, Uruguay, Argentina y también
Sudáfrica están proponiendo la creación de un nuevo santuario en
el Atlántico Sur. Son países con un rol muy activo y claro para la
conservación”.
¿Qué es lo más
gratifiticante de su trabajo?
“El
reencuentro. Haber hecho observaciones de alguna ballenita cuando era
cría y volver a verla, años después, llegando al mismo sitio pero
esta vez como mamá.
Recuerdo haber
estado solo en un acantilado con el ojo puesto en el telescopio
mirando grupos de ballenas y tomando notas, cuando de golpe aparecían
“Mochita”, “Hueso” o alguna que conocía desde que eran
bebés. Verlas otra vez ahí, es realmente saltar en una pata a los
gritos, solo y corriendo por la estepa patagónica a través del
acantilado para mirarlas de cerca. Eso me llena de felicidad porque
pensás: ¡Están acá de nuevo!, es como reencontrarse con un amigo
después de años sin saber si ibas a volver a verlo alguna vez, en
ese paisaje en el medio de la nada. Es hermosa esa conexión que se
reitera cuando aparece una ballena que no volviste a ver más y, 18
años después, aparece y decís. ¡No se murió, acá está! Y la
ves llegando a la costa acompañada por una cría.
El misterio del
2012
En el año 2012,
murieron 116 ballenas, de las cuales 113 fueron crías: “Un récord
de mortandad de estos cetáceos y nosotros decíamos ¿Qué está
pasando acá? y nos encontrábamos una ballena muerta y otra, y
recibíamos reportes de más muertes sin poder saber sus causas”,
indica Sironi y agrega que “en cada salida encontrábamos otra
ballena muerta sin saber qué estaba pasando y no podíamos imaginar
hasta cuándo iba a seguir esa secuencia tan horrenda. Aun sigue
siendo difícil porque no hay evidencias claras que expliquen lo que
sucedió ese año, a pesar de todos los esfuerzos puestos en
hipótesis que puedan explicarlo. No sabés qué pasa, ni qué hacer.
Da mucha tristeza ver las crías picoteadas por las gaviotas cuando
están moribundas. Si uno se desprende de lo sentimental puede decir,
bueno, es natural que un animal muera, entendiendo que es un ciclo
natural. Pero por otro lado, es inevitable la pena que produce ver a
un ballenato que aun está vivo en la costa y que no puede siquiera
sumergirse porque no tiene fuerzas para hacerlo, siendo comido vivo,
es horrible y no hay nada que se pueda hacer”.
¿Por qué a la
señora de Córdoba que va a caminando por la peatonal le tienen que
importar las ballenas?
“Por el rol que
tienen en el ecosistema marino. Podemos imaginar que esa señora que
está caminando por la peatonal probablemente esté yendo a comprar
merluza para hacerse unas empanadas de pescado. Si el mar no
estuviera sano no habría pescaderías. Poblaciones de ballenas sanas
son indicadores de un mar saludable. Podemos verlo desde el punto de
vista netamente egoísta y no me molesta, si es que solo miran su
propio ombligo. Podemos seguir siendo egoístas si eso genera que el
mar esté sano y podamos continuar comiendo pescado. Pero yo prefiero
que todos hagamos algo para mejorar la situación con cambios de
actitud positiva.
El mar es un
regulador del clima del planeta también, si está sano colabora para
reducir el problema del calentamiento global. Y además, las ballenas
son fuente de trabajo para millones de personas que se benefician con
el avistaje: circuitos turísticos, hoteleros, remiseros y casas de
artesanías en todo el mundo se benefician porque hay ballenas vivas
y sanas en sus costas”.
¿Cuál es la
mayor amenaza para las ballenas?
“Son muchas,
algunas a mediano plazo como el calentamiento global, que tiene una
incidencia directa sobre el alimento. Es grave.
Otros problemas
puntuales se pueden solucionar rápidamente, como la contaminación
acústica. Un estruendo puede matar a una ballena ya que el ruido
marino es terrible para los cetáceos que se comunican a través de
los sonidos y que tienen que vivir en un mundo ruidoso producido por
buques, pruebas militares, explotaciones petroleras y gasíferas que
generan ruidos oceánicos. Esos sonidos pueden ser tan intensos que
impiden a las ballenas comunicarse y escucharse para encontrarse y
reproducirse. Un ruido puede ser letal porque daña los órganos
internos de una ballena. Pero también, existen otras amenazas como
la contaminación química: un derrame de petróleo o de otros
contaminantes es un problema que lleva décadas solucionarlo”,
concluye el especialista.
El Programa de
Adopción Ballena Franca Austral del Instituto de Conservación de
Ballenas te permite entrar en acción para proteger las ballenas
desde el lugar donde te encuentres. Con una pequeña donación
mensual podés adoptar a Antonia, madre de Docksider y abuela de
Espuma, el único macho del Programa quien además ¡es blanco!
También podés adoptar a Mochita, la ballena más joven del programa
y madre de la bellísima Medialuna, quien tiene una mancha en forma
de medialuna blanca en su cola. Otras ballenas que podés adoptar son
Victoria, Serena, Esperanza, Alfonsina y Troff, a quien conocemos
desde hace casi 50 años. El kit de adopción incluye un certificado
con tu nombre impreso y la foto de la ballena que elijas, su registro
de observaciones y biografía, y una credencial de pertenencia al
Programa. Este programa está avalado por casi cinco décadas de
estudios científicos continuos de la población de ballenas francas
de Península Valdés en Chubut. Las donaciones recibidas a través
del Programa de Adopción se destinan directamente a los proyectos de
investigación, educación y conservación de ballenas en Argentina.
Las ballenas nos
asombran con su tamaño, sus saltos y sus sonidos. Su permanencia en
este planeta depende de todos. ¡Sumate a nosotros para que las
ballenas continúen aportando su magia a nuestros mares! ¡Adoptá
una ballena hoy y sumate una ola llena de esperanza!
Ingresá a
www.icb.org.ar y conocé las fascinantes historias de vida que las
ballenas tienen para contarte.
Fuente:
Daniel Díaz Romero, Mariano y las ballenas, esencias del mar, 10/03/18, Sala de Prensa Ambiental.
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