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Hoy quería
compartir el texto del amigo Gerardo Honty, del Uruguay, quien ha
publicado un trabajo con el que deseo abrir este programa.
“Asegurar el
enterramiento de millones de toneladas de residuos radiactivos por
100.000 años. Esta es la tarea de los científicos y profesionales
que diseñan y construyen depósitos para su disposición final.
¿Podemos
imaginarnos cómo será el mundo dentro de diez años? ¿Adónde nos
conducirán la tecnología, la política, la economía, el cambio
climático? Tal vez, un poco… ¿Y dentro de 50 años? ¿Como
vivirán los humanos en 2070? Es un desafío, pero podemos llegar a
trazar al menos dos o tres escenarios posibles.
Pero pensar en un
futuro dentro de cientos de años ya entra sólo en el universo de la
ciencia ficción. ¿Cómo será el mundo del año 2500? Se nos escapa
largamente. ¿Habrá habido guerras y habremos sobrevivido? ¿Habremos
superado todas las discordias y el mundo vivirá en una hermandad
completa? ¿El clima podrá haberse enloquecido y se habrán inundado
las tierras continentales? Cualquier hipótesis es posible, y todas
tienen la misma probabilidad de ocurrir.
¿Y cómo será
el mundo dentro de 100.000 años? Esto ya roza lo imposible, parece
quedar lejos de toda pretensión humana.
Sin embargo, a
pesar de esto hay personas, científicos, que se han abocado a la
tarea de imaginar cómo será el mundo en el año 102.017. Se trata
de los encargados de diseñar y construir los depósitos de los
residuos nucleares generados tras el uso del uranio de las centrales
atómicas para producir electricidad.
Los residuos
nucleares no pueden ser destruidos, ni tratados de manera que pierdan
su letal radiactividad. Por esta razón, los expertos han encontrado
que la única manera de solucionar este problema es enterrar los
residuos en sitios que puedan garantizar su permanencia segura por al
menos 100.000 años. La mera exposición por algunos segundos a una
fuente radiactiva de este tipo provocaría la muerte de cualquier ser
vivo sobre la Tierra; por lo tanto, la seguridad de esta disposición
final es clave.
El desafío para
estas personas es prever qué puede pasar sobre la corteza terrestre
y su subsuelo inmediato -5.000 o 6.000 metros de profundidad- a lo
largo de todo ese tiempo. Es decir, imaginar los cambios geológicos,
climáticos, políticos, tecnológicos, humanos y un largo etcétera,
desde ahora hasta el año 102.017. Parece difícil. Sin embargo, hay
quienes se sienten con la capacidad de hacerlo y prometen garantizar
la seguridad de los seres vivos de la Tierra para aquella remota
fecha.
Para poner un
poco en perspectiva el desafío, recordemos que 100.000 años atrás,
nosotros estábamos cazando mamuts con lanzas. Bueno, tampoco éramos
exactamente nosotros, eran nuestros lejanos primos neandertales.
Tuvieron que pasar 90.000 años más y dos glaciaciones completas
para que los primeros adelantados entre nuestros antepasados dejaran
de deambular por las llanuras recolectando frutas y empezaran a
plantar las lentejas primigenias. Algunos miles de años después,
pudieron comenzar a dejar algún registro escrito de lo que pasaba
por medio de algunos símbolos, muchos de los cuales aún no hemos
podido descifrar. Esto pasaba hace apenas 6.000 años.
Este es uno de
los problemas de nuestros científicos actuales. Más allá de
imaginar y tratar de describir cómo será la trayectoria geológica
de la Tierra de los próximos 100.000 años, estas personas deben
asegurarse de que podrán transmitir, a unos tataranietos muy
lejanos, que a esos lugares no se podrá entrar, que es peligroso,
que deben mantenerse lejos. El non plus ultra del futuro. Deben
tratar de prever que incluso su eventual curiosidad científica será
aplacada con aterradores mensajes, imágenes o símbolos; cosa que no
ocurrió con sus colegas que penetraron en tumbas faraónicas y otros
sitios prohibidísimos con mensajes similares en escalas de tiempo
mucho menores.
Si nuestra
generación aún no pudo leer los escritos de nuestros abuelos de
hace 5.000 o 6.000 años, ¿cómo estar seguros de que nuestros
descendientes podrán leer estos mensajes dentro de 100.000 años?
¿Que lenguaje utilizarán? Hoy es fácil asociar la imagen de una
calavera con el peligro, ¿pero en el 102.017? ¿Será que nuestra
civilización continuará sin interrupción de manera de transmitir
certeramente el mensaje? ¿O una crisis tan probable como una nueva
glaciación podrá cortar el flujo informativo y a una nueva
humanidad le resultarán incomprensibles los mensajes? ¿Sobre qué
material indestructible y qué tinta indeleble se usará?
Aunque resulte
extraño, hay personas, científicos, que se sienten con la capacidad
de imaginar, prever y declarar seguro el enterramiento de millones de
toneladas de residuos radiactivos por 100.000 años. Aseguran que no
habrá cataclismo capaz de quebrar la roca subterránea -sesudamente
elegida- y que los humanos, humanoides o poshumanos que se muevan
sobre lo que sea el planeta en aquel futuro serán capaces de
interpretar el peligro que se esconde en aquel sitio.
¿No es
maravillosa la capacidad del cerebro humano? ¿No es asombroso lo que
ha llegado a desarrollar la inteligencia de la humanidad? Pensar que
hace apenas 6.000 años, los más avanzados de nosotros aún estaban
picando piedras para hacer lanzas, y ahora ya somos capaces de
asegurar el mundo por los próximos 100.000 años.
Pero esto, con
todo, no es lo más asombroso. Más admirable es aun que el resto de
los miles de millones de personas que los escuchan, se lo crean y se
sientan con la total confianza en aquella inaudita certeza”.
Francia planea depositar los residuos radiactivos de sus centrales nucleares en un repositorio geológico profundo ubicado en la aldea de Bure |
Contenido
- Dioxitek, la
pesadilla legal que no asusta a los convencidos. Nora Giménez
La planta de dióxido de uranio en Alta Córdoba, desde hace varios años viene con tires y aflojes, las tratativas para su traslado dado que incumple con la normativa de ordenamiento de la capital provincial. Mendoza en un principio, luego en Formosa son los lugares en los que se planificó trasladarla, el último es el proyecto que está en marcha, pero el proyecto está flojo de papeles.
- Economía
circular Vs inercia de tóxicos en la basura electrónica
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- Jorge Luis
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Conductora
Silvana Buján es
Argentina, licenciada en Ciencias de la Comunicación Social y
periodista científico y ambiental, ejerciendo desde hace más de dos
décadas de manera ininterrumpida a través de radios y medios
gráficos del país y del exterior.
Es activista
ecologista y participa, dirige o coordina organizaciones no
gubernamentales y redes temáticas. Es conferencista y consultora en
temas de ambiente y desarrollo. Ha obtenido tres veces el 1º Premio
a la Divulgación Científica de la Universidad de Buenos Aires
(2009, 2012, 2014) y el 2º Premio en 2010; el 1º Premio
Latinoamericano y del Caribe del Agua CATHALAC-UNESCO 2009; Ocho
Premios Martin Fierro por sus trabajos en radio y 21 nominaciones. Ha
sido Premio Nacional de Periodismo en el año 2007, 1º Premio del
Congreso Tabaco o Salud 2010, 1º Premio de Periodismo en Salud de la
Asociación Médica Argentina 2010 Distinción honorífica Colegio de
Ingenieros DII por su labor en difusión ambiental, 2013.
Lleva adelante
desde 1998 ECOS ciclo de periodismo científico abocado al ambiente y
las culturas. Y CALIDAD EN VIDA, de periodismo médico, cultura y
salud. Dirige BIOS, ONG miembro de la Red Nacional de Acción
Ecologista y la Coalición Ciudadana Antiincineración. Es miembro
del Comité Consultivo de GAIA internacional. Es miembro de la Red
Argentina de Periodismo Científico y la Red Latinoamericana de
Periodismo Ambiental. Vive en Mar del Plata.
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