sábado, 10 de junio de 2017

El Gato Amarillo

Unos días antes, el Presidente Trump anticipó el no-festejo del Día del Medio Ambiente anunciando el retiro de Estados Unidos del ya débil Acuerdo de París sobre Cambio Climático. La clave no se encuentra en la cuestión ambiental en sí misma, sino en la disputa geopolítica que trae aparejada, en la cual China parece reencontrar la vieja Ruta de la Seda. Mientras tanto, en Argentina, el cambio de escenario nos trajo el riesgo de nuevas centrales nucleares financiadas por el gigante asiático, a través de la ratificación de un acuerdo que viene del gobierno anterior.

por Pablo Gavirati

Tal vez Donald Trump sea el síntoma de nuestro tiempo. Un Presidente que dice buscar "hacer América grande de nuevo" nos permite avizorar que ya no lo es; y difícilmente lo vuelva a ser como en los tiempos de la segunda mitad del siglo XX. La reciente decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, a contramano del consenso globalizado, sólo confirma esta tendencia. El repliegue ofrecido en una retórica de "nacionalismo" económico (con tintes imperialistas) no resulta inédita, pero ya no parece tener la fuerza del hegemon mundial.

Es decir, cuando George Bush (hijo) se negó a ratificar el Protocolo de Kyoto, ni bien asumida su presidencia en 2001, su decisión tuvo un efecto considerable. Otras potencias mundiales siguieron su ejemplo o se negaron a asumir compromisos por varios años, hasta que el Protocolo entró en vigencia recién en 2005. La gran potencia mundial hacía valer cierto poder de veto o de condicionamiento al proceso de negociación. Por el contrario, la postura mayoritaria en esta oportunidad es el rechazo a una decisión unilateral de Estados Unidos, que sólo nos deja ver que ya no tiene el mismo poder que hace 16 años.

¿Significa esto que la agenda ambiental cobró protagonismo a nivel internacional? Podría ser una de las razones para entender este cambio en la reacción de los gobiernos de todo el mundo frente a Trump. Sin dudas, la problemática ecológica se consolidó como uno de los temas imprescindibles en toda cumbre que se diga internacional. Sin embargo, el proceso por el cual se incorporó la cuestión a los mecanismos de gobernanza global no redituaron en una "ambientalización" de estas instituciones, sino que su burocratización resultó funcional a las nuevas estrategias para dirimir conflictos geopolíticos.

En síntesis, cuando Trump afirma que retira a Estados Unidos del Acuerdo de París para proteger el trabajo de los estadounidenses ("America first"), tal vez ni él mismo pueda convencerse de sus argumentos. Bush había declarado que el Protocolo de Kyoto podría afectar los intereses de Estados Unidos. En la misma senda, cumplir los compromisos internacionales significaría un esfuerzo económico de cierta consideración, si no se hacen las cuentas incluyendo los pasivos ambientales. En aquel momento, los intereses petroleros ejercieron un gran lobby que llegó al punto del negacionismo climático. Hoy por hoy, los intereses de las grandes corporaciones pueden ser ajenos a la decisión del Presidente mediático.

Destacamos lo fundamental: no se trata de un debate económico, sino que la negativa se presenta como una oportunidad para Estados Unidos de establecer su pretensión de poder unipolar. Nuevamente, el efecto logrado antes, y ahora, resulta un indicador de esta transformación en el sistema-mundo. Pues los análisis periodísticos se volcaron a señalar la revalorización del rol de la Unión Europea en las negociaciones climáticas. E incluso del papel proactivo de China, otrora el gran enemigo - cotaminador de la humanidad Las opiniones no cambiaron del todo, pero Trump está logrando transformaciones a anotar. Porque no importa el color del gato, pero sí es un gran problema que no cace ratones.

China, líder de la globalización
Desde el inicio de su gestión, la decisión del actual presidente de Estados Unidos de abandonar las negociaciones por el TTP (Tratado Trans-Pacífico) en enero de este año señaló el camino. Los medios occidentales -estadounidenses y europeos- destacaban con cierto estupor -poco disimulado- que ahora China se convierta en la referencia de la libertad de comercio. Por caso, la BBC titulaba: "Xi Jinping, el líder del gigante comunista, se convirtió en Davos en el último gran defensor de la globalización". Para la cadena inglesa, nos encontramos así frente al "mundo del revés".

En efecto, para una visión del mundo eurocéntrica, a la cual le resulta arriesgado mirar más allá de su ombligo, el tono de asombro puede resultar lógico. Sin embargo, el análisis de las transformaciones de las últimas décadas no deja lugar a ningún asombro. Desde que las reformas se impusieron en China con el modelo del "socialismo de mercado", el incremento de la presencia económica del gigante emergente fue una política de Estado contundente para el Partido Comunista Chino. El actual Presidente Xi sólo le da un marco de mayor visibilidad a sus propuestas en defensa de una globalización que conviene a sus intereses.

Volviendo a la última coyuntura, otra vez la cadena BBC titula con preocupación: "Cómo al retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París Trump le abre la puerta a China para ser el nuevo líder mundial contra el cambio climático". Si quitamos del enunciado la última parte, el mensaje se comprende mejor, en tanto el país asiático se configura como el "nuevo líder mundial". Por supuesto que detrás de todos estos anuncios podemos encontrar estrategias discursivas por las cuales se magnifica el poderío de China como modo de presionar, en este caso, a Estados Unidos.

No obstante, ello no significa que el gobierno chino esté dispuesto a dejar pasar la oportunidad de incrementar su influencia. En este punto, si existiera un traspaso de mando del "Consenso de Washington" al "Consenso de Beijing" -como se analiza desde hace años- lo cierto es que no encontraremos demasiadas diferencias en el modelo económico. Y esto significa, en términos de la Ecología Política, que el fundamento de su poder se encuentra en expandir las redes comerciales de modo de asegurar suministros de recursos naturales (materia prima) e incrementar mercados de consumo masivo (de exportación).

En el caso de nuestra región, y en particular de nuestro país, la relación comercial se pondera como asimétrica, en tanto relevamos con facilidad que de Argentina salen granos de soja (con decrecientes grados de valor agregado) y llegan productos industriales (cada vez con mayor tecnología incorporada). En el último gran encuentro impulsado por el gobierno China, publicitado en Argentina como la "Nueva Ruta de la Seda", volvió a enfatizarse el rol de promoción del comercio global. Y allí fue el Presidente argentino, Mauricio Macri, a ratificar que no importa el color ni la piel del gato, mientras cace ratones.

El acuerdo nuclear
En este último aspecto, la noticia de que Macri ratificó entendimientos para que China invierta en energía nuclear en Argentina resulta aún más perjudicial. La aclaración realizada por la anterior Presidente, Cristina Fernández, de que el acuerdo había sido rubricado bajo su gobierno sólo amplía la preocupación en términos de cuáles son nuestras políticas de Estado. Se trataría de una financiación de 12.500 millones de dólares para construir la cuarta y quinta central nuclear en nuestro país.

La ratificación de este acuerdo y su mayor repercusión en la prensa provocaron una amplia reacción en el movimiento ambientalista de la región. "En la Patagonia No" fue la principal consigna, que rememora la lucha que se dio en los noventa contra el intento de instalar un basurero nuclear en la localidad de Gastre, en el centro de la Provincia de Chubut. Incluso el gobernador de esta provincia, Mario Das Neves, tomó el tema y encabezó una Cumbre Ambiental la semana pasada. Si bien la instalación pretende ser en Río Negro, la cercanía del lugar afectaría los territorios vecinos.

China podría afirmar que la energía nuclear es una forma de combatir el cambio climático, dentro de su pretendido nuevo liderazgo en la materia. Sin embargo, el consenso en el ambientalismo advierte que si bien se trata de una energía sin grandes emisiones de carbono, sí genera un gran riesgo en su operación. Así lo demuestran los grandes desastres de la energía nuclear (Chernobyl en 1986, Fukushima en 2011) pero sobre todo la falta de respuesta técnica sobre qué hacer con los residuos nucleares que se mantienen radiactivos por cientos de años. No sólo en términos ecológicos, sino por el riesgo aumentado en un mundo donde crecen las amenazas por el "terrorismo" global.
Para leer el resto del artículo dirigirse a ComAmbiental
Pablo Gavirati es autor de la tesis doctoral "Ecología Política de la Modernidad - Colonialidad. Los discursos de los Estados de Japón, China y Corea del Sur en las negociaciones climáticas (2007-2012)".

No hay comentarios:

Publicar un comentario