Hace
31 años, el 26 de abril de 1986, el peor accidente nuclear en el
mundo irrumpió una mañana silenciosa en Ucrania, cuando el reactor
cuatro de la planta nuclear en Chernóbil explotó. Las llamas del
fuego emitieron durante 10 días una radiación letal al aire que
contaminó gran parte del territorio de lo que fue la Unión
Soviética. La nube radioactiva continuó dispersándose por Europa;
llegó muy lejos, hasta el Reino Unido. Más de cien mil personas
fueron forzadas a abandonar sus hogares, muchas no pudieron regresar.
Nadie
realmente podrá saber con exactitud cuánta radiación fue liberada,
el número de personas muertas por la tragedia ni la cantidad de
víctimas que aún sufren los efectos de la radiación, como los
llamados "liquidadores": esas almas valientes que limpiaron
las zonas del accidente e instalaron el sarcófago con material
radiactivo sobre la planta nuclear. Tampoco se sabe cuánto
combustible permanece en el reactor. Mediciones mostraron la
existencia de altos niveles radiactivos en las ruinas, lo que sigue
siendo una amenaza para el medioambiente y las personas.
Cuando
el desastre sucedió, un área aproximadamente del tamaño de
Paraguay fue expuesta a altos niveles de radiación, lo que requirió
la evacuación de ocho millones de personas y la restricción del uso
de la tierra y su producción alimentaria. Aún hoy 10 mil kilómetros
cuadrados son inutilizables para cualquier actividad económica y
durante miles de años será imposible vivir en Chernóbil. No
obstante, se han hallado otras zonas expuestas donde no se ha hecho
nada para impedir el paso de la gente.
Los
efectos en la salud son innumerables, entre estos se incluye el
incremento de cáncer de tiroides en niños y en quienes hicieron
trabajo de limpieza, que también sufren de leucemia; aumentaron los
casos de cáncer de mama; de hecho, en las zonas más contaminadas de
Bielorrusia y Ucrania, se duplicaron. Además, aumentaron los casos
de cataratas, hubo una disminución de la función cognitiva y creció
la mortalidad de los liquidadores. También se incrementaron los
desórdenes mentales, como la ansiedad, la depresión postraumática,
el alcoholismo y los suicidios.
Veinticinco
años después del suceso en Chernóbil, en 2011, un terremoto y
tsunami destruyó la planta nuclear Diichi, en Japón. Este desastre
también desató una contaminación radioactiva masiva que provocó
el desalojo de miles de cientos de personas. Hoy, al igual que las
víctimas de Chernóbil, las personas que sufrieron las consecuencias
cuentan con menos apoyo de sus gobiernos, ya que les redujeron el
sustento económico y muchos se ven obligados a regresar a sus
hogares en la zona contaminada.
Actualmente
las corporaciones nucleares y algunos gobiernos, incluyendo el
argentino, creen que la energía nuclear es una opción viable. ¿Por
qué no han aprendido la lección de Chernóbil y Fukushima? Todo se
reduce a que los lobbies pronucleares no quieren que recordemos o
reconozcamos la devastación causada por estos desastres, ya que
socava la ganancia que quieren hacer en la venta de tecnologías
nucleares. De hecho, ignorando el peligro omnipresente de un desastre
nuclear, debe tenerse muy claro que ningún gobierno ni instituto de
investigación nuclear en el mundo ha desarrollado planes viables a
largo plazo para tratar con seguridad los desechos nucleares.
Aun
así, en caso de que a alguien no le importaran las miles de personas
fallecidas o contaminadas por la radiación ni los daños ambientales
provocados por los desechos liberados, se puede confirmar que la
energía nuclear es la fuente más cara de producir. Tanto así que
la planta más moderna en construcción, Olkiluoto, en Finlandia,
ordenada en el 2003, tiene un costo de alrededor de tres billones de
dólares y planeaba finalizarse en 2009. Sin embargo, todavía no
está terminada y prorrogaron la fecha para el 2018. Al día de hoy,
la inversión llega a 9,3 millones de dólares y se espera que
triplique el valor original estimado.
¿Quién
paga estas inversiones? Los ciudadanos comunes a través del gobierno
que proporciona apoyo y subsidios a la industria. De hecho, no existe
ninguna planta nuclear en el mundo que se haya construido o esté
funcionando sin subsidios gubernamentales masivos, pagados por todos.
No
obstante, como quedó claramente demostrado en Chernóbil y
Fukushima, el precio más caro es el que pagan las víctimas, las
personas que murieron y quienes siguen sufriendo las secuelas de la
radiación nuclear al estar expuestos. Estos ciudadanos de Japón,
Ucrania, Rusia y Bielorrusia son olvidados por el gobierno que hoy
les corta los subsidios para ahorrar dinero.
La
energía nuclear es peligrosa, sucia, crea algunos de los materiales
más tóxicos conocidos y es extremadamente cara. En consecuencia, la
lección aprendida por Chernóbil es que nunca más se deben
construir plantas nucleares, y las que hoy existen deben eliminarse.
Actualmente
la energía más viable, limpia, segura y económica es la renovable,
que utiliza el viento, el sol y el calor de la Tierra. A nivel
mundial se expande por un precio mucho más barato que la nuclear y,
en muchos casos, es más económica incluso que el carbón y el gas.
El
autor es experto en energía de Greenpeace Argentina.
Fuentes:
Paul Horsman, La lección aprendida a 30 años del desastre en Chernóbil, 29/04/17, Infobae.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Chernobyl I", de Roberta Griffin. La artista se basó en una fotografía de una cámara de seguridad de la central nuclear de Chernóbil, que capturó el momento de la explosión del reactor 4. El estilo está inspirado en la obra de Joseph Turner (1775-1851), quien a menudo representaba escenas violentas insertas en un remolino de luz.
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