Una fundación
plantó un pequeño monte de 90 metros cuadrados con fines
educativos. Buscan recrear el ambiente que existía antes de la
llegada de los primeros colonos.
por María Laura
Ferrero
En la zona
agropecuaria cordobesa casi no queda monte autóctono.
El avance
de los cultivos
y las urbanizaciones hicieron
desaparecer,
desde hace más
de 100 años, los bosques de espinillos, de
algarrobos o de chañares que quedaban aún en los costados de los
caminos rurales o en los campos que los primeros colonos habían
dejado para nutrirse
de leña o para sombra de los animales.
Esto se ve, por
ejemplo, en el noreste provincial. La zona de San Francisco es un
ejemplo, entre tantos, de esa postal.
Frente a esta
escasez, la Fundación Archivo Gráfico y Museo de San Francisco y la
Región (AGM) decidió destinar parte de su predio, en plena zona
urbana, para crear un monte con las especies autóctonas regionales.
La idea es que haya un lugar para mostrarles a los chicos cómo era
aquella vegetación con la que convivieron sus abuelos.
María Teresa
Milani, integrante de la Fundación AGM, contó que antes de comenzar
la construcción del edificio iniciaron con la preparación del
terreno para el monte y la gestión de los plantines a la Agencia
Córdoba Ambiente.
“Nos llegaron
los ejemplares
y eran muy pequeños, así que
los llevamos a
nuestras casas y los cuidamos hasta que tuvieron casi un metro y
medio para plantarlos”, relató. “Cuando los colocamos, cercamos
con tejido el espacio destinado para este proyecto
y cada fin de
semana veníamos a regarlos. Esto fue hasta que
se valieron por sí
solos, y se convirtieron en un verdadero pulmón verde en la ciudad”,
agregó la voluntaria.
Milani señaló
que este espacio, de apenas 30 por 30 metros, combina media decena de
árboles autóctonos. “Cuando crecieron los árboles, aparecieron
las enredaderas como barba de viejo, peine de mono y pasionaria, que
le dieron un marco natural, caso como era antes de la intervención
del hombre”, apuntó.
Este monte hoy es
habitado por distintas variedades de pájaros. También se observan
ya animales como zorros, liebres y cuises que encontraron un refugio
debido a la desaparición de su hábitat por los desmontes y las
inundaciones que sufrió esta zona.
Fines educativos
La idea de
generar este entorno natural tiene el fin educativo de recrear el
ambiente que existía antes de la llegada de los primeros pobladores
de esta zona. “Hace 130 años, el entorno era muy distinto al que
hoy tenemos y los primeros inmigrantes debieron desmontar para poner
en marcha la producción agrícola”, apuntó Milani.
Los integrantes
de la Fundación AGM trasmiten en las delegaciones de los colegios
que los visitan los beneficios del monte y los productos que se
pueden obtener a través de las distintas especies que lo forman.
“Estamos en el
distrito del algarrobal y los ejemplares que colocamos fueron los que
mejor se adaptaron, y ya nos dieron los primeros frutos”, explicó
Milani.
Sin protección
La falta de
políticas que protegieran los ambientes naturales generaron que sean
muy pocos los lugares conservados. A cinco kilómetros de San
Francisco, por ejemplo, sobrevive el Monte Isleta de las Piedras, que
a pesar de normas que lo protegen, a través de los años sigue
perdiendo espacio.
La guardafauna
Ernestina Saravia denunció que varias especies añejas sufrieron
daños recientes por el ensanchamiento de un camino rural.
Este monte nativo
se encuentra protegido por ordenanza municipal y fue declarado
zona de resguardo ambiental. Sus dueños también decidieron
protegerla y no dedicarla a la producción agrícola.
La ecologista
indicó que ejemplares de quebrachos blancos de más de 100 años de
vida fueron destruidos por las máquinas. “Todos los años parece
arrancarse un pedacito y se va perdiendo terreno”, apuntó.
Saravia remarcó
el legado histórico de este monte, que es “uno de los muy pocos
que quedan en la zona”.
Según documentos
históricos, data de 1886, cuando el agrimensor Steigleder, a quien
se atribuye la ejecución del primer plano de la ciudad de San
Francisco, distinguió a este monte con el nombre Isleta del Monte de
la Piedra, que en esa época ocupaba unas 80 hectáreas.
Otro monte que
fue noticia en el este. Juan José Marconetti, dueño del campo La
Adela, en la zona de La Francia, departamento San Justo, decidió
conservar 90 hectáreas como monte virgen, y rodean aún a sus campos
sembrados con soja, maíz o trigo.
Como si fueran
una pieza de museo
Esa creación de
módulos de forestación rural no será, de todos modos -sobre todo
si no se exige el uso de especies nativas-, una recreación del
bosque original.
por Fernando Colautti
El monte nativo
desapareció casi por completo de las llanuras de la provincia de
Córdoba mucho antes de que se empezara a discutir sobre la utilidad
de sostenerlo.
Hace más de un
siglo, de los 16 millones de hectáreas que dibujan el mapa de
Córdoba, 12 millones estaban tapizadas de bosque autóctono.
La mayor parte se
extinguió con la transformación de las llanuras en suelos de uso
agropecuario.
Los montes
terminaron así, este siglo, siendo sólo una postal visible en
algunas áreas de la zona serrana y del noroeste provincial.
Hoy queda el tres
por ciento de la superficie provincial con bosque en buen estado de
conservación y un nueve por ciento con algún grado de deterioro.
Es sobre el
tratamiento de ese poco que queda lo que se discute ahora para
modificar la ley provincial de bosques nativos.
Pero en el llano -dos tercios de la provincia- quedaron muy aislados islotes de
montes. Casi ni se ven.
Tanto que los
reductos pequeños que sobreviven terminan siendo noticia.
Y hasta hay que
“inventarlos” para que las nuevas generaciones sepan cómo eran.
Sólo en el
extremo sur sobrevivieron algunos bosques de caldenes, que aún
esperan una preservación más acorde con las normas dictadas con ese
fin.
Los legisladores
cordobeses no sólo discuten actualmente la ley de bosques nativos,
sino también un proyecto paralelo que propone reforestar las zonas
agrícolas.
La idea oficial,
similar a las planteadas pero no concretadas en 2011 y en 2013, es
exigir que cada campo tenga entre el uno y cinco por ciento de su
superficie forestada.
Si se concreta en
esa magnitud, será un aporte, por ejemplo, para reducir la erosión
que provocan las tormentas de tierra (los “campos que vuelan”) o
las condiciones que favorecen la apertura de grietas en los suelos, o
que acentúan las inundaciones.
Esa creación de
módulos de forestación rural no será, de todos modos –sobre todo
si no se exige el uso de especies nativas–, una recreación del
bosque original.
Su objetivo
parece otro. Para ver ese monte, los que viven en el llano deberán
viajar a las sierras y al noroeste. O encontrar algún islote
aislado, casi como pieza de museo.
Fuente:
María Laura Ferrero, Crean un bosque para que no sean sólo un recuerdo, 27/03/17, La Voz del Interior.
Fernando Colautti, Como si fueran una pieza de museo, 27/03/17, La Voz del Interior.
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