martes, 28 de marzo de 2017

Crean un bosque para que no sean sólo un recuerdo

Una fundación plantó un pequeño monte de 90 metros cuadrados con fines educativos. Buscan recrear el ambiente que existía antes de la llegada de los primeros colonos.

por María Laura Ferrero

En la zona agropecuaria cordobesa casi no queda monte autóctono. 
El avance de los cultivos 
y las urbanizaciones hicieron 
desaparecer, desde hace más 
de 100 años, los bosques de espinillos, de algarrobos o de chañares que quedaban aún en los costados de los caminos rurales o en los campos que los primeros colonos habían dejado para nutrirse 
de leña o para sombra de los animales.

Esto se ve, por ejemplo, en el noreste provincial. La zona de San Francisco es un ejemplo, entre tantos, de esa postal.

Frente a esta escasez, la Fundación Archivo Gráfico y Museo de San Francisco y la Región (AGM) decidió destinar parte de su predio, en plena zona urbana, para crear un monte con las especies autóctonas regionales. La idea es que haya un lugar para mostrarles a los chicos cómo era aquella vegetación con la que convivieron sus abuelos.

María Teresa Milani, integrante de la Fundación AGM, contó que antes de comenzar la construcción del edificio iniciaron con la preparación del terreno para el monte y la gestión de los plantines a la Agencia Córdoba Ambiente.

Nos llegaron los ejemplares 
y eran muy pequeños, así que 
los llevamos a nuestras casas y los cuidamos hasta que tuvieron casi un metro y medio para plantarlos”, relató. “Cuando los colocamos, cercamos con tejido el espacio destinado para este proyecto 
y cada fin de semana veníamos a regarlos. Esto fue hasta que 
se valieron por sí solos, y se convirtieron en un verdadero pulmón verde en la ciudad”, agregó la voluntaria.

Milani señaló que este espacio, de apenas 30 por 30 metros, combina media decena de árboles autóctonos. “Cuando crecieron los árboles, aparecieron las enredaderas como barba de viejo, peine de mono y pasionaria, que le dieron un marco natural, caso como era antes de la intervención del hombre”, apuntó.

Este monte hoy es habitado por distintas variedades de pájaros. También se observan ya animales como zorros, liebres y cuises que encontraron un refugio debido a la desaparición de su hábitat por los desmontes y las inundaciones que sufrió esta zona.

Fines educativos
La idea de generar este entorno natural tiene el fin educativo de recrear el ambiente que existía antes de la llegada de los primeros pobladores de esta zona. “Hace 130 años, el entorno era muy distinto al que hoy tenemos y los primeros inmigrantes debieron desmontar para poner en marcha la producción agrícola”, apuntó Milani.

Los integrantes de la Fundación AGM trasmiten en las delegaciones de los colegios que los visitan los beneficios del monte y los productos que se pueden obtener a través de las distintas especies que lo forman.

Estamos en el distrito del algarrobal y los ejemplares que colocamos fueron los que mejor se adaptaron, y ya nos dieron los primeros frutos”, explicó Milani.

Sin protección
La falta de políticas que protegieran los ambientes naturales generaron que sean muy pocos los lugares conservados. A cinco kilómetros de San Francisco, por ejemplo, sobrevive el Monte Isleta de las Piedras, que a pesar de normas que lo protegen, a través de los años sigue perdiendo espacio.

La guardafauna Ernestina Saravia denunció que varias especies añejas sufrieron daños recientes por el ensanchamiento de un camino rural.

Este monte nativo se encuentra protegido por ordenanza muni­cipal y fue declarado zona de resguardo ambiental. Sus dueños también decidieron protegerla y no dedicarla a la producción agrícola.

La ecologista indicó que ejemplares de quebrachos blancos de más de 100 años de vida fueron destruidos por las máquinas. “Todos los años parece arrancarse un pedacito y se va perdiendo terreno”, apuntó.

Saravia remarcó el legado histórico de este monte, que es “uno de los muy pocos que quedan en la zona”.

Según documentos históricos, data de 1886, cuando el agrimensor Steigleder, a quien se atribuye la ejecución del primer plano de la ciudad de San Francisco, distinguió a este monte con el nombre Isleta del Monte de la Piedra, que en esa época ocupaba unas 80 hectáreas.

Otro monte que fue noticia en el este. Juan José Marconetti, dueño del campo La Adela, en la zona de La Francia, departamento San Justo, decidió conservar 90 hectáreas como monte virgen, y rodean aún a sus campos sembrados con soja, maíz o trigo.

Como si fueran una pieza de museo

Esa creación de módulos de forestación rural no será, de todos modos -sobre todo si no se exige el uso de especies nativas-, una recreación del bosque original.

por Fernando Colautti

El monte nativo desapareció casi por completo de las llanuras de la provincia de Córdoba mucho antes de que se empezara a discutir sobre la utilidad de sostenerlo.

Hace más de un siglo, de los 16 millones de hectáreas que dibujan el mapa de Córdoba, 12 millones estaban tapizadas de bosque autóctono.


La mayor parte se extinguió con la transformación de las llanuras en suelos de uso agropecuario.

Los montes terminaron así, este siglo, siendo sólo una postal visible en algunas áreas de la zona serrana y del noroeste provincial.

Hoy queda el tres por ciento de la superficie provincial con bosque en buen estado de conservación y un nueve por ciento con algún grado de deterioro.

Es sobre el tratamiento de ese poco que queda lo que se discute ahora para modificar la ley provincial de bosques nativos.

Pero en el llano -dos tercios de la provincia- quedaron muy aislados islotes de montes. Casi ni se ven.

Tanto que los reductos pequeños que sobreviven terminan siendo noticia.

Y hasta hay que “inventarlos” para que las nuevas generaciones sepan cómo eran.

Sólo en el extremo sur sobrevivieron algunos bosques de caldenes, que aún esperan una preservación más acorde con las normas dictadas con ese fin.

Los legisladores cordobeses no sólo discuten actualmente la ley de bosques nativos, sino también un proyecto paralelo que propone reforestar las zonas agrícolas.

La idea oficial, similar a las planteadas pero no concretadas en 2011 y en 2013, es exigir que cada campo tenga entre el uno y cinco por ciento de su superficie forestada.

Si se concreta en esa magnitud, será un aporte, por ejemplo, para reducir la erosión que provocan las tormentas de tierra (los “campos que vuelan”) o las condiciones que favorecen la apertura de grietas en los suelos, o que acentúan las inundaciones.

Esa creación de módulos de forestación rural no será, de todos modos –sobre todo si no se exige el uso de especies nativas–, una recreación del bosque original.

Su objetivo parece otro. Para ver ese monte, los que viven en el llano deberán viajar a las sierras y al noroeste. O encontrar algún islote aislado, casi como pieza de museo.

Fuente:
María Laura Ferrero, Crean un bosque para que no sean sólo un recuerdo, 27/03/17, La Voz del Interior.
Fernando Colautti, Como si fueran una pieza de museo, 27/03/17, La Voz del Interior.

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