Personal de la Fuerza Aérea con mascarillas protectoras y guantes en la zona en la que aparecieron tres de las bombas. Foto: Fuerza Aérea de Estados Unidos. |
José Herrera
Plaza (Almería, 1955) cursó estudios de Economía en la Universidad
de Valencia. Técnico Superior en Imagen y sonido, trabaja
actualmente, como cámara operador, en Canal Sur TV. Desde 1985 ha
seguido de cerca todo lo relacionado con el accidente nuclear de
Palomares. En 2003 fue coautor y coorganizador del libro y exposición
en el Centro Andaluz de Fotografía "Operación Flecha Rota.
Accidente nuclear en Palomares". Posteriormente dirigió el
largometraje documental homónimo (2007).
por Salvador López
Arnal
Nos habíamos
quedado aquí. ¿Por qué el temor de lo sucedido se extiende a
padres, a hijos, a otros familiares, a amistades?
JH.- La gestión
interna de los miedos personales con que nos enfrentamos en nuestra
existencia se lleva con dispar pericia, según el carácter de cada
cual. Ante la radiactividad sucede igual. Algunos vecinos de
Palomares que se han sincerado reconocen el miedo cuando se lo
plantean, al tiempo que sostienen la necesidad de no caer en la
paranoia, pues la vida ha de seguir. En ocasiones este sentimiento se
traslada a los hijos, mucho más jóvenes y también más
radiosensibles. Recordemos que, de las 33 personas que han recibido
entre 50 y 200 veces la dosis máxima recomendada, 10 de ellas eran
niños nacidos con posterioridad, que se han contaminado
probablemente en las faenas agrícolas.
¿Qué le pasó
al joven Luis Castro López?
JH.- Apenas
terminada la adolescencia Luis Castro López contrajo leucemia.
Aquello fue un trauma en la barriada, pues todos conocían a sus
padres y entonces se pensaba que la contaminación local podría
ocasionar tal enfermedad, como si fuese radiación gamma, cuando en
realidad puede originar cánceres de pulmón, hueso o hígado, además
de otros tipos de afecciones. Volvemos a lo denunciado por el
Proyecto Global Hibakusha: los afectados viven siempre con la losa
del miedo y la sospecha ante toda patología.
Hablas de una
manifestación de unas 50 personas. ¿Cuándo fue? ¿Qué se
vindicaba en esa manifestación? ¿Hubieron más manifestaciones?
JH.- Cuando
ocurrió el accidente, la mayoría de los españoles pensaron que fue
casualidad que estuviesen repostando sobre tierra. Cuando la opinión
pública se enteró que esa maniobra se hacía habitualmente sobre
sus cabezas, en enfadó por lo que consideraban una inexcusable
negligencia. Lógicamente, los que peor se lo tomaron fueron los
afectados. Cuando a los 6 días se supo la verdad, un grupo de 50
personas indignadas se concentraron en el centro de Cuevas del
Almanzora, municipio del que depende Palomares. Tras gritar y
desahogarse durante unos 30 minutos, el personal se disolvió sin que
tuviese que intervenir la Guardia Civil.
Pasado algo más
de un par de semanas, se concentraron unas 2.000 personas frente a la
embajada de los Estados Unidos en Madrid. En esta ocasión la Policía Nacional
-llamados popularmente "los grises"- cargó duramente contra
los manifestantes.
Te copio: "La
prensa no siempre contribuyó a luchar contra la impostura o el
secretismo gubernamental? ¿Nos das algún ejemplo? ¿Y años
después, tras la muerte del dictador golpista?
JH.- Palomares se
transmutó en un bloque de plastilina que cada medio modelaba, en
función de su línea editorial e intereses nacionales. El mejor
ejemplo fue la prensa nacional, con los medios del régimen en
cabeza, donde cualquier parecido con la realidad era coincidencia.
Realmente es muy interesante una panorámica comparativa de los
medios de comunicación entre medio de dos grandes bloques. Esperamos
con impaciencia la finalización de la tesis doctoral sobre este tema
que se está confeccionando en la Universidad de Murcia.
Muerto Franco, la
Transición y el advenimiento de la Democracia de derecho, no hubo
cambio alguno en la prensa nacional, excepto artículos puntuales de
corte sensacionalista, sin fuentes fiables, de carácter espontáneo
o en las efemérides. Es justo remarcar, como excepción, el
despertar de una praxis más acorde con los tiempos, cuando se iban a
cumplir los 20 años y el pueblo se movilizaba.
¿Se puede hablar
propiamente de persistente negacionismo oficial? ¿Hasta cuándo?
JH.- El
negacionismo oficial ha durado hasta comienzos del siglo;
concretamente hasta 2003; a partir de ahí se informa parcialmente,
aunque con demasiados sesgos. Incluso nos enteramos del hallazgo de
los enterramientos secretos en 2007 gracias a la convicción
democrática de la entonces directora de medioambiente del CIEMAT. La
iniciativa, de imprescindible transparencia, que muestra la estafa y
deslealtad de los norteamericanos, fue fuertemente contestada por sus
compañeros y la mayoría del Ejecutivo, incluida Presidencia. La
acción estuvo a punto de costarle el puesto, a pesar de su probada y
dilatada solvencia. Por sorprendente e inverosímil que nos parezca,
en pleno siglo XXI, con una Democracia de derecho consolidada, las
mentes de nuestros políticos todavía defendían y defienden el
amoral e ilegal secretismo. Esta es parte de la España oculta.
La industria
nuclear española estaba en sus primeros momentos. ¿Influyó lo
sucedido en su irrupción y desarrollo?
JH.- No lo creo,
pero sí se cuidaba mucho no publicitar lo negativo de lo nuclear,
mientras que abundaban los reportajes sobre el "átomo y la salud",
refiriéndose a los equipos de radiodiagnóstico y radioterapia.
Cuando vino el Dr. Langham por tercera vez, en 1971, alertaba del
vertido accidental de líquidos radiactivos al Manzanares, por la
publicidad tan negativa que recibiría la incipiente industria
nuclear española, tras el accidente de Palomares. De las potenciales
daños a la salud de las personas ni una palabra. Parecía más un
ejecutivo de las dos multinacionales que operaban en la construcción
de centrales nucleares (Westinghouse y General Electric) que un
doctor experto en medicina nuclear.
Tenemos
constancia documental de al menos un alto directivo de la
Westinghouse que se interesó a fondo en 1975 sobre el pasado y
presente de Palomares, lo que indica la preocupación de las
multinacionales que realizaban cuantiosas operaciones en España,
sobre el potencial efecto negativo en la opinión pública de su
descontaminación parcial.
¿Qué encargó
por aquel tiempo el Centro Superior de Estudios de la Defensa
Nacional? ¿Con qué objetivos? ¿Les preocupaba la población?
JH.- Así somos
en este santo país. Visibilizamos los riesgos únicamente cuando se
materializa el infortunio. Lo abstracto e intangible no parece
movilizarnos. El accidente de Palomares les refrescó la memoria a la
cúpula militar de las consecuencias de haber permitido, en virtud de
los Pactos de Madrid, la nuclearización del país. Lo que les
preocupaba directamente era un ataque nuclear soviético a Torrejón
de Ardoz, tan próximo a Madrid. Por ello el CESEDEN encargó al
director del Proyecto Islero, Guillermo Velarde y al futuro general
Armada, una evaluación previa que se tituló: "Estudio preliminar
de los efectos producidos por la Explosión de una bomba de 20
megatones en Torrejón de Ardoz", aún clasificado.
Creo que les
importaba mucho la población, por razones objetivas o estratégicas,
como la ubicación de los centros del poder nacional, el número de
habitantes y otras subjetivas, como ser la residencia de sus
familias, tan poderosa o más que las objetivas.
Lo dejamos aquí
por el momento. Continuamos en breve si te parece.
De acuerdo. Salud
y feliz año.
Gracias. Feliz
año también para ti y para los lectores.
Fuente:
Salvador López Arnal, “El negacionismo oficial ha durado hasta 2003, desde entonces se informa parcialmente, aunque con demasiados sesgos”, 30/12/16, Rebelión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario