lunes, 17 de febrero de 2014

Soledad Barruti: "Estamos gobernados por un sistema que nos devora sin darnos cuenta"

Soledad Barruti
por Eduardo Soler

El alimento, sabemos todos, es aquello que nos nutre para poder vivir. Sin embargo, de manera completamente anti-natural, esto es lo que ha cambiado desde hace unos años. Así lo deja en claro Soledad Barruti desde el título de su libro: "Malcomidos. Cómo la industria alimentaria argentina nos está matando" (Editorial Planeta). Y si hay muertes, la investigación comienza por analizar las huellas en el producto para llegar al sistema que lo produce. Por eso, durante la conversación, una idea se destaca por sobre todas: la verdad. Se trata de enfrentar al gran aparato publicitario de la industria alimenticia para llegar a una revelación incómoda. Pues la comida es un punto sensible, porque está -si somos afortunados- todos los días en nuestra mesa, en la relación de padres con hijos, en los sabores de los afectos. Sin embargo, más allá del primer pensamiento, la solución no está sólo en cambiar el hábito individual, sino que lo íntimo es social en un sentido pleno. Pues todo alimento es político.

La entrada por la comida

- Como contás en la introducción del libro, Malcomidos surge para instalar el debate que ya se estaba dando en otros países del mundo...

- Sí, en Argentina todavía estamos muy demorados en este debate. Podemos discutir un poco tímidamente, porque los medios no lo toman. El tema está instalado, porque hay muchas organizaciones y personas que vienen debatiendo críticamente el modelo de agronegocios en Argentina, pero nunca es llevado a una difusión masiva, que es necesaria. Creo que el eslabón “comida”, que es lo que llega a tu casa, un poco traza ese puente, entre el interés que siempre más bien es individualista, egoísta y selectivo, de las personas que viven su trajín diario en las grandes ciudades, y lo que ocurre en el campo y toda la estructura de país que se está desmantelando en Argentina. Creo que lo de la comida es muy palpable, todos podemos ver que la comida está mal.

- Hay que comer todos los días…

- Sí. Una vez estaba presentando el libro y una chica dice: "Alcanza con comer un plato de pollo con tomate para creerle". Y es así, todos nos damos cuenta que los alimentos no son lo que eran en este país. Por más que las empresas sigan comunicando que son naturales, que están revestidos de una naturalidad, no es así. Nosotros, al no tener una mirada crítica, somos el receptáculo de lo peor de todo: antibióticos sin control, agroquímicos sin control, aditivos sin control.

Todo eso mediado, aumentado, por tener dos organismos corruptos que debieran controlar esto, que son SENASA y ANMAT. Son organismos que están enredados entre la inoperancia, funcional a que todo esto ocurra, y la no intervención, resultado de una sociedad que no cuestiona. Eso lo terminamos recibiendo en la mala calidad de la comida. Por otra parte, cuando partís del camino inverso, es decir, qué llegó a tu mesa, luego aparece lo que ocurre en el campo, con los productores. Es una crisis que empieza y termina en el mismo lugar, como algo cíclico.

- Desde la sociología, alguna vez Marx habló del “fetichismo de mercancía”, que esconde relaciones de explotación entre hombres. En este caso, los alimentos esconden una explotación, también de la naturaleza, que nos perjudica. ¿Cómo se conjuga este develamiento con el miedo lógico de las madres y padres cuando salen a la luz estas cosas?

- Una vez que aparece esa sospecha, que está fundamentada, es una cosa imposible de frenarla. Si realmente sospechás que lo que estás dándole de comer a tus hijos, lo que estás llevando a tu casa, son productos intervenidos de tal manera… Ahí hasta la persona más desinteresada del mundo, que puede nunca haber tenido alguien que les comunicara que existe tal problema, empieza a interesarse.

Son como capas de cebolla… Empiezan a salir y se observa cómo todo está involucrado en los alimentos, hasta la violencia social que estamos viviendo en las ciudades. Del hacinamiento, de la marginalidad, de la imposibilidad de otras formas de vida. De la mono-cultura como única salida. Eso se vive en todos lados, en el campo, en el supermercado. Eso engendra mucha violencia, mucha frustración. Esa necesidad de destapar se está instalando y una vez que se dispara es incontenible, por suerte... A mí me impresiona mucho cómo tratan de taparla, sobre todo los médicos mediáticos.

- Eso pudo observarse con los debates que estás teniendo en los medios, como con Alberto Cormillot...

- Los debates, sí... A mí me pone muy mal, no puedo creer que haya personas que digan “no te hace tanto daño”. El discurso de “esto no está sucediendo” es increíble. Más con las aumentos de enfermedades que existen a nuestro alrededor, todos los males causados por la comida los tenemos en Argentina. El único motivo por lo que no explota todo es porque empieza a permear más fuertemente en las clases sociales más bajas, que no tienen representación, y que no pueden contar lo que están padeciendo. En obesidad, en diabetes, en intoxicaciones, en falta de nutrientes. En recibir lo peor como comida. El alimento de verdad está en franca desaparición.

Todo alimento es político

- Partiste de la investigación con antecedentes de la industria en Europa y Estados Unidos. ¿Encontraste alguna particularidad de la industria alimentaria en Argentina?

- La particularidad está justamente en no tener crítica. Por eso no hay modelos diferentes. Lo que sí hay son resistencias. Pero no hay un sistema fuerte y sólido que se esté gestando, como sí surgen en otros países. Por ejemplo en Estados Unidos, el único sistema que siguió creciendo después de la crisis financiera fue el de la agroecología, de lo orgánico, las pequeñas producciones. En Europa mucho más, porque allí nunca se terminó de desinstalar el campesinado, el pequeño productor, siempre siguió existiendo el alimento real. Pero también en Brasil, donde están las dos cosas en pugna, incluso está el Ministerio del agronegocio y el Ministerio de la agricultura familiar; es cierto que tienen un campesinado más fuerte y numeroso.

Me parece que la gran diferencia es que nosotros estamos gobernados por un sistema que nos devora sin que nos demos cuenta. No hay mediación posible, entonces no hay alternativas. Si hoy todos saliéramos a querer comer alimentos agroecológicos no habría que comer. Eso también es una realidad.

- Es cierto, no puede cambiarse el sistema de un día para el otro. Por eso el libro no apunta tanto al cambio individual, como si fuera una obra de autoayuda. Es necesario criticar al sistema en su conjunto.

- Así es, porque estamos padeciendo que hubo solamente un corrimiento hacia un mismo lugar, sólo un sistema que se fortaleció en nuestro país. El de la agricultura familiar sobrevivió como pudo. Pero también se volcó hacia las semillas híbridas. No hay genética local en la mayoría de las huertas a las que podés llegar como consumidor. Y eso habla de una estructura de país que se orientó hacia eso. En esos combos productivos de “híbridos” entraron también los agroquímicos. Todo entró. Por más que se pudieran mantener en muchos casos las estructuras de agricultura familiar, igual el sistema se coló. Entonces hay que purificar de nuevo todo eso.

Se debe hacer que se vuelva a confiar en la producción de semillas criollas. Que confíen que van a tener una salida. Hablaba con [Juan José] Lolo Garat, profesor en Ciencias Agrarias en la Universidad Nacional de La Plata, que me decía “yo desde el 99 vengo pensando que el tomate platense va a ser un boom. Y no lo es. Y a mí me da una tristeza que no lo sea”. Los productores siguen confiando en las semillas híbridas. Los verduleros no les compran el tomate platense. Eso habla de una estructura terrible. Si bien yo no creo en el consumo como una salida (me parece que no se sale solamente siendo buenos consumidores), también es cierto que si nosotros como sociedad nos diéramos cuenta que el tomate no es tomate habría alternativas.

- Porque también es una cuestión cultural, ideológica… No podemos hoy todos consumir productos orgánicos, pero sí podemos dejar de consumir, por ejemplo, Coca-Cola y reemplazarlo por agua potable.

- Ahí aparece una industria enorme que dice “tómela que no le hace tan mal”. A mí me desconcierta…

Cuando vas a los comedores el que toma agua es mirado como raro: “Pobre, no le dio para el jugo”. Eso es increíble. Entonces los colegios se ven obligados a poner el jugo ahí. Y según la posibilidad económica es distinta la marca (Tang, Mocoretá) y va cambiando la composición de químicos, azúcares y colorantes, pero siempre es el jugo sintético.

La industria alimentaria es así, no tiene ningún cuestionamiento. Incluso se puede criticar a Monsanto con mayor facilidad que a Kellog´s, Danone, entre otros, que son gigantes. Venimos tan demorados que no se los puede ni criticar. Enseguida viene un represente empresarial que dice “no demonicemos a los alimentos”. Y la idea no es esa, sino criticar a una matriz productiva que no hace falta ahondar demasiado para entender que nos está llevando a nuestra propia destrucción. Es un país que se está jugando por entero hacia finales muy breves, además. En el norte, cuando ves lo que están haciendo con El Impenetrable. Cuando ves cómo se desmantelan las estructuras productivas, las pequeñas granjas, los tambos, los frutales. ¿Cómo hacés para dar vuelta eso? 

Monsanto según Barruti
Antes de continuar es necesaria una aclaración. Esta entrevista fue realizada en diciembre. En ese momento, hace un tiempo circulaban en la red algunas notas que "denunciaban" que Soledad era en realidad una periodista de Monsanto. Si bien la lectura de Malcomidos era totalmente contradictoria con esta versión, el mensaje circulaba. Todavía no se había publicado la contundente respuesta de la propia acusada, titulada "El periodismo según Monsanto" en Revista Anfibia. Entonces también la idea fue explicitar la postura sobre el conflicto con Monsanto en Argentina. Sigamos con la entrevista, entonces.

- Es cierto que no existen grandes cuestionamientos. Sin embargo, desde nuestra tarea en el periodismo ambiental observamos que cada vez más el modelo de agronegocios está en la mira. Y el acontecimiento del 2013 fue el acampe de resistencia a Monsanto.

- Claro, lo que hicieron en Córdoba es algo en lo que el mundo está poniendo su mirada. Yo no sé hasta qué punto trascendió hacia la masividad. Pero igual es muy importante y está. Creo que la conquista de haber frenado la planta, y que el año que viene no tengan los resultados que estaban esperando… Todos los planes de Monsanto están truncados por un grupo de personas que se mandaron una patriada que nadie sabía cuándo empezaba y cuándo va a terminar. [La última gran noticia es que se rechazó el estudio de impacto ambiental]. Cuando vas ahí y ves lo que están haciendo, te involucrás, ves que están tratando de darle forma a una lucha que es totalmente noble y necesaria, pero que no tiene el apoyo mayoritario aún. Y me parece que si no se logra masificar las cosas todo queda en una lucha muy pequeña.

- ¿Cómo se puede hacer para llevar esta lucha contra Monsanto, como símbolo del agronegocio, a un nivel superior?

Me parece que hace falta desde el periodismo. Tenemos que ver cómo se generan formas estratégicas de comunicación y masificación de estos problemas. Cómo les explicás porqué es importante que no se instale esa planta.  No es solamente por Monsanto, que es un emblema de muchas otras cosas. Contarle cómo va empeorar su vida -señora, señor- si esto continúa así. En eso hace falta calar mucho más a fondo. Y en el momento de los medios, las luchas simbólicas en las que están metidos, hablando de cosas que ni siquiera hacen a la esencia de las cosas que hacen a su vida… La pelea con Clarín, por ejemplo; es mucho más importante lo que está pasando en Córdoba, que cómo se despertó el jefe de Gabinete...

- De la soja tal vez no se habla porque no se la consume aunque lo estemos haciendo en forma escondida, con la lecitina de soja, como también cuenta el libro. Pero la soja sobre todo es un problema porque corre el resto de las producciones.

- Claro, siempre hay que hacer hincapié en el relato completo, cómo se está transformando la vida en ese campo que ya no produce alimentos sino commodities. Ahí ya no podés despegarte. Cuando me preguntan: “¿Vas a hacer otro libro después de esto?”. No te podés despegar, porque ahí está lo fundamental y lo urgente. Se está dando en Vaca Muerta y en las mineras también, pero sobre todo aquí...

- Y a su vez ese modelo de agricultura necesita más petróleo.

- Necesitás agroquímicos, necesitas del gas, de nitrógeno, sí. Es todo una rueda sin salida. Y cuando ves el “lado B” de todo ello, cuán perfecto puede ser todo y cuán mentiroso es el discurso de que “si salimos de este modelo no hay otro” te desespera más. Realmente, nos están engañando y adormeciendo para resguardar el negocio de unos pocos.

- Dentro de los "mitos" que pueden refutarse está la Argentina como productora de carne de alta calidad con vacas que pastean. Pero otro que se sostiene y se resignifica es “Argentina como granero del mundo”. Antes era el trigo y ahora es la soja pero el país tiene el lugar en el sistema en la alimentación mundial. Y la Presidente está justificando ese rol a través del PEAA, porque “el mundo necesita alimentos”. Es un discurso nacional pero también es global, como son los intereses de las trasnacionales...

- Claro, cuando Marie Monique Robin dice que Monsanto logró hacer en Argentina lo que en ningún otro país en el mundo creo que realmente es así. Como aquí no se cuestiona, somos un país con poca gente, con una población escasa, un campo que avanzó muy silenciosamente. La invasión de la soja se dio sin debate (salvo en los casos del periodismo como el de ustedes, el de Darío Aranda, el que hacen desde Mu). Pero el periodismo que no se despertó nunca es el masivo. Esa estructura de país es absolutamente funcional a un mundo al que le interesa que Argentina plante soja, a las necesidades de China.

Cuando uno empieza a desgranar el discurso del mundo que necesita comida y vos estás alimentando, te das cuenta: ¿Qué comida estás haciendo? Y qué idea de alimentación estás nutriendo con estos campos. Es más bien una idea de consumo. No es un sistema que solucione el problema del hambre, todo lo contrario, lo aumenta. No sólo eso sino que trae todas los perjuicios del malcomer, de alimentos con sustancias perjudiciales. Argentina es muy funcional a ese rol que le cuaja hoy.

Lo maravilloso y lo cruel

- Dentro de tu recorrida por el país y de lo que esperabas encontrar: ¿Cuáles son los aspectos que te sorprendieron, tanto por lo negativo como por lo positivo?

- Las experiencias alternativas me parecieron increíbles y maravillosas que sea tan evidente, cómo todo funciona si ves la naturaleza de una manera lógica y objetiva. En mi caso, soy muy fanática de la biología, del estudio de los suelos, del estudio de la naturaleza. Hablaba con un ingeniero agrónomo de Bariloche que tiene un trabajo sobre insectos, de cómo los campos aumentan la producción si cuentan con insectos silvestres polinizadores (no sólo con las abejas) y cómo se están agotando en los campos. Me fascinó también el estudio de los suelos.

- Los suelos de por sí son ecosistemas...

- Claro, hace falta dar geografía en los colegios desde esta perspectiva. Así se conocería un mundo mucho más verdadero que este que construyen por sobre el mundo. Todo ello me dio muchas más esperanzas de cuán real es la verdad, y tan fácil es.

¿Qué me sorprendió de lo terrible? Todo. La crueldad sobre los animales, sobre las personas, sobre los ecosistemas. Esa capacidad de no ver lo que tiene enfrente y adherir a lo más descabellado del mundo químico y mecánico. Cuando ves los establecimientos diseñados para la cría de alimentos es de una crueldad que desconcierta, porque alguien dijo alguna vez “esto es una buena idea”. Y otro dijo “sí, hagamoslo”. Y así. De repente ahora tienen miles de animales encerrados en ambiente casi de tortura mitológica. Miraba las gallinas y veía un mito griego, una caminando arriba de la otra, les amputan los picos.

- A su vez ese sistema de crueldad dantesca está racionalizado en afán de sostener la rentabilidad de productores que a su vez están subordinados a empresas más grandes.

- Sí, y a la vez no hay un productor pequeño que diseñe esto. Ninguna persona que está trabajando directamente sobre eso se le ocurre eso. Al que se le ocurre es quien luego le dice que lo tiene que hacer, que es natural, que está bien, y que con eso es más moderno. A los productores no se les ocurre eso, son gente que trabaja con los animales, y justamente les parece tan raro que tienen sus pollos aparte.

También ocurre que a consecuencia de ello, hay investigaciones en Estados Unidos y Europa que muestra que ocurren explosiones de crueldad y de sadismo. Hay empleados que hacen de todo con los animales. Es una proceso de miedo, impotencia, frustración y sensación infernal que lleva todo hacia la locura, hacia la enajenación total. Las personas de verdad no son partícipes de estas cosas.

- ¿Te topaste también con investigaciones sobre la relación entre este sistema de producción con problemas graves en salud pública?

- Sí, de eso ni hablar... Son experimentos de lo peor. Los animales están en un espacio cerrado, con un estrés que baja la auto-inmunidad, comiendo todo el día. No tienen ninguno de sus instintos respetados, salvo uno, el de comer; y comen por hastío, por estrés, por todo sin parar, maniáticamente. Forzados a comer y tomar agua, muchas veces a las vacas en los feed-lot les ponen piedras de sal, para que les dé más sed, entonces coman más; son como bolas de carne infladas rápidamente. Todas esas cosas hacen que los bichos tengan que vivir medicados. Y en ese círculo vicioso las enfermedades se van haciendo resistentes. Están haciendo experimentos con bacterias, con virus. 


Para leer el resto de la nota dirigirse a ComAmbiental



Ficha del libro.

Título: "Mal comidos. Cómo la industria alimentaria argentina nos está matando".
Autora: Soledad Barruti (Buenos Aires, 1981).

Editorial: Planeta.
Colección: Espejo de la Argentina
Género: Ensayo / Investigación periodística.


Páginas: 464 páginas

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