Creyeron que era un incendio y el agua agravó la situación.
Fallas también en las calles.
por Sibila Camps
Salvo en el área sanitaria, la respuesta de las fuerzas de
seguridad y de las autoridades nacionales y de la Ciudad ante el derrame
tóxico, fue una cadena de desaciertos, potenciada por la descoordinación.
En los hechos o, al menos, en lo ocurrido ayer, surgen
varias preguntas. ¿En el puerto no hay un área especialmente protegida para los
contenedores con sustancias peligrosas? ¿No están bien identificados? ¿No hay a
toda hora personal idóneo que sepa cómo actuar en caso de accidente?
Parecería que no. El personal de Prefectura y de la Policía que intervino,
abrió el contenedor -lo dijo el secretario de Seguridad, Sergio Berni-, sin saber
qué había adentro. Vio que salía humo, supuso que era un incendio y comenzó a
tirar agua. Fue como echar nafta al fuego, ya que el thiodicarb es una
sustancia que, cuando entra en contacto con el agua o con cierto porcentaje de
humedad, elimina el principio activo en forma de gas. Así, lo que había sido
una fuga, se convirtió en una nube tóxica.
Los protocolos internacionales establecen que, cuando hay un
derrame químico con posibilidad de nube tóxica, la población debe quedarse
adentro, cerrar puertas y ventanas, y apagar los aparatos de aire
acondicionado.
Y esa fue la primera comunicación que emitió la Subsecretaría de
Emergencias de la Ciudad -también por Twitter y por Facebook-, reforzada por otra en el mismo sentido
del Ministerio de Salud de la
Nación.
Esto, sin perjuicio de que, cuando aún no se sabe qué
ocurre, deba evacuarse la zona del derrame, que en este caso se estableció en
un radio de 900 metros .
Esto implicó las terminales portuarias, los edificios de Prefectura y
Gendarmería, y la estación de ómnibus de Retiro.
Sin embargo, también circuló la contraorden de evacuar los
edificios de la zona donde se sentían los efectos de la nube tóxica, con lo que
la masa de personas lanzadas a la intemperie fue creciendo. Y al mismo tiempo
se interrumpió el servicio de trenes de las tres líneas que llegan a Retiro, el
de la línea C de subterráneos en todo su recorrido, y los tramos céntricos de
las líneas B y D. Además, se desvió el tránsito en toda el área de Retiro.
De este modo, miles de personas fueron obligadas a deambular
cientos de metros por las calles, respirando aire contaminado que olía como
gas, y sin saber qué estaba sucediendo.
Sin trenes ni subtes, las largas colas forzaron a la gente
a permanecer expuesta aún por más tiempo. Sólo por azar no hubo nadie que, temiendo
una gigantesca explosión, entrara en pánico y se lo contagiara a la multitud.
El colmo se dio cuando llegó a Retiro la última formación de
la línea C. De inmediato los pasajeros sintieron las molestias; pero cuando
quisieron salir, se encontraron atrapados porque las persianas ya estaban bajas. Obviamente, tampoco sabían qué estaba pasando.
Desde la
Subsecretaría de Emergencias de la Ciudad afirmaron desconocer
quién ordenó frenar trenes y subtes, y quién organizó la recirculación del
tránsito.
Pero no es la exposición a múltiples riesgos lo que hace tan
vulnerable a Buenos Aires, sino la carencia de sistemas y/o funcionarios
eficaces para atender las emergencias, lo que incluye una comunicación adecuada
y permanente, que permita a los habitantes ser conscientes de los riesgos. Sin
eso, se seguirá tropezando con las mismas piedras.
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Una nube tóxica proveniente del puerto provocóalarma en la Ciudadde Buenos AiresFuente:
Sibila Camps, El operativo con el contenedor fue como echar nafta al fuego, 07/12/12, Clarín.
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