por Daniel Gatti
Para resumirla, la investigación en cuestión, desarrollada
por un equipo de la universidad francesa de Caen comandado por el biólogo
molecular Gilles Eric Seralini y publicada en la revista especializada Food and
Chemical Toxicology, encontró que unas 200 ratas de laboratorio a las que se
les suministró durante dos años (la vida entera de esos animales) distintas
dosis de maíz NK 603 y agua mezclada con glifosato marca Roundup, el herbicida
más utilizado en el mundo, también propiedad de Monsanto, presentaron en
ciertos casos tumores del tamaño de una pelota de ping pong.
Comparadas con otros cobayos testigo a los que no se los
alimentó con el OGM sino con maíz convencional, las ratas “transgenizadas” ya
tenían malformaciones graves al mes 13 de la experiencia.
En las hembras aparecieron tumores mamarios que alcanzaron
hasta una cuarta parte de su peso. En los machos, los órganos depuradores -riñones e hígado- fueron afectados por anomalías severas con una frecuencia
entre 2 y 5 veces mayor que en los roedores no sometidos al OGM.
Las fotografías que acompañan el trabajo -publicadas en el
semanario Le Nouvel Observateur, que reveló el estudio al “gran público”- son
aterradoras.
Lo que diferencia experimentalmente a este trabajo de otros
anteriores es que fue realizado a lo largo de toda la vida de las ratitas de
laboratorio, y no únicamente de tres o cuatro meses, como fue el caso de la
gran mayoría de los estudios que tendían a demostrar la inocuidad de los OGM.
Los efectos
Un primer efecto concreto de la investigación fue la
suspensión por parte de Rusia, invocando el principio de precaución, de toda
importación de semillas del maíz NK 603.
Un segundo efecto que el gobierno socialista francés dijo
que “tomaba muy en serio” el informe y encargó a la Agencia Nacional
de Seguridad Sanitaria (ANSES) una evaluación del trabajo de Seralini y su
equipo. Las conclusiones de ese contraestudio serán conocidas el 20 de octubre.
Y un tercer efecto fue la discusión que se instaló, no solo
en Francia, sobre las relaciones, por ejemplo, entre ciencia y empresas o
empresas e instituciones estatales o científicas de contralor y evaluación, y
sobre la manera en que se desarrollan los procesos de autorización de
comercialización de un producto de consumo masivo, en este caso alimentario,
pero podría haber sido también un medicamento u otra cosa.
“Si se hubiera tratado de un medicamento su comercialización
hubiera sido inmediatamente suspendida”, apuntó el periodista Guillaume
Malaurie, de Le Nouvel Observateur.
Ataque y contraataque
Un ejército de científicos, algunos de ellos autores de
estudios que van en un sentido diametralmente opuesto al de Seralini,
bombardearon en estos diez últimos días al equipo de la universidad de Caen.
Lo criticaron, por ejemplo, por haber elegido para su
experiencia una especie de ratas con tendencia a producir tumores y porque el
número de animales integrantes de cada uno de los subgrupos en que fue organizado
el trabajo era demasiado reducido.
Joel Spiroux, médico y codirector del estudio, respondió que
en esos terrenos no hubo diferencias entre su experiencia y la llevada a cabo
por científicos pagados por Monsanto: la especie de animales fue la misma y la
cantidad de cobayos también.
Se le reprochó igualmente a Seralini y a su equipo (lo hizo
la revista Nature) haber de hecho, mentido al afirmar que el suyo era el único
trabajo “a largo plazo” sobre las consecuencias del consumo de OGM en animales.
Según Nature, ya había habido al menos 24 investigaciones de
“larga duración” que probaban la inocuidad de los transgénicos.
No es así, dijo Spiroux. Por un lado, esos estudios -que
efectivamente existieron- eran nutricionales y no toxicológicos, y, por otro,
no abarcaron en ningún caso la totalidad de la vida de los animales analizados,
como sí lo hizo la investigación liderada por Seralini, sino unos meses, cuando
mucho un par de años en el caso de cerdos que viven al menos el doble.
Además, observó Spiroux, la mayor parte de las investigaciones
que “absolvieron” a los OGM fueron financiadas o encargadas por las propias
empresas productoras de transgénicos y auditadas por organismos de contralor de
una composición al menos dudosa, al contar entre sus filas a integrantes de
universidades o laboratorios beneficiados con contribuciones, convenios,
acuerdos de cooperación con esas mismas compañías.
A santo de qué
Lo que cuenta en cambio Le Nouvel Observateur acerca de las
condiciones de clandestinidad en que Seralini y los suyos debieron llevar a
cabo su trabajo es alucinante: desde conseguir a escondidas las semillas del
maíz transgénico en un liceo de Canadá y transportarlas de la misma forma a
Francia, hasta codificar las comunicaciones telefónicas y los e-mails entre los
miembros del equipo y mantener en secreto sus conclusiones, pasando por la
difusión de un estudio falso para despistar a eventuales “espías”.
No fue alegremente elegida esa clandestinidad -apuntó a su
vez un periodista del diario Le Monde- sino que habla del modus operandi
habitual de empresas como Monsanto.
De esa forma de actuar de la mayor empresa mundial del
sector de la biotecnología testimonió por estos días Chantal Jouanno, ministra
de Ambiente del gobierno del ex presidente francés Nicolas Sarkozy.
En 2007, poco después que París decretara una moratoria al
ingreso de transgénicos a su territorio, Jouanno recibió la “visita” del
vicepresidente de la transnacional en su despacho del Palacio del Elíseo.
“Quedé estupefacta por el tono amenazante que empleó.
Alguien que está seguro del producto que vende, responde a quien lo critica y
no actúa de esa manera”, dijo la ex ministra.
Jean-François Le Grand, ex senador por la UMP , el partido que llevó al
poder a Sarkozy en Francia, participa de los mismos temores que Jouanno
respecto a la metodología de Monsanto y empresas asimilables.
“El lobby pro OGM sabe seducir con regalos especiales a
aquellos de quienes quiere obtener favores, y tiene un enorme poder”, dijo Le
Grand, que en su tiempo fue presidente de la Alta Autoridad
sobre los Organismos Genéticamente Modificados. “No se privan de recurrir a
cualquier cosa”.
El político, hoy presidente de una región francesa, tiene un
recuerdo negativo de esa experiencia: su postura contraria a los OGM provocó que sus propios compañeros de partido
le hicieran el vacío, no solo en ese organismo sino en el Senado.
Debió renunciar al primero y rompió con su formación
política después. A Seralini lo conoce de aquella época. “Es un científico de
primera, que se maneja con extremo rigor” y llevó a cabo el estudio “que yo
quería que impulsaran los poderes públicos”, dijo a Le Nouvel Observateur.
Ojos que no ven
Lo que más le preocupa a Seralini en el “affaire OGM”,
además de las consecuencias que podrían tener sobre los humanos que los
consuman, es la ausencia de controles estatales eficaces, cuando no la
connivencia entre poder político y empresas del sector.
No hubo manera de que algún organismo público financiara los
trabajos del equipo de Caen. Y no por no haberlo intentado. Los 3,2 millones de
euros que les insumió el estudio, los biólogos debieron conseguirlos por su
cuenta.
“Vamos a exigir cuentas a quienes deben rendirlas”, dijo
Corinne Lepage, ex ministra de Medio Ambiente de Francia, actual primera
vicepresidenta de la Comisión
de Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentaria del Parlamento Europeo, y
autora de un libro (“La vérité sur les OGM”, La verdad sobre los OGM) que
apareció el viernes 21.
Lepage integra desde hace 15 años el Criigen (Comité de
Investigación y de Información Independientes sobre Ingeniería Genética),
organismo al que también pertenece Seralini y que ofició de administrador de
los 3,2 millones de euros.
“Ya no va a ser posible que los organismos públicos que
hasta ahora han exhibido una inoperancia llamativa para controlar a los OGM
sigan actuando de esa manera”, dijo por su lado Joel Spiroux.
La batalla pública que les espera a Seralini y los suyos se
anuncia dura. Por un lado, deberán seguir confrontando con colegas. Por el
otro, tendrán que hacer frente al propio lobby de las empresas semilleras,
encabezadas por Monsanto. Y en tercer lugar a las instituciones políticas nacionales
y regionales que han servido de paraguas a las anteriores.
En Bruselas, la sede de la Unión Europea ,
Seralini ya se enfrentó fuertemente con la directora de la EFSA , la autoridad de
seguridad alimentaria regional, Catherine Geslain-Lanéelle.
La jerarca dijo que el organismo que dirige acepta auditar
la investigación del biólogo pero a través del mismo comité científico que
autorizó anteriormente el maíz NK 603. “De ninguna manera aceptaremos algo
así”, se indignó Seralini.
“La intransigencia de la directora de la EFSA ilustra la posición
extremadamente delicada en que se encuentra la UE. Entre el principio
de precaución que rige al derecho europeo, las reglas del comercio
internacional y las presiones de Estados Unidos, el camino es estrecho”, apunta
el Nouvel Observateur en una nota publicada el 21 de setiembre.
¿Neutros?
La difusión del estudio de Seralini en Food and Chemical
Toxicology coincidió con la publicación de un libro (Todos cobayos, del propio
biólogo), el estreno de un documental homónimo y la edición del trabajo de
Lepage. Todos el mismo día.
Esa “sobre-exposición mediática” fue otro de los ángulos de
ataque elegidos por los detractores del científico francés, al que le reprochan
una “militancia global anti OGM” que habría tenido una expresión en su propia
investigación. “Es un estudio viciado desde su origen por la militancia de sus
autores”, comentó entre otros un biólogo español.
Seralini no oculta esa “militancia”, así como no oculta su
oposición a considerar a la ciencia como una disciplina neutra.
“Tengo mis puntos de partida, mis posiciones, como también
las tienen los otros, los que me critican, pero soy extremadamente exigente en
cuanto al rigor de los trabajos que realizo”, tuvo que defenderse el biólogo,
que en ese plano encontró abogados incluso entre colegas que criticaron sus
conclusiones.
“No hay ciencia neutra”, agregó, y tampoco tuvo problema en
admitir que efectivamente existió una “operación mediática” para hacer
coincidir la difusión masiva de su investigación y su libro con el documental y
el libro de Lepage.
“Se trata efectivamente de pesar en la opinión pública en un
tema que no puede quedar reservado a la discusión y el conocimiento exclusivo
de los cenáculos científicos porque concierne al conjunto de la sociedad.
Y en la batalla mediática, quienes promueven a los OGM
llevan muchos, pero muchos cuerpos de ventaja”.
Fuente:
Daniel Gatti, Monsanto, sus OGM y la investigación de los biólogos franceses. Una bomba de fragmentación, 05/10/12, Rel UITA.
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