por Pablo Ernesto Suárez
Pequeña introducción
Desde hace mucho tiempo, la vida de los hombres del río y de
las islas constituyó un fuerte foco de interés para la narrativa argentina.
Si alguien (por alguna razón) pretende una genealogía para
darle entidad al tema, podríamos simplemente señalar que los primeros libros
que se escribieron sobre lo que luego sería la Argentina , son los
relatos de los navegantes de los ríos. Schmidl, Del Barco, Centenera, etc.
cuentan sus desventuras en tierra, y también su derrotero al navegar el Plata y el Paraná y cómo a
través de ellos fueron internándose en el espacio incógnito sobre el cual el
imperio español asentaría su dominio.
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Se ha notado, que hablamos de bordes urbanos contra el río,
pero no nos referimos al puerto… Mucha de la literatura sobre el borde mojado
de la ciudad, refiere a la vida portuaria, sobre todo gracias a la influencia
de la letrística del tango, que contribuyó a consolidar la imagen de Buenos
Aires como ciudad portuaria quizás también a la dimensión del puerto de
capitalino (y de los puertos argentinos) en la economía de la región.
La vida del puerto es otra cosa absolutamente distinta a la
vida del isleño o del costero. De alguna manera, la portuaria es un área
urbana. Diríamos que está más afuera que adentro del río, en el puerto se
asienta el cosmopolitismo absoluto, con hombres y mujeres de todas partes del
mundo que llegan y se van, del gran comercio de exportación, de muchas monedas
y lenguajes: es la frontera de la ciudad contra el mundo. El del puerto es un
ambiente definitivamente urbano vinculado al relato de la Argentina que se abre al
mundo como puede verse (un detalle, si queremos) en sus trabajadores
portuarios, sindicalizados tempranamente en la Argentina del
centenario.
Pero hay otra orilla de la ciudad contra el río, que es
sobre la que nos interesa reflexionar es la vida en la isla y en la costa
ribereña urbana. Esa vida naufragada en contacto permanente con la civilización
de tierra firme, a la cual nunca termina de integrarse, pero que se estructuró
en función de los vínculos permanentes con la ciudad cercana. Los escritores
argentinos han encontrado allí una fuente importante de sus obras; mucha de
aquella buena literatura será llevada al cine. El cine, esa nueva forma de
narrar que encontró el siglo XX, también iba a brindar su visión sobre el río,
desde muy temprano, y muchas de estas películas adquirieron relevancia de
clásicos. Así, Mario Sofficci se inspirará en Horacio Quiroga para su
“Prisioneros de la tierra”; por supuesto “Las aguas bajan turbias” de Hugo del
Carril sobre el libro de Alfredo Varela, y Fernando Birri llevará al cine “Los
inundados” sobre el cuento homónimo de Mateo Booz. “Los isleros” será también
un clásico, pero fue mucho más célebre que la novela homónima de Ernesto
Castro, quien escribió el guión.
En 1950 aparece un libro que expresa una experiencia de vida
diferente de todo lo anterior. En ese año, Liborio Justo (el histórico trotskista argentino, hijo de
Agustín P.) publica su importante “Río Abajo” llevada al cine por Enrique Dawi
en 1960. Poco después de este año, Haroldo Conti, autor de la novela Sudeste,
se traslada a vivir a las islas del delta del Paraná, en la zona del Tigre
donde escribirá la novela de marras.
Una diferencia importante entre estos dos libros y otros
libros de apariencia similar, es que el escritor se reconoce como habitante de
la isla y no como un mero visitante. Hay una experiencia de vida que las
sustenta. Ambos autores comenzaron por posicionarse (y no en sentido figurado)
en las islas mismas donde transcurrirán las historias de vida sobre las que van
a escribir. El registro de Justo es más bien documental, por cuanto menciona
permanentemente nombres propios con apellidos, linajes, e historias que se
presentan como reales. Conti por el
contrario, si bien desde un relato de ficción, ofrece un una miríada detalles
(de las embarcaciones, las marcas de los motores, la geografía, etc)… que será
interpretado como una pretensión de verosimilitud, que no confundiremos con lo
documental.
El posicionamiento del escritor aparece como novedoso: el
río es visto desde una canoa y no desde un transatlántico, ni mucho menos desde
un buque cerealero. Y es importante esta diferencia, porque nos estamos
refiriendo a dos escenarios que tradicionalmente han sido pensados como
espacios “anómalos”. El agua y las islas. Un lugar que estando quieto transmite
la sensación de estar en permanente movimiento por el paso del río. Muchos
autores hicieron (antes y después de Justo y Conti) su propio “viaje” (real o
imaginario) a esa “frontera interior” que es la zona de los ríos, incluyendo obviamente,
sus costas y la zona de islas.
De comienzo de la década del ‘60 es también la película
Sabaleros de Armando Bo, que contó con la colaboración en el guión de Arturo
Roa Bastos.
Para quien se atreva a sortear sus bajantes y desbordes, los
ríos de la memoria serán siempre un camino que habrá que recorrer para conocer
nuestra vida como país y también -es nuestro intento de hoy- los legados
literario y fílmico argentinos.
La vida en las costas
Como es de esperar, la vida de los hombres de la costa
depende directamente del río. En el caso de Sabaleros, justamente se trata de
una comunidad que vive de la pesca aunque
realizada en una forma tan particular, que nos recuerda que además de la
frontera entre la ciudad y el río, estamos en una zona de frontera entre la
ciudad y el campo “pampeano”…
Si bien en otras películas argentinas puede verse arrear las
vacas entre las aguas crecidas, en esta película puede verse como se realiza la
pesca ¡con caballos! Los espineles y las redes son sujetados por dos peones que
se meten a caballo en el río para luego bajar las redes y volver caminando
hacia la costa. Son como “gauchos de agua”. Inclusive para trasladar los
pescados, utilizan horquillas con las que los ensartan para revolearlos al
montón, del mismo modo que se hace con la paja para hacer las parvas. Son las
prácticas del campo, pero adaptadas al elemento acuático.
La periferia urbana siempre fue pensada como una zona donde
la ciudad se expande, es una zona que es provisoriamente periferia, porque el
crecimiento de la ciudad la engullirá, convirtiéndola primero en suburbio y
luego en un barrio integrado directamente (aquí tenemos la aparición de otro
elemento de gran significado metafórico como es el de los puentes). El puente
habilita el llegar a la otra orilla, y es el paso previo a la integración de la
ribera a la ciudad (obviamente que es más evidente para los ríos chicos o
arroyos como el Saladillo o Ludueña en Rosario y el Riachuelo en Buenos Aires)
La vida bajo los puentes también será un tópico recurrente de la literatura y
cine sobre la vida de los pobres, aunque aquí no abordaremos esa escena.
Por otro lado, la frontera acuática se diferencia de la
frontera terrestre, en que no puede “moverse”. El proceso de expansión sobre el
río es muy distinto a la expansión sobre la frontera de tierra, como es obvio.
Puede urbanizarse hasta el borde, pero más allá, en las islas, la vida
cotidiana perdurará con sus características duales: la vida en la isla no
podría definirse como una vida en tierra firme, mucho de esa vida depende del
agua (transporte, inundaciones, pesca, cultivos, etc).
En algunas ciudades argentinas, las modificaciones actuales
en la costa ha sido construir edificios altos para que los sectores más
pudientes puedan disfrutar casi en exclusividad la vista y el aire puro de los
ríos que la circundan.
En Los Isleros, la vida en tierra firme está caracterizada
por los bailes, las peleas, el comercio, pero también por el hospital donde La Carancha (el personaje de
Merello) acude para que nazca su hijo… es, de alguna manera y mal que le pese a
su personaje el lugar donde deben hacerse ciertas cosas, (implica entonces
ciertas positividades). Tan es así, que finalmente, la Carancha termina
aceptando que su hijo (con la familia que él ha formado) se traslade a vivir a
tierra firme.
La costa ribereña es un territorio de doble orilla, en este
caso las orillas de la ciudad (metáforica) y las orillas del río (real). Y si
en la orilla terrestre de la ciudad, existe el “orillero” concebido como un
arquetipo que une las características del hombre de “adentro” y el de “afuera”
más curiosa es la dualidad del habitante de la orilla acuática, porque su vida
en el “afuera” de la ciudad es por lo general en el agua, o en la isla, por lo
que su cotidianidad es radicalmente distinta del orillero de tierra adentro. La
canoa, la pesca, la llegada de la lancha-proveeduría o el “cruce” del río,
constituyen eventos-acontecimientos clave, que ignora el de tierra firme. Esto
no quita que de alguna manera podamos hablar de caracteres similares entre uno
y otro, siempre que no menospreciemos estas diferencias antes esbozadas. Así
como Yupanqui decía “de poco vale un paisano sin caballo y en Montiel” en este
contexto, la lancha es de vital importancia. Es iluminador que en Sudeste, el
Boga, cuando se independiza de los viejos, su primer preocupación es la de
buscar es una lancha.
La ley de la tierra / justicia terrestre
Como zona de frontera que es, esta también es una zona sin
ley. En estos relatos la autoridad estatal, aparece muy menguada… las cosas se
resuelven allí mismo y de la manera más sencilla: de facto. Herencias,
casamientos, ocupaciones de bienes ajenos, ajustes de cuenta, sepelios, etc. La
justicia, de “tierra firme” no logra hacer pie en el escabroso territorio de
las islas y la orilla del río.
La frontera acuática de la ciudad presenta la particularidad
de todas las “fronteras” en cuanto a que al parecer, la autoridad tiene
dificultades para hacerse presente. Las islas, el delta, la costa, etc. serán
una zona donde hacerse invisible para la justicia y la policía (como puede
verse en Sabaleros, Río abajo, Los isleros y Sudeste, entre otras).
Funciona también como lugar de refugio o
donde disimular actividades ilegales.
Esto presenta una singularidad que muchos de estos relatos
comparten. En primer lugar se construye una imagen del hombre del río como
alguien acostumbrado a la vida dura, de trabajo, etc. pero con una cierta
“inocencia”. En todos estos relatos, la irrupción de los habitantes de la
ciudad, con una ética distinta, va a venir a romper el ritmo de vida “anfibio”
generando rechazos (en Los isleros, la nuera de la Carancha ), adhesiones (en
Sudeste el Pampa) y en Sabaleros los dos fugados que van a pedir ayuda para una
fuga, justamente, con la certeza de que esa convivencia en el borde del río
implica también una salida franca hacia donde uno disponga sin correr riesgo
alguno.
Conclusiones
Nuestra idea fue llamar la atención acerca de una serie de
relatos (escritos y fílmicos) que tuvieron como temática fundamental la vida de
los hombres en la zona ribereña de las ciudades. En general ha habido mucha
literatura y análisis sobre la expansión de la ciudad hacia la frontera seca y
consideramos que es hora de fijar la visión sobre esta frontera acuática, sobre
la que hay mucho material “de base” pero poco trabajo de análisis sobre la
relación de las grandes ciudades argentinas con su frontera acuática. La
identificación de lo urbano con lo construido, con lo “seco” y la operación que
restringió la frontera “mojada” a la zona portuaria, implicó la anulación y la
subvaloración de toda una literatura que sin dejar de ser una reflexión sobre
la ciudad argentina, ponga su mirada en el río y lo integre asumiendo que
existió (y existe) un suburbio urbano que se desarrolló dividiendo su tiempo
entre la vida en la ciudad y la vida en las islas, la lancha y el río.
Filmografía mencionada
Prisioneros de la tierra, de Mario Soffici (1939)
Los isleros, de Lucas Demare (1951)
Las aguas bajan turbias, de Hugo Del Carril (1952)
Sabaleros, de Armando Bo (1959)
Río abajo, de Enrique Dawi (1960)
Los inundados, de Fernando Birri (1962)
Sudeste, de Sergio Bellotti (2002)
Fuente.
- Historia del Agua en la Argentina, Blog del archivo histórico del agua. Rosario, Las húmedas orillas urbanas. Su representación en el cine argentino.
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