domingo, 17 de junio de 2012

Las húmedas orillas urbanas. Su representación en el cine argentino

por Pablo Ernesto Suárez

Pequeña introducción
Desde hace mucho tiempo, la vida de los hombres del río y de las islas constituyó un fuerte foco de interés para la narrativa argentina.

Si alguien (por alguna razón) pretende una genealogía para darle entidad al tema, podríamos simplemente señalar que los primeros libros que se escribieron sobre lo que luego sería la Argentina, son los relatos de los navegantes de los ríos. Schmidl, Del Barco, Centenera, etc. cuentan sus desventuras en tierra, y también su derrotero  al navegar el Plata y el Paraná y cómo a través de ellos fueron internándose en el espacio incógnito sobre el cual el imperio español asentaría su dominio.

A comienzos del siglo XIX, Manuel J. de Lavardén, un intelectual iluminista continuaría, ahora desde una poesía (que tenía mucho de programa económico) el género litoraleño, con su “Oda al Paraná” en una etapa en la que ya se vislumbra a los ríos como canales impulsores del progreso. Si bien esta temática nunca se interrumpió, para abreviar, mencionemos que desde comienzos del siglo XX la obra de Fray Mocho “Un viaje al país de los matreros” nos ofrece una descripción de quienes viven en la isla como habitantes de una zona que evidentemente tiene ciertas particularidades. Poco después, la torturada escritura de Horacio Quiroga y las amables descripciones de Mateo Booz, marcan desde aquellos comienzos de siglo lo específico de una vida no colonizada, de quienes aceptan vivir sumergidos en un espacio que parece dominado casi exclusivamente por la naturaleza. El río, que ha sido el canal por donde el progreso entró a nuestro país y por donde salían las riquezas que nos vinculaban al mundo, nos mostraba también la vida de esos hombres y mujeres que vivían sus vidas en el río, o en las islas, en los bordes.

Se ha notado, que hablamos de bordes urbanos contra el río, pero no nos referimos al puerto… Mucha de la literatura sobre el borde mojado de la ciudad, refiere a la vida portuaria, sobre todo gracias a la influencia de la letrística del tango, que contribuyó a consolidar la imagen de Buenos Aires como ciudad portuaria quizás también a la dimensión del puerto de capitalino (y de los puertos argentinos) en la economía de la región.

La vida del puerto es otra cosa absolutamente distinta a la vida del isleño o del costero. De alguna manera, la portuaria es un área urbana. Diríamos que está más afuera que adentro del río, en el puerto se asienta el cosmopolitismo absoluto, con hombres y mujeres de todas partes del mundo que llegan y se van, del gran comercio de exportación, de muchas monedas y lenguajes: es la frontera de la ciudad contra el mundo. El del puerto es un ambiente definitivamente urbano vinculado al relato de la Argentina que se abre al mundo como puede verse (un detalle, si queremos) en sus trabajadores portuarios, sindicalizados tempranamente en la Argentina del centenario.

Pero hay otra orilla de la ciudad contra el río, que es sobre la que nos interesa reflexionar es la vida en la isla y en la costa ribereña urbana. Esa vida naufragada en contacto permanente con la civilización de tierra firme, a la cual nunca termina de integrarse, pero que se estructuró en función de los vínculos permanentes con la ciudad cercana. Los escritores argentinos han encontrado allí una fuente importante de sus obras; mucha de aquella buena literatura será llevada al cine. El cine, esa nueva forma de narrar que encontró el siglo XX, también iba a brindar su visión sobre el río, desde muy temprano, y muchas de estas películas adquirieron relevancia de clásicos. Así, Mario Sofficci se inspirará en Horacio Quiroga para su “Prisioneros de la tierra”; por supuesto “Las aguas bajan turbias” de Hugo del Carril sobre el libro de Alfredo Varela, y Fernando Birri llevará al cine “Los inundados” sobre el cuento homónimo de Mateo Booz. “Los isleros” será también un clásico, pero fue mucho más célebre que la novela homónima de Ernesto Castro, quien escribió el guión.

En 1950 aparece un libro que expresa una experiencia de vida diferente de todo lo anterior. En ese año, Liborio Justo  (el histórico trotskista argentino, hijo de Agustín P.) publica su importante “Río Abajo” llevada al cine por Enrique Dawi en 1960. Poco después de este año, Haroldo Conti, autor de la novela Sudeste, se traslada a vivir a las islas del delta del Paraná, en la zona del Tigre donde escribirá la novela de marras.

Una diferencia importante entre estos dos libros y otros libros de apariencia similar, es que el escritor se reconoce como habitante de la isla y no como un mero visitante. Hay una experiencia de vida que las sustenta. Ambos autores comenzaron por posicionarse (y no en sentido figurado) en las islas mismas donde transcurrirán las historias de vida sobre las que van a escribir. El registro de Justo es más bien documental, por cuanto menciona permanentemente nombres propios con apellidos, linajes, e historias que se presentan como reales. Conti  por el contrario, si bien desde un relato de ficción, ofrece un una miríada detalles (de las embarcaciones, las marcas de los motores, la geografía, etc)… que será interpretado como una pretensión de verosimilitud, que no confundiremos con lo documental.

El posicionamiento del escritor aparece como novedoso: el río es visto desde una canoa y no desde un transatlántico, ni mucho menos desde un buque cerealero. Y es importante esta diferencia, porque nos estamos refiriendo a dos escenarios que tradicionalmente han sido pensados como espacios “anómalos”. El agua y las islas. Un lugar que estando quieto transmite la sensación de estar en permanente movimiento por el paso del río. Muchos autores hicieron (antes y después de Justo y Conti) su propio “viaje” (real o imaginario) a esa “frontera interior” que es la zona de los ríos, incluyendo obviamente, sus costas y la zona de islas.

De comienzo de la década del ‘60 es también la película Sabaleros de Armando Bo, que contó con la colaboración en el guión de Arturo Roa Bastos.

Para quien se atreva a sortear sus bajantes y desbordes, los ríos de la memoria serán siempre un camino que habrá que recorrer para conocer nuestra vida como país y también -es nuestro intento de hoy- los legados literario y fílmico argentinos.

La vida en las costas
Como es de esperar, la vida de los hombres de la costa depende directamente del río. En el caso de Sabaleros, justamente se trata de una comunidad que vive de la pesca aunque  realizada en una forma tan particular, que nos recuerda que además de la frontera entre la ciudad y el río, estamos en una zona de frontera entre la ciudad y el campo “pampeano”…

Si bien en otras películas argentinas puede verse arrear las vacas entre las aguas crecidas, en esta película puede verse como se realiza la pesca ¡con caballos! Los espineles y las redes son sujetados por dos peones que se meten a caballo en el río para luego bajar las redes y volver caminando hacia la costa. Son como “gauchos de agua”. Inclusive para trasladar los pescados, utilizan horquillas con las que los ensartan para revolearlos al montón, del mismo modo que se hace con la paja para hacer las parvas. Son las prácticas del campo, pero adaptadas al elemento acuático.

La periferia urbana siempre fue pensada como una zona donde la ciudad se expande, es una zona que es provisoriamente periferia, porque el crecimiento de la ciudad la engullirá, convirtiéndola primero en suburbio y luego en un barrio integrado directamente (aquí tenemos la aparición de otro elemento de gran significado metafórico como es el de los puentes). El puente habilita el llegar a la otra orilla, y es el paso previo a la integración de la ribera a la ciudad (obviamente que es más evidente para los ríos chicos o arroyos como el Saladillo o Ludueña en Rosario y el Riachuelo en Buenos Aires) La vida bajo los puentes también será un tópico recurrente de la literatura y cine sobre la vida de los pobres, aunque aquí no abordaremos esa escena.

Por otro lado, la frontera acuática se diferencia de la frontera terrestre, en que no puede “moverse”. El proceso de expansión sobre el río es muy distinto a la expansión sobre la frontera de tierra, como es obvio. Puede urbanizarse hasta el borde, pero más allá, en las islas, la vida cotidiana perdurará con sus características duales: la vida en la isla no podría definirse como una vida en tierra firme, mucho de esa vida depende del agua (transporte, inundaciones, pesca, cultivos, etc).

En algunas ciudades argentinas, las modificaciones actuales en la costa ha sido construir edificios altos para que los sectores más pudientes puedan disfrutar casi en exclusividad la vista y el aire puro de los ríos que la circundan.

En Los Isleros, la vida en tierra firme está caracterizada por los bailes, las peleas, el comercio, pero también por el hospital donde La Carancha (el personaje de Merello) acude para que nazca su hijo… es, de alguna manera y mal que le pese a su personaje el lugar donde deben hacerse ciertas cosas, (implica entonces ciertas positividades). Tan es así, que finalmente, la Carancha termina aceptando que su hijo (con la familia que él ha formado) se traslade a vivir a tierra firme.

La costa ribereña es un territorio de doble orilla, en este caso las orillas de la ciudad (metáforica) y las orillas del río (real). Y si en la orilla terrestre de la ciudad, existe el “orillero” concebido como un arquetipo que une las características del hombre de “adentro” y el de “afuera” más curiosa es la dualidad del habitante de la orilla acuática, porque su vida en el “afuera” de la ciudad es por lo general en el agua, o en la isla, por lo que su cotidianidad es radicalmente distinta del orillero de tierra adentro. La canoa, la pesca, la llegada de la lancha-proveeduría o el “cruce” del río, constituyen eventos-acontecimientos clave, que ignora el de tierra firme. Esto no quita que de alguna manera podamos hablar de caracteres similares entre uno y otro, siempre que no menospreciemos estas diferencias antes esbozadas. Así como Yupanqui decía “de poco vale un paisano sin caballo y en Montiel” en este contexto, la lancha es de vital importancia. Es iluminador que en Sudeste, el Boga, cuando se independiza de los viejos, su primer preocupación es la de buscar es una lancha.

La ley de la tierra / justicia terrestre
Como zona de frontera que es, esta también es una zona sin ley. En estos relatos la autoridad estatal, aparece muy menguada… las cosas se resuelven allí mismo y de la manera más sencilla: de facto. Herencias, casamientos, ocupaciones de bienes ajenos, ajustes de cuenta, sepelios, etc. La justicia, de “tierra firme” no logra hacer pie en el escabroso territorio de las islas y la orilla del río.

La frontera acuática de la ciudad presenta la particularidad de todas las “fronteras” en cuanto a que al parecer, la autoridad tiene dificultades para hacerse presente. Las islas, el delta, la costa, etc. serán una zona donde hacerse invisible para la justicia y la policía (como puede verse en Sabaleros, Río abajo, Los isleros y Sudeste, entre otras). Funciona  también como lugar de refugio o donde disimular actividades ilegales.

Esto presenta una singularidad que muchos de estos relatos comparten. En primer lugar se construye una imagen del hombre del río como alguien acostumbrado a la vida dura, de trabajo, etc. pero con una cierta “inocencia”. En todos estos relatos, la irrupción de los habitantes de la ciudad, con una ética distinta, va a venir a romper el ritmo de vida “anfibio” generando rechazos (en Los isleros, la nuera de la Carancha), adhesiones (en Sudeste el Pampa) y en Sabaleros los dos fugados que van a pedir ayuda para una fuga, justamente, con la certeza de que esa convivencia en el borde del río implica también una salida franca hacia donde uno disponga sin correr riesgo alguno.

Conclusiones
Nuestra idea fue llamar la atención acerca de una serie de relatos (escritos y fílmicos) que tuvieron como temática fundamental la vida de los hombres en la zona ribereña de las ciudades. En general ha habido mucha literatura y análisis sobre la expansión de la ciudad hacia la frontera seca y consideramos que es hora de fijar la visión sobre esta frontera acuática, sobre la que hay mucho material “de base” pero poco trabajo de análisis sobre la relación de las grandes ciudades argentinas con su frontera acuática. La identificación de lo urbano con lo construido, con lo “seco” y la operación que restringió la frontera “mojada” a la zona portuaria, implicó la anulación y la subvaloración de toda una literatura que sin dejar de ser una reflexión sobre la ciudad argentina, ponga su mirada en el río y lo integre asumiendo que existió (y existe) un suburbio urbano que se desarrolló dividiendo su tiempo entre la vida en la ciudad y la vida en las islas, la lancha y el río.

Filmografía mencionada

Prisioneros de la tierra, de Mario Soffici (1939)
Los isleros, de Lucas Demare (1951)
Las aguas bajan turbias, de Hugo Del Carril (1952)
Sabaleros, de Armando Bo (1959)
Río abajo, de Enrique Dawi (1960)
Los inundados, de Fernando Birri (1962)
Sudeste, de Sergio Bellotti (2002)

Fuente.

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