por Esteban Dómina
Los problemas con el Famatina, la minería y demás no son
nuevos. Allá por la década de 1820, los conflictos por la propiedad y
explotación del cerro enfrentaron a Facundo Quiroga y Bernardino Rivadavia.
Allá por la década de 1820, cuando la nación independiente
apenas gateaba, los ruidos políticos y económicos causados por la explotación
del Famatina demoraron la incipiente organización nacional.
Claro que aquella vez las voces airadas no fueron las de los
ecologistas, que por entonces no existían, ni de pobladores enardecidos por las
consecuencias funestas de la extracción a cielo abierto, que tampoco existía,
sino las imprecaciones de Facundo Quiroga, amo y señor de los pagos donde se
alza el legendario cerro nevado, ahíto de oro y plata en sus entrañas.
Aquellos eran los tiempos de Bernardino Rivadavia, el avispado político rioplatense que sin ser abogado ni militar se las arregló para convertirse en el primer presidente de la naciente República Argentina.
Aquellos eran los tiempos de Bernardino Rivadavia, el avispado político rioplatense que sin ser abogado ni militar se las arregló para convertirse en el primer presidente de la naciente República Argentina.
Fue a comienzos de 1826, cuando un Congreso General lo ungió
de apuro antes de que se completara la representación provinciana, y lo dotó
además de una Constitución hecha a la medida de los unitarios. Que por cierto
fue repudiada por los jefes del interior, reacios a acatar una norma pergeñada
para y por los porteños.
El primero que vio el negocio minero fue el mismísimo
Rivadavia, que en su segundo periplo europeo, allá por 1824, tejió lazos con la Hullet Brothers ,
la firma londinense que estaba interesada en la explotación de los prometedores
yacimientos argentinos.
El problema de los rivadavianos era una llamada Ley
Fundamental dictada por ese mismo Congreso, que, entre otras cosas, ponía la
propiedad de las minas en manos de las provincias en cuyos territorios se
hallaren.
Ni lerdo ni perezoso, el gobierno de La Rioja celebró un contrato
con el financista Braulio Costa, cabeza del grupo empresario que se conformó y
que tenía a Quiroga como uno de sus accionistas. Ajenos a estos movimientos,
Rivadavia y sus socios londinenses constituyeron la empresa que tomaría a su
cargo el negocio minero y le pusieron nombre y todo: River Plate Mining
Association.
“Hello, Mr. Head"
Así las cosas, a mediados de 1825,
arribaron a Buenos Aires los primeros ingenieros y capataces fletados por la Hullet para poner mano a la
obra. El jefe de la comitiva era Francis Bond Head, más conocido como capitán
Head, un sujeto corto de genio que traería más de un dolor de cabeza al
gobierno.
El sobresalto de este sujeto debió haber sido mayúsculo
cuando visitó La Rioja
y se encontró cara a cara con Facundo Quiroga, quien sin más credencial que su
fiereza lo anotició de que el Famatina había sido concesionado a la Casa de la Moneda de aquella provincia
y que un forastero como él no tenía nada que hacer allí. Que la mina tenía
dueño, mal que les pese a Rivadavia y sus amigos. Good bye, Mr. Head.
Al año siguiente regresó Rivadavia para hacerse cargo de la
presidencia que le habían conseguido sus amigos durante su ausencia.
En Buenos Aires lo aguardaba Mr. Head, indignado y ávido de
explicaciones acerca del tambaleante negocio minero, herido de muerte por la
intransigencia de Quiroga. El flamante presidente lo tranquilizó, diciéndole
que él se encargaría personalmente de enderezar las cosas, un objetivo nada
fácil teniendo en cuenta que el recién llegado tenía frentes abiertos por todas
partes.
Entretanto, Facundo Quiroga se preparaba a proteger su cerro
con uñas y dientes, dispuesto a ir a la guerra si era necesario.
A esa altura, el Tigre de los Llanos defendía la religión y
el Famatina con el mismo ardor, para que quedase claro que nada lo unía con
Rivadavia. “Religión o muerte”, rezaba el paño negro que agitaban sus bravos
capiangos en el campo de batalla.
Le tocaría a Gregorio Aráoz de La Madrid enfrentar a Facundo,
pero el riojano le dio una terrible paliza en el combate de El Tala, el 27 de
octubre de 1826. Minga para los porteños, el Famatina no se toca, rugía el
vencedor.
En medio de ese jaleo, con la azarosa guerra con el Brasil
como telón de fondo, a Rivadavia se le escurría el poder como arena entre los
dedos.
La situación política era de una gran volatilidad y, por
supuesto, los jefes provinciales como Bustos, López, Ibarra, Heredia, cada uno
a su manera, agitaban el país interior, soliviantando los espíritus en contra
del gobierno nacional. Y cada vez que podían, pedían la cabeza del presidente
unitario.
A esa altura, la Constitución rivadaviana era letra muerta.
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Francis Bond Head |
Días de furia
Para mayor desgracia del presidente, Manuel
García, su enviado plenipotenciario para negociar y firmar el tratado de paz
con el Brasil, resignó en la mesa de negociaciones lo que los ejércitos patrios
habían conseguido en los campos de batalla. Fue la gota que colmó el vaso. La
estocada final para el débil régimen que ya no tenía quién lo defendiera.
Y sobre llovido, mojado. En medio de esos días de furia
ocasionados por la claudicación diplomática de García, El Tribuno, un periódico
afín a Manuel Dorrego, publicó correspondencia reservada entre Mr. Hullet y
Rivadavia por el asunto de las minas, que ponían al descubierto las supuestas
coimas cobradas por el presidente argentino para favorecer los intereses
británicos.
Mientras, en Londres, el capitán Bond Head echaba más leña
al fuego denunciando que Rivadavia recibía 1.200 libras al año
sólo por presidir la junta directiva de la compañía minera del Río de la Plata.
El único camino que le quedaba al presidente era la
renuncia; y lo recorrió. Cómo sería su descrédito que el Congreso le aceptó la
dimisión con 48 votos sobre 50.
Las facturas no tardaron en llegar. Los opositores enviaron
al Congreso el reclamo de la compañía minera por gastos que, según los
puntillosos ingleses, realizaron antes de quebrar por culpa del gobierno
argentino. Exigían reembolso, cuando en realidad la casa matriz en Londres
había sido afectada por un crack bursátil. Ya en esa época había burbujas
financieras en el mundo capitalista...
Lo cierto es que el Famatina, al menos esa vez, se salvó de
caer en las garras de firmas multinacionales. Con el paso de los años, la
frustrada Mining y el empréstito de la Baring Brothers ,
entre otros episodios teñidos de corrupción, convirtieron a Rivadavia en la
bestia negra de la historia argentina, opacando todos sus logros, si es que los
tuvo. El dueño de la avenida que alberga su mausoleo, la más larga del mundo
según los porteños, no pudo remontar esa imagen negativa que lo persigue hasta
el presente.
Fuentes:
La Voz del Interior, 22/01/2012, "Ruidos del Famatina" por Esteban Dómina (Historiador). Consultado 29/01/2012.
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