"La
soja mata. Elimina biodiversidad, contamina aires, tierras y aguas,
desalienta industrias y pequeños emprendimientos de sustentabilidad,
expulsa jóvenes, crea desempleo, monopoliza producciones y consumos
(debilita las bases de la producción alimentaria), vuelve infértiles
las tierras, concentra el capital en unos pocos".
Hoy en día, hablar de cultivo de soja es hablar, inevitablemente, de un modelo de exterminio. El que los campos estén cada vez más repletos de plantaciones de soja es una decisión política, económica y social que, por supuesto, está en manos de, y beneficia a, unos pocos. No se puede poner a todos en la misma bolsa ni tampoco dejar de hablar de los que sufren las consecuencias del modelo sojero. Hablamos de los campesinos muertos, enfermos, expulsados o viviendo en condiciones laborales lamentables, pero también hablamos de todas y todos los que, desde las ciudades u otros puntos del país donde no se hace posible la plantación de soja, padecemos sin saberlo lo que implica esta vorágine sojera. Menos aun tenemos en cuenta, algunos, y miran para otro lado, otros, el futuro no tan lejano en cuanto a la vida de personas y animales y la conservación del medio ambiente.
Hoy en día, hablar de cultivo de soja es hablar, inevitablemente, de un modelo de exterminio. El que los campos estén cada vez más repletos de plantaciones de soja es una decisión política, económica y social que, por supuesto, está en manos de, y beneficia a, unos pocos. No se puede poner a todos en la misma bolsa ni tampoco dejar de hablar de los que sufren las consecuencias del modelo sojero. Hablamos de los campesinos muertos, enfermos, expulsados o viviendo en condiciones laborales lamentables, pero también hablamos de todas y todos los que, desde las ciudades u otros puntos del país donde no se hace posible la plantación de soja, padecemos sin saberlo lo que implica esta vorágine sojera. Menos aun tenemos en cuenta, algunos, y miran para otro lado, otros, el futuro no tan lejano en cuanto a la vida de personas y animales y la conservación del medio ambiente.
Hay
cuestiones que, aunque se quieran esconder, ya se saben. Muchos
estudios e investigadores demuestran en innumerables artículos y
documentos publicados por todo el mundo lo que provoca la producción
de soja en las condiciones que actualmente padecemos.
El
círculo de la muerte
La
lógica sojera responde a un círculo vicioso que refleja el orden
social establecido, donde pocos se benefician a costas del trabajo
del resto, quienes, además, pagan las consecuencias con
enfermedades, desempleo y muerte. Este modelo agrario, de la
irresponsable manera que se lo está llevando a cabo, supone que si
se agudiza la producción se incrementan la contaminación y la
muerte. Veamos por qué.
El
alto precio de la exportación de la soja y la gran demanda de
algunos países económicamente poderosos, como lo es actualmente
China, hacen que producir soja sea una decisión estratégica. Pero
no sólo esto, aquí hay que agregar el bajo costo de producción que
implica la plantación de soja. No se necesitan más que buenas
máquinas y una escasa y barata mano de obra para cultivar grandes
extensiones, lo que provoca una agricultura sin agricultores.
La
codicia y la irresponsabilidad de los 'sojeros' llevan a querer
incrementar la productividad sin tener en cuenta las consecuencias
ambientales. Por pensar sólo en la rentabilidad económica, los
productores de soja cultivan con semillas transgénicas y utilizan
agrotóxicos (herbicidas, como el glifosato, y otros tóxicos
plaguicidas). Está comprobado científicamente que el glifosato
provoca enfermedades; como distintos tipos de cáncer y
malformaciones, y sus impactos sobre el medio ambiente están
cadAmbiente, a vez más documentados: contaminación de especies
silvestres emparentadas, reducción de la biodiversidad,
contaminación química del suelo y de los acuíferos. También se
sabe, y se oculta, que la manipulación genética de cultivos
alimentarios tiene implicaciones peligrosas para la salud humana. Los
cultivos transgénicos utilizan más venenos y contaminan más. Se ha
comprobado que los alimentos elaborados con transgénicos, contienen
residuos de agrotóxicos hasta 200 veces más altos que los
elaborados con cultivos que no lo son, debido a la gran cantidad de
agrotóxicos que se les aplica en la siembra. O sea que, además
provocar daños ambientales (agua, suelo, aire, flora y fauna) en las
regiones donde se cultiva, también se afecta a la salud humana a
través de los alimentos que derivan de estas producciones.
Vale
aclarar, a su vez, que el modelo agroexportador sojero es rentable si
se produce en grandes cantidades, lo que genera que sólo la persona
o la empresa que tenga el capital suficiente para alquilar grandes
extensiones de tierras y costosas maquinarias pueda garantizar en la
producción de soja un negocio eficiente. De esta manera se explica
el incremento del desempleo en el campo y las cada vez más
abundantes migraciones de los campesinos hacia las ciudades:
desaparecen los pueblos rurales y aumentan los cordones de pobreza en
las periferias urbanas. En la Argentina actual, con tecnología de
punta, para 1000 hectáreas solo se requieren 2 personas trabajando
por año.
El
negocio sojero, como vemos, es grande, pero queda en unas pocas
manos. Grandes grupos económicos, además de poseer el monopolio de
la comercialización de semillas, desaparecen, con el monopolio de la
producción, a los pequeños y medianos productores. La exportación
de soja, tan económicamente gratificante, queda para las
corporaciones que pueden adquirir insumos y solventar la maquinaria
necesaria para poder realizar la mayor productividad al menor tiempo
posible. Es paradójico pero los que más se llevan no son dueños de
la tierra, más aún, quizás nunca hayan pisado el campo. El
compromiso de éstos con los dueños sólo consta de pagar lo pactado
por el alquiler. El deterioro ambiental y la provocación de
enfermedades quedarán en las regiones que no les pertenecen.
Monopolizan las ganancias, pero no las consecuencias ambientales.
En
este sentido, quienes tienen algunas hectáreas y generan otros
cultivos o crían ganado no cuentan con los recursos para poder
sembrar soja, pero a la vez, en términos económicos, les conviene
rentar su tierra a estas corporaciones por un corto pero muy
redituable tiempo. Hete aquí la complicada cuestión de los
monocultivos. Cada pequeño y mediano productor, al rentarle sus
tierras a las corporaciones monopólicas, inevitable aunque
entendiblemente está contribuyendo al monocultivo masivo. Así, este
campo sin ganado ni gente, también mata a la biodiversidad y
deteriora la fertilidad de la tierra. El negocio es tal que a los
poseedores de pocas hectáreas no les queda más que rentar sus
tierras. A grandes precios, eso sí. Y de esta manera grandes
dimensiones quedan en manos de estas corporaciones que no les importa
más que plantar soja transgénica. Cultivan soja y no otra cosa,
como vimos antes, por los altos precios para exportación y el bajo
costo de producción, los cuales retroalimentan esta violenta cadena
de la muerte hasta el infinito o hasta que la naturaleza no aguante
más.
Reflexión
final
Inevitablemente,
los principios básicos de la democracia, que hablan de justicia,
igualdad y libertad, quedan postergados al sostener este modelo
agrario que, en términos generales, afecta (a) más que (a) lo(s)
que beneficia. Ésta es otra forma de ingerencia de los países
poderosos en nuestros países y una muestra más de la continua
dominación por parte de algunos sectores hacia adentro del país. Se
disfrazan nuevas formas de dominio que van más allá de represión o
invasiones bélicas o sometimiento económico a través de préstamos
y deudas, aunque siguen teniendo mucho de esto. El modelo
agroexportador de la soja es una consecuencia inherente, o un eslabón
más, de los procesos de integración y globalización económica.
Definir un modelo nacional sojero implica, entonces, continuar con el
sometimiento, con la opresión, a la que algunos nunca nos
acostumbramos pero padecemos desde hace varios siglos. Es una muestra
más de lo cruel, de lo inhumano, que es el sistema.
La
soja mata. Elimina biodiversidad, contamina aires, tierras y aguas,
desalienta industrias y pequeños emprendimientos de sustentabilidad,
expulsa jóvenes, crea desempleo, monopoliza producciones y consumos
(debilita las bases de la producción alimentaria), vuelve infértiles
las tierras, concentra el capital en unos pocos. Monocultivos,
agronegocios monopólicos, expulsión, desempleo, agrotóxicos,
enfermedades. Muerte.
Si
existen claros y sustentables modelos agrarios ejemplares, solidarios
y que valoran, por sobre todas las cosas, a la vida, ¿por qué no
tenerlos en cuenta? ¿Por qué no sentirnos parte de la naturaleza
que nos hizo, en vez de matarla matándonos? ¿Por qué no pensar y
tratar a la tierra de una manera en la que, al contrario de generar
muerte, se tenga en cuenta la vida, el trabajo, la salud física y
espiritual? Sólo con vida podemos decir basta a tanta muerte. La
cuestión estará en reivindicar y acompañar las luchas que piensan
y practican otro mundo. No queda más que organizarnos, unir nuestras
fuerzas, si queremos poner fin a este injusto sistema que tanta
muerte nos propicia.
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