Salubridad
e hidráulica en la Córdoba del siglo XIX.
Cercado
desde temprano por la muerte -la de su padre, la de sus hijos- el
ingeniero Casaffousth dio a luz el dique que hasta hoy brinda agua a
los cordobeses. Su tayectoria pública y sus obras fueron fuente de
polémicas y estigmas. Al punto que protagonizó un proceso judicial
muy comprometido, que dejó marcada su imagen.
por
Doralice Lusardi
Durante
el transcurso de unos pocos meses, entre 1889 y 1890, tres niños
murieron en la ciudad de Córdoba. Fueron sólo tres niños más en
las estadísticas, que con el frío lenguaje de los números
consignan que por esos años la mortalidad infantil superaba en esta
ciudad al 200 por mil. Vale decir que fallecía uno de cada cinco
niños nacidos vivos.
Ninguno
de los pequeños de nuestra historia había llegado a su tercer
cumpleaños, y esto tampoco era inusual: del total de defunciones
ocurridas en 1889, el 14 % correspondió a niños de entre uno y tres
años, siendo la franja etaria que ostentó el mayor porcentaje de
fallecimientos. Las cifras serán aún mayores en 1890, representando
un 17,45 % del total.
Pero
la muerte de estas tres criaturas adquiere una connotación diferente
cuando el nombre del ingeniero que dio origen al dique San Roque
aparece en las respectivas actas de defunción: "Comparece ante
mí, escribano municipal, don Carlos Adolfo Casaffousth, de 35 años
de edad, ingeniero, padre del párvulo muerto, domiciliado en la
calle Juárez Célman 245, y declarando... que el día de la fecha a
las dos de la mañana ha muerto en su domicilio expresado, Carlos
Casaffousth, argentino, católico, de 2 años 6 meses de edad, hijo
legítimo de él y de Eduarda Lazo, de 29 años de edad". Era el
17 de diciembre de 1889. Dos semanas después, Casaffousth acudía
nuevamente para declarar el fallecimiento de su sobrino Julián Lazo,
de dos años y medio, ocurrido en su misma casa, debido a la
difteria. Y cuatro meses antes se había registrado la muerte de su
hija María, de un año y dos meses, aparentemente afectada de
meningitis.
Carlitos y José María Casaffousth, con su primo Julián Lazo (centro). A pesar del aspecto saludable de los pequeños, los tres morirían tempranamente |
No
era la familia Casaffousth una excepción, otras familias se
enlutaban por la muerte de sus hijos. De los 31 fallecimientos
anotados en el Registro Civil de Córdoba entre el 16 y el 20 de
agosto, 19 correspondieron a niños, y de los 31 muertos del 15 al 19
de diciembre, 23 eran menores de cinco años.
Todos
estos fallecimientos ocurrían en casas de familia, pues no existían
en Córdoba hospitales para infecciosos ni para niños; tampoco había
pabellones de aislamiento en el viejo Hospital General de San Roque,
que hasta 1894 fue la única casa destinada a la asistencia de
enfermos que había en la ciudad.
En el
caso que nos ocupa, las muertes ocurrieron en la casa de los
Casaffousth, una familia acomodada a la que suponemos no afligían
cuestiones como el hacinamiento, la desnutrición o la falta de
asistencia médica. ¿Cómo se explica entonces la muerte de tres
pequeños en menos de cinco meses?
Radiografía
de la ciudad
Para
ubicar los hechos en su debido contexto, hay que volver la mirada a
las condiciones de higiene y salubridad que rodeaban a los cordobeses
de esa época, que tenían una expectativa de vida inferior a 34
años.
Por
aquellos tiempos, la población de Córdoba aumentaba
ostensiblemente: según Dora Celton (1), pasó de 34.458 habitantes
en 1869 a 134.935 en 1914, pero ese crecimiento "no tuvo
respuesta adecuada de las autoridades locales en lo que hace a
estrictas medidas de saneamiento de la ciudad (cloacas, agua
potable)".
Si
bien las condiciones en que vivían los más pobres los volvían
especialmente vulnerables, las familias acomodadas también se veían
afectadas por factores que tenían que ver con la higiene más
elemental, y que contribuían a la propagación de enfermedades
infecciosas, tal como veremos al recorrer imaginariamente la ciudad.
Nos guiará -desafiando a los siglos- José María Álvarez, médico
y profesor de Higiene de la Facultad de Ciencias Médicas de la
Universidad Nacional de Córdoba, quien en 1896 publicó La lucha por
la salud. Su estado actual en la ciudad de Córdoba, trabajo en el
que analizó con sencillez, rigor y humildad de científico,diversos
temas socio-sanitarios.
Para
empezar, detengámonos en el agua que se consumía. En parte, ésta
provenía del Suquía, llamado por entonces río Primero, y llegaba
por cañerías a los domicilios particulares tras ser tomada de aquél
por medio de un canal sin revestimiento alguno. Pasaba luego por
filtros de pedregullo y arena, que distaban mucho de brindar
efectividad; el tiempo mismo que se destinaba a esa filtración
tampoco era el adecuado, debido principalmente a que los litros de
agua susceptibles de ser filtrados por día eran insuficientes en
relación a la cantidad de habitantes y a su consumo. por ello se fue
apresurando la velocidad de filtración hasta el punto en que "cegado
el aparato, se le hace pasar directamente a las bombas", por lo
que el agua "pasa tal como llega", especialmente en verano,
época de mayor consumo. Así y todo, el agua era tan escasa "que
no sale un litro en un minuto por las cañerías domiciliarias en las
horas de mayor consumo" (2).
Esas
aguas poco o nada filtradas, eran por otra parte conducidas dentro de
las casas mediante cañerías de plomo, que podían en ciertos casos
producir envenenamiento debido a la acumulación de sales en
suspensión.
Al
río -nos cuenta el doctor Álvarez- iban a parar residuos, pues los
diversos asentamientos urbanos que existían en sus márgenes
arrojaban en él "lo que sobraba", "como se haría con
un vehículo de tráfico destinado a este exclusivo objeto que pasara
por la ciudad". A este factor de contaminación se sumaban las
aguas servidas de fábricas y saladeros, las derivadas de la
costumbre de lavar las ropas en el mismo río y los desperdicios que
producía el matadero (sangre, vísceras, excrementos), situado al
norte de San Vicente. En ese lugar, donde la única limpieza la
producían "las docenas de perros que merodeaban por allí",
el río presentaba un aspecto sucio, con cierta cantidad de espuma en
la superficie.
Por
otra parte, las poblaciones de Cosquín y Santa María -que daban
sobre la cuenca que alimentaba al río Primero- se consideraban
entonces excepcionales para la curación o recuperación de personas
afectadas por diferentes dolencias: "debilitados, surmenées,
neurasténicos, reumáticos... y por gran número de tuberculosos,
procedentes de distintos países", constituyéndose en otro
potencial factor de contaminación de las aguas. Aunque todavía era
mucho lo que se ignoraba, se había comprobado ya el origen hídrico
de algunas epidemias, así como la capacidad de ciertos bacilos para
conservarse y propagarse en el agua, lo que acrecentaba la sensación
de riesgo para la salud de la población.
Al
agua de pozo también solía alcanzarla la contaminación, ya fuese a
través de los sumideros que recibían las aguas remanentes del
lavado, o de las letrinas, "cuya fosa, cuando es de pared
permeable y muy próxima a la colección de agua es en realidad un
vaso comunicante con ella".
Las
letrinas, que cumplían en la mayoría de las casas la función de
los actuales inodoros, estaban ubicadas por lo general en el fondo
del terreno, lo más alejadas del resto de las habitaciones que fuera
posible. Existía la obligación de dejar al menos una vara (86
centímetros) de distancia con las medianeras, y de revestirlas
interiormente de mampostería hidráulica, pero esto sólo se cumplía
en algunas casas más nuevas.
En
los hogares con mayor confort, el baño se asemejaba a los actuales,
contando con "un closet a agua en la letrina y un sifón
interruptor en las aberturas que desaguan en el sumidero". Por
lo demás, no existían cloacas y, en palabras del mismo autor, "las
aguas de lluvia van a la calle, las de menaje o lavado van al
sumidero o a las letrinas". Cuando estas últimas se llenaban,
se clavaba al lado un pozo supletorio, o bien se sacaban los desechos
a balde y pala, "para llevarlos en un carro común, fuera del
radio de la ciudad".
En
realidad, Álvarez afirma que en Córdoba no existía "ningún
sistema de vaciamiento y limpieza de letrinas que funcione
regularmente". tampoco lo demandaban demasiado los vecinos, pues
el suelo resultaba suficientemente poroso como para dejar pasar los
líquidos y permitir que las letrinas permanecieran en uso durante
décadas sin requerir vaciamiento alguno. Pero "este suelo
abarrotado nos devuelve en forma de enfermedades infecciosas los
desperdicios que le confiamos desde hace siglos".
Alguna
vez, cuando hubo peligro de una epidemia, la municipalidad hizo
desinfectar letrinas con una lechada de cal o con alquitrán, pero en
1895, cuando Álvarez escribía, todavía Córdoba no tenía
"canalización para aguas servidas, aguas de lluvia y
excrementos, ni servicio regular de vaciamiento"-
CONTINUARÁ...
1.
Celton Dora, "La mortalidad en la ciudad de Córdoba (Argentina)
entre 1869 y 1890", Boletín de la Asociación de Demografía
Histórica, X, 1, 1992.
2.
Relacionado con la solución de este problema, en el relato del
doctor Álvarez aparecerá el nombre del múltiple Casaffousth, tal
como veremos más adelante.
Fuente:
Doralice Lusardi, El agua de la vida y la sombra de la muerte, Todo es Historia Nº 450, enero 2005.
No hay comentarios:
Publicar un comentario