En nuestro país no existen estrategias ni preventivas ni
punitivas para proteger el medio ambiente. Como en otras áreas clave como
seguridad, prostitución infantil o control del lavado de activos, carecemos de
resguardos elementales.
por Maximiliano Rusconi
Las imágenes del terrible derrame de petróleo en las costas
cercanas a la península de la
Florida en los EE. UU. y Océano, el conmovedor documental
que en estos días se presenta en los cines de nuestro país sobre el mundo
marino y los riesgos de su desprotección frente a la permanente y ya ni
siquiera gradual destrucción por el hombre nos debe motivar a formularnos una
pregunta fundamental: ¿hay en nuestro país una eficaz, completa y coherente
política criminal destinada a la protección del medio ambiente? La respuesta es
la misma de siempre y, por supuesto lamentable: no, no hay ninguna política
criminal, si bajo ese título debe entenderse un conjunto de decisiones
estatales, formuladas en varias dimensiones institucionales, que provocan una
actuación coherente y mancomunada de varios organismos del Estado y que tienen
al desarrollo de un conjunto de controles informales, formales no punitivos y
penales a efectos de desarrollar una completa estrategia de prevención de los
daños ambientales (en el aire, el agua y la tierra) y, en el caso de que las
instancias de prevención fracasen, de sanción de las conductas dolosas y/o
imprudentes que día a día destruyen nuestra casa y, lo que es peor, la casa de
nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos.
No es que semejante carencia deba sorprendernos:
lamentablemente casi podemos decir, en nuestro país, que en materia de
ausencias de políticas criminales de seguridad ciudadana, de prevención y
sanción de la prostitución infantil, de control del lavado de activos, etc,
estamos francamente invictos. Nada de nada.
La lesión indiscriminada del medio ambiente de la cual somos
víctimas a veces insensibles, como forma de ilicitud, requiere un serio trabajo
en materia de reformulación y coordinación de las instancias de prevención, de
redefinición y especialización de los organismos de investigación del
Ministerio Público, a nivel federal. Es decir, a lo largo de todo el país, con
presencia física de los fiscales en las zonas de daño presente o potencial, de
transformación del sistema de penas a efectos de potenciar modelos de
reparación del daño por parte de las personas jurídicas y en forma directa,
entes ideales que, a su vez, deben ser responsabilizados penalmente por sí
mismos (y no sólo a través de sus directivos que son transformados en fusibles
y fungibles).
Décadas de gestiones públicas deprimentes nos han asegurado
un escenario en el cual nuestro país sólo posee como último tesoro niveles
todavía seductores de recursos naturales que, y esa es la mala noticia, no son renovables. La ausencia de trabajo estatal en la protección del medio ambiente es la
mejor instigación para una descomunal depredación de esos recursos que es
observada con miradas cómplices por parte de las autoridades nacionales y
provinciales, que para financiar los próximos tres minutos de supervivencia
política pagan en moneda de exterminio de la naturaleza.
La política criminal, sobre todo en materias de tanta
envergadura ética y social, es mucho más importante que el concepto cuya
función es darle el nombre a más de una dependencia del Poder Ejecutivo. La
política criminal es nuestra última esperanza para la protección de la vida,
de toda vida. Su ausencia nos condena a ser meros observadores de posturas de
coyuntura poco creíbles y de nulo impacto real en la protección del bien
jurídico de mayor importancia general y comunitaria.
No perdamos más tiempo.
Fuente:
Clarín, 21/07/2010, "El ambiente, sin política criminal" por Maximiliano Rusconi, dibujo Horacio Cardo.
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