El
Gobierno japonés quiere impulsar la región como centro de energías
renovables y aprovechar los Juegos Olímpicos de Tokio como
escaparate.
por
Alicia González
Casi
nueve años después del terremoto de mayor magnitud y del tsunami
posterior registrados nunca en la historia de Japón y que acabaron
provocando el accidente de la central nuclear de Fukushima, las
consecuencias aún se dejan sentir en esta prefectura situada al
norte de Tokio. Los últimos datos oficiales arrojan la escalofriante
cifra de 2.563 personas que permanecen oficialmente desaparecidas a
los que se suman 19.689 fallecidos. Y pese al tiempo que ha pasado
desde el accidente, 49.619 personas aún se mantienen evacuadas,
fuera de sus casas, en alojamientos temporales y habitáculos
públicos. Muchos difícilmente volverán alguna vez a sus viviendas.
El
Gobierno de Tokio se ha fijado un plazo de 30 o 40 años para
finalizar las labores de recuperación, lo que significa que pueden
extenderse más allá de 2050. Pero no pocos expertos lo consideran
un plazo optimista. "Tenemos problemas para reclutar a
trabajadores que quieran ir a esas zonas", admite Tetsuya
Yamada, de la Agencia de Reconstrucción en sus oficinas de Tokio,
durante un viaje organizado por el Gobierno de Japón, al que fue
invitado El País.
El
impacto del tsunami todavía se cuela en el día a día de la región,
la tercera mayor de Japón, dedicada sobre todo a la industria pesquera y la agricultura y con una población superior a los 1,8
millones de habitantes. Los agricultores tienen que llevar sus
cosechas, incluso lo que dediquen a consumo propio o comida del
ganado, a unos almacenes para que escaneen su contenido. Durante la
época alta de recolección del arroz, por ejemplo, en cada centro se
escanean más de 2.000 sacos cada día, de unos 30 kilos cada uno. El
coste de las instalaciones, su mantenimiento y el sueldo de los
trabajadores empleados corre a cargo de la empresa propietaria de la
planta nuclear, Tepco. Desde 2015 ninguno de esos sacos ha superado
los límites considerados normales, según cuentan los responsables
locales, y pese a eso todavía hay cinco países mantienen las
restricciones a los alimentos procedentes de Fukushima. La Unión
Europea se ha comprometido a levantar las salvedades impuestas, pero
la decisión aún está pendiente de ejecución. Incluso en el
mercado japonés, donde el arroz nacional es incuestionable, el
procedente de Fukushima se vende con notable descuento en los
supermercados.
"Los
alimentos de Fukushima son perfectamente sanos y seguros",
insiste Yamada mientras bebe agua embotellada procedente de la
prefectura, como todos en la Agencia. Pese a los esfuerzos de las
autoridades, las reticencias y los problemas persisten. En diciembre
pasado, las autoridades japonesas anunciaron su intención de
retrasar otros cinco años -2028- la retirada del combustible
almacenado en dos de los reactores de la planta nuclear de Daiichi
ante la imposibilidad de garantizar la seguridad del proceso y evitar
nuevas contaminaciones. Una medida que evidencia una más de las
dificultades para lidiar con la catástrofe vivida en Fukushima en 2011. La amenaza de la radioactividad ha obligado a los agricultores
a aumentar los fertilizantes con alto contenido en potasio. Pero hay
tierras que difícilmente podrán volver a recuperarse para el
cultivo o la ganadería, pese a que en algunos lugares las
autoridades directamente ha removido la capa de tierra contaminada y
la han sustituido por otra nueva.
Así
que el Gobierno de Shinzo Abe ha decidido reinventar el futuro de la
región y situar a Fukushima a la cabeza de sus planes para impulsar
las energías renovables en el país, con el objetivo de que el 100 %
de la energía de Fukushima proceda de fuentes reemplazables para
2040. Quiere aprovechar todas esas tierras abandonadas e improductivas para instalar en ellas un total de 11 plantas solares y
otras 10 eólicas, que surtan de energía a la región y a la
megaurbe, Tokio. El proyecto echa a andar este mes de enero, con una
inversión prevista de 300.000 millones de yenes (unos 2.465 millones
de euros). A día de hoy, las renovables apenas alcanzan el 18% del
mix energético del país.
El
Ejecutivo de Shinzo Abe está embarcado en una campaña para dejar
atrás el recuerdo de la catástrofe y quiere utilizar los Juegos Olímpicos de Tokio del próximo verano como escaparate de los
cambios abordados en estos años. "Serán las Olimpiadas de la
recuperación", señala la prensa nipona, en clara referencia a
los Juegos de 1964 cuando Tokio mostró al mundo su emergencia apenas
19 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando
la antorcha olímpica llegue a suelo japonés el próximo mes de
marzo y comience su recorrido por el país lo hará en Fukushima,
justo donde se instaló en 2011 uno de los campamentos para acoger a
las víctimas del tsunami y recorrerá 11 localidades de la
prefectura, ninguna cercana a la central. “Es una oportunidad para
recordar el terremoto y sus víctimas y agradecer el apoyo que
entonces nos prestó el mundo”, asegura Kentaro Kato, director de
relaciones con los medios del comité de Tokio 2020 desde uno de los
edificios cercanos a la villa olímpica. Pese a que será la capital
la que acogerá el grueso de las competiciones, los partidos de
béisbol -un deporte muy popular en el país- se celebrarán en
Fukushima. Una decisión que obligará a acoger allí a los
deportistas durante todo el tiempo que dure el campeonato.
Y
ahí vuelve de nuevo la polémica. Corea del Sur ha exigido a las
autoridades japonesas que la alimentación que reciban los
deportistas no sólo esté certificada sino que proceda directamente
de fuera de la región. Incluso ha pedido que Greenpeace pueda
monitorear los niveles de radiación de las instalaciones donde se
moverán los deportistas y los espectadores.
Fuentes:
Alicia González, La larga y difícil recuperación de Fukushima, 7 enero 2020, El País. Consultado 8 enero 2020.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Fuku 1" del artista Michael Proepper.
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