por
Silvana Melo
(APe).-
Son siete los niños wichí que no llegaron a vivir dos años y que
se murieron de hambre y de sed en este enero. El agronegocio
desmontó, en los últimos diez años, 1.200.000 hectáreas. Y
desalojó a cien mil mujeres, hombres y niños que vivían, comían y
se curaban bajo su techo frondoso. La frontera agropecuaria se empuja
y se corre e irrumpen la soja y la transgénesis donde estaba el
monte. Un pueblo entero entre los árboles queda desnudo e inerme. Y
se va muriendo, poco a poco. Con decenas de niños en la frontera de
la vida y de la muerte. Ante la dimensión de la catástrofe, los
médicos Medardo Avila (lo adelantó en esta Agencia), Carlos Trotta
y Emilio Iosa elevaron el pedido a Médicos Sin Fronteras para
instalar una misión humanitaria en un territorio donde la presencia
del estado elige a quiénes abandona.
Dice
el cacique Modesto Rojas que los muertos son nueve. Seguro que tiene
razón. Nadie habla con ellos. Dicen las autoridades que hay otros
siete muy graves. Dice el cacique Modesto Rojas que son más de
veinte los niños que tienen la vida colgando de un hilito, como una
llama que se sopla y se va. Y seguro que tiene razón. Nadie habla
con los caciques. “Vino Arroyo y no quiso hablar con nosotros”,
dice. Apenas habían muerto tres cuando el Ministro de Desarrollo
Social pasó por Salta y, de la mano del Gobernador, paseó por donde
lo llevaron. Lejos de lo terrible. Con las tarjetas alimentarias como
panacea. Para un pueblo en extinción, puesto a morirse lo antes
posible para usarles la escasa tierra en la que todavía dejan caer
sus huesos por las noches.
Dice
el médico Rodolfo Franco, desde las comunidades Misión Chaqueña y
Carboncito, a APe: “en mi comunidad no ha muerto ninguno, las dos
pertenecen a Embarcación, departamento San Martín. Son Hollywood
mis comunidades porque todavía tienen monte para poder enfrentar el
hambre. Las del norte son castastróficas”.
En
2009 el diario Crítica publicaba una investigación sobre los
vínculos de la familia y de los funcionarios del entonces gobernador
de Salta , Juan Manuel Urtubey, con las empresas del desmonte en esa
provincia. Urtubey gobernó 12 años. Y la semana pasada se fue a
vivir a España.
“Vengo
advirtiéndolo desde hace años. He avisado al hospital que hay mucha
desnutrición. Pero es un plan premeditado: se trata de sacarles la
tierra y para eso primero los tienen que matar; es feo matarlos a
balazos. Entonces lo hacen con hambre, con mala educación, con mala
salud”. La Organización Mundial de la Salud, dice Franco a esta
Agencia, “sostiene que es necesario un médico cada 600 personas.
Yo atiendo dos pueblos con 4000 y 2000. A veces mandan algún
refuerzo esporádicamente, pero vienen apurados y se van apurados. Yo
estoy atendiendo sin parar y los dos ganamos lo mismo obviamente. Los
sueldos están muy relegados”.
Dice
Octorina Zamora, líder wichi. “¿Tengo la culpa de morirme de
hambre cuando me sacaron mi hábitat, me sacaron el monte? En Salta
que no haya casi algarrobos, que es alimento principal. Cuando yo era
chica no había chicos desnutridos. Entonces ¿qué culpa? Donde
había algarrobos no hay nada”. Le habían dicho que el problema
era cultural. Que los wichí se llevaban los enfermos y los escondían
en el monte. ¿Qué monte?.
Mientras
los ex gobernadores se marchan a Europa y los ex presidentes presiden
fundaciones del fútbol mundial, desde hace diez años los niños
muertos se pueden contar de a racimos, como decía Alberto
Morlachetti. Y anotarlos en las listas de los crímenes sociales más
crueles, con culpables concretos, con nombres, rostros e historias.
De
enero a junio de 2011 murieron trece niños en Embarcación, Pichanal
y Tartagal. De desnutrición y de enfermedades parientes del hambre
en la Salta que Urtubey había heredado de Juan Carlos Romero. En
2016 se fue un niño por mes en el norte terrible, en la Salta y el
Chaco que comparten el desmonte y el desprecio. El último en
Rivadavia, una de las parcelas más castigadas de la provincia de los
urtubeyes que partieron buscando nuevos horizontes. El verano de 2017
se devoró a 21 niños wichis en Santa Victoria Este, ahí donde la
Salta se acaba, como cayéndose en Paraguay. Doce bebés en ese
verano brutal de Santa Victoria Este nacieron muertos porque sus
madres languidecían de hambre y de sed. Cercadas por el abandono y
la desidia.
2020
amanece con otro racimo de niños que se mueren. Mientras el ex
gobernador se va y el ex presidente asume en la Fundación FIFA.
Ambos responsables de abrir las puertas al exterminio. Ambos
responsables, al menos, de no evitarlo.
Mientras
se apunta el pánico hacia el coronavirus de la China los niños se
mueren de hambre y de sed en el verano feroz sin árboles ni agua del
chaco salteño desmontado, desguazado y expoliado.
“Salieron
a prohibir la palabra desnutrición al principio, pero no se pudo
–sostiene Rodolfo Franco a APe-. Siempre la restringen en los
certificados de defunción, no hay que poner síndrome febril, hay
que poner otra causa” pero “yo tengo 69 años y 43 de médico y
hablo de desnutrición, deshidratación, porque al no poder tener
agua para sembrar, cosechar y regar plantas, no pueden hacer nada. La
tierra es muy fértil, pero sin agua no hay nada”. Para el médico
“forma parte del plan de genocidio. Las balas son caras. Hay que
matarlos con cuchillos, como decía un general de la campaña del
desierto”.
Modesto
Rojas, cacique, habla de “una mujer que murió en Santa María por
dar a luz. Fallecieron ella y el bebé”. Para el conteo oficial ya
serían siete los niños muertos. Para el de Modesto, casi una
decena.
Santa
Victoria Este tiene un secretario de relaciones Institucionales de
origen diaguita calchaquí, Antonio César Villa. El intendente es
wichí. "Lo que más se dificulta es el acceso al agua. En este
momento tenemos una sequía que está devastando la región, se nos
están muriendo todos los animales que ni siquiera se pueden comer
porque muchos de ellos están enfermos", dice Villa. Mientras
tanto el Pilcomayo acecha. “Llega cada vez más caudaloso y en
cualquier momento comienza a desbordar en medio de esta sequía”.
Es que el río, que baja por los cerros de Bolivia y serpentea por la
frontera con Argentina y el sur de Paraguay está tapado en algunos
sectores “por el lodo acumulado por inundaciones anteriores; año
tras año bajan aludes y se producen inundaciones cada vez más
frecuentes, debido al desmonte”, relata Villa con ojos de quien lo
vio de cerca.
Las
muertes, una por una
Uno.
Fue el 7 de enero. No le reconocieron la desnutrición. Tenía un año
y dos meses. Era de la comunidad wichí de La Mora, departamento de
San Martín. Pegadito a Tartagal.
Dos.
Tenía dos años. Murió el 11 de enero en su casita. Era de Misión
El Quebrachal. Tenía, dicen, bajo peso.
Tres.
El mismo día en Santa Victoria Este. Tenía dos años y era de la
comunidad de Rancho El Ñato. Deshidratación por vómitos y diarrea,
decía el informe. Insuficiencia orgánica.
Cuatro.
El 17 de enero. La nenita tenía dos años y 8 meses. Murió tras ser
trasladada de Morillo (en Rivadavia Banda Norte) al hospital de Orán.
Tenía diarrea. Culparon a los padres.
Cinco.
Fue el 21 de enero en el Hospital Juan Domingo Perón de Tartagal.
Era de la comunidad Las Vertientes, Santa Victoria Este. Lo
trasladaron en un vuelo sanitario. Culparon a los padres.
Seis.
Tenía desnutrición crónica. Lo llevaron a Morillo, desde la
comunidad El Tráfico. Lo derivaron al Hospital de Orán y murió en
la ambulancia, que se detuvo por fallas mecánicas.
Siete.
Murió la mamá en el parto. Y, dice Modesto Rojas, cacique wichí,
el bebé también. Ella era de la Misión Santa María y tuvo su
parto número doce en su casita sin asistencia. Intentaron
trasladarla al hospital pero murió en el camino.
Mientras
tanto los doctores Carlos Trotta, (ex presidente de Médicos Sin
Fronteras para América Latina), Medardo Avila Vazquez, (Red de
Médicos de Pueblos Fumigados), y Emilio Iosa (ex Presidente de
Fundación Deuda Interna) elevaron formalmente el pedido de una misión humanitaria que se instale en el NEA ante el horror sanitario
que están viviendo los pueblos originarios sobrevivientes en el
norte más profundo. “La situación sanitaria es gravísima, el
hambre y el estrés del despojo para un pueblo tan manso es
terriblemente traumatizante, la desnutrición es generalizada, y
niños con marasmo y kwashiorkor (enfermedades derivadas de la
desnutrición) al estilo africano se detecta en casi todas las
comunidades, la tuberculosis y el chagas tiene índices de incidencia
altísimos, la mortalidad materna se sospecha que es muy elevada
también”, dice el documento.
“La
respuesta del estado nacional y provincial ha sido totalmente
insuficiente para ayudar a los pueblos nativos despojados de sus
bosques. Incluso el gobierno de Urtubey siguió autorizando desmontes
a favor de grandes grupos sojeros en el lugar y sus equipos de salud
en el terreno son muy escasos y no cuentan con recursos suficientes
ni capacidad para enfrentar la crisis humanitaria”. Los médicos
Medardo Avila, Carlos Trotta y Emilio Iosa están convencidos de que
“la única posibilidad es que una organización humanitaria
honesta, eficiente e imparcial como MSF se instale en la zona y
desarrolle acciones de contencLa muertión sanitaria y de
infraestructura básica, hasta que los argentinos podamos reconocer y
dar una respuesta al problema que nuestro sistema productivo está
generando a esta población que se estima entre las distintas etnias
de casi 100.000 personas”.
Un
sistema permanente que transcurre a través de los gobiernos, vena
por la que circula el poder real. El que determina quiénes serán
parte del mundo que viene y quiénes tendrán que quedar
inexorablemente en el camino. La condena ancestral es para aquellos
que se hermanaron con la naturaleza para comérsela y bebérsela,
para volver a ella como abono y espirituarse como mariposas en el
cielo de los algarrobos. Un genocidio que hace cinco siglos y medio
que no se detiene.
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Fuente:
Silvana Melo, El lento genocidio wichí: catástrofe humanitaria, 29 enero 2020, Agencia de Noticias Pelota de Trapo. Consutado 31 enero 220.
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