Entrevista
a Maristella Svampa.
por Mariano González y Azul Picón
Publicamos
online esta entrevista a Maristella Svampa que es parte de edición
impresa de la Revista Ideas de Izquierda Nro.47.
Recientemente
galardonada con el Premio Nacional de Ensayo Sociológico por su
libro Debates latinoamericanos, desarrollo, dependencia y populismo
(Edhasa, 2016), la socióloga e intelectual anfibia, Maristella
Svampa, conversó con IdZ sobre extractivismo, medioambiente, los
límites de los denominados gobiernos progresistas en la región, su
apoyo a la declaración de intelectuales en favor del FIT-Unidad y el
escenario abierto tras las PASO.
Hace
varios años que venís investigando sobre extractivismo,
medioambiente y las resistencias que se fueron articulando en
relación a su avance. ¿Cómo operó en las experiencias
progresistas esa tensión entre el avance del neoextractivismo y las
resistencias? ¿Cuáles son las continuidades y rupturas que ves en
Argentina tras el agotamiento del ciclo kirchnerista en relación a
la matriz extractiva y a las narrativas desarrollistas?
Yo
creo que el ciclo es necesario leerlo en clave latinoamericana,
porque esto no se da solo en Argentina sino en toda América Latina y
efectivamente, como todo ciclo, tiene diferentes fases y momentos. El
primero fue un momento de “positividad”, en el cual los gobiernos
progresistas minimizaron los conflictos socioambientales y
estigmatizaron a los movimientos y organizaciones que cuestionaban el
modelo extractivista. Fase de positividad porque fue un momento de
rentabilidad extraordinaria: el boom de los commodities. Y,
efectivamente, gran parte de esa tasa de ganancia fue utilizada para
fomentar mayor cantidad de planes sociales, políticas públicas
focalizadas y programas para una mayor inclusión a través del
consumo. Hubo una reducción de la pobreza importante en América
Latina, que no solo se vio en países con gobiernos progresistas sino
con gobiernos conservadores y liberales. Hay una segunda etapa que se
inicia hacia 2008, en la cual ya se visibilizan los conflictos
socioambientales y se producen una serie de conflictos emblemáticos
en América Latina, que hacen que los gobiernos progresistas sean
interpelados y reaccionen de manera muy virulenta contra las
resistencias socioambientales. Pasó en Brasil con Belo Monte, en
Argentina con Famatina en 2012 y en Bolivia con el Tipnis en 2011.
Las reacciones fueron las mismas: deslegitimar las luchas
socioambientales, asociándolas con ONG extranjeras o intereses
foráneos. Ese es el discurso de Álvaro García Linera en Bolivia.
Es una época en la cual se multiplicaron los proyectos extractivos:
mayor cantidad de mega represas, la expansión de la frontera
extractiva. En el caso de Argentina es, sobre todo, el Programa
Estratégico Agroalimentario, que implica la multiplicación del 60 %
de la producción de granos. Esta segunda fase, que yo sitúo entre
2008 y 2013, es de mucha conflictividad. En 2013, con la caída del
precio de los commodities, ya se advierte un impacto en las economías
latinoamericanas, algo ligado también a que en América Latina, a
partir del 2007, se da el ingreso de China. La demanda de materias
primas por parte de China produce un efecto de reprimarización,
inclusive en Brasil, que es un país diversificado económicamente,
generando lo que se llama desindustrialización temprana. Y los
gobiernos de los países latinoamericanos, en vez de repensar los
modelos de desarrollo, continuaron obturando la discusión y
multiplicando aún más los proyectos extractivos para obtener los
mismos beneficios que durante el boom de los commodities. Este
proceso va ligado también al giro conservador que ya en 2015
comenzamos a ver en la región. Y ahí lo que se detecta es una fase
de exacerbación del neoextractivismo, que es visible en parte en la
cantidad de asesinatos a activistas ambientales. América Latina es
la región donde se asesinan más activistas de derechos humanos y
ambientales en todo el mundo. Pero el incremento de muertes arranca
en 2007 y se pronuncia aún más a partir del 2015. Otro elemento
relacionado con el neoextractivismo es la emergencia de enclaves
criminales ligados a la minería ilegal en Venezuela, Colombia y
Perú. Y por otro lado, la expansión de las energías extremas: la
expansión de la frontera petrolera a través de la explotación de
hidrocarburos no convencionales (fracking). Se habla de energías
extremas porque es necesario utilizar tecnologías muy lesivas para
su extracción, muy costosas económicamente y con menor rendimiento
energético, que aumenta la tasa de accidentes a nivel ambiental y a
nivel laboral. Realmente es un régimen de gran peligrosidad en un
contexto agravado de crisis ecológica. Entonces hay que leer la
expansión del neoextractivismo en términos de fases. Si al
principio el éxito de los progresismos venía asociado a la
reducción de la pobreza, hacia el final del ciclo progresista,
encontramos gobiernos más interpelados por las luchas
socioambientales, que redujeron la pobreza pero no la desigualdad. Es
decir, son gobiernos que al calor del Consenso de los Commodities,
hicieron el pacto con el gran capital. Entonces no es lo mismo
2003/2005 que 2013/2015, donde estamos ya en el ocaso del ciclo
progresista y podemos ver con claridad cuáles son los déficits y
las grandes limitaciones que presentaron estos gobiernos. Si al
inicio fueron considerados gobiernos de izquierda y levantaron
fuertes expectativas políticas, al final del ciclo fueron
caracterizados como modelos de dominación más tradicional, como
populismos.
Podríamos
decir que con respecto a los pueblos originarios es donde se ven las
mayores contradicciones, porque están los avances legales
(incorporación a la constitución del ‘94, las leyes de emergencia
territorial, la ley 26160 del 2006) que aparecen como progresivos,
pero se contrapone con el avance sobre los territorios y las
denuncias por usurpación, represión, criminalización...
Claro,
entre las características del neoextractivismo, están la gran
escala de los emprendimientos, el hecho de que son materias primas o
commodities que están orientados a la exportación y que implican
una ocupación intensiva del territorio, que ilustra otro de los
grandes fenómenos que caracteriza a América Latina: no solo el
hecho de que seguimos siendo los campeones de la desigualdad y el
lugar del planeta donde se asesinan más activistas ambientales, sino
también el lugar del planeta en donde hay mayor acaparamiento de
tierras. La disputa por la tierra se perdió en favor de las grandes
corporaciones transnacionales que avanzan sobre los territorios a
través del modelo del agronegocio. Y ahí quienes han perdido más
son campesinos e indígenas. En Argentina se añade que es un país
que ha buscado negar sus raíces indígenas y sobre todo, como dice
Diana Lenton, la fundación del Estado Nacional se basa en el
genocidio originario. En otros países siempre ha habido una gran
tensión sobre cuál es el lugar que ocupan los pueblos originarios,
de eso no hay ninguna duda, el racismo o el racialismo recorre la
historia latinoamericana. En argentina se añade el genocidio, lo
cual no ha implicado un exterminio total de los indígenas. Los
sobrevivientes fueron resubalternizados en el marco del modelo de
acumulación capitalista, como trabajadores de la zafra, peones de
campo. Otros, mujeres y niñas fueron entregados a miembros de la
élite, como servidumbre. Ahora bien, a partir del año 1994 se
incorporaron los derechos de los pueblos originarios a la
constitución, la legislación internacional existente fue adoptada.
En consecuencia, no es que no se reconozcan los derechos de los
pueblos originarios, sino que éstos no se aplican. Todo lo
contrario, ante la expansión de la frontera del capital, aquellos
territorios en los que habitan los pueblos originarios han sido
revalorizados y hoy son desplazados o hay un intento de
desplazamiento en nombre del avance del capital. Y a esto se le suma
una fuerte y creciente estigmatización y demonización en relación
con los derechos que éstos reclaman. No se olviden que la figura
penal que más se en Argentina se aplican a los pueblos originarios
es la de “usurpación”, ante el reclamo por sus derechos
territoriales.
Uno
podría decir durante el ciclo kirchnerista había una tensión que
reflejaba muy bien que el neoextractivismo fue un punto ciego para el
gobierno. Pero el kirchnerismo tenía un discurso sobre los derechos
humanos, iba y venía con respecto a los pueblos originarios. En la
actualidad esto cambió porque el gobierno de Macri no tiene un
lenguaje de derechos humanos que contraponer, por lo cual el proceso
de criminalización es más abierto y brutal. Se fomenta claramente
el avance del capital.
Recientemente
se cumplieron 2 años de lo de Santiago Maldonado, que marcó una
inflexión política. No olvidemos que fue un operativo de gran
envergadura con gendarmería, que se militarizó el territorio. La
desaparición de Santiago Maldonado cayó en la grieta, claramente, y
cuando los peritos dijeron al encontrar el cadáver que éste se
había ahogado, el gobierno se desresponsabilizó rápidamente. Como
si la muerte por ahogamiento de Santiago Maldonado no hubiese sido
responsabilidad de esa situación de represión. Esto muestra cuál
es la visión que tiene el gobierno actual. No dudo de que en esos
meses quiso ir mucho más lejos de lo que pudo ir... lo que sucedió
entre la desaparición y ahogamiento de Santiago Maldonado y el
asesinato de Rafael Nahuel, fue que el gobierno conformó con las
provincias patagónicas un comando unificado en base a un discurso de
guerra en el cual se constituye a los indígenas como el enemigo
interno, se hablaba muy ligeramente de la existencia de un movimiento
etnonacionalista al cual se le inventaban una serie de acciones...
Así, el gobierno había avanzado como para consolidar un dispositivo
de represión muy amplio. Sin embargo eso quedó en suspenso. Aun
así, hubo avances claros, pues extraditaron a Facundo Jones Huala
que ya había sido juzgado acá... extradición que fue una promesa
de Macri a Bachelet.
De
todas maneras lo que hay que decir es que no hay diferencias en
términos de políticas de “desarrollo”, entre lo que propone
Macri y lo que propone la fórmula Fernández-Fernández. Un claro
ejemplo es el lugar que tiene Vaca Muerta. Este es un tema que alinea
los planetas, en el sentido de que todos de los sectores de poder ven
allí la salvación de la Argentina ante la fenomenal crisis
económica y, sobre todo, la pesada deuda que nos ha dejado Macri. En
eso claramente puede verse el imaginario eldoradista funcionando a
pleno. Tanto progresistas como neoliberales... también la izquierda
ha tenido grandes dificultades para incorporar una crítica al
imaginario productivista del desarrollo, cuestionar estos modelos que
son claramente insustentables. Pero el macrismo y la fórmula
Fernández-Fernández lo han colocado en el centro. Vaca Muerta
parece ser la solución a todos los problemas de los argentinos. Y
cuando uno indaga el proyecto de Vaca Muerta, no solo es
insustentable desde el punto de vista territorial, socioambiental,
sino que además es de escasa viabilidad económica y financiera. No
lo digo solamente yo, sino informes internacionales, como el del
IEEFA (Instituto de Economistas de la Energía y el Análisis
Financiero) Hay mucha información que se está ocultando. Porque es
tal la ceguera ambiental con el fracking y la desesperación por
explotar los hidrocarburos no convencionales aceleradamente, que se
ignoran olímpicamente los elementos que dan cuenta del inminente
fracaso. La extracción de gas no convencional no solo es muy cara
sino que exige una gran infraestructura que vaca Muerta no tiene y
que sí tienen otros países, con iguales recursos: Australia, Rusia,
Estados Unidos. Con lo cual comparativamente en términos
internacionales, para decirlo en los términos que el neoliberalismo
utiliza, Argentina no es competitiva; y mucho más en un contexto de
crisis económica y creciente endeudamiento externo. Resulta difícil
garantizar el esquema leonino de subsidios estatales que le está
brindando el Estado argentino a las corporaciones internacionales. Si
a eso le añadimos el litigio ambiental y el litigio con los pueblos
originarios, con los mapuches, Vaca Muerta es un paquete muy poco
atractivo internacionalmente. Por último, tengamos en cuenta que
vamos hacia un escenario de transición energética que implica
priorizar las energías renovables. En 10 años si no se explota Vaca
Muerta, habrá que dejar los no convencionales bajo tierra, por eso
hay tanta desesperación en aquellos que promueven los hidrocarburos
no convencionales. No les importan los costos ambientales, los costos
laborales, lo que importa es explotarlo porque en 10 años,
probablemente deje no solo de ser rentable, deje de ser necesario.
Todo esto es un debate que no es se está dando. E insisto, no solo
no se habla de los impactos ambientales, territoriales, de los
desplazamientos de comunidades mapuches, sino de estas cuestiones que
tienen que ver con la inviabilidad económica y financiera de Vaca
Muerta.
Cuando
hablas del “ciclo progresista” regional, indicás que este se
inicia con un fuerte protagonismo de los pueblos indígenas y se
cierra, hacia 2015, con un fuerte protagonismo de las mujeres. ¿Cómo
se da esta transición? ¿Cómo se articulan o insertan con las
luchas de otros sectores como, ambientalistas, trabajadores y
trabajadoras, movimiento estudiantil, movimientos sociales,
sindicales, etc.?
Lo
que uno observa al analizar el ciclo progresista, es que
efectivamente al inicio del ciclo está muy asociado al protagonismo
de los pueblos originarios, sobre todo en el mundo andino. Se expresó
en la sanción de los derechos de la naturaleza en Ecuador, los
derechos de la Pachamama en Bolivia, y la emergencia de una narrativa
contrahegemónica muy asociada a los pueblos originarios que es la
del Buen Vivir. Si hay una nueva gramática política que exporta
América Latina a las luchas antisitémicas, tiene que ver con el
Buen Vivir y los Derechos de la Naturaleza. Sabemos que al final del
ciclo esta narrativa fue vaciada de su riqueza y potencialidad porque
los gobiernos optaron por consolidar proyectos neoextractivos y
subalternizar a los pueblos originarios. En esa línea yo creo que la
capacidad de irradiación de esta narrativa indigenista fue muy
grande en toda América Latina y en el mundo. Hoy aparece más
debilitada. Lo que observamos hacia el final del ciclo es un gran
protagonismo de las mujeres en dos líneas fundamentales: por un
lado, ligado al cuestionamiento de la violencia de género, ante el
aumento de los femicidios y, sobre todo, la emergencia de un discurso
antipatriarcal muy radical en las luchas feministas. Argentina ha
sido emblemática en ese sentido, pero podemos observarlo en otros
países latinoamericanos también. El movimiento Ni Una Menos, que
tiene una historia que lo remonta a los Encuentros de Mujeres y a las
luchas a favor del Aborto Legal ha tenido una gran capacidad de
irradiación en toda América Latina. A la par de estas luchas, y
mucho más en relación con la problemática del neoextractivismo,
están los feminismos populares. Hemos visto emerger un protagonismo
femenino en los márgenes de la sociedad, ligado a las luchas contra
el neoextractivismo: feminismos comunitarios de la mano de mujeres
campesinas e indígenas, feminismos populares de carácter más
multiétnico o multiclasista. Un feminismo más de los márgenes que
introduce nuevos temas en las luchas feministas en donde la noción
de cuerpo y territorio son fundamentales. Y lo interesante de esto,
de estas luchas que inicialmente no se dicen feministas ni
ecofeministas, es el ida y vuelta que hay entre lo público y lo
privado. Lo público, el modo en cómo ponen el cuerpo las mujeres
ante el avance del modelo extractivo; lo privado, cuando estas mismas
mujeres vuelven a sus casas y experimentan la opresión de género.
En ese ida y vuelta las mujeres no solo se constituyen como actores
políticos ante el extractivismo sino también van construyendo un
discurso feminista. Un feminismo popular que uno puede leer en
perspectiva ecofeminista, donde la relación
cuerpo-territorio-naturaleza es entendido como una suerte de
totalidad. Una encuentra el mismo lenguaje en Perú, en Bolivia, en
el norte de Argentina, en Colombia, de estas mujeres que comienzan a
problematizar cuerpo-territorio-naturaleza y que postulan como los
pueblos originarios a través del buen vivir, a través de la noción
de cuidado y de territorio, de los nuevos modos de habitar y defender
la vida, de la centralidad que toma la sostenibilidad de la vida. Lo
que tiene valor es la producción y reproducción de la vida social y
no el capital. La lucha entre el capital y la vida. Eso aparece como
central, con lo cual son luchas potencialmente antisistémicas. Es
muy interesante como proceso. El momento feminista que atraviesa la
región, se da al final del ciclo progresista y al inicio de un giro
conservador fenomenal y eso no es menor porque en América Latina
está emergiendo una nueva derecha, que es la derecha radical
autoritaria. Una derecha que claramente plantea volver a los
binarismos tradicionales: en la relación de género, en su rechazo a
la diversidad sexual, en su rechazo al discurso garantista y los
derechos humanos. Es una derecha que se nutre de un discurso
fuertemente antidemocrático o antiderechos, que es distinta a la
derecha neoliberal. Pueden compartir en términos económicos el
mismo proyecto, pero en términos culturales no. En términos
culturales ha "comprendido" o cree (lo dicen así sus
líderes) que el marxismo perdió la batalla política pero ganó la
batalla cultural. Entonces, el objetivo es efectivamente golpear
contra el llamado “marxismo cultural”. Y según estas derechas el
marxismo cultural es expresado por el feminismo, por las comunidades
de diversidad sexual, por el discurso garantista, etc. Es lo que se
expresó ya en términos político-electorales con Bolsonaro y que
desde lo social recorre otras sociedades latinoamericanas. Algo que
en Argentina encontró una fuerte reactivación como respuesta
reaccionaria a la marea feminista.
Recientemente
recibiste el Premio Nacional Ensayo Sociológico por tu Debates
latinoamericanos. ¿Nos podrás contar un poco de qué trata el
libro? Allí mencionás los límites de los gobiernos que denominás
progresistas e incluso en algunos otros textos usás la categoría de
“progresismo selectivo”. ¿Cuáles son esos límites y a qué te
referís con esta idea de progresismo selectivo?
El
libro Debates latinoamericanos aborda cuatro grandes ejes
problemáticos, que no son los únicos en la historia de la región,
pero que yo considero importantes en la época actual. Son ejes que
muestran ese constante vaivén entre lo político, lo social y lo
cultural y que, por sobre todas las cosas se actualizaron en el
escenario político en los últimos 20 años: el lugar de los pueblos
originarios, la disputa por los modelos de desarrollo, la recreación
de la dependencia a partir de la emergencia de China como nuevo
Hegemón y por último, el retorno de los populismos infinitos. Esto
último merece aclaración, pues yo tengo una lectura de los
populismos, que no es la que tiene la derecha mediática y política.
Yo considero que los populismos son un fenómeno complejo,
contradictorio, que tiene elementos positivos, elementos democráticos
que implican la incorporación de grandes mayorías excluidas, un
lenguaje de derechos, pero que por otro lado tiene elementos
autoritarios, muy ligados a la concentración de poder en los
líderes. Otra de sus ambivalencias es que la incorporación de masas
excluidas tiene como contracara el pacto con el gran capital.
Entonces la construcción de una gobernanza populista siempre se da
por la vía de una negociación entre el lugar que ocupan los
sectores subalternos y el lugar que ocupa el gran capital. Y en
América Latina los progresismos fueron selectivos en esto porque
efectivamente desarrollaron una retórica democrática en relación a
los derechos de las grandes mayorías, pusieron el acento en una
política social muy ligada a los planes sociales de inclusión de
esas mayorías pero al mismo tiempo, insisto, hicieron el pacto con
el gran capital extractivo y, en algunos países, como Brasil,
también financiero. No ver esto, como muchos quisieron durante el
progresismo, constituyó uno de los grandes problemas para construir
una izquierda plural. Porque yo creo que los populismos progresistas
tienen elementos de izquierda, pero que esos elementos fueron
neutralizados en el marco de estas alianzas con el gran capital.
Durante
el ciclo progresista se abrió una brecha en las izquierdas
latinoamericanas: entre una izquierda populista cuya bandera es sobre
todo el antiimperialismo, que apoyó de manera incondicional a los
gobiernos progresistas, y una izquierda más plural, en donde estaba
desde el trotskismo con su vocación obrerista, hasta los que nos
consideramos como parte de una izquierda antisistémica, ecologista e
indianista, que quedó fuera, sin posibilidad casi de diálogo. Esto
se expresó en un gran desgarramiento y sobre todo en torno a los
posicionamientos sobre Venezuela y posteriormente sobre Nicaragua.
Pero la real divisoria de aguas fue Venezuela. No sé si recordarán
que, en 2016, junto con otros intelectuales latinoamericanos hicimos
una declaración criticando al régimen de Maduro. La reacción de la
izquierda incondicional a los progresismos fue visceral, tremenda. A
mí me significó la ruptura de puentes con una serie de
organizaciones sociales con las cuales yo venía trabajando hace
muchos años, desde mis tiempos piqueteros. Hoy me siento más cómoda
dialogando con una izquierda trotskista más combativa y que está en
la calle, que con una izquierda progresista que efectivamente tiene
varios puntos ciegos en su visión sobre el poder, en su visión
sobre la relación con los líderes, en su visión selectiva de los
derechos humanos. Muchos todavía no tomaron conciencia de los costos
e impactos que genera en las izquierdas la deriva autoritaria en
Venezuela.
Con
la izquierda trotskista también tengo una asignatura pendiente
ligada al hecho de que yo creo que siguen siendo todavía muy
obreristas y que no ha incorporado la problemática socioambiental.
Creo que el gran desafío de las izquierdas es pluralizar las
agendas. Así como se ha incorporado la agenda feminista, también la
agenda socioambiental tiene que ser incorporada. Se trata de un eje
transversal y debe ser comprendida desde una perspectiva más
holística. Y lo que yo percibo es que todavía hay un sector de la
izquierda que tiene una visión muy productivista. Si hay una
posibilidad de renovación de las izquierdas pasa por la
incorporación de esos dos ejes que son centrales a la hora de
diseñar un nuevo horizonte civilizatorio. No basta con desarrollar
un lenguaje obrerista ligado a la contradicción capital- trabajo
cuando efectivamente estamos en el medio de una crisis ecológica de
gran envergadura que tiene que ver con la lógica productivista del
capital y la expansión de las fuerzas productivas. Si eso no es
cuestionado no podremos elaborar un diagnóstico acerca de la crisis
y por ende tampoco podremos elaborar una vía o un horizonte que
marque la posibilidad de construir una nueva sociedad.
Yendo
al escenario más coyuntural, firmaste la declaración de
intelectuales en apoyo al Frente de Izquierda-Unidad. ¿Por qué
decidiste apoyar a una fuerza de izquierda anticapitalista?
Ya
había firmado en 2015 por el FIT y voté al FIT. Creo que estamos
viviendo un escenario de mucha polarización que simplifica el
espacio político, binariza los posicionamientos y, sobre todo, en el
mediano plazo despolitiza a la gente, porque no se ve posibilidad de
construir otra alternativa. La izquierda es la única que rompe, que
no se deja atrapar por ese binarismo. Por ejemplo: todos los sectores
de centroizquierda con los cuales he tenido mucho diálogo han
terminado por ser furgón de cola del kirchnerismo. Muchos de ellos
abandonaron su agenda, hicieron borrón y cuenta nueva y olvidaron
las críticas al kirchnerismo, por el temor a que el gobierno
macrista se perpetúe. Por otro lado, también están aquellos
sectores intelectuales que apoyan al macrismo. Ahí se ve cómo la
lógica de la polarización terminó fagocitando a sectores que
vienen del progresismo alfonsinista, llevándolos a confluir con la
derecha neoliberal. Firmando una declaración que apoya a un gobierno
de derecha que promueve una política de exclusión. A eso me refiero
con la simplificación del espacio político. Me parece que la
izquierda hizo un esfuerzo de unidad y que es la única propuesta con
un programa anti sistema que además rompe con el binarismo. Esa es
la propuesta que hay que alentar. No podemos dejarnos atrapar en
estas lógicas binarias que lo único que hacen es diluir cualquier
diferencia, simplificar la discusión e, insisto, generar un enorme
daño. Es ese tipo de daño y tendencia a la despolitización el que
abre la puerta a proyectos de extrema derecha como es el caso de
Brasil con Bolsonaro. Hay que promover posiciones de izquierda que
rompan con el binarismo y que pluralicen el discurso incluyendo las
demandas socioambientales, las demandas feministas, las demandas de
los trabajadores porque, efectivamente, hay tres grandes problemas en
la sociedad contemporánea. El primero de ellos es la crisis
socioecológica que estamos viviendo, la era del Antropoceno, que nos
enfrenta a nuevos riesgos, que ponen en peligro la vida del planeta.
En segundo lugar, la robotización y el avance de la sociedad digital
que va a generar desempleo y reconversiones que es necesario afrontar
en el marco de una transición justa. En tercer lugar, está el
retorno de las derechas radicales, con contenidos fascistas que
implican una fuerte regresión política. Muchos de estos escenarios
están relacionados; no es casual que las derechas radicales
autoritarias sean negacionistas respecto del cambio climático, ya
que promueven la expansión de la frontera de commodities y la
mercantilización general de la vida.
Previo
a las PASO salieron declaraciones de apoyo de intelectuales a las
fórmulas del FIT-U, de Macri-Pichetto y de Fernández-Fernández.
¿Cuál te parece que es el rol de los intelectuales en esta
coyuntura?
Los
intelectuales argentinos somos seres gregarios. Necesitamos estar en
grupo; básicamente somos seres gregarios que queremos discutir,
debatir en la escena pública. Yo, sobre todo, tengo una visión más
ligada al pensamiento crítico latinoamericano que es un pensamiento
que se ha forjado en la frontera entre lo político y lo cultural y
que acompaña procesos de lucha muy ligados a la contestación y el
repudio a la dinámica de acumulación del capital. Yo he sostenido y
defendido una visión de intelectual anfibio, que se mueve en
diferentes escenas. La escena pública es una de ellas, pero no la
única. Que ha habido una gran visibilidad de los intelectuales en la
última década tiene que ver con el rol que tuvieron durante la
época del kirchnerismo. No se olviden además que el kirchnerismo
benefició mucho en ese sentido a la investigación científica y
técnica. Eso es lo que le otorgó gran visibilidad. Igualmente si
ustedes ven en los últimos cinco o seis años, al calor del
agravamiento de la crisis económica, los intelectuales han tenido
menos lugar en la escena pública. Son los economistas, como
especialistas, los que han tenido más visibilidad mediática. Desde
mi perspectiva, la de colocar temas pocos visibles en la agenda
pública, es una de las grandes funciones de los intelectuales. Pero
insisto, la escena pública es una más. Hay otras escenas, tal vez
de más bajo perfil, que implican un activismo por parte de los
intelectuales que son igual de importantes. Hoy se invisibiliza una
tarea más silenciosa, de acompañamiento, de visibilización de
luchas que se vienen dando desde hace mucho tiempo en América
Latina. Pero insisto, creo que está sobredimensionado el impacto que
pueda tener el apoyo de intelectuales a una fórmula política, es
más de orden simbólico y generan fricciones y disputas al interior
de un campo que tiene poco peso político en líneas generales.
¿Cómo
analizás el escenario político tras las elecciones primarias?
Pocas
veces se vio una campaña electoral tan polarizada y a la vez, tan
desigual. El oficialismo contaba con el apoyo de los grandes medios
de comunicación, del FMI, de Donald Trump y de los mercados
financieros. Tal es así que, desde fuera de esa densa red de apoyos
incondicionales y cada vez más obscenos, desde esa maraña
superestructural que parecía cubrir y sobredeterminar todo, apenas
si podía verse el escenario social real y sus actores.
La
respuesta de la sociedad fue en clave de polarización, pero de
rechazo total al programa de Macri y por ello, en favor del
kirchnerismo. Eso hizo saltar por los aires la situación de gran
asimetría electoral que se vivía. Y lo tremendamente peligroso es
que el oficialismo no pudo reconocerlo y entró en una crisis en la
cual llevó al país a una situación abismal, dejando al desnudo su
ceguera de clase. Así, las declaraciones del presidente en las
primeras 48 horas no fueron desafortunadas; más bien revelaron su
pensamiento al desnudo, esto es, el ethos dominante, el conjunto de
ideas y valoraciones que nutre una determinada práctica política
ligada a una clase social. Para Macri no se trata solo de afirmar que
la política implementada es “la correcta”; más aún, “el
único camino correcto”, y que lo opuesto o diferente es un
completo “error”, sino de dejar en claro que el único ethos
posible en política es aquel que se identifica con los mercados.
Mientras una parte de la sociedad, a través del voto, afirmaba un
ethos que busca colocar límites al mercado; defender la vida, la
posibilidad de la producción y la reproducción social, el gobierno
insistía en defender una y otra vez la validez -y supuesta
universalidad- del ethos de la acumulación (financiera) del capital.
La
corrida cambiaria que se desató el día lunes no fue solo castigo al
voto “incorrecto” de la ciudadanía, fue una afirmación del
fatalismo económico-financiero en coherencia/correspondencia con un
determinado ethos. En esa línea, el costo fue enorme, y en una
semana aprendimos más de lo que 50 lecciones sobre sociología de
las élites pueden aportarnos. Creo que eso puede servir como
aprendizaje para muchos votantes macristas decepcionados; que
comprendieron el alcance de lo que significa votar a la élite
dominante. Espero que esto pase a los libros de historia. El
escenario político que se abre es el de un país en crisis
hiperbólica, con un futuro gobierno peronista/kirchnerista de
espíritu centrista y negociador, que buscará recomponer el diálogo
con todos los sectores de poder. Muy probablemente la derecha radical
autoritaria (Gómez Centurión) y la derecha ultra-neoliberal
(Espert), mejoren su performance electoral en octubre, ante la
debacle del macrismo. Me intriga adonde irán a parar los votos de
Lavagna o si seguirán con él. Por último, la izquierda se
consolidó como cuarta fuerza electoral, pero no creo que mejore
electoralmente; quedó muy afectada por la polarización extrema,
aunque aún tiene la posibilidad de ganar una diputación más. Y más
que nunca ¡necesitamos izquierda de la buena en el Congreso
Nacional!
Fuente:
Mariano González, Azul Picón, “Los progresismos, al calor del consenso de los commodities, pactaron con el gran capital”, 15 septiembre 2019, La Izquierda Diario. Consultado 19 septiembre 2019.
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