Vaca Muerta se ha convertido paulatinamente en el pleno de la ruleta económica macrista. Es la esperanza que todavía sigue en pié. En tanto, los territorios avasallados y sus poblaciones sufren el despojo, la degradación se profundiza pozo a pozo y los trabajadores petroleros comienzan a aparecer también como ‘afectados’ por la explotación.
por Fernando
Cabrera
El video tiembla
y no fija el plano. Grabado por el celular de un obrero petrolero,
ese registro fue central para conocer lo sucedido en el pozo
YPF.Nq.LCav-26 que se descontroló en la madrugada del viernes 19 de
octubre y se mantuvo surgente durante 36 horas. En ese momento la
compañía Nabors realizaba las tareas de perforación en el área
hidrocarburífera Bandurria Sur, que opera YPF asociada a la
estadounidense Schlumberger.
Durante un día y
medio el pozo escupió líquidos de perforación e hidrocarburos,
entre otros tóxicos. FARN y Greenpeace cuantificaron 77 hectáreas
afectadas, mientras que la Subsecretaría de Ambiente de la provincia
de Neuquén aseguró que fueron 45. Finalmente, el organismo
provincial suspendió la licencia ambiental de cuatro pozos e impuso
una multa de 32.9 millones de pesos. En un cálculo conservador, ese
monto implica menos del 0.5 % de los 390 millones de dólares que en
octubre de 2017 Schlumberger se comprometió a invertir en el
desarrollo inicial del área.
Tras la
surgencia, el subsecretario de Ambiente de Neuquén Juan Lucchelli se
apuró a subrayar que hacía cuatro años que no se registraba un
incidente de estas características. Una afirmación que debe, cuanto
menos, ser matizada.
El evento
anterior al que hacía referencia el responsable de la oficina
ambiental de Neuquén sucedió en el área Loma Campana, al suroeste
de Bandurria Sur, el 2 de septiembre de 2014. Loma Campana es operada
por YPF asociada con Chevron. En aquella oportunidad la contratista
DLS no pudo controlar la presión del pozo y la pérdida duró 16
horas. El área hidrocarburífera se asienta sobre el territorio de
la comunidad mapuche Campo Maripe. Las imágenes difundidas por la
organización indígena fueron fundamentales para conocer esa
situación.
Entre los dos
sucesos mencionados, el 2018 y el de 2014, respectivamente,
registramos, también, por lo menos dos eventos de envergadura en la
provincia de Río Negro. En 2015 en la localidad de Allen explotó el
pozo EFO 280. En el área Estación Fernández Oro, YPF perfora en
chacras que producían peras y manzanas, poniendo en jaque la
economía del Alto Valle rionegrino. La explosión fue al lado del
barrio Calle Ciega 10, cuyas vecinas dieron a conocer el hecho.
También en la
misma área, y por la denuncia de quienes trabajan en las
inmediaciones del lugar, en 2016, se conoció la magnitud de lo que
YPF había informado como un “derrame menor”. Posteriormente el
Departamento Provincial de Agua de Río Negro constató la pérdida
de 240.000 litros de agua de inyección con alto grado de salinidad,
con presencia de hidrocarburos y con valores altamente tóxicos para
los cultivos y las napas.
A partir del 19
de octubre de 2018 los incidentes empezaron a difundirse como una
serie. De repente era importante aquello de lo que habitualmente poco
se conoce. Luego de la surgencia en Bandurria Sur, YPF hizo público
un derrame menor (0.6 m3) en un pozo convencional de Loma la Lata.
Mientras que en diciembre se registró en Allen una nueva surgencia,
en el pozo EFO 355, los hidrocarburos llegaron a un curso de agua que
se comunica con el río Negro, cauce en torno al cual se asentó la
población y se desarrolló el complejo productivo de la región.
Los rumores de
accidentes y los rumores sobre presiones para que los operarios no
difundieran imágenes de los “eventos” se volvieron una
constante. A raíz de la trascendencia de lo sucedido en Bandurria
Sur, el diario Río Negro, el de mayor circulación del norte de la
Patagonia, publicó un informe oficial sobre incidentes
hidrocarburíferos en Neuquén. Allí se constata que hay más de dos
incidentes ambientales por día en esa provincia. Si bien los números
varían año a año, solo en los primeros 10 meses de 2018 se
identificaron 934 incidentes. En ese período, el 95 % de las
contingencias ambientales fueron catalogadas como “menores” y
solo el 5 % restante como “mayores”. Es decir, que entre enero y
octubre de 2018 hubo 46 incidentes de cierta gravedad, uno por
semana, de los que no trascendió ninguna información oficial (1).
No hay capacidad
de control estatal, no hay información ambiental adecuada y estas
situaciones se conocen porque alguien las muestra. El celular obrero
o mapuche, y las denuncias de trabajadores de la fruta o de vecinas
han sido los vehículos para conocer los hechos. Los teléfonos se
convierten así en un medio difuso de fiscalización que obliga a las
empresas y a los funcionarios a tomar públicamente medidas en
situaciones que antes dejaban libradas a, en el mejor de los casos,
negociaciones no conocidas.
En 2016 dos
especialistas del Concerned Health Professionals of New York y de
Physicians for Social Responsibility de Estados Unidos visitaron
Argentina, en esa oportunidad subrayaron que, entre otros riesgos, el
fracking genera una alta tasa de mortalidad laboral. “Las tasas de
muerte en los Estados Unidos a causa de la industria del fracking son
siete veces más altas que en otras industrias y dos veces más altas
que en la fuerza policial, que se considera una de las más
peligrosas”, sostuvo la médica Sandra Steingraber. En aquel
momento, esas apreciaciones parecían exageradas.
Dos años
después, y tras un relanzamiento de las inversiones desde 2017, los
números de mortalidad laboral parecen empezar a concordar con aquel
vaticinio: en 2018 fallecieron cinco petroleros en la cuenca
neuquina. La cifra se corresponde con la reactivación de la
actividad de Vaca Muerta, y los nuevos regímenes y esquemas
laborales que el fracking exige.
El periodista
especializado Marcelo García vincula la muerte de esos obreros con
la aplicación de la “adenda” del convenio colectivo de trabajo
para el aumento de la productividad, que impulsaron el gobierno
nacional, la administración neuquina, las operadoras del sector y
los sindicatos petroleros. Señala también que los últimos dos
decesos se produjeron el último de los 12 días que los operarios
permanecen en el campo. “Es el momento en que el trabajador se
encuentra con un profundo desgaste físico, ya con su percepción
deteriorada”.
Los derrames y
las muertes obreras tuvieron cierta repercusión en las agendas
mediáticas. Fueron presentadas como problemas vinculados a la
explotación de hidrocarburos no convencionales. Las excepciones, los
errores, los inconvenientes. Nos parecen pertinentes dos comentarios
al respecto.
Por un lado, que
lejos de la excepcionalidad que la cobertura mediática enfatizó y
la información oficial propuso, las situaciones excepcionales son
regulares. Por otro lado, el propio desarrollo de este tipo de
explotación es nocivo. Cada perforación implica aproximadamente el
desmonte de una hectárea de la ambiente frágil o de tierras
transformadas en productivas por el acumulado de décadas de trabajo,
millones de litros de agua (cada vez más, en la medida que extienden
las perforaciones horizontales y los procesos de fracturas),
multiplicar las emisiones de gases tóxicos que afectan las salud y
el clima, y destrozar las economías regionales, que comienzan a
palpitar su vida al calor del precio internacional del barril.
- Los datos no diferencian entre perforaciones convencionales de las no convencionales.
Fuentes:
Fernando Cabrera, El 2018 en Vaca Muerta, donde la regla es ‘lo excepcional’, 28/12/18, Observatorio Petrolero Sur.
Ilustración de Chelo Candia.
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