por Mario Osava
POMBAL, Brasil,
26 jul 2018 (IPS) - “El sol que nos castigaba ahora nos bendice”,
glorificó una de las 19 campesinas que operan la Panadería
Comunitaria de Varzea Comprida dos Oliveiras, un asentamiento de la
zona rural de Pombal, un municipio del estado de Paraiba, en el
interior semiárido del Nordeste de Brasil.
“Sin la energía
solar nuestra panadería estaría cerrada, tendríamos que pagar más
de mil reales (265 dólares) mensuales de electricidad”, constató
Glauciene Ferreira Freire, de 34 años, agrónoma con maestría en
sistemas agroindustriales quien preside la asociación del
emprendimiento.
El costo
energético, aparentemente bajo, corresponde a la aún limitada
producción que se concentra más en pasteles dulces que en panes. La
también llamada fábrica de “Bolo das Oliveiras” (pastel de las
Oliveiras), marca de sus productos, solo opera tres días en la
semana.
Las 19 mujeres
que trabajan en el lugar se turnan en tres grupos que laboran el
lunes, miércoles y sábado. A veces, en general cada quincena, un
grupo se encarga de atender pedidos de pasteles para escuelas en los
martes.
La jornada en que
IPS visitó la comunidad, ese grupo trabajó de medianoche a las 15
horas, “sin descanso” para hacer 406 kilos del producto.
Ellas ganan poco,
cada dos o tres meses se reparten las utilidades netas. La última
vez alcanzó 500 reales (135 dólares) para cada una.
Pero no se trata
solo de un negocio, con grandes posibilidades de expansión. Se
revitalizó la vida comunitaria, de la mano de las mujeres, y se está
estimulando mayor producción local de insumos para los pasteles:
papas, leche, mantequilla, huevos, yuca, zanahoria y maíz que ganan
valor agregado.
“Las mujeres
ganaron más respeto”, subrayó Solange de Oliveira, de 42 años y
dos hijos, presidenta de la Asociación Comunitaria que representa 84
familias de la pequeña localidad.
“Además del
ingreso adicional, mejoró nuestra vida con la integración entre
vecinos y el reconocimiento afuera”, resumió Irismar Matos, de 52
años y dos hijos ya adultos. La comunidad pasó a recibir visitas de
gobernantes, autoridades religiosas, extranjeros interesados en el
proyecto.
El sistema
fotovoltaico instalado en la panadería representó más que tener
electricidad propia. “Trajo conocimiento, experiencia en trabajo
asociativo, autoestima”, destacó Cesar Nóbrega, coordinador del
Comité de Energía Renovable del Semiárido (CERSA).
Fue el CERSA, un
grupo de activistas, investigadores académicos, organizaciones
sociales y asociaciones variadas, que aportó, con recursos del Fondo Socioambiental Casa, las instalaciones para la generación
energética. Además de los equipos impartió cursos sobre
significado y operación de la energía solar a decenas de pobladores
locales.
Varzea Comprida
dos Oliveiras es una comunidad tradicional de agricultores
familiares, dedicados a la producción hortalizas, maíz, frijoles,
frutas y leche en la ecorregión del Semiárido brasileño, que
sufrió una fuerte sequía en los últimos seis años.
Su activa
asociación favorece la agregación de actividades agroindustriales,
por eso atrajo el interés de CERSA en convertirla en un ejemplo
pionero y demostrativo de uso exitoso de la energía solar.
Es una tendencia
regional. En el mismo municipio de Pombal, otra comunidad rural, São
João, creó el Agroindustria Fonte de Sabor, que procesa pulpa de
frutas. Allí también la energía solar jugó importante papel,
reduciendo costos en un 70 por ciento.
La ecorregión
del Semiárido, con más de 24 millones de habitantes, un tercio en
el campo, es un territorio de intensa insolación, factor de pérdidas
agrícolas y de la evaporación que agrava las sequías, pero que se
vuelve positivo ahora por su aprovechamiento energético.
En Varzea dos
Oliveiras, con las familias disponiendo de poca tierra, buena parte
de solo media hectárea, la alternativa son hortalizas e iniciativas
colectivas, según Aires Umberto Vieira, asesor social de la Diócesis
católica local que apoyó la construcción de la panadería solar.
La
comercialización es el cuello de botella de la panadería, que
depende mucho del Programa Nacional de Alimentación Escolar por el
cual 30 por ciento de la comida ofrecida a los alumnos de escuelas
básicas y secundarias públicas debe ser adquirida de agricultores
familiares.
“De un contrato
de 105.000 reales (cerca de 28.000 dólares) para proveer escuelas
estadales en este año, solo han cumplido un 18 por ciento” a la
mitad del año, se quejó Oliveira, la presidenta de la Asociación
Comunitaria.
La panadería
opera desde diciembre de 2016, pero su puesta en marcha costó una
batalla de varios años y algunos desconciertos.
Muchas mujeres de
la comunidad ya hacían pasteles en sus casas para venta a vecinos, o
en ferias callejeras, como fuente de ingresos adicionales. Decidieron
producirlos colectivamente.
Primero, en mayo
de 2015, lograron los equipos y una camioneta de los gobiernos
municipal y estadal, pero no tenían donde instalarlos. Luego, con
apoyo de la diócesis y Vieira, consiguieron una ayuda de la
Fundación Populorum Progressio, del Vaticano, para construir la sede
de la Panadería. Por último, el proyecto se viabilizó con la
energía solar aportada por CERSA y el Fondo CASA.
“Mi deseo es
extender esa energía a todas las familias”, de manera que todos
ahorren los costos de la cuenta de luz, manifestó Oliveira.
La forma usual,
de microgeneración por paneles fotovoltaicos en cada hogar, es poco
viable por tratarse de familias de bajo consumo y beneficiadas por la
“tarifa social”, es decir subsidios en el precio de la
electricidad.
No vale la pena,
mientras se mantenga en Brasil la norma de que los consumidores no
pueden vender energía, solo generarla para descontar de su cuenta
ante la empresa distribuidora. Es decir nada ganan con producir
excedentes. Para los pobres, como los agricultores familiares en
general, cualquier placa fotovoltaica ya sería excesivo.
Pero organizados
en cooperativas sí que podrían beneficiarse de esa alternativa,
cree Nóbrega.
Mientras, la
comunidad de Oliveiras se aprestan a contar con otra fuente
energética, el biogás, producido en un biodigestor, acompañado de
sistemas de purificación, compresión y envase del gas en los
botellones usados para gas de cocina (butano).
El proyecto
ofrecido por la Incubadora de Agronegocios de Cooperativas,
Organizaciones Comunitarias, Asociaciones y Asentamientos Rurales de
Paraiba (IACOC), produce 7,8 botellones de biogás al mes, informó
Joaquim de Souza Neto, estudiante de ingeniería ambiental que lo
ejecuta.
Un segundo
biodigestor doblará esa producción, permitiendo más ahorro o
ingresos adicionales para la comunidad.
Además, el
proceso, que usa estiércol del ganado vacuno como insumo, produce un
abono natural que fertilizará un pomar que también generará
ingresos futuros, anunció el estudiante de la Universidad Federal de Campina Grande en el campus de Pombal, donde tiene sede IACOC.
Esas alternativas
energéticas prometen un futuro mejor para las familias agricultoras,
cuyos hijos, no por casualidad, tratan de estudiar, pese al precario
transporte que los lleva a las escuelas. La comunidad de Oliveiras ya
tiene nueve graduados y otros tres estudiando en la universidad.
Edición:
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mario Osava, El sol endulza una panadería de mujeres en el Brasil semiárido, 26/07/18, Inter Press Service. Consultado 04/08/18.
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